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K.2 - Textos clásicos
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Textos clásicos[edit]
La opinión de Alexander Berkman[edit]
"¿Pero, quién nos protegerá contra el crimen y los criminales?", preguntas.
Pregúntate más bien si el gobierno realmente nos protege contra ellos. ¿No crea el gobierno las condiciones que conducen al crimen?
El crimen es el resultado de las condiciones eonómicas, de la desigualdad social, de injusticias y males, el los cuales el gobierno y el monopolio son los padres.
El gobierno y la ley solo pueden castigar al criminal. No pueden nunca curar ni prevenir el crimen. La única cura real del crimen es prevenir sus causas, y eso no lo puede hacer el gobierno, que existe para preservar esas causas.
El anarquismo significa suprimir esas condiciones. Los crÃmenes que resultan del gobierno, de su opresión e injusticia, de la desigualdad y la pobreza, desaparecerán bajo la anarquÃa. Estos constituyen con mucho el porcentaje más elevado del crimen.
Otros determinados crÃmenes persistirán durante algún tiempo, como los que surgen de los celos, la pasión y el espÃritu de coacción y de violencia que domina el mundo actualmente. Pero estos vástagos de la autoridad y de la propiedad, también desaparecerán gradualmente bajo una condiciones saludables y con la supresión de la atmósfera que los cultivaba.
Por ello, la anarquÃa ni engendrará el crimen ni ofrcerá ningún terreno para su florecimiento. Los actos ocasionales antisociales serán consideradoscomo pervivencias de las precedentes condiciones y actitudes depravadas serán tratadas como un estado enfermo de la mente más bien que como un crimen.
La anarquÃa comenzarÃa alimentando al criminal y asegurándole un trabajo, en lugar de comenzar por vigilarlo, detenerlo, juzgarlo y encarcelarlo y terminando por alimentarlo a él y a muchos otros que tienen que vigilarlo y alimentarle a él. Con toda seguridad este ejemplo muestra cuánto más cuerda y simple será la vida bajo el anarquismo que ahora.
- Alexander Berkman. "El ABC del Comunismo Libertario" Ediciones Júcar. Serie Básica "La Rosa en el puño". 1980. Páginas 165-166
Las opiniones de Errico Malatesta[edit]
"Todo propagandista anárquico está acostumbrado a oirse decir a modo de suprema objeción: ¿quién pondrá freno a los delincuentes en la sociedad anárquica?
Esta preocupación, a mi entender, es excesiva, ya que la delincuencia es un fenómeno de poca importancia frente a la amplitud de los hechos sociales y generales, y puede creerse en su desaparición automática como consecuencia del aumento de bienestar y de la instrucción, además de los progresos de la pedagogÃa y de la medicina. Pero, por muy optimistas que sean las previsiones, por muy bonitas que sean las esperanzas queda siempre el hecho de que la delincuencia impide hoy las pacÃficas relaciones sociales y seguramente no desaparecerá de la noche a la mañana al dÃa siguiente de la revolución por muy radical y profunda que sea ésta; podrÃa causar además disturbios y disolución en una sociedad libre, de la misma forma que un insignificante grano de arena puede detener el funcionamiento de una máquina perfecta.
Es útil, por lo tanto, e incluso necesario, que los anarquistas se preocupemn por este problema más de lo que, quizás, suelen hacerlo, ya sea para poder rebatir con más argumentos a una objeción muy extendida, ya sea para no exponerse a sorpresas desagradables y a consecuencias peligrosas.
Los delitos de los que se pretende hablar son, por supuesto, actos antisociales, o sea, aquellos que ofenden el sentimiento de piedad humana y perjudican el derecho de los demás a una igual libertad, y no ya los muchos actos que el código penal castiga solo porque ofenden los privilegios de las clases dominantes." (Umanità Nova, 27 de agosto de 1920)
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"Para nosotros, es delito una acción que tiende a aumentar voluntariamete el dolor humano; es la violación del derecho de todos a una igual libertad y al disfrute de los máximos bienes morales y materiales posibles.
