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B.2 - ¿Por qué están los anarquistas contra el estado?

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¿Por qué están los anarquistas contra el estado?[edit]

Como se señaló anteriormente (en la sección B.1), los anarquistas se oponen a toda forma de autoridad jerárquica. Históricamente, sin embargo, han ocupado la mayor parte de su tiempo y energías en oponerse a dos principales formas en particular. Una es el capitalismo, la otra, el estado. Estas dos formas de autoridad se relacionan simbióticamente y no pueden separarse fácilmente:

Estado [...] y Capitalismo son hechos y concepciones que no podemos separar. Estas instituciones se han desarrollado en el curso de la historia apoyándose y fotaleciéndose una a la otra. Están relacionadas entre sí –no como una coincidencia accidental. Se asocian en una relación de causa y efecto.



Luego, en esta sección, además de explicar por qué los anarquistas se oponen al estado, necesariamente analizaremos su relación con el capitalismo.

¿Y qué es el estado? Como dice Malatesta, los anarquistas “han empleado el término Estado, y aún lo hacen, para significar la totalidad de las instituciones políticas, legislativas, judiciales, militares y financieras por medio de las cuales el manejo de los asuntos privados, el control de la conducta personal y la responsabilidad por la seguridad personal son extirpados de las personas y confiadas a otros quienes, por usurpación o delegación, son investidos con el poder de hacer leyes para todo y para todos, y obligar a la gente a acatarlas por medio de la fuerza colectiva, si es necesario." [Anarchy, p. 17]

Y sigue:

Para nosotros, el gobierno [o el estado] se compone de todos los gobernantes; y los gobernantes [...] son aquéllos con el poder de hacer leyes que regulan las relaciones interpersonales, y de ver que no se salgan de la regla [... y] que tienen el poder, en mayor o menor medida, de hacer uso del poder social, esto es, la fuerza física, intelectual y económica de toda la comunidad, con el propósito de obligar a todos a cumplir sus designios. Y es este poder, en opinión nuestra, el principio del gobierno, de la autoridad.



Kropotkin sostenía un análisis similar, argumentando que el estado “incluye la existencia no sólo de un poder situado por sobre la sociedad, sino también de una concentración territorial así como la concentración en manos de unos pocos de muchas funciones en la vida de las sociedades [...] Debe desarrollarse todo un mecanismo de legislación y vigilancia para someter a ciertas clases a la dominación ajena.” [The State: Its Historic Role, p. 10] Para Bakunin, cualquier estado “no es en esencia más que una máquina que gobierna a las masas desde arriba, a través [...] de una minoría privilegiada, supuestamente en conocimiento de los genuinos intereses del pueblo, más que el pueblo mismo” [The Polotical Philosophy of Bakunin, p. 211] Al respecto, Murray Bookchin escribe:

Mínimamente, el Estado es un sistema profesional de coerción social –no un mero sistema de administración social como todavía lo concibe el público y muchos teóricos políticos. La palabra profesional' debe enfatizarse tanto como la palabra 'coerción' [...] Sólo cuando la coerción se institucionaliza hasta convertirla en una forma profesional, sistemática y organizada de control social –esto es, cuando las personas son arrebatadas de su vida cotidiana en una comunidad, esperándose no sólo que la 'administren' sino que hagan lo mismo al respaldar un monopolio de la violencia– que podemos hablar con propiedad de un Estado.



Como indica Bookchin, los anarquistas rechazan la idea de que el estado es lo mismo que la sociedad o que esa agrupación cualquiera de seres humanos viviendo y organizándose juntos es un estado. Esta confusión, como observa Kropotkin, explica por qué “los anarquistas generalmente son vituperados por querer 'destruir la sociedad' y por abogar un retorno de 'la permanente guerra de todos contra todos'.” Tal posición “pasa por alto el hecho de que el Hombre ha vivido en Sociedades por siglos antes de que se oyera una palabra acerca del Estado” y que, en consecuencia, en Estado “es sólo una de las formas adoptadas por la sociedad en el curso de la historia.” [Op. cit., p. 10]

Por lo tanto, el estado no es sólo una federación de individuos o pueblos y luego, como recalcaba Malatesta, no puede ser usado para describir “un colectivo humano congregado en un territorio determinado y formando lo que se da en llamar una unidad social que prescinde de la forma a la manera en que dicha colectividad está agrupada o el estado de relaciones entre sí.” No puede ser “utilizada simplemente como sinónimo de sociedad.” [Op. cit., p. 17] El estado es una forma particular de organización social basada en ciertos atributos claves, de manera que, aducimos, “la palabra 'Estado' [...] debiese estar reservada para aquellas sociedades centralizadas y con sistemas jerárquicos.” [Piotr Kropotkin, Ethics, p. 317s] Como tal, el estado, “es una institución histórica, transitoria, una forma temporal de sociedad.” [Bakunin, Michael Bakunin: Selected Writings, p. 151]

En síntesis, el estado es una manera específica en que los asuntos humanos se organizan en una región dada, marcada por ciertas instituciones que, a su vez, poseen ciertas características. Esto no implica, empero, que el estado sea un ente monolítico que ha permanecido igual desde su aparición hasta nuestros días. Los estados varían en muchas formas, especialmente en grado de autoritarismo, tamaño y poder de la burocracia y cómo están organizados. Así, tenemos monarquías, oligarquías, teocracias, dictaduras de partido y estados (más o menos) democráticos. Tenemos estados antiguos, con mínima burocracia, y modernos, con enormes burocracias.

Además, los anarquistas arguyen que “el régimen político [...] es siempre una expresión del régimen económico existente en el núcleo de la sociedad.” Esto quiere decir que independientemente de cómo varía el estado, “sigue estando modelado por el sistema económico, del cuál es siempre la expresión y, al mismo tiempo, la consagración y la fuerza sostenedora.” Inútil es decirlo, no siempre existe una correspondencia exacta y, a veces, “el régimen político de un país se retrasa respecto de los cambios económicos que tienen lugar, y en ese caso será abruptamente apartada y transformada de manera que concuerde con el régimen económico que se ha establecido.” [Kropotkin, Words of a Rebel, p. 118]

Otras veces, el estado puede cambiar su forma para proteger el sistema económico del cual es expresión. Así, podemos observar cómo las democracias devienen dictaduras en el rostro de revueltas y movimientos populares. Los ejemplos más evidentes de Pinochet en Chile, Franco en España, Mussolini en Italia y Hitler en Alemania confirman contundentemente el comentario de Bakunin de que, en tanto “[n]ingún gobierno sirva a los intereses económicos de la burguesía mejor que una república,” dicha clase “preferiría [...] una dictadura militar” si se trata de aplacar “las revueltas del proletariado.” [Bakunin on Anarchism, p. 417]

No obstante, por más que el estado pueda cambiar de forma, aún tendrá ciertas características que identifiquen a una institución social como un estado. De manera que podemos asertar que, para los anarquistas, es estado está marcado por tres cosas:

  1. un “monopolio de la violencia” dentro de una región determinada;
  2. esta violencia es de carácter “profesional” e institucional; y
  3. una naturaleza jerárquica, poder centralizado e iniciativa en manos de unos pocos.

De estos tres aspectos, el último (su naturaleza centralizada y jeráquica) es el más importante simplemente porque la concentración del poder en manos de una minoría garantiza una división de la sociedad entre gobernantes y gobernados (lo cual requiere la creación de un cuerpo profesional que haga cumplir tal división). De aquí que Bakunin aduzca que “[c]on el Estado debe ir también [...] toda organización de la vida social de arriba abajo, por medio de la legislacipon y el gobierno.” [The Political Philosophy of Bakunin, p. 242] En otras palabras, “el pueblo no se estaba gobernando a sí mismo.” [Kropotkin, op. cit., p. 120]

Este aspecto comporta al resto. En un estado, todas las personas que habitan en cierta región están sujetas al estado, sometiéndose a los individuos que conforman la institución autoritaria que rige dicho territorio. Para ejecutar la voluntad de esta minoría, debe haber un monopolio de la fuerza al interior del territorio.

Como los miembros del estado monopolizan en conjunto el poder político de decisión, constituyen un cuerpo privilegiado separado por su posición y estatus del resto de la población como un todo, lo cual significa que no pueden confiar en que harán cumplir su voluntad. Esto requiere de un cuerpo profesional de algún tipo que ponga ejecute sus decisiones, una fuerza policial o ejército aparte antes que armar a la gente.

A continuación, la división de la sociedad entre gobernantes y gobernados es la clave de la constitución de un estado. Sin esta división, no necesitaríamos un monopolio de la violencia y así tendríamos simplemente una asociación de iguales, exenta de poder y jerarquías (tal como existe en muchas tribus “primitivas” sin estado y existiría en una futura sociedad anarquista). Y, cabe recalcar, tal división existe incluso en estados democráticos ya que “junto al estado siempre hay una diferencia jerárquica y de estatus entre gobernantes y gobernados. Aunque se trate de una democracia, donde suponemos que quienes gobiernan hoy no lo harán mañana, persisten diferencias de estatus. En un sistema democrático, sólo una ínfima minoría tiene la oportunidad de gobernar, y ella proviene invariablemente de la elite.” [ Harold Barclay, The State, pp. 23-4]

Así, la “esencia del gobierno” es que “es una cosa aparte, que desarrolla sus propios intereses”, siendo “una institución que existe para sí misma, que depreda a la gente y le enseña cualquier cosa que tienda a mantenerlos seguros en su puesto.” [ Voltairine de Cleyre, The Voltairine de Cleyre Reader, p. 27 y p. 26] Y de esta suerte, “el despotismo reside no tanto en la forma del Estado o el poder como en el principio mismo del Estado y el poder político.” [Bakunin, op. cit., p. 211]

Como el estado es la delegación del poder en manos de la minoría, obviamente está basado en la jerarquía. Esta delegación del poder resulta en que las personas elegidas se aíslan de la masa de gente que las eligieron y escapan a su control (ver la sección B.2.4). Además, como los escogidos reciben poder sobre un número de diversos asuntos y se les indica que decidan sobre ellos, pronto se genera una burocracia en torno para ayudarles en la toma de las decisiones y ejecutarlas una vez resueltas. Sin embargo, esta burocracia, debido a su control de la información y a su permanencia, pronto obtiene más poder que los funcionario elegidos. Entonces, “una maquinaria estatal de alta complejidad [...] conduce a la formación de una clase especialmente asociada a la administración estatal, la cual, echando mano a su experiencia, comienza a engañar al resto en beneficio personal.” [Kropotkin, Selected Writings of Anarchism and Revolution, p. 61] Esto significa que quienes sirven a los (así llamados) servidores del pueblo tienen más poder que a quienes ellos sirven, tal como el político tiene más poder que sus electores. Toda forma de organización de tipo estatal (i.e. jerárquica) engendra inevitablemente una burocracia en torno. Esta burocracia pronto pasa a ser el punto focal de facto de poder en la estructura, independiente de la norma oficial.

Esta marginación y deshabilitación de la gente común (y el consiguiente empoderamiento de la burocracia) es la razón clave de la oposición del anarquismo al estado. Tal arreglo asegura la deshabilitación del individuo, su sujeción a la normativa burocrática y autoritaria que reduce a la persona a un objeto o un número, y no a una persona única con sueños, esperanzas, razones y sentimientos. Como Proudhon aseveraba vigorosamente:

Ser gobernado es estar bajo la vista, la inspección, el espionaje, la dirección, la regulación, la numeración, el enlistamiento, el adoctrinamiento, la predicación, el control, la medición, la valoración, la censura y el mando de criaturas que no tienen ni el derecho, ni la sabiduría ni la virtud para hacerlo [...] Ser gobernado es ser en cada operación, en cada transacción, anotado, registrado, inscrito, tasado, timbrado, medido, numerado, avaluado, patentado, autorizado, amonestado, proscrito, reformado, corregido y castigado. Es ser, bajo el pretexto de la utilidad pública y en nombre del interés general, supeditado a la contribución, entrenado, redimido, explotado, monopolizado, extorsionado, exprimido, mistificado, expoliado; luego, a la más mínima resistencia, la primera queja, ser reprimido, multado, despreciado, acosado, rastreado, abusado, golpeado, desarmado, estrangulado, apresado, juzgado, condenado, ejecutado, deportado, sacrificado, vendido y traicionado; y como guinda de la torta, burlado, ridiculizado, ultrajado, deshonrado. Eso es el gobierno; eso es la justicia; ésa es su moralidad.



Es tal la naturaleza del estado que cualquier acción, sin importar cuán malvada, se torna buena si promueve los intereses del estado y la minoría que protege. Como dijo Bakunin:

El Estado [...] es la más flagrante, cínica y completa negación de la humanidad. Despedaza la solidaridad universal de los todos hombres [y mujeres] sobre el planeta, y los empuja a una asociación con el único propósito de destruir, conquistar y esclavizar al resto [...]



Esta negación flagrante de la humanidad que constituye la genuina esencia del Estado es, desde el punto de vista del Estado, su deber supremo y mayor virtud [...] Así, ofender, oprimir, despojar, usurpar, asesinar o esclavizar al compatriota es por lo común reconocido como un crimen. En la vida pública, en cambio, desde el punto de vista del patriotismo, cuando estas cosas se hacen para mayor gloria del Estado, para la preservación de la extensión de su poder, se transforman en deber y en virtud. Y esta virtud, este deber se hacen obligatorios para todo ciudadano patriota; para todos, si se supone que se ejerzan no sólo contra extranjeros sino contra los propios compatriotas [...] siempre que el bienestar del Estado lo requiera.



Esto explica por qué, desde la aparición del Estado, el mundo de la política siempre ha sido y continúa siendo escenario de bellaquería y bandidaje [...] Esto explica por qué toda la historia de los estados antiguos y modernos no es más que una serie de sórdidos crímenes; por qué reyes y ministros, de ayer y de hoy, de todas épocas y países –estadistas, diplomáticos, burócratas y guerreros– al ser juzgados simplemente desde el punto de vista de la moral y la justicia humana, se han ganado unas cien o mil veces su sentencia a trabajo duro o a la horca. No hay horror, crueldad, sacrilegio, perjurio, impostura, infame transacción, robo cínico, impúdico pillaje o ruin traición que no haya sido o sea hoy perpetrado por los representantes de estado, sin más excusa que aquellas elásticas palabras, tan convenientes como terribles: 'por razones de estado.'



Los gobiernos usualmente mienten a la gente que dicen representar para justificar guerras, reducciones (cuando no destrucción) de libertades civiles y derechos humanos, políticas que van en beneficio de unos pocos sobre la mayoría, y otros crímenes. Y si sus subordinados protestan, el estado se sentirá feliz de emplear la fuerza que estime necesaria para hacer volver a los rebeldes a la fila (acuñando la expresión “ley y orden”). Esta represión incluye el uso de escuadrones mortíferos, la institucionalización de la tortura, castigos colectivos, detención indefinida y otros horrores que rayan en lo extremo.

Apenas sorprende el hecho de que el estado emplee la mayor parte del tiempo en garantizar la (mal)educación de la población –sólo disfrazando (cuando no ocultando) sus verdaderas prácticas puede asegurar la fidelidad de sus subordinados. La historia del estado podría ser vista nada más que como los intentos de sus sujetos de controlarlo y supeditarlo a los estándares que la gente aplica a sí misma.

Este comportamiento no es extraño, dado que los Anarquistas ven al estado, con su amplia envergadura y su control de la fuerza mortal, como la estructura jerárquica “cúlmine”, sufriendo todas las características asociadas a la autoridad descritas en la última sección. “Cualquier teoría laical e íntegra del Estado,” afirmada Bakunin, “está fundada esencialmente en el principio de autoridad, esto es, la idea eminentemente teológica, metafísica y política de que las masas, siempre incapaces de gobernarse a sí mismas, deben en todo caso someterse al benevolente yugo de una sabiduría y una justicia que les es impuesta, de una manera u otra, desde arriba.” [Bakunin on Anarchism, p. 142] Este sistema de autoridad no puede ser sino centralizado, jerárquico y burocrático por naturaleza. Y debido a su carácter centralizado, jerárquico y burocrático, el estado pasa a tener gran peso sobre la sociedad, restringiendo su crecimiento y desarrollo, y tornando imposible el control popular. En las palabras de Bakunin:

Los así llamados intereses generales de la sociedad supuestamente representados en el Estado [... son] en realidad [...] la negación permanente y general de los intereses positivos de las regiones, comunas y asociaciones, y un vasto número de individuos subordinados al Estado [... en el cual] todas las mejores aspiraciones, todas las fuerzas vivientes de una nación, son inmoladas y sepultadas con mojigatería.



Esto no es de ningún modo su fin. Así como por su evidente forma jerárquica, los anarquistas cuestionan al estado por otra razón igualmente importante. Nos referimos a su rol de defensor de la clase económica dominante de la sociedad del resto de ella (i.e. de la clase obrera). Esto significa, bajo el sistema actual, que los capitalistas “necesitan que el estado legalice sus métodos de saqueo, que proteja el sistema capitalista.” [[[Alexander Berkman|Berkman]], What is Anarchism?, p. 16] El estado, como ya discutimos en la sección B.2.1, es el defensor de la propiedad privada (ver la sección B.3 para una discusión de lo que significa este término para los anarquistas y la diferencia con la posesión individual)

Esto significa que en los estados capitalistas los mecanismos de dominación estatal son controlados por y para una élite corporativa (y por lo tanto las grandes corporaciones a menudo se consideran pertenecientes a un más amplio “complejo estatal”). De hecho, como expresamos con mayor profundidad en la sección F.8, el “Estado ha sido, y sigue siendo, el pilar fundamental y el creador, directo e indirecto, del Capitalismo y sus poderes sobre las masas.” [Kropotkin, Evolution and Environment, p. 97] La sección B.2.3 señala cómo se logra esta dominación en una democracia representativa.

No obstante, esto no quiere decir que los anarquistas piensen que el estado es puramente un instrumento de poder de clase económica. Como Malatesta argüía, mientras “exista una clase en especial (el gobierno), provista de los medios de represión necesarios, que legalice y proteja a la clase propietaria de las demandas de los trabajadores [...] usará los póderes a su disposición para crear privilegios para sí misma y para someter también, siempre que pueda, a la clase propietaria.” [Errico Malatesta: His Life and Ideas, p. 183] Así, el estado tiene intereses propios, distintos y a veces contrapuestos a la élite económica dominante. Esto significa que el estado y el capitalismo deben ser abolidos, ya que el primero constituye una clase distinta (opresiva y explotadora) tanto como el segundo. Este aspecto del estado se discute en la sección B.2.6.

En su rol de defensor del capitalismo, el estado se involucra no sólo en la dominación política sino también en la dominación económica. Esta dominación puede adoptar diferentes formas, desde el simple preservación de los derechos de propiedad capitalistas a ser dueño de hecho de lugares de trabajo y la explotación directa. Así, cada estado interviene en la economía de alguna manera. Mientras esto va usualmente en favor de la clase económica dominante, puede también ocurrir que intente mitigar la naturaleza antisocial del mercado capitalista y regular sus peores abusos. Este aspecto del estado lo discutimos en la sección B.2.2.

No es necesario decirlo, las características que distinguen a un estado no se desarrollan por casualidad. Como explicamos en la sección H.3.7, los anarquistas tienen una visión evolucionista del estado. Esto quiere decir que el propósito de su naturaleza jerárquica es la facilitación de la ejecución de su rol, su función. Como señalan las secciones B.2.4 y B.2.5, la centralización propia de un estado es necesaria para asegurar el gobierno de la élite y fue deliberada y activamente creada para ello. Esto significa que los estados, por propia naturaleza, son instituciones verticales que centralizan el poder en unas pocas manos y, por lo tanto, un estado “con sus tradiciones, su jerarquías y su estrecho nacionalismo [...] no puede ser utilizado como un instrumento de emancipación.” [Kropotkin, Evolution and Environment, p. 78] Es por esto que los anarquistas aspiran a crear una nueva forma de organizar la sociedad y la vida, descentralizada y fundada en la toma de decisiones desde las bases, y a la eliminación de la jerarquía.

Finalmente, debemos señalar que los anarquistas, a la vez que resaltan los puntos en común entre los estados, reconocen que ciertas formas del estado son mejores que otras. Las democracias, por ejemplo, tienden a ser menos opresivas que las dictaduras o las monarquías. Como tal, sería falaz concluir que los anarquistas, “al criticar el gobierno democrático mostramos nuestra preferencia a la monarquía. Estamos firmemente convencidos de que la república más imperfecta es mil veces mejor que la más ilustrada monarquía.” [Bakunin, Bakunin on Anarchism, p. 144] No obstante, esto no cambia la naturaleza o el rol del estado. Es más, las libertades que tengamos no dependen de la benevolencia del estado sino más bien mérito de la gente que se le opone y que ejerce su autonomía. Dejado a su voluntad, el estado pronto haría de las libertades y derechos que dice defender letra muerta –que se ve bien en el papel pero que no se practica en la vida real.

De esta manera, en el resto de esta sección discutiremos el tema del estado, su rol, su impacto en la libertad de una sociedad y los beneficiarios de su existencia. Para mayor profundidad al respecto, sugerimos el clásico ensayo de Kropotkin: The State: It's Historic Role. The State, de Harold Barclay es una buena revista a los orígenes del estado, sus transformaciones a través de los milenios y la naturaleza del estado moderno.

¿Cuál es la función principal del estado?[edit]

La principal función del estado es ser garante de las relaciones sociales existentes y sus fuentes dentro de una determinada sociedad mediante el poder xcentralizado y el uso de la violencia. En las palabras de Malatesta, el estado es básicamente “el gendarme de los propietarios privados.” Esto porque existen “dos maneras de oprimir a los hombres [y las mujeres]: directamente por medio de la fuerza bruta, la violencia física; e indirectamente, negándoles los medios de subsistencia y reduciéndolos así a un estado de sumisión.” La clase propietaria, “concentrando gradualmente en sus manos los medios de producción, las fuentes reales de vida, la agricultura, la industria, la feria, etc., acaba por asentar su propio poder, el que, en razón de la superioridad de sus medios [...] siempre termina por someter, más o menos abiertamente, al poder político, al gobierno, y haciéndolo su gendarme propio.” [Op. cit., p. 23, p. 21 y p. 22]

Entonces, el estado es “la expresión política de la estructura económica” de la sociedad y, por lo tanto, “representante de las personas que poseen o controlan la riqueza de la comunidad y de los opresores de la gente que hace el trabajo que genera la riqueza.” [ Nicholas Walter, About Anarchism, p. 37] No es entonces exagerado afirmar que el estado es el aparato extractor de los parásitos de la sociedad.

El estado asegura los privilegios de explotación de su élite gobernante protegiendo ciertos monopolios económicos desde los cuales deriva la riqueza de sus miembros. La naturaleza de estos privilegios económicos varía en el tiempo. Bajo el actual sistema, esto significa la defensa de los derechos de propiedad capitalistas (ver la sección B.3.2). A este servicio se le denomina “protección de la propiedad privada” y se dice que es una de las dos principales funciones del estado, siendo la otra el garantizar que los individuos estén “seguros en sus personas”. No obstante, aunque este último se profese, en realidad la mayoría de las leyes e instituciones estatales están relacionadas con la protección de la propiedad (para la definición anarquista de “propiedad”, ver la sección B.3.1).

A partir de aquí podemos inferir que las referencias a la “seguridad de las personas”, “prevención del crimen”, etc., son en su mayor parte racionalizaciones de la existencia del estado y pantallas de humo para la perpetuación del poder y privilegios elitistas. Esto no quiere decir que el estado no atienda estos asuntos. Por supuesto que lo hace pero, para citar a Kropotkin, a todas las “leyes formadas a partir del núcleo de las costumbres útiles a las comunidades humanas [...] los gobernantes les han sacado provecho para santificar su dominio sobre el pueblo, y permanecen sólo por miedo al castigo.” [Anarchism, p. 215]

En términos simples, si el estado “no presentase más que una colección de prescripciones útiles a los gobernantes, hallaría dificultad en asegurar la aceptación y la obediencia”, de manera que la ley refleja costumbres “esenciales para la existencia misma de la sociedad”, pero éstas son “astutamente entremezcladas con usos impuestos por la casta gobernante y ambas exigen respeto por parte de la gente.” Así, las leyes del estado muestran una “doble faz”. Mientras que su “origen es el deseo de la clase gobernante de dar permanencia a las costumbres impuestas por ellos para su propio beneficio”, también legaliza “costumbres útlies a la sociedad, costumbres que no necesitan de la ley para asegurar su observancia” –a diferencia de “otras costumbres que son útiles sólo a los gobernantes, nocivas para la masa de gente, y mantenida sólo por miedo al castigo.” [Kropotkin, op. cit., pp. 205-6] En un ejemplo obvio, nos encontramos con un estado que utiliza la defensa de las posesiones de un individuo como la exposición razonada para imponer los derechos de propiedad capitalistas a la población y, de esta suerte, defender a la élite y la fuente de su riqueza y su poder contra quienes están sujetos a ellos.

Es más, aunque el estado tiene intereses secundarios al proteger la seguridad de las personas (en particular de la élite), la vasta mayoría de los crímenes contra personas son movidos por la pobreza y alienación debidas a la explotación patrocinada por el estado y también por la desensibilización ante la violencia generada por los métodos violentos propios del estado para proteger la propiedad privada. En otras palabras, el estado racionaliza su existencia encarando los males sociales que él mismo ayuda a crear (directa o indirectamente). De aquí que los anarquistas sostengan que sin el estado ni las condiciones generadoras de crimen a que da lugar, sería posible que las asociaciones comunitarias descentralizadas y voluntarias traten con misericordia (y no castigando) a los pocos individuos incorregiblemente violentos que quedasen (ver la sección I.5.8).

Los anarquistas piensan que es bastante evidente el verdadero rol del estado moderno. Representa los mecanismos coercitivos esenciales con los que el capitalismo y las relaciones de autoridad asociadas a la propiedad privada se mantienen. La protección de la propiedad es el medio fundamental para garantizar la dominación social de los propietarios sobre los no-propietarios, tanto en la sociedad como un todo como en el caso particular de cierto jefe sobre un grupo específico de obreros. La dominación de clase es la autoridad de los dueños de la propiedad sobre los usuarios de esa propiedad, y es la función primaria del estado sostener esa dominación (y las relaciones sociales que la producen). En las palabras de Kropotkin, “los ricos saben perfectamente que maquinaria estatal dejase de protegerlos, su poder sobre las clases trabajadoras desaparecería inmediatamente.” [Evolution and Environment, p. 98] Protección de la propiedad privada y dominación de clase son una misma cosa.

El historiador Charles Beard llega a una similar conclusión:

Visto que el primer objeto de un gobierno, más allá de la mera represión de la violencia física, es hacer las leyes que determinan las relaciones de propiedad de los miembros de la sociedad, las clases dominantes cuyos derechos son así protegidos deben forzosamente obtener del gobierno tales leyes, ya que ellas son consonantes a los intereses superiores necesarios para la permanencia de sus procesos económicos, o bien controlar ellos mismos los órganos gubernamentales.



Este rol del estado –proteger el capitalismo y la propiedad, el poder y la autoridad del propietario privado– lo advirtió también Adam Smith:

[L]a desigualdad de la fortuna [...] introduce entre los hombres un grado de autoridad y subordinación que quizá antes no podía haber existido. Con ello introduce cierto grado de ese gobierno civil indispensablemente necesario para sus propia preservación [... y] para mantener y asegurar dicha autoridad y subordinación. Los ricos, en particular, están necesariamente interesados en defender ese orden de cosas que puede garantizarles por sí solo la posesión de sus ventajas. Los hombres de inferior riqueza se combinan para defender a los de riqueza superior en la posesión de su propiedad, para que los hombres de superior riqueza puedan combinarse para defenderlos a ellos en sus propias posesiones [... L]a mantención de su menor autoridad depende de la mantención de su mayor autoridad, y ésta, de su subordinación a ellos. Constituyen una especie de pequeña nobleza, que se sienten interesados en defender la propiedad y apoyar la autoridad de sus pequeñas soberanías para que ellos puedan defender su propiedad y apoyar su autoridad. El gobierno civil, en tanto está instituido para la seguridad de la propiedad, está en realidad instuituida para la defensa de los ricos contra los pobres, o de quienes poseen alguna propiedad contra los que no tienen absolutamente nada.



Esto se refleja tanto en la teoría como en la historia del estado moderno. Los teóricos del estado liberal como John Locke, no tenían reparos en desarrollar una teoría del estado que colocase en el centro la defensa de la propiedad privada. Esta perspectiva se reflejó en la Revolución de los Estados Unidos. Por ejemplo, están los dichos de John Jay (el primer presidente de la Corte Suprema): “quienes son dueños del país deberían gobernar”. [citado por Noam Chomsky en Understanding power, p. 315] Ésta fue la máxima de los Padres Fundadores de la “democracia” estadounidense y continúa siéndolo hasta el día de hoy.

Entonces, en su expresión más simple, el estado es el medio de dominación de las clases gobernantes. Bakunin dice:

El Estado es autoridad, dominación y fuerza, organizadas por las clases propietarias y dizque ilustradas en contra de las masas [...] la dominación del Estado [... garantiza] la dominación de las clases privilegiadas a las que únicamente representa.



Bajo el sistema actual, esto significa que el estado “constituye el primer bastión del capital” debido a su “centralización, la ley (siempre escrita por una minoría en favor de dicha minoría) y las cortes de justicia (establecidas principalmente para la defensa de la autoridad y el capital).” Así, “la misión de todos los gobiernos [...] es proteger y perpetuar por la fuerza los [...] privilegios de las clases propietarias.” En consecuencia, “[e]n la lucha entre individuo y Estado, el anarquismo [...] adopta la posición del individuo en su oposición al Estado, de la sociedad en contra de la autoridad que la oprime,” los anarquistas saben muy bien que el estado no está por sobre la sociedad, independiente de las clases que la conforman. [Kropotkin, Anarchism, pp. 149-50, p. 214 y pp. 192-3]

Por consiguiente, los anarquistas rechazan la idea de que el rol del estado sea simplemente representar los intereses del pueblo o “la nación”. Dado que “la democracia en una ficción vacía al punto que la producción, la finanza y el comercio –y junto a ellas, los procesos políticos de la sociedad– están bajo el control de 'concentraciones de poder privado'. El 'interés nacional' como lo articulan quienes dominan las [...] sociedades serán sus propios intereses. Bajo estas circunstancias, hablar de 'interés nacional' sólo puede contribuir a la mistificación y la opresión.” [Noam Chomsky, Radical Priorities, p. 52] Como discutimos en la sección D.6, el nacionalismo siempre refleja los intereses de la élite, no de quienes integran la nación, y, luego, los anarquistas rechazan la noción nada más que como un timo (i.e. la utilización del afecto al lugar en que uno vive en pro del poder y los objetivos de la clase gobernante).

Por cierto, parte del rol del estado como defensor de la élite gobernante es hacerlo intencionalmente, defendiendo los intereses “nacionales” (i.e. de la élite) de las élites de otras naciones. Así nos encontramos con que en FMI y el Banco Mundial, las naciones son representadas por ministros que están “íntimamente alineados con electores particulares dentro de sus países. Los ministros de comercio reflejan las perocupaciones de la comunidad comercial” en tanto que los “ministros de hacienda y presidentes de bancos centrales están estrechamente asociados a la comunidad financiera.” No es sorprendente que “las decisiones de cualquier institución reflejan naturalmente las perspectivas e intereses de quienes toman las decisiones”, como ocurre con “las políticas de las instituciones económicas internacionales [que están] demasiado a menudo alineadas con los intereses comerciales y financieros de las que operan en los países altamente industrializados.” [ Joseph Glitz, Globalisation and its Discontents, pp. 19-20]

Hay que enfatizar que esto no cambia en el llamado estado democrático. Aquí, empero, la función primaria del estado es maquillada con la fachada “democrática” del sistema electoral representativo, a través del cual se hace parecer que el pueblo es quien gobierna. De manera que Bakunin afirma que el estado moderno “funde en sí mismo las dos condiciones necesarias para la prosperidad de la economía capitalista: la centralización estatal y el auténtico sometimiento de [...] la gente [...] a la minoría que dice representarla pero que en realidad la gobierna.” [Op. cit., p. 210] La manera en que esto se logra se discute en ¿Cómo controla el estado la clase dirigente?.

¿Tiene el estado funciones subsidiarias?[edit]

Sí, las tiene. Si bien, como se expuso en la última sección, el estado es un instrumento para mantener la dominación de clase, esto no significa que se limite solamente a la defensa de las relaciones sociales en una sociedad y las fuentes económicas y políticas de esas relaciones. Ningún estado ha mantenido nunca sus actividades a esos mínimos. Además de defender a los ricos, sus propiedades y las formas específicas de derechos de propiedad que los favorecen, el estado cuenta con numerosas funciones subsidiarias.

Estas han variado considerablemente en el tiempo y el espacio y, en consecuencia, sería imposible mencionarlas todas. Sin embargo, el porqué lo hace es más sencillo. Podemos generalizar dos formas principales de funciones subsidiarias del Estado. La primera consiste en impulsar los intereses de la élite gobernante a nivel nacional o internacional más allá de la defensa de sus bienes. La segunda es proteger a la sociedad contra los efectos negativos del mercado capitalista. Vamos a tratar cada una a su vez y, por sencillez y relevancia, nos centraremos en el capitalismo (véase también la sección D.1).

La primera función principal subsidiaria del Estado es cuando interviene en la sociedad para ayudar a la clase capitalista de alguna manera. Estas intervenciones pueden tomar formas evidentes, tales como subvenciones, desgravaciones fiscales, contratos con el gobierno sin concurso público, aranceles de protección a las viejas e ineficientes industrias, otorgando monopolios reales a determinadas empresas o particulares, rescates de empresas juzgadas por burócratas estatales como demasiado importantes como para dejar que fracasen, y así sucesivamente. Sin embargo, el Estado interviene mucho más que eso y de formas más sutiles. Por lo general lo hace para resolver los problemas que surgen en el curso del desarrollo capitalista y que no pueden, en general, dejarse en manos del mercado (al menos inicialmente). Estas están diseñados para beneficiar a la clase capitalista en su conjunto y no sólo a individuos específicos, empresas o sectores.

Estas intervenciones han adoptado diferentes formas en diferentes momentos e incluyen la financiación estatal para la industria (por ejemplo, el gasto militar), la creación de infraestructura social demasiado cara de proveer para el capital privado (ferrocarriles, autopistas), la financiación de la investigación que las empresas no pueden permitirse llevar a cabo; los aranceles a la importación para proteger el desarrollo industrial de la competencia internacional más eficiente (la clave de éxito de la industrialización, ya que permite a los capitalistas estafar a los consumidores, haciéndoles ricos e incrementando los fondos disponibles para la inversión), dando acceso preferente a los capitalistas sobre la tierra y otros recursos naturales, el suministro de educación pública que garantice que el pueblo tenga las habilidades y la actitud requerida por los capitalistas y el estado (no es casualidad que una cosa clave aprendida en la escuela es cómo sobrevivir al aburrimiento, estar en una jerarquía y hacer lo que se ordene); operaciones imperialistas para crear colonias o estados clientes (o proteger el capital de los ciudadanos invertido en el extranjero) con el fin de crear mercados o de tener acceso a materias primas y mano de obra barata; con gasto gubernamental para estimular la demanda de los consumidores frente a la recesión y el estancamiento; el mantenimiento de un nivel "natural" de desempleo que se puede utilizar para controlar a la clase obrera, garantizando así que producirá más, por menos; la manipulación de los tipos de interés con el fin de tratar de reducir los efectos del ciclo económico y socavar los avances de los trabajadores en la lucha de clases.

Estas acciones, y otras parecidas, aseguran que una función clave del Estado en el capitalismo "es esencialmente socializar los riesgos y costes, y privatizar el poder y las ganancias." Como era de esperar, "con toda la palabrería acerca de minimizar el Estado, en los países de la OCDE el estado sigue creciendo en relación al PNB (Producto nacional bruto)". [ Noam Chomsky, Estados delincuentes, p. 189] Por lo tanto David Deleon:

"Sobre todo, el Estado sigue siendo una institución para la continuidad de las relaciones socio-económicas dominantes, ya sea a través de organismos como el ejército, los tribunales, la política o la policía... Los estados contemporáneos han adquirido... Menos medios primitivos para reforzar sus sistemas de propiedad [como la violencia de Estado - que es siempre el medio de último (a menudo primero) recurso]. Los Estados pueden regular, moderar o resolver las tensiones en la economía mediante la prevención de las quiebras de las empresas clave, manipulando la economía a través de los tipos de interés, apoyando la ideología tradicional de explotación mediante beneficios fiscales para las iglesias y escuelas, y otras tácticas. En esencia, no es una institución neutral, sino que es de gran utilidad para el statu quo. El Estado capitalista, por ejemplo, es prácticamente un giroscopio centrado en el capital, equilibrando del sistema. Si un sector de la economía gana un nivel de beneficio, digamos, que perjudique el resto del sistema - como los productores de petróleo causando rencor público y aumentando los costes de producción - el Estado puede redistribuir algunos de los beneficios a través de impuestos, o ofreciendo estímulos a la competencia."



En otras palabras, el Estado actúa para proteger los intereses a largo plazo de la clase capitalista en su conjunto (y asegurar su propia supervivencia) mediante la protección del sistema. Este papel puede y entra en conflicto con los intereses de algunos capitalistas en particular o incluso secciones enteras de la clase dominante (véase la sección B.2.6). Pero este conflicto no cambia el papel del Estado como policía de los propietarios. De hecho, el Estado puede ser considerado como un medio de solución (de una manera pacífica y aparentemente independiente) de las disputas de la clase alta sobre qué hacer para mantener el sistema funcionando.

Este rol subsidiario, es preciso subrayar, no es casual, es parte inherente del capitalismo. De hecho, "las sociedades industriales exitosas siempre han confiado en las desviaciones de la ortodoxia del mercado, al tiempo que condena a sus víctimas [en el país y el extranjero] a la disciplina de mercado". [Noam Chomsky, World Orders, Old and New, p. 113] Si bien tal intervención del Estado creció enormemente tras la Segunda Guerra Mundial, el papel del Estado como promotor activo de la clase capitalista más que su defensor pasivo como se deduce de la ideología capitalista (es decir, como defensor de la propiedad) siempre ha sido una característica de el sistema. Como Kropotkin dijo:

"Todo Estado reduce a los campesinos y obreros industriales a una vida de miseria, por medio de impuestos, ya través de los monopolios que crea a favor de los terratenientes, los señores del algodón, magnates del ferrocarril, los taberneros, y similares... sólo tenemos que mirar alrededor, para ver cómo, en toda Europa y América los Estados constituyan monopolios a favor de los capitalistas del país, y más aún en las tierras conquistadas (que forman parte de sus imperios)."



Hay que reseñar que por "monopolios", Kropotkin se refería a privilegios generales y beneficios en lugar de dar una determinada empresa el control total de un mercado. Esto continúa a día de hoy por medios como, por ejemplo, la privatización de industrias pero a la vez dándoles subsidios estatales, o mediante acuerdos de (mal llamados) "libre comercio" que imponen medidas proteccionistas tales como los derechos de propiedad intelectual en el mercado mundial.

Todo esto significa que el capitalismo rara vez ha confiado en el poder puramente económico para mantener a los capitalistas en su posición de social dominante (ya sea a nivel nacional, frente a la clase obrera, o internacional, frente a la competencia de élites extranjeras). Aunque en varias ocasiones los estados se han aproximado a un régimen capitalista de "mercado libre" en la que el Estado reduce su intervención a la mera protección de los derechos de propiedad capitalista, este no es el estándar normal del sistema - la fuerza directa, p. ej. la acción estatal, casi siempre lo complementa.

Esto es más obvio en la época del nacimiento de la producción capitalista. Entonces la burguesía quería y utilizaba el poder del Estado para "regular" los salarios (es decir, para mantenerlos a niveles tales como para maximizar las ganancias y obligar a la gente ir al trabajo con regularidad), para alargar la jornada laboral y para mantener al trabajador dependiente de los salarios de trabajo como su propio medio de ingresos (por los medios como cercar la tierra, hacer cumplir los derechos de propiedad sobre tierras desocupadas, y así sucesivamente). Como el capitalismo no es y nunca ha sido una evolución "natural" en la sociedad, no es de extrañar que una intervención cada vez mayor del estado sea necesaria para mantenerlo en marcha (y si aunque este no era el caso, si la fuerza fuera esencial para crear el sistema en primer lugar, el hecho de que este pueda sobrevivir sin necesidad de intervención directa no hace que el sistema sea menos estatista). Como tal, la "regulación" y otras formas de intervención del Estado se siguen utilizando con el fin de distorsionar el mercado a favor de los ricos y así la forzar a la clase trabajadora a vender su mano de obra en los términos de los jefes.

Esta forma de intervención del Estado está diseñada para evitar males mayores que pudieran poner en peligro la eficiencia de una economía capitalista o la posición social y económica de los jefes. Está diseñado para no ofrecer beneficios positivos para aquellos que están sujetos a la élite (aunque esto puede ser un efecto secundario). Lo que nos lleva a la otra clase de intervención del Estado, los intentos de la sociedad, a través del estado, para protegerse contra los efectos erosivos del sistema de mercado capitalista.




Sigue............[1]

Capitalism is an inherently anti-social system. By trying to treat labour (people) and land (the environment) as commodities, it has to break down communities and weaken eco-systems. This cannot but harm those subject to it and, as a consequence, this leads to pressure on government to intervene to mitigate the most damaging effects of unrestrained capitalism. Therefore, on one side there is the historical movement of the market, a movement that has not inherent limit and that therefore threatens society's very existence. On the other there is society's natural propensity to defend itself, and therefore to create institutions for its protection. Combine this with a desire for justice on behalf of the oppressed along with opposition to the worse inequalities and abuses of power and wealth and we have the potential for the state to act to combat the worse excesses of the system in order to keep the system as a whole going. After all, the government "cannot want society to break up, for it would mean that it and the dominant class would be deprived of the sources of exploitation." [Malatesta, Op. Cit., p. 25]

Needless to say, the thrust for any system of social protection usually comes from below, from the people most directly affected by the negative effects of capitalism. In the face of mass protests the state may be used to grant concessions to the working class in cases where not doing so would threaten the integrity of the system as a whole. Thus, social struggle is the dynamic for understanding many, if not all, of the subsidiary functions acquired by the state over the years (this applies to pro-capitalist functions as these are usually driven by the need to bolster the profits and power of capitalists at the expense of the working class).

State legislation to set the length of the working day is an obvious example this. In the early period of capitalist development, the economic position of the capitalists was secure and, consequently, the state happily ignored the lengthening working day, thus allowing capitalists to appropriate more surplus value from workers and increase the rate of profit without interference. Whatever protests erupted were handled by troops. Later, however, after workers began to organise on a wider and wider scale, reducing the length of the working day became a key demand around which revolutionary socialist fervour was developing. In order to defuse this threat (and socialist revolution is the worst-case scenario for the capitalist), the state passed legislation to reduce the length of the working day.

Initially, the state was functioning purely as the protector of the capitalist class, using its powers simply to defend the property of the few against the many who used it (i.e. repressing the labour movement to allow the capitalists to do as they liked). In the second period, the state was granting concessions to the working class to eliminate a threat to the integrity of the system as a whole. Needless to say, once workers' struggle calmed down and their bargaining position reduced by the normal workings of market (see section B.4.3), the legislation restricting the working day was happily ignored and became "dead laws."

This suggests that there is a continuing tension and conflict between the efforts to establish, maintain, and spread the "free market" and the efforts to protect people and society from the consequences of its workings. Who wins this conflict depends on the relative strength of those involved (as does the actual reforms agreed to). Ultimately, what the state concedes, it can also take back. Thus the rise and fall of the welfare state -- granted to stop more revolutionary change (see section D.1.3), it did not fundamentally challenge the existence of wage labour and was useful as a means of regulating capitalism but was "reformed" (i.e. made worse, rather than better) when it conflicted with the needs of the capitalist economy and the ruling elite felt strong enough to do so.

Of course, this form of state intervention does not change the nature nor role of the state as an instrument of minority power. Indeed, that nature cannot help but shape how the state tries to implement social protection and so if the state assumes functions it does so as much in the immediate interest of the capitalist class as in the interest of society in general. Even where it takes action under pressure from the general population or to try and mend the harm done by the capitalist market, its class and hierarchical character twists the results in ways useful primarily to the capitalist class or itself. This can be seen from how labour legislation is applied, for example. Thus even the "good" functions of the state are penetrated with and dominated by the state's hierarchical nature. As Malatesta forcefully put it:

"The basic function of government . . . is always that of oppressing and exploiting the masses, of defending the oppressors and the exploiters . . . It is true that to these basic functions . . . other functions have been added in the course of history . . . hardly ever has a government existed . . . which did not combine with its oppressive and plundering activities others which were useful . . . to social life. But this does not detract from the fact that government is by nature oppressive . . . and that it is in origin and by its attitude, inevitably inclined to defend and strengthen the dominant class; indeed it confirms and aggravates the position . . . [I]t is enough to understand how and why it carries out these functions to find the practical evidence that whatever governments do is always motivated by the desire to dominate, and is always geared to defending, extending and perpetuating its privileges and those of the class of which it is both the representative and defender." [Op. Cit., pp. 23-4]

This does not mean that these reforms should be abolished (the alternative is often worse, as neo-liberalism shows), it simply recognises that the state is not a neutral body and cannot be expected to act as if it were. Which, ironically, indicates another aspect of social protection reforms within capitalism: they make for good PR. By appearing to care for the interests of those harmed by capitalism, the state can obscure it real nature:

"A government cannot maintain itself for long without hiding its true nature behind a pretence of general usefulness; it cannot impose respect for the lives of the privileged if it does not appear to demand respect for all human life; it cannot impose acceptance of the privileges of the few if it does not pretend to be the guardian of the rights of all." [Malatesta, Op. Cit., p. 24]

Obviously, being an instrument of the ruling elite, the state can hardly be relied upon to control the system which that elite run. As we discuss in the next section, even in a democracy the state is run and controlled by the wealthy making it unlikely that pro-people legislation will be introduced or enforced without substantial popular pressure. That is why anarchists favour direct action and extra-parliamentary organising (see sections J.2 and J.5 for details). Ultimately, even basic civil liberties and rights are the product of direct action, of "mass movements among the people" to "wrest these rights from the ruling classes, who would never have consented to them voluntarily." [Rocker, Anarcho-Syndicalism, p. 75]

Equally obviously, the ruling elite and its defenders hate any legislation it does not favour -- while, of course, remaining silent on its own use of the state. As Benjamin Tucker pointed out about the "free market" capitalist Herbert Spencer, "amid his multitudinous illustrations . . . of the evils of legislation, he in every instance cites some law passed ostensibly at least to protect labour, alleviating suffering, or promote the people's welfare. . . But never once does he call attention to the far more deadly and deep-seated evils growing out of the innumerable laws creating privilege and sustaining monopoly." [The Individualist Anarchists, p. 45] Such hypocrisy is staggering, but all too common in the ranks of supporters of "free market" capitalism.

Finally, it must be stressed that none of these subsidiary functions implies that capitalism can be changed through a series of piecemeal reforms into a benevolent system that primarily serves working class interests. To the contrary, these functions grow out of, and supplement, the basic role of the state as the protector of capitalist property and the social relations they generate -- i.e. the foundation of the capitalist's ability to exploit. Therefore reforms may modify the functioning of capitalism but they can never threaten its basis.

In summary, while the level and nature of statist intervention on behalf of the employing classes may vary, it is always there. No matter what activity it conducts beyond its primary function of protecting private property, what subsidiary functions it takes on, the state always operates as an instrument of the ruling class. This applies even to those subsidiary functions which have been imposed on the state by the general public -- even the most popular reform will be twisted to benefit the state or capital, if at all possible. This is not to dismiss all attempts at reform as irrelevant, it simply means recognising that we, the oppressed, need to rely on our own strength and organisations to improve our circumstances.

¿Cómo controla el estado la clase dirigente?[edit]

¿Cómo afecta a la libertad la centralización del estado?[edit]

¿Quién se beneficia de la centralización?[edit]

¿Puede el estado ser un poder independiente dentro de la sociedad?[edit]

Categoría:B - ¿Por qué los anarquistas se oponen al sistema actual?