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El movimiento obrero en Latinoamerica

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El movimiento obrero en Latinoamerica es un escrito de Ricardo Melgar Bao.


El movimiento obrero en Latinoamerica[edit]

Breve introducción al tema[edit]

En América latina de todas las influencias ideológicas del movimiento obrero y socialista europeo, las que mantuvieron mayores vínculos con los núcleos metropolitanos fueron los que proporcionaron los proyectos de colonización y las que intentaron erigirse en filiales de la primera internacional. En la mayoría de los casos fueron experiencias de inmigrantes que no dejaron mayor huella en las tradiciones nacionales del movimiento obrero. Su importancia radicó en que tradujo las contradictorias expectativas y el quehacer divergentes de la primera generación de internacionalistas en América Latina.

El utopista inglés Robert Owen, en fracasar en sus gestiones ante el gobierno mexicano para hacer de Texas el escenario de su utopía, decidió recurrir a la compra de 30. 000 acres de tierras en Indiana, territorio norteamericano. Allí fundó Owen la comunidad de New Harmony. Este experimento utopista devino en paradigmático; muy pronto muchos otros fundador también sus comunas den Nueva York, Ohio, Pensylvania y Tennessee. Doce comunas a lo largo de tres años (1824-1826) lucharon estoicamente pero infructuosamente por sacar adelante el sueño owenistas. Durante más de dos décadas, las dos americas no volvieron a reeditar experiencias análogas, hasta que una nueva fiebre de utopismo colonizador sacudió nuevamente el movimiento obrero Europeo y repercutió en México, Brasil, Paraguay, así como en los Estados Unidos.

El florecimiento de los proyectos utopistas se logró hacia el medio siglo anterior del movimiento obrero Europeo. Para ese tiempo ya era evidente la gradual supremacía de la gran empresa industrial sobre la pequeña empresa y sobre la manufactura. La socialización de la producción era un hecho objetivamente reconocido, al igual que el paro forzoso de un sector del proletariado. Sobre estas premisas estructurales se comenzaron a discutir diversas expresiones políticas sobre la propiedad, la distribución y la organización social.

En la segunda mitad del siglo XIX las migraciones de trabajadores europeos hacia Australia. Estados Unidos. Argentina. Brasil y Uruguay se desarrollaron en oleadas progresivas y ascendentes. Las migraciones de este tipo fueron una especie de válvula de escape a las grandes tensiones sociales por el desarrollo capitalista pero también por la crisis económica y política europea. La expulsión inducida o coactiva de fuerza de trabajo excedente no podía dejar de generar contrapuestas de clase como las formuladas por este peculiar tipo de pioneros y utopistas obreros y campesinos a los que nos estamos refiriendo. Facilitó esta migración trasatlántica las leyes de colonización de estas repúblicas del nuevo continente u Oceanía que adolecían de importantes vacíos demográficos.

Las motivaciones de los migrantes eran bastante terrenales, deseban escapar de la miseria económica, el desempleo, la frustración social y la represión política. Acrecentaban los estímulos de cooptación gubernamental de los países latinoamericanos el hecho de que se pudiesen atraer fuerza de trabajo, blanca y calificada.

Para los gobiernos latinoamericanos no se trataba únicamente de poblar los territorios vacíos, sino además, de mejorar la raza. Blanquear América fue unos de los objetivos de las oligarquías criollas, influidas por los prejuicios de casta que legó la dominación colonial, pero remozados y legitimados por ciertas variantes ideológicas de moda: el social-darwinismo y cierta vertiente del positivismo.

Para los utopistas, corriente política que se afirma y justifica durante la gran marcha trasatlántica, operan como motivaciones específicas: la posibilidad de que el nuevo mundo les ofreciera menos obstáculos al cambio de ideas, métodos y costumbres que en la vieja Europa eran objeta de censura, si no de represión. Además, la posibilidad de cristalizar sus proyectos comunitarios podrían jugar el papel de efecto-demostración a distancia y orientar a las buenas gentes de sus países de origen sobre el camino a seguir. Algunos utopistas creían fértil para la formación de comunas en América la existencia de tradiciones indígenas para la formación de corte colectivista. Se había idealizado la experiencia de los jesuitas en Paraguay, así como los callpullis mexicas y ayllus andino.

Por último, los utopistas eran concientes de que en América tendrían que jugar el rol de pioneros en la lucha por el dominio de la naturaleza, pero que la estrategia de esta lucha podría ser pautada exitosamente por sus propios proyectos comunitarios. La propiedad en común de los bienes de producción, el reparto igualitario de la riqueza producida, la libre educación y el amor libre parecían más viables en los apartados lugares para la colonización de las tierras americanas que bajo el rígido y represivo orden económico y social europeo. Esta viabilidad de la utopía en el corto plazo les parecía más fascinante y menos intimidatoria que el incierto camino de la revolución social.

En 1840, el doctor Jean Benoit fundo en parís L’Union Industrielle con la finalidad de crear un falansterio en Brasil. Un año más tarde fundó la Colonia Fourierista de Palmetar en el estado de Santa Catarina. A este proyecto se adscribieron 500 colonos, en su mayoría obreros y artesanos inmigrantes, aunque se sumaron algunos profesionales (médicos e ingenieros) Esta colonia agrícola fue una de las 23 que constituyeron los inmigrantes europeos y asiáticos en el Brasil de 1835 a 1880.

En 18488, el mismo año de la publicación del manifiesto comunista por Marx y Engels, un grupo de utopistas Etienne Cabet partió de Francia rumbo a los Estados Unidos para fundar Icaria en la lejana e ignota Texas. El curso de la revolución de 1848 en ese país europeo estimuló esta especie de autoexilio utopista. Texas, al igual que California y Nuevo México, acababan de ser objeto de anexión territorial, despojado a México de una extensa franja territorial.

Llegados los utopistas europeos a Norteamérica, decidieron cambiar de lugar de destino. De esta manera se dirigieron y asentaron en el antiguo centro mormón de Naurois, en el estado de Illinois. Icaria, como experiencia comunal logró mantenerse hasta el año de 1895. Hubo algunos altibajos y sustantivas modificaciones con respecto al proyecto original. No obstante, Texas siguió siendo un símbolo ideológico del paraíso utopista del movimiento obrero europeo; coadyuvó a ello la publicación de ensayo de Etinne Cabet, Allons en Icarie y el Victor Considerant, Au Texas.

El año de 1855, el geógrafo anarquista belga Eliseo Reclus viajó a Colombia. Desde allí propugnó a favor de un «proyecto de explotación agrícola» de tipo comunitario en la Sierra Nevada de Santa Martha, estribación andina de la Costa atlántica. Las difíciles condiciones políticas imperantes en dicho país, a menos de un año del cruento derrocamiento de la comuna de Bogotá, frustraron su realización. En esa región elegida por Reclus, los militantes de las sociedades democráticas habían practicado la confiscación de tierras a los latifundistas a favor de los campesinos. Lo valioso del proyecto de Reclus radicó en que su propuesta, a diferencia de las otras iniciativas de los utopistas europeos, consideraba una membresía que integrase a trabajadores de todas las etnias allí existentes (integrantes europeas, asiáticos, así como indígenas) El euro-centrismo racista de los utopistas europeos apareció así impugnado ideológicamente en el interior de su propio movimiento.

Hubo también iniciativas utópicas de parte de los socialistas criollos. Merece recordarse a Ramón Picarte Mújica, quién el año de 1866, en la población chilena de Chillán, aglutino aun grupo de artesanos en torno a un falansterio de signo fourierista. Fracasado en su intento se abocó a la constitución de una cooperativa con fines de consumo y producción, sugerentemente denominada Sociedad Trabajo Para Todos, pero que tampoco tuvo mejor suerte.

La historia del utopismo en América latina es todavía una historia por hacer, que no puede quedar reducida a los casos que hemos citado. Hay tenues referencias de la existencia de colonias utopistas en Brasil, paraguay, Venezuela y Perú que merecen ser rastreadas e investigadas. Muchas otras experiencias anónimas quedaron silenciadas y olvidadas. Pero todas estas comunas o proyectos de comunas en su conjunto traducen el espíritu de una época tumultuosa. La imaginación y la creación comunal fueron importantes instrumentos de afirmación clasista, aunque dieran la apariencia de una desviación reformista para las corrientes más radicales, comprometidas en profundizar revolucionariamente los antagonismos sociales.

No obstante, la imaginación y la creación comunal no marcharon siempre juntas en su itinerario latinoamericano. Prueba de ello es la aparición en México por el año de 1861 de la novela utopista El monedero, del tipógrafo Nicolás Pizarro Suárez.

La utopía en esta novela denominada la Nueva Filadelfia. El sitio elegido para levantarla fue ubicado en el estado de jalisco, en una zona cercana a la serranía del tigre y al pueblo de Atoyac. Su designación o nombre se legitima por su acepción griega: amor de hermanos. Su modelo está inspirado en Fourier y en la historia idealizada de las comunidades de indígenas que regentaron los jesuitas en el Paraguay.

El sistema concéntrico del asentamiento utopista estaba amurallado y tenía cuatro accesos según los puntos cardinales. En el centro se ubicaban un templo cristiano, una escuela, una guardería de infantes, un refectorio y su cocina comunal, los talleres industriales y un lugar de reunión y esparcimiento. Luego venían dos líneas concéntricas de mayor tamaño, en cuyos trazos se distribuían las casas y terrenos comunales. Ciudad y campo aparecían reconciliados en la Nueva Filadelfia.

El quehacer cotidiano combinaba el trabajo rural y el fabril mediante turnos de dos horas y media en la mañana y de hora y media en la tarde. Se interpolan entre las prácticas laborales actividades de estudio, culto, alimentación y descanso. La recreación colectiva se llevaba a cabo después de la cena en la gran rotonda para disfrutar de los «placeres honestos» Todos los niveles de la existencia pública y privada estaban contemplados en la Nueva Filadelfia, dirigida por una junta de ancianos. El cristianismo socialista humanizaba el trabajo y la vida; legitimaba además la existencia y finalmente sacralizaba la utopía.

La otra vertiente de inmigrantes internacionalista portaría consigo el espíritu radical de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT ), principalmente de su versión bakuninista . La organización de sociedades de y cajas de resistencia, la practica huelguista y ciertas formas de organización mutual fueron difundidas y asimiladas por los trabajadores, inmigrantes y nativos de América Latina.

A diferencia de la corriente del utopismo colonizador, los adherentes a la Primera Intencional carecieron de documentos guías. Los pocos escritos ideológico-políticos fueron editados con posterioridad a su experiencia práctica, lograda a través de sus sociedades de resistencia, mutuales y asociaciones político-culturales. No por casualidad a mediados de diciembre de 1870, Francisco Mora, secretario del consejo federal Español de la AIT, da una carta enviada al consejo general de Londres, refiriéndose al inicio de relaciones epistolares con los argentinos Bartolomé Victorly, Suárez y José María Méndez, de la sociedad tipográfica bonaerense, hizo el siguiente comentario «Hemos visto que son internacionales en el fondo, a juzgar por sus escritos, si bien desconocen el mecanismo y desarrollo de ella, es decir, de la internacional»

Entre los internacionalistas probakuninistas o filo-marxistas, el encuentro con la realidad latinoamericana, devino de su propia práctica de resistencia. En los países de la Cuenca del plata, los internacionalistas mantuvieron su cohesión y expectativa con la mirada puesta principalmente en sus países de origen, aunque dejaron evidencias de haber comenzado a atisbar los contornos sociales de los países en que afincaron su residencia. En México, el internacionalismo de la AIT llegó con la prédica de algunos inmigrantes y también a través de la correspondencia, logrando más rápidamente su aclimatamiento. No obstante, los años de guerra anticolonial contra los franceses dejaron una estela chovinista en el movimiento obrero que intentó convertir, para beneplácito de los patrones y los gobernantes, el fantasma de los internacionalistas en un espectro que venía del extranjero. Los límites y mediaciones entre lo nacional y lo popular y el internacionalismo de clase en las luchas de esta generación fueron algo más que una preocupación doctrinaria, fueron más bien hechura histórica y dramática de sus propias luchas.

En la década de los años setenta florecieron a nivel orgánico algunas filiales de la AIT en América Latina. De los núcleos existentes en Argentina, chile, Uruguay, Brasil, Cuba, Puerto Rico, Ecuador, México y la Martinico, no todos lograron irradiar y signar al movimiento obrero y popular que se gestaba en esos países. Sólo en México, Argentina y Uruguay alcanzaron cierta relevancia en materia de propaganda ideológica y lucha reivindicativa.

En el caso mexicano, la conducción de la filial de la AIT recayó en manos de los líderes nativos más que de los inmigrantes españoles. Experiencias similares sucedieron en Chile y Ecuador, aunque sin alcanzar la resonancia de la filial mexicana. En 1872, Eduardo de la Barra constituyó un núcleo chileno adherente a la AIT, y en 1875 Juan Montalvo, en Quito, formó la sociedad Republicana, que también se adhirió a la AIT. Estas adhesiones a una entidad internacional de carácter federativo daba mucho margen a iniciativas de las organizaciones locales. En esta dirección, las autonomías de las filas acrecentaron los particularismos de las tradiciones nacionales de resistencia obrera.

La única filial en América Latina de orientación filo-marxista se construyó en Buenos Aires hacia 1870, con una base respetable de 273 afiliados. Los internacionalistas más numerosos fueron de nacionalidad francesa y española y mantuvieron vínculos epistolares den el consejo general de la AIT en Londres. Se menciona que a partir del 31 de junio de 1871, el propio Federico Engels mantuvo cierto intercambio de correspondencia con el grupo francés radicado en Buenos Aires. Un año más tarde, la filial bonaerense fue reconocida e incorporada formalmente a la internacional.

La sección de Buenos Aires editó una publicación de corta existencia: El trabajador, de la cual salieron siete u ocho números. Entre sus líderes se encontraban E. Flaesch, Napoleón Papini, Raymundo Wilmart, Desiderio Job, José Loumel, Julio Auberne, José Dujowr, Ernesto Deschamps y Julio Dubrois. El año de 1874 lograron establecer un comité de adherentes en la ciudad de Córdoba. Un año más tarde fueron reprimidos y encarcelados los líderes del grupo de Buenos Aires; se les acusa de haber incendiado la iglesia del Salvador.

La orientación filo-marxista de la sección argentina de la AIT se sustentaba en frágiles soportes. La correspondencia orgánica, aunque episódica con el consejo general de Londres y el reconocimiento de la necesidad de bregar por la instauración de un gobierno de trabajadores y la lectura de algunos artículos sobre la coyuntura política europea. Los esfuerzos de Raymond Wilmart, E Flaesch y A Aubert por elevar el nivel doctrinario de la corriente hegemónica en dicha sección, no lograron su cometido.

La lucha entre filo-marxistas y probakuninistas en Argentina tendió en perspectiva a inclinarse a favor de los segundos. Su posición se vio reforzada con la llegada del internacionalista español Serafín Álvarez y por un mayor acercamiento político con el grupo internacionalista de Montevideo de orientación Bakuninista. Hacia el año de 1879, los probakuninistas se conformaron como circulo socialista internacional. Apareció también en el mismo año el periódico la Vanguardia, que dirigió Eduardo Camaño.

En 1872 se constituyo la filial uruguaya de la AIT. Sus adherentes y fundadores se sentían más próximos a Bakunin que a Marx. Ese mismo año, A Juanes dirigente de la sección uruguaya, inicio un viaje de propaganda bakunista a Buenos Aires. Por su lado, F Calceran, en una carta enviada a los bakunistas mexicanos, les comunicaba que su sección venía preparando la edición de un «un periódico que se denominaría el obrero federalista, para combatir a los autoritarios que han sentado reales en Buenos Aires» Un nuevo polo de irradiación bakunista en América Latina quedó así constituido. Lo que es difícil saber hoy en día acerca del abanico de vínculos que en su tiempo logró sostener.

En el año de 1877 el comité federal de Chaux-aux-fods (Suiza) comunica la aceptación y reconocimiento de la filial uruguaya. El núcleo de Montevideo se hizo representar en congreso de la internacional de Voviers, a principios del mes de septiembre de 1877, refrendando así su militancia internacionalista, así como su filiación ácrata. El año de 1878 bajo el nombre de federación regional de la republica oriental Uruguaya de la AIT, publicaron un manifiesto de neto contenido ideológico. En él se condenaba el «más feroz y salvaje individualismo, presa del monopolio y por consiguiente del privilegio y de la injusticia» así como las leyes económicas que explotan al obrero. Esta declaración propugna la resistencia al monopolio del capital, el derecho de ser propietario de los frutos del trabajo realizado por el individuo, la igualdad de medios y condiciones para el desarrollo de todos los individuos del género humano. En este documento no hay referencia específica a la condición de vida y trabajo de la clase obrera uruguaya, tampoco se proponen reivindicaciones laborales o de otro tipo. Se trata de una declaración típicamente doctrinaria.

En la filial mexicana de la AIT, aunque recibió la influencia de los migrantes internacionalistas europeos, el eje de su actividad y membresía descansó sobre los trabajadores mexicanos. A fines del año de 1869, una circular de la AIT, redactada tres años antes del congreso de Ginebra, llego a manos de Santiago Villanueva, discípulo de Plotino Rhodakanaty, despertando su interés por fundar una filial obrara de la AIT en México.

Esta iniciativa de Villanueva, a diferencia de las experiencias argentinas y uruguayas, se encontró con una tradición socialista en proceso de desarrollo y radicalización, que sin embargo emergió de la iniciativa de un inmigrante Europeo, Rhodakanaty, con vocación de echar raíces en el pueblo mexicano, desde su peculiar óptica ideológica.

Plotino Rhodakanaty, veterano de la revolución de 1848 en Francia, influido por la ideas de Proudhon y Fourier, se vinculó en parís hacia 1860 don un socialista mexicano que lo entusiasmó sobre las posibilidades de fundar comunas agrarias en su país, al amparo de un proyecto de colonización que auspiciaba el presidente Comonfort.

En febrero de 1861, Rhodakanaty llegó a México y se abocó a la tarea de divulgar sus ideas, publicando para tal fin su ensayo intitulado Cartilla socialista, en donde hizo una apología del falansterio fourierista. Dos años más tarde formó el grupo de estudios socialistas, al cual se Santiago Villanueva, Francisco Zalacosta y Hermenegildo Villavicencio, entre otros. Poco después se constituyo la organización semi-ácrata LA SOCIAL (1868), en donde por primera vez en la historia gremial mexicana participarían mujeres, que al igual que sus adherentes varones compartían la tesis fourerista sobre la emancipación de la mujer. Las ideas foureristas de Rhodakanaty fueron remplazadas por las de corte Bakunista y proudhoniano, que se ajustaban más a las exigencias del trabajo político con las masas obreras y campesinas mediante las sociedades de resistencia y mutuales.

El 10 de junio de 1865, ante las acciones represivas de los dueños de las fábricas textiles de San Idelfonso y la colmena (reducción salarial, despido de trabajadores, y aumento de la jornada laboral), La SOCIAL declaro la huelga en San idelfonso a través de la sociedad mutualista del Ramo de hilados y tejidos del Valle de México, recientemente construido y liderada por Zalacosta y Villanueva, miembros prominentes del núcleo social.

Reprimida militarmente la huelga y desarticulada la organización de los trabajadores textiles, los de la SOCIAL decidieron apoyar a Rodhakanaty en su nuevo proyecto de crear una escuela socialista para los campesinos en Chalco. De ella emergería como líder agrario el socialista Julio López Chávez al levantarse en armas y reivindicar la confiscación de haciendas para construir comunas agrarias. El movimiento de Julio López Chávez se extendió desde la periferia rural de la capital hasta los estados de México, Morelos y puebla durante los años de 1868 y 1869.

El 16 de septiembre de 1870, Santiago Villanueva fundó el Gran círculo de obreros de México, le animaba la atención de llevar adelante el espíritu de organización y lucha que orientaba la AIT, pero también de profundizar la huella socialista dejada por Rhodakanaty y López Chávez. En 1871 comenzó a editarse el Socialista y pronto se convirtió en órgano oficial del Gran Círculo. En este periodo se publicaron los Estatutos generales de la AIT, que al parecer fueron recibidos por el dirigente de los tipógrafos, Juan de Mata Rivera. En la presentación de este documento, que se imprimió por primera vez en castellano en América Latina, se sostuvo que existía «poca diferencia» con el que normaba la vida orgánica de Gran Círculo de obreros de México.

En el seno de esta organización obrero pro AIT coexistían, sin embargo, tres corrientes competitivas. El republicano liberal representado por Juan Cano y el sastre Epifanio Romero, quien desempeñaba el cargo de vicepresidente del Gran Círculo de obreros de México, esta corriente era directa mediadora de los puntos de vista del gobierno de Benito Juárez, la corriente Bakunista, cuyo porta voz fue el líder textil Francisco Zalacosta, quien mantuvo vínculos epistolares con la federación del Jura. Finalmente. La corriente filo-marxista, cuyo vocero fue Juan de la Mata Rivera, primer secretario del Gran Círculo de obreros de México, el cual mantenía correspondencia con los núcleos marxistas de Londres y Nueva York.

Estas corrientes no se convirtieron en fuerzas centrifugas; supieron mantener sus divergencias en el seno de los que podríamos llamar, sin lugar a dudas, la primera federación obrera de carácter representativo y de orientación clasista en México y América Latina. La más coherente de estas corrientes fue, sin embargo, la que promovió Epifanio Romero. La burguesía mexicana y el propio gobierno coadyuvaron a impulsar y consolidar esta corriente reformista y7 más tarde claudicante.

Las otras corrientes en sentido estricto fueron socialistas, sus ligas con el bakuninismo y el marxismo no lograron cristalizar en perfiles ideológicos diferenciados, además no lograron decantar el magisterio fourierista y prohudoniano de Rhodakanaty, con el que siempre quedaron en deuda. En general, estas corrientes tan sólo marcaron ciertas preferencias obreristas y campesinas en el trabajo de las masas, así como divergentes expectativas y posiciones frente a las relaciones entre el Gran Círculo de obreros de México y el Estado. Estas divergencias han quedado impresas en diversos artículos de El socialista, el obrero internacional, el hijo del trabajo y la internacional.

Tras la muerte de Villanueva, la línea colaboracionista de Epifanio Romero ganó posiciones. Hacia fines de 1874 se estimaba que el Gran Círculo de obreros de México, contaba con ocho mil miembros. Romero, al quedar como cabeza dirigente del Gran Círculo de obreros de México, logro que se reformasen los estatutos con la finalidad de obtener un subsidio mensual del gobierno de Lerdo de Tejada. A este hecho se sumó la actitud renuente y contraria de la acción directa por parte de la dirección del Gran Círculo de obreros de México. Los reformistas terminaron mercenarizándose y convirtiendo a la federación obrera en una palanca de contención; al arbitraje laboral y al clientelismo electoral se convirtieron en la base de su quehacer gremial. No obstante, las corrientes obreristas radicales mantuvieron enconado su posición y crítica. En esta dirección, LA SOCIAL volvió a reconstruirse, había que recuperar la hegemonía en el seno del movimiento obrero.

En 1876 se llevó a cabo el I Congreso Obrero. Los delegados se encontraron más divididos por las candidaturas que se postulaban a la presidencia de la republica que por desacuerdos propios a su organización y orientación de clase. Así tenemos que unos delegados apoyaron la reelección de Lerdo de Tejada, otros la candidatura de Porfirio Díaz o de José María iglesias. Por su lado, los sindicalistas de afiliación socialista o anarquista reivindicaron infructuosamente su oposición a todo clientelismo político burgués.

El Gran Círculo de obreros de México llagaba a su fin. Luego vendrían las escisiones y el surgimiento de nuevos proyectos orgánicos d orientación clasista. Los internacionalistas, a pesa de su derrota frente al reformismo claudicante, mantuvieron en alto sus banderas. En el año de 1884 publicarían por vez primera El manifiesto Comunista, testimonio tardío de una definición inconclusa.

Parte II: La primavera blindada de la anarquia[edit]

Este capitulo de la historia de América Latina coincidió con la primavera de la corrientes libertarias y socialistas en el movimiento obrero y sindical latinoamericano. Pero tal valoración perdería significación fuera del reconocimiento de que el continente inauguró una importante fase de modernización, que afecto los modos de vida y las propias estructuras sociopolíticas y culturales. La afirmación de este proletario mixto marchó de manera simultánea a la configuración del fenómeno oligárquico e imperialista, así como a la diferenciación económica de las fracciones burguesas (capital industrial, bancario y comercial), que no siempre se correspondió con sus linimientos políticos. Una relectura del proceso histórico del movimiento obrero -sea en sus expresiones ideológicas, culturales o político sindical- nos lleva necesariamente a retornar los elementos sincrónicos que condicionan el movimiento real de la sociedad, y por ende del sujeto especifico que nos interesa.

El movimiento obrero y sindical de los años 1880 a 1818 aparece, con respecto al capítulo anterior, marcando sus contrastes frente a las manifestaciones y perfiles precoses y fugaces de los primeros contingentes del proletariado urbano industrial, en un contexto predominante artesanal. A pesar de ellos, el modelo clásico de pensar en la clase obrera o en el proletariado siempre ha distado mucho de corresponderse con la realidad latinoamericana. Las mediaciones sociales atravesaron y asignaron la propia fisonomía y el carácter del movimiento obrero del continente. Subordinado todavía por ciertos mecanismos de coerción extraeconómica, así como por sus diversas tradiciones etnoclasistas, en el movimiento obrero latinoamericano sólo pudo revelar sus particularidades en el entorno histórico y la matriz social que lo engendraron y que, a su vez, motivaron y condicionaron sus patrones de resistencia, acomodo e impugnación.

Hemos escogido como ejes de análisis particular las tres expresiones ideológicas-culturales más representativas del nuevo tejido de contradicciones que en esos tiempos polarizó a las sociedades latinoamericanas. No creemos habernos equivocado al haber seleccionado y analizado: la función rectora de la tradición martiana en la resistencia obrera anticolonial en Cuba; el sello cohesionador y orientador del anarquismo en países de lata tasa de inmigración y segmentación obrera, en la repúblicas oligárquicas de argentina y Brasil; finalmente, el haber ubicado los límites del anarquismo en el contexto mexicano de desborde revolucionario.

En todos los casos la dependencia y el proyecto oligárquico aparecieron cumpliendo una función polarizante frente a la clase subterránea, independientemente de su ubicación geográfica y de sus particularismos socio-culturales. Y, desde el campo popular, las vanguardias del movimiento obrero organizado bregaron de diversos modos por firmar los intereses y expectativas supuestos o reales de las clases a las que pretendían pertenecer y representar. Situadas así las cosas, nos llevan de nuevo a hurgar en el entorno.

El proyecto oligárquico de América latina tuvo como su propio sustento de poder el control que ejerció sobre los recursos nacionales, el sistema agro-minero exportador y las relaciones subordinadas de carácter comercial financiero y político, frente a las empresas monopolistas europeas y norteamericanas, así como frente a los gobiernos de sus gobiernos de sus países donde producían. Estos vínculos entre la oligarquía y el imperialismo han sido caracterizados bajo el título elocuente de Pacto neo-colonial. Oscilando entre la dictadura y la democracia de participación restringida y consenso pasivo. El estado latinoamericano acusó, por lo general, una obstinada voluntad oligárquica en bloquear y reprimir toda iniciativa autonomista y desarrollista que partiese de las clases subalternas.

La fundación del Estado oligárquico se inscribió a favor del mantenimiento y expansión de la disponibilidad de recursos extractivos para la economía agro-minera de exportadora. La fiscalización de la movilidad y de la gestión de la fuerza de trabajo real y potencial formaba parte de la gestión del Estado oligárquico. La política económica y laboral del Estado favoreció así la acumulación interna de capitales y la inversión extranjera. Buena parte de las obras públicas (urbanización y transporte) así como los nuevos servicios de control social, se inscribieron en esta lógica del desarrollo del capitalismo dependiente.

El periodo que cubre de 1880 a 1818 esbozó la fisonomía contemporánea de América Latina. Las exportaciones del continente se triplicaron, aunque en algunos países como Argentina llegaron a duplicarse. Esto favoreció tendencialmente la balanza comercial del continente, dejándole un saldo positivo en la cooptación de divisas. En vísperas de la primera guerra mundial, América Latina ya se había convertido en una de las principales fuentes de materia prima para los países industrializados. Vista su participación en las exportaciones mundiales de cereales, alcanzaba el 17,8 por 10; en la de productos pecuarios el 11,5 por 100, en las de azúcar el 37,6 por 100, en las frutas y legumbres el 14,2 por 100 en las de fibras vegetales el 6,3 por cien, y pieles y cueros el 25,1 por cien.

La inserción en el mercado mundial tendió a acentuar los contrastes que género el desarrollo dependiente de las economías latinoamericanas. La especialización productiva había llevado a diferenciar tres áreas geo-económica: las regiones exportadoras de productos agrícolas de clima templado (trigo, maíz, lana, carne ovina y bovina), que correspondía con los territorios de Argentina, Uruguay el sur de Brasil; las regiones de clima tropical exportadores de Cacao y azúcar y que nos remitan a los territorios de Panamá, Venezuela y países de América Central, así como al caribe; finalmente, las regiones mineras exportadoras de plata, cobre, nitrato, estaño que involucran los territorios de México, Chile, Bolivia y Perú.

La modernidad del sector agrario fue relativa. El proceso de acumulación originaria del capital por vía de la oligarquía se cumplió a medías. La expansión de la superficie agropecuario destinada a la exportación iniciada en el periodo anterior alcanzó su cenit en el que este capitulo nos ocupa. En la Argentina, el sector agropecuario pasó de 9,7 millones de hectáreas en 1875, a 51,4 millones en 1908. En México 49 millones de hectáreas pasaron manos de latifundistas entre 1881 y 1906. En Brasil, 65.00 terratenientes, principalmente agricultores y cañeros, se repartieron 84 millones de hectáreas, y en chile, 600 terratenientes poseían el 52 por 100 de la tierra cultivable.

No sin razón, el notable crecimiento económico durante este periodo ha sido señalado como el síntoma más nítido de la vía oligárquica del capitalismo dependiente de América Latina. La subordinación de esta última a las exigencias comerciales y financieras británicas se sustentó en una malla vulnerable incapaz en el largo plazo de contener las diversas contradicciones que venía incubando en el curso de su desarrollo. El incremento constante de exportaciones mercantiles e inversiones de capitales foráneos, el dominio del comercio exterior y del círculo de circulación mercantil por los intereses británicos, así como la ampliación y subordinación de la producción bajo dominio oligárquico al principal eje metropolitano, signaron los tres rasgos distintivos de la economía latinoamericana de esos años.

Las estructuras políticas que acompañaron a este proceso se apoyaron en intrincados sistemas de coerción y clientelaje político internacional. No obstante, éstos fueron incapaces de frenar la emergencia y engrosamiento de las capas medias urbanas y de novísimos, pero cada vez más combativos, núcleos proletarios. Esta recomposición popular en su conjunto al presionar sobre las viejas estructuras políticas hizo emerger como contradicción principal el dilema de clases y nación. Desde entonces el proceso a la oligarquía comenzó a desarrollarse en los diferentes ámbitos de la vida social.

La expansión de las fronteras agrícolas a favor de la agricultura de exportación fue acompañada de violentas campañas etnocidas y genocidas. Las poblaciones étnicas resistieron la mayoría de las veces a través del radicalismo milenarista o el desarrollo de formas distintas de guerras y movilizaciones campesinas.

La campaña del desierto o de la conquista de la pampa húmeda en la Argentina, la pacificación del arauco en Chile, la colonización de la región cauchera en la amazonía brasileña-peruana, las guerras de castas en el norte y el sur de México contra los yaquis y los mayas, etcétera, potenciaron y desencadenaron los últimos furores indígenas y campesinos de América Latina en este periodo.

Pero volviendo al desarrollo de esta forma precaria de acumulación originaría del continente, diremos que esta tuvo que ver con el creciente caudal de inversiones anglo-norteamericanas. La tradición expoliadora y genocida de las poblaciones étnicas coloniales por los capitales anglo-americanos se consolido y legitimó en este periodo, con las últimas inmolaciones heroicas de Siouxs y Apaches en los Estado Unidos entre 1880 y 1890, así como con el aplastamiento militar que hicieron las fuerzas británicas de ocupación de todo conato de resistencia anticolonial en Irlanda, Papúa y Nueva Guinea.

En América Latina, el embate contra las fuerzas civilizadoras fue en cierto sentido una defensa de las estructuras comunales agrarias frente al desarrollo del camino latifundista e imperialista. En unos casos, la resistencia etnocampesina tuvo en matiz antiliberal y antioligárquico, que energía de su propia cosmovisión étnica, como aconteció con los indígenas de Matagalpa y Jinotega en Nicaragua, que se levantaron al grito elocuente de « Â¡Muera la Gobierna! » en 1881.

En otros casos, esta ofensiva oligárquica favoreció la convergencia y relativo ensamblamiento de las ideologías ácratas y socialistas urbanas con la resistencia campesina e indígena. Las banderas a favor de la reacumulación de las tierras, le confirieron raíces propias a estas tradicionales ideológicas obreristas, sin hacerlas perder su identidad doctrinaria.

Estas variantes comunal-indígenas de las corrientes anarcosindicalistas señalaron uno de los rasgos de internalización y asimilación por la mentalidad de las vanguardias obreras en las regiones andina y mesoamericana. En esta dirección, el anarquismo y el socialismo devinieron en proyectos ideológicos de cohesión popular-nacional. En los casos de Brasil y el Caribe, el énfasis puesto por estas corrientes en la igualdad de la raza humana, donde la tradición esclavista pervivía en la forma de racismo y discriminación, les tocó cumplir igualmente un rol cohesionador súper-clasista, popular.

El florecimiento de las tesis comunal-indigenistas en 1906 permitió el encuentro del Partido Liberal Mexicano (anarquista) y los grupos étnicos: Yaqui, Popoluca, Zapoteca y Nahua del Istmo en las primeras acciones armadas que asignaron los origines de la Revolución Mexicana. Algo similar sucedió en el Perú con las rebeliones de Atusparia en 1885 y de Rumi Maqui en 1915. En Brasil, Antonio Conselheiro mantuvo en pie desde 1890 hasta 1897 su guerra del fin del mundo.

En todas estas experiencias hubo participación proletaria minoritaria, pero no pro ello menos significativa. Además, en todos estos casos ha sido documentada la influencia anarcosindicalista. Las presencias de estas corrientes bajo las formas atípicas que suscitaron su traducción ideo-política por las distintas cosmovisiones étnicas, no hicieron más que expresar el cambio general en la mentalidad de las diversas capas sociales y fracciones de clase de estas sociedades en transición a la modernidad.

En otra dirección, esta convergencia ideológica de anteponer el bien público al privado y el trabajo colectivo al individual aproximo a las vanguardias de las clases y minorías subalternas y solventó a las grandes definiciones doctrinales de los anarquistas Ricardo y Enrique Flores Magón en México y Manuel Gonzáles Prada en el Perú. El ideario de esos intelectuales ácratas se vio reforzado al «encontrar» en los ayllus andinos y los callpullis aztecas las pruebas irremisibles de que la acracia, la sociedad comunista, tenía raíces históricas y vitales en suelo latinoamericano. Por ello, la clase obrera, los trabajadores del campo y de la ciudad deberían sentir confianza sobre el destino histórico de sus respectivos países y aun del continente.

Pronto, socialistas, anarquistas y sindicalistas vieron como una mediación necesaria y terrena de sus abstractas consideraciones sobre el internacionalismo proletario, la unidad de América Latina. Pero esta valoración tuvo como elemento polar dos aspectos más visibles del desarrollo del fenómeno imperialista y el gradual relevo de Inglaterra por los Estados Unidos en el dominio neo-colonial del continente.

La romántica visión de Domingo Faustino Sarmiento sobre el ejemplo norteamericano del progreso, compartida por los intelectuales y artesanos a mediados del siglo XIX, fue relevada inmediatamente de la mentalidad de las vanguardias obreras y populares de este nuevo periodo por aquella otra concepción que desde el socialismo, el anarquismo o el radicalismo reivindicaba al lado de su antiyanquismo, el binomio no sólo las nuevas orientaciones del proceso civilizador, sino también los preparativos para la celebración del centenario del inicio de la independencia de este continente.

En los diversos escritos de José Martí (1882-1895) y en los ensayos o artículos de José Enrique, El Ariel (1900), de Manuel Urgarte, el peligro Yaqui, de José María Vargas Vila, ante los bárbaros (1903), y de Manuel Gonzáles Prada, Mister Root (1906), ya se pueden atisbar las ideas gérmenes que solventron la lucha contra el emergente imperialismo norteamericano. Pero estas valoraciones carecieron de aptitud teórica para comprender y registrar el complejo proceso de pugna antiimperialista por el control económico de América latina.

Estos autores fueron impactados principalmente por la sucesión de intervenciones norteamericanas a Cuba y Puerto Rico en 1898 y en Panamá en 1903. Luego vendrían nuevos desembarcos de marines yanquis en nicaragua (1912), México (1914), Haití (1915) y Republica Dominicana (1916). La injerencia estadounidense en Nicaragua trajo aparejada consigo una serie de cambios sustantivos: la reorganización de la administración y las finanzas públicas, la liberalización de las trabas aduaneras, fiscales y jurídicas para felicitar la inversión de capital foráneo y la constitución de cuerpos militares de seguridad y control político interno. Más allá de estas medidas, la conciencia antiimperialistas se afianzo en las élites intelectuales y vanguardias políticas y sindicales de América Latina con los Estados Unidos, para seguir las huellas de este último por la senda del progreso y la civilización.

Hubo sin embargo, algunas posiciones, ideológicas en el seno de las vanguardias obreras de América Latina, que a pesar de que en lo general se declararon en contra del capital y de sus formas de opresión, al definirse a favor de la salda librecambista para sus países de origen terminando por conciliar con el orden neoliberal que apuntalaba el pacto neo-colonial. Antinomias como ésta pusieron en evidencia la dificultas de esta clase subalterna para afirmarse como clase nacional.

En la Argentina, por ejemplo, los socialistas analizaron románticamente los términos del intercambio comercial. Pensaban que al libre cambismo le tocaría jugar un rol positivo, asegurándoles a los obreros argentinos productos industriales más baratos que aquellos que les pudiese ofrecer la industria nacional, además de garantizarle al país un amplio mercado para su agricultura y su ganadería de exportación. Juan B Justo, explicando más esta postura decía que considerando prioritario el antagonismo político entre capitalistas y asalariados, las contradicciones entre proteccionistas y librecambistas y entre terratenientes tradicionales y burguesía rural explotadora, adquieren una nueva significación popular. Finalmente sostenía Justo: «Que haya en buena hora una industria argentina, pero no a costa del debilitamiento de las principales fuentes de riqueza que tiene el país» «La gran propiedad territorial que será para nuestro país una razón de rápido desarrollo económico y político»

Que esta ingenua valoración del comercio exterior nada tenia que ver con la matriz reformistas del socialismo argentino y si mucho con la ideología oligárquica, lo evidencia el hecho de que fue compartida por los anarcosindicalistas.

El IX Congreso de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina): «resuelve pronunciarse contra el proteccionismo, por cuanto reconoce que si bien el intercambio libre y universal puede, en ciertos casos, lesionar intereses circunscritos de determinados grupos industriales de trabajadores, el proteccionismo representa una forma artificial de concurrencia en la producción que sólo puede sustentarse a expensas de las clases consumidoras, encareciendo el precio real de las mercaderías»

Facilitó la agresiva orientación estadounidense el descalabro de la marina española en el Caribe en 1898 y el retiro simultáneo de3 la misma área de la flota británica. Ante los ojos de los latinoamericanos, los Estado Unidos revelaron su condición de gran potencia al mismo tiempo que su faz monroísta.

Habiéndose multiplicado el comercio y las inversiones de los Estados Unidos de América Latina, esta potencia asumió formas diversas de abierto intervencionismo imperial. En este período, Teodoro Roosevelt formuló su política del gran garrote, es decir de política panamericana, la cual fue desarrollada por el presidente Taft a través de los que eufemísticamente se llamó a la Diplomacia del dólar. Un sentimiento puntual de los acuerdos tomados en los congresos panamericanos puede ser un buen termómetro para medir los pasos del reordenamiento económico continental. A raíz del exitoso atentado dinamitero anarquista contra el presidente Mac Kinley, el gobierno estadounidense, en convivencia con los indignados y atemorizados jefes de gobierno de las republicas oligárquicas de América Latina, llevó a cabo un congreso panamericano anti-anarquista en la ciudad de México (1902 y 1903). El panamericano anti-ácrata preparo así el campo para el desenvolvimiento del movimiento obrero. A nivel más general, el corolario de este proceso se cumplió la formulación de la política intervencionista en el área por parte del presidente Woodrow Wilson, que declaro de manera de de prescripción panamericana, que los gobiernos latinoamericanos sólo podían ser reconocidos en la medida que fuesen considerándoos como democráticos y regulares, según y conforme su particular óptica e interés diplomático.

La región de América central y del Caribe fue muy sensible a la intervención norteamericana. En los casos de cuba y Puerto Rico, en curso de la guerra Hispano-Norteamericana (1898), el movimiento obrero asumió como propio, aunque de manera divergente, el dilema de clase-nación. En el caso cubano que analizamos con algún detalle en este capitulo, quedan claros los elementos convergentes de las reivindicaciones obreras en el interior del movimiento de liberación nacional, primero contra la dominación hispana y luego contra la ocupación norteamericana. El legado de Martí permitió sellar ideológicamente y políticamente las demandas y expectativas obreras desde perspectivas de la liberación nacional.

En puerto Rico, la hegemonía anarco-socialista en el naciente movimiento obrero dejó del lado la contradicción entre la nación y la metrópoli española, el anteponer la visión internacionalista del proletariado sin patria y sin fronteras y de la lucha concentrada contra el capital, único enemigo del pueblo trabajador. Esta visión fue reforzada por la política anti-obrera de los grupos de poder local, algunos de los cuales levantaron las banderas hispanistas o independentista para recuperar los fueros económicos y políticos que había perdido tras la ocupación estadounidense. Además, debemos destacar el hecho de que el liderazgo sindical se encontraba en manos de inmigrantes extranjeros, interesados en lograr vía la unidad de clase su propia integración en el país de residencia.

Esa perspectiva clasista e internacional posibilito la integración relativa de los contingentes de trabajadores inmigrantes españoles y puertorriqueños, e indirectamente favoreció el acercamiento hacia las vanguardias sindicales estadounidenses, pero también, al cohesionar a los trabajadores en función de sus reivindicaciones de clase, potenció a su capacidad de negociación y lucha. A la larga, esta visión pasó por alto el dominio colonial de las fuerzas norteamericanas y desarmo así a la clase obrera para ubicarse con posición definida en el marco de la cuestión nacional. Fue evidente que la elite intelectual independiente en puerto Rico careció de una propuesta específica de arraigo en los medios laborales.

A la Federación Libre de Trabajadores de puerto Rico y al Partido obrero Socialista, liderados por el inmigrante español Santiago Iglesias, no les fue difícil privilegiar los vínculos de unidad de clase con la FAT (federación americana del trabajo) de Samuel Gompers. Las reivindicaciones obreras fueron fácilmente encuadradas en un programa «anexionistas» El paradigma de la vanguardia sindical puertorriqueña se convirtió en la plataforma reivindicativa conquistada por la FAT en los Estados Unidos. La mayoría de sindicalistas puertorriqueños tenían la esperanza que con el apoyo de los de esta poderosa central de trabajadores estadounidenses, los derechos laborales de este país se hicieron extensivos a los trabajadores de la isla caribeña. Demandas «anexionistas» fueron: la ley de ocho horas de trabajo, la supresión del trabajo de la mujer durante el periodo de embarazo, el seguro contra los accidentes de trabajo, la fijación del salario mínimo, la prohibición del trabajo a menores de quince años y la creación de comedores escolares y de un sistema educativo similar al vigente en los Estados Unidos.

Para tener una visión más precisa del impacto del capital extranjero sobre las estructuras económicas y sociales del continente debemos detallar su generalidad las fases de su expansión. En indudablemente que las inversiones del capital extranjero a fines del siglo XX se habían acrecentado grandemente con respecto al periodo anterior. El monto mayor de las inversiones se siguió orientando a la construcción de vías férreas y a la modernización de las instalaciones portuarias, aunque ya comenzaron a cobrar importancia las inversiones en las ramas extractivas, la agricultura comercial y en mucho menor medida en el sector industrial.

Los capitales británicos en América Latina pasaron de 246.6 millones de libras esterlinas en 1885 a 552.5 millones de 1895, es decir, que en una década, las inversiones británicas doblaron sus montos. De ellas, los ferrocarriles representaron el 36,2 por 100 del total correspondientes al año de 1895, mientras que las de carácter financiero tan sólo alcanzaron el 7,1 por 100. El desarrollo económico dependiente se vio ampliamente estimulado por la convergencia de intereses de las oligarquías criollas y los grandes inversionistas británicos.

Las inversiones británicas en 1900 ascendieron a 540 millones de libras esterlinas; las de Francia a 3.000 millones de francos, las de Alemania a 3.000 millones de marcos, y los Estados Unidos a 308 millones de dólares. Durante los años de la primera guerra mundial, la injerencia financiera norteamericana se había convertido ya en fuerza externa de primer orden; si en 1914 sus montos de inversión llegaron a los 1.648 millones de dólares. Al ritmo diverso de estas inversiones del capital extranjero, el proletariado norteamericano creció en volumen y diversifico sus categorías ocupacionales. Al mismo tiempo, la relación capital foráneo y fuerza de trabajo nativo sirvió de soporte de desarrollo de ciertas ideologías nacionalistas y antiimperialistas en el proletariado latinoamericano como ya se vio antes.

No obstante la férrea defensa de sus fueros económicos, los capitales británicos comenzaron a perder terreno frente a la creciente expansión del capital de los intereses monopólicos estadounidenses. Hacia 1913, las inversiones inglesas ascendieron en el continente a 5.000 millones, mientras que los norteamericanos, un año más tarde , sólo sobrepasaron 1.6000 millones de dólares, pero en perspectivas duplicaron su capacidad de invención en los quince años siguientes en vísperas del derrumbe de la bolsa de valores de Nueva York.

En su conjunto, las inversiones británicas y norteamericanas se habían repartido el control de las arterias básicas de la economía latinoamericana. Las primeras monopolizaciones el por 100 de las empresas ferroviarias y el grueso del capital especulativo en las actividades comerciales, bancarias y crediticias, dejándole un espacio marginal a las inversiones en actividades directamente productivas. Por su lado, las inversiones norteamericanas prefirieron orientarse hacia los sectores de minería, metalúrgica y petróleo, así como en ciertos renglones de la agricultura comercial.

En su disputa por el control monopólico de los circuitos mercantiles, los capitales norteamericanos consolidaron su flota mercante gracias a la apertura y fiscalización del Canal de Panamá (1905) y opusieron a la red ferroviaria británica las ventajas del sector automotriz y la construcción de carreteras.

Las grandes corporaciones monopólicas estadounidenses no sólo comenzaron a operar en América Latina concentrando grandes contingentes de proletarios agrícolas, mineros y petroleros, sino que en algunos casos el escenario económico latinoamericano opero simultáneamente como vientre prestado y comadrona en el que aparearon, a pesar suyo, algunas grandes corporaciones como la United Fruti (1898) y la cerro de pasco corporation (1902). Bajo estas nuevas condiciones surgió, no sin dificultades, el sindicalismo de empresa. Generalmente adoptó la estructura federativa, dada la diversidad de categorías ocupacionales y la dispersión geográfica de las numerosas unidades de producción de las compañías monopólicos.

Al mismo tiempo, las unidades productivas modernas y tradicionales presentaron a pesar de sus diferencias un rasgo común: el de producir a muy bajo costo gracias a la existencia de mano de obra barata y abundante. En general, sobre esta base de sobreexplotación de la fuerza de trabajo, las mercancías latinoamericanas fueron competitivas en el mercado internacional. Se podría añadir otra semejanza entre el sector moderno y tradicional de la economía latinoamericana, nos referimos a que se basaron en un solo producto, lo que las hizo más vulnerables a las oscilaciones de la demanda internacional.

El inicio de la primera guerra mundial generó una brusca contracción del mercado internacional para los tradicionales productos de exportación de América latina. Pero avanzando el curso de la conflagración mundial, un nuevo impulso favoreció el comercio de la exportación de este continente. Dislocando el monopolio británico del comercio de importación-exportación fue relevado por los grupos empresariales estadounidenses. Esta reactivación comercial se debió tanto al aumento de los precios de los artículos exportados como la nueva orientación de los intercambios. Pero no todos los países se beneficiaron en igual medida por la ampliación del mercado internacional. Los ubicados en mejor posición estratégica fueron aquellos cuya producción tenía que ver con las particularidades exigencias del consumo de guerra. La perspectiva de desarrollo del comercio exterior hizo olvidar los efectos comerciales de los primeros años de la guerra mundial. En 1920 el valor total de las exportaciones del continente llegó a doblar el nivel del año de 1914.

Seria ingenuo, sin embargo, presentar el contexto latinoamericano como una disputa exclusiva entre capitales norteamericanos y británicos por el control de sus recursos naturales y la baratura de su fuerza de trabajo. En un renglón estratégico como la lucha por el control de las vías de comunicación, vemos tomar sorpresivamente la iniciativa a los capitales franceses en la construcción del canal de Panamá.

Particular importancia tuvo el proyecto neo-colonial de la construcción del Canal de Panamá como vía interoceánica que permitiría, por un lado, acortar los tiempos de circulación mercantil, y por el otro, diversificar las redes de la dependencia de las economías agro minera-exportadoras de América Latina respecto a sus propios núcleos monopolistas.

El vizconde Ferdinad Lesseps, atifice de los recursos económicos, técnicos y humanos entre 1880 y 1889 con la finalidad de inaugurar el proyectado Canal de Panamá. Lesseps pensaba que no había canal posible después de la monumental experiencia de Suez (1869). Años más tarde, su sueño de constructor y empresario de derrumbarían como castillo de naipes, dejando enterrados tras si a 21.000 franceses, en su mayoría letalmente afectados por la fiebre