Sabemos que, aún asà definido el delito y para quien acepte esta definición, sigue siendo difÃcil determinar en concreto cuáles son los actos delictivos y cuáles no, ya que son muchas las opiniones de los hombres acerca de lo que es motivo de dolor o placer, de lo que está bien y está mal, con excepción de aquellos delitos bestiales que ofenden los sentimientos del ser humano y son, por eso, universalmente condenados". Pensiero e Volontà , 15 de agosto de 1924
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"Creo que nadie, al menos en teorÃa, está dispuesto a negar que la libertad, entendida en el sentido de reciprocidad, es la condición esencial de toda civilización, de toda "humanidad"; pero solo el anarquismo representa su realización lógica y completa. Una vez admitido esto, es delincuente -no contra natura, no por culpa de una ley metafÃsica, sino contra sus contemporáneos y por culpa de la sensibilidad e intereses ofendidos de los demás- cualquiera que viole la igual libertad para todos. Y, mientras exista alguno, hay que defenderse de él". (Umanità Nuova, 30 de septiembre de 1922)
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"Esta defensa necesaria contra los que violan, no el orden social, sino los sentimientos más esenciales que hacen que un hombre sea hombre y no un animal feroz, es uno de los pretextos de que se valen los gobiernos para justificar su existencia. Hay que eliminartodas las causas sociales del delito, hay que educar a los hombres en el espÃritu de hermandad y respeto recÃproco, hay que buscar, como decÃa Fourier, los sustitutos útiles del delito; pero, si quedan delincuentes y mientras sigan habiendo, o bien la gente encontrará la manera y la energÃa para defenderse directamente contra ellos, o bien reaparecerá la policÃa, la magistratura y, por lo tanto, el gobierno.
No es negando un problema como se lo resuelve". (Umanità Nuova, 19 de agosto de 1922)
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"Puede temerse, y con razón, que esta necesaria defensa contra la delincuencia, pueda dar origen, y el pretexto, a un nuevo sistema de represión y privilegio. Es misión de los anarquistas velar para que esto no suceda. Es procurando descubrir las causas de cada delito, y esforzándose para eliminarlo impidiendo que la gente encuentre ventajas personales en el hecho de dedicarse a la represión del delito, dejando que los grupos directamente interesados se defiendan por sà solos, acostumbrándose a considerar a los delincuientes como hermanos descarrilados, como enfermos a quienes cuidar con afecto, de la misma manera que se actuarÃa con cualquier hidrófobo o loco peligroso, como se llegará a conciliar la total libertyad de todos con la defensa contra aquellos que ofenden esta libertad de un modo evidente y realmente peligroso.
Esto será posible, por supuesto, cuando la delincuencia se reduzca a casos esporádicos, individuales, realmente patológicos. Si los delincuentes pasasen a ser luego demasiado numerosos y poderosos, si fueran, por ejemplo, lo que son hoy (1922) la burguesÃa y el fascismo, entonces no se trata ya de preguntar que harÃamos nosotros, los anarquistas". (Umanità Nuova, 30 de septiembre de 1922)
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"Con el progreso de la civilización, con el aumento de las relaciones sociales, con la creciente conciencia de la solidaridad natural que une a todos los hombres, con la elevación del nivel de inteligencia y con el refinamiento de de la sensibilidad, aumentan, sin duda alguna, los deberes sociales y muchos actos que eran considerados como sujetos a delito estrictamente individual e independiente de todo control colectvo, adiquirirán, están adquiriendo, el carácter de hechos que interesan a todos, y debe ser regulados en el interés de todos. Por ejemplo, hoy ya no es considerado lÃcito que un padre deje en la ignorancia a sus hijos y los eduque de forma que los perjudique en su propio desarrollo y en su bienestar futuro. No es lÃcito que un hombre permanezca en la inmundicie y olvide aquellas reglas de higiene que pueden afectar la salud de los demás, no es lÃcito tener una enfermedad infecciosa y no cuidarse;. Mañana será considerado un deber el esfuerzo por asegurar el bien de todos, como será considerado motivo de culpa el procrear si hay suficientes razones para creer que la prole será malsana o infeliz.
Pero este sentimiento de los deberes nuestros hacia los demás y de éstos hacia nosotros debe, segun nuestra concepción social, desarrollarse libremente, sin otra sanción exterior que la estima o no estima de los conciudadanos. El respeto, el deseo del bien para los demás, debe entrar en las costumbres y aparecer, no ya como un deber, sino como una satisfacción normal en los instintos sociales.
Hay quienes sueñan con moralizar a la gente a la fuerza, que quisieran introducir un artÃculo penal para todo posible acto de la vida, que mantendrÃan muy a gusto un policÃa al lado de cada cama y de cada mesa. Pero éstos, si no disponen de medios coactivos para imponer sus ideas, no consiguen más que poner en ridÃculo todo lo bueno y, si detienen el poder de mando, entonces ya convierten el bien en algo odioso y provocan la reacción.
Los socialistas tienen esta tendencia a querer poner reglas a todo, pero creemos que no conseguirán más que provocar la añoranza por muchos aspectos del régimen burgués.
Para nosotros, la puesta en práctica de los deberes sociales debe ser voluntaria, y sólo se tiene derecho a intervenir con la fuerza material contra aquellos que violentamente ofendiesen a los demás e impidiesen la convivencia social pacÃfica. La fuerza, la acción fÃsica no debe emplearse más que contra el ataque material violento y por simple necesidad de defensa.
Pero, ¿quién juzgará? ¿Quién proveerá a la defensa necesaria? ¿Quién establecerá los medios de represión?
No vemos otro camino que el de dejar hacer a los interesados, dejar hacer al pueblo, o sea, a la masa de ciudadanos que actuará de distintas maneras según las circunstancias y según el distinto grado de civilización.
Lo que hay que evitar ante todo es la constitución de cuerpos especiales para actividades policÃacas: quizás se pierda algo de la eficacia represiva, pero se evitará crear el instrumentod e toda tiranÃa.
No creemos en la infabilidad, ni tampoco en la constante bondad de las masas: muy al contrario. Pero creemos aún menos en la infabilidad y en la bondad de la gente que se aferra al poder, legisla, consolida y perpetúa las ideas y los intereses que prevalecen en un momento determinado.
En cualquier caso, es mejor la injusticia y la violencia pasajera del pueblo que el yugo y la violencia legislada del Estado justiciero y policÃaco.
Además, no somos más que una de las fuerzas actuantes en la sociedad, y la historia se encaminará, como siempre, según la resultante de las fuerzas". (Umanitá Nova, 2 de septiembre de 1920)
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"Hay, por consiguiente, que contar con un residuo de delincuencia que, esperamos, será eliminado con más o menos rapidez, pero que, entretanto, obligará a las masas de trabajadores a una acción de defensa.
Una vez rechazada toda idea de castigo y venganza, idea que aún domina el derecho penal, inspirados únicamente en la necesidad de defensa y en el deseo de corregir y beneficiar, debemos buscar los medios de alcanzar el objetivo sin tropezar con los peligros del autoritarismo y sin contradecir el sistema de libertad y voluntarismo sobre el que deseamos construir la nueva sociedad". Umanitá Nova, 2 de septiembre de 1920
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"Para los autoritarios, para los hombres de estado, la cuestión es simple: un cuerpo legislativo para catalogar los delitos y prescribir las penas, un aparato policiaco para perseguir a los delincuentes, una magistratura para juzgarlos, un cuerpo de carceleros para hacerlos sufrir. Y, como es natural, el cuerpo legislativo procura, mediante leyes penales, defender ante todo los intereses constituidos que representa y protegre el estado contra los individuos «subversivos»; la policÃa que, al vivir de la represión del delito, tiene todo interés en que haya delitos, pasa a ser provocadora y desarrolla en sus hombres instintos bélicos y perversos; la magistratura, que vive y prospera también gracias al delito y a los delincuentes, sirve a los intereses del gobierno y de las clases dominantes y adquiere, en el ejercicio de la profesión, una mentalidad especial que la convierte en una máquina de condenar el mayor número posible de gente a las penas más graves posibles; los carceleros son o se vuelven insensibles a los sufrimientos de los detenidos y, en el mejor de los casos, observan las normas pasivamente sin el mÃnimo impulso de simpatÃa humana. Los resultados se ven en la estadÃstica de la delincuencia. Si las leyes penales cambiaran, se reformarÃan la policÃa y la magistratura y se modificarÃan los sistemas carcelarios..., pero la delincuencia persistirÃa y resistirÃa todos los intentos de destruirla y atenuarla. Esto ha sido cierto en el pasado, lo es en el presente y creemos que aún lo será en el futuro si no se cambia radicalmente el concepto que se tiene de delito y no se acaba con todos los cuerpos que viven de la persecución y represión de la delincuencia". (Umanità Nova, 2 de septiembre de 1920)
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COCAÃNA
En Francia existen leyes severas contra quien usa y quien expende cocaÃna. Y, como es habitual, el azote se extiende y se intensifica a pesar de las leyes y quizá a causa de las leyes. Igualmente en el resto de Europa y en América.
El doctor Courtois, de la Academia de Medicina francesa, que ya el año pasado habÃa lanzado un grito de alarma contra el peligro de la cocaÃna, comprobado el fracaso de la legislación penal, pide... nuevas y más severas leyes. Es el viejo error de los legisladores, a pesar de que la experiencia haya siempre, invariablemente, demostrado que nunca la ley, por bárbara que sea, ha servido para suprimir un vicio, o para desanimar el delito.
Cuanto más severas sean las penas impuestas a los consumidores y a los negociantes de cocaÃna, más aumentará en los consumidores la atracción por el fruto prohibido y la fascinación por el peligro afrontado, y en los especuladores, la avidez de ganancia, que es ya ingente y crecerá con el crecer de la ley.
Es inútil esperar de la ley.
Nosotros proponemos otro remedio.
Declarar libre el uso y comercio de la cocaÃna, y abrir las expendidurÃas en las que la cocaÃna sea vendida a precio de costo, o incluso, bajo costo. Y después hacer una gran propaganda para explicar al público y poner al alcance de la mano los daños de la cocaÃna; nadie harÃa propaganda contrarÃa porque nadie podrÃa ganar con el mal de los cocainómanos.
Ciertamente con esto no desaparecerÃa completamente el uso dañino de la cocaÃna, porque persistirÃan las causas sociales que causan los desgraciados y los empujan al uso de estupefacientes.
Pero de cualquier modo el mal disminuirÃa, porque nadie podrÃa ganar con la venta de la droga, y nadie podrÃa especular con la caza de los especuladores.
Y por eso nuestra propuesta no será tomada en consideración, o será tratada de quimérica y loca.
Sin embargo la gente inteligente y desinteresada podrÃa decir: "Después de que las leyes penales se han mostrado impotentes, ¿no estarÃa bien, al menos a tÃtulo de experimento, probar el método anarquista?". (Umanità Nova, 10 de agosto de 1922)
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"No vamos a repetir los clásicos argumentos contra la pena de muerte. Éstos nos parecen mentiras, al menos cuando los sostienen los partidarios de las cárceles y de otros deshumanos substitutivos de la pena de muerte. Tampoco hablaremos de la «santidad de la vida humana», que todos afirman y todos violan a la vez, ya sea infingiendo directamente la muerte, ya sea tratando a los demás de tal forma que atormentan y abrevian su vida.
Hay hombres —pocos, por suerte, pero los hay sin duda— que han nacido, o se han convertido en monstruos morales, sanguinarios y sádicos, cuya muerte no podrÃamos lamentar. Cuando estos desgraciados son un peligro continuo para todos y no hay otro remedio para defenderse que matarlos, se puede llegar a admitir la pena de muerte.
Pero lo malo es que, para aplicar la pena de muerte tiene que haber un verdugo. Ahora bien, el verdugo es, o se convierte en un monstruo, y, monstruo por monstruo, mejor serÃa dejar vivir los que ya existen que crear otros nuevos.
Esto vale, por supuesto, para los auténticos delincuentes, seres antisociales que no suscitan simpatÃa ni conmiseración alguna.
En el caso de la pena de muerte como medio de lucha polÃtica, entonces..., la historia nos dice cuáles pueden ser las consecuencias". (Il Risveglio, 11 de febrero de 1933)
- Del libro de Vernon Richards: "Malatesta, vida e ideas"
La Ley y la Autoridad -Piotr Kropotkin-[edit]
[...]. Queda la tercera categorÃa, la más importante, pues en ella se amparan la mayor parte de los prejuicios: las leyes concernientes a la protección de las personas, el castigo y la prevención de los «crÃmenes». En efecto, esta categorÃa es la más importante, pues si la ley goza de alguna consideración, es porque se cree absolutamente indispensable este género de leyes para garantizar la seguridad en las sociedades.
Tales leyes han salido del núcleo de costumbres útiles a las sociedades humanas, que fueron explotadas por los dominadores para santificar su dominación. La autoridad de los jefes de las tribus, de las familias ricas de la comuna y del rey, se apoya en las funciones judiciales que ellos ejercen, y hasta el presente aún cada vez que se habla de necesidad de gobierno, es considerándolo en su función de juez supremo. «Sin gobierno, los hombres se asesinarÃan unos a otros», dice el charlatán de aldea. «El objeto final de todo gobierno, es el dar doce honrados jurados a cada acusado», ha dicho Burke.
Y bien, a pesar de los prejuicios existentes, es ya tiempo que los anarquistas digamos muy alto que esta categorÃa de leyes es tan inútil y dañosa como las precedentes.
En cuanto a los llamados «crÃmenes», a los atentados contra las personas, es sabido que las dos terceras partes son inspirados por el deseo de apoderarse de las riquezas pertenecientes a laguno. Esta categorÃa inmensa de los llamados «crÃmenes y delitos», desaparecerá el dÃa que la propiedad privada haya dejado de existir. «Pero —se nos dirá—, siempre habrá brutos que atentarán contra la vida de los ciudadanos, que no vacilarán en dar una cuchillada a cada querella, que vengarán la menor ofensa con el asesinato, si no hay leyes para restringirlos y penas para detenerlos». he aquà lo que nos repiten desde el momento en que ponemos en duda el derecho de la sociedad.
Con respecto a esto, hay en la actualidad un hecho bien comprobado: la severidad de las penas no disminuye el núemro de «crÃmenes». En efecto, colgad, descuartizad, si queréis, a los asesinos, y el núemro de asesinatos no disminuirá en uno solo. En cambio, abolid la pena de muerte y no habrá un asesinato de más; por el contrario, habrá uno menos. Está probado por la estadÃstica.
Por otra parte, que la recolección sea buena, que el pan esté barato, que el tiempo se mantenga bueno, y el número de asesinatos disminuirá al punto... No pretendemos decir que todos los asesinatos sean inspirados por el hambre; pero cuando la recolección es buena y los artÃculos a precios asequibles, cuando el sol brilla, los hombres, más alegres, menos miserables que de costumbre, no se dejan dominar por pasiones sombrÃas y no van a hundir el cuchillo en el pecho de uno de us semejantes por fútiles motivos.
Además, es también sabido que el miedo al castigo no ha detenido jamás a un solo asesino. El que va a matar a su vecino por venganza o por miseria, no razona mucho sobre las consecuencias; y no hay un asesino que no tenga la firme convicción de escapar a las persecuciones...
Sin hablar de una sociedad donde el hombre recibirá una mejor educación, donde el desenvolvimiento de todas sus facultades y la posibilidad de divertirse le procurarán multitud de goces, sin que los turbe el remordimiento; sin hablar de la sociedad futura, concretándonos a nuestra misma sociedad, aún con los tristes productos de la miseria que vemos hoy en dÃa en las tabernas de las grandes ciudades, el dÃa en que ninguna pena fuese inflingida a los asesinos, el número de asesinatos no aumentarÃa en un solo caso; y es muy probable que disminuyeran, por el conytrario, esos casos son debidos hoy dÃa a los que reinciden, por el embrutecimiento adquirido en las prisiones.
Nos hablan todos los dÃas de los beneficios de la ley y de los efectos excelentes de las penas; mas, ¿se ha ensayado jamás hacer el balance entre esos beneficios que se atribuyen a la ley y a las penas, y el efecto degradante de esas mismas penas sobre la Humanidad? ¡Que se haga solamente la edición de las malas pasiones despertadas en la humanidad por las penas atroces infingidas antiguamente! ¿Quién, pues, ha conservado y desenvuelto los instintos de crueldad en el hombre (instintos desconocidos aún entre los monos, el hombre llegó a ser el animal más cruel de la tierra), sino el rey, el juez y el cura, que, armados con la ley, han hecho arrancar la carne en jirones, verter pez hirviente en las llagas, dislocar los miembros, moler los huesos y dividir a los hombres en pedazos, todo ello para mantener su autoridad?
Calcúlese solamente todo el torrente de depravación vertido en las sociedades humanas por la delación, favorecida por los jueces y pagada con escudos sonantes del gobierno, so pretexto de ayudar al descubrimiento de los crÃmenes. VisÃtense las prisiones y estúdiese a lo que llega el hombre, privado de libertad, encerrado con otros seres, ya depravados y penetrados de toda corrupción y de todos los vicios que se generan en nuestras prisiones; y téngase en cuenta que cuanto más se las reforma, más detestables son, como lo vemos en nuestras penitenciarÃas modernas y modelos, que son cien veces más abominables que las fortalezas de la edad Media. Considérese, en fin, la corrupción, la depravación del espÃritu que se mantiene en la humanidad por esta idea de obediencia (esencia de la ley), de castigo, de autoridad que tiene el derecho de castigar, de juzgar..., por la idea del verdugo, del carcelero, del denunciador, en fin, de todos esos atributos de la ley y la autoridad. Considérese cuanto dejamos dicho, y se estará ciertamente de acuerdo con nosotros, y con nosotros se dirá que la ley inflingidora de penas es una abominación que debe cesar de existir...
Nosotros esperamos que en la próxima revolución estallará este grito: «quememos las guillotinas, demolamos las prisiones, echemos de entre nosotros al juez, al policÃa, al delator —raza inmunda que no ha de volver jamás sobre la tierra—; tratemos como hermanos a los que, llevados de sus pasiones, han hecho daño a sus semjantes; sobre todo evitemos, por medios persuasivos, a los grandes criminales, esos productos innobles de la ociosidad burguesa, la posibilidad de desarrollar sus vicios, y estemos seguros de que habrá muy pocos crÃmenes que señalar en la sociedad. Lo que mantiene el crimen (además de la ociosidad), es la ley y la autoridad: la ley sobre el gobierno, la ley sobre las penas y delitos, y la autoridad que se encarga de hacer esas leyes y aplicarlas». ¡No más leyes!, ¡No más jueces! La Libertad, la Igualdad y la práctica de la Solidaridad, son la sola y segura eficacia que podremos oponer a los instintos antisociales de algunos hombres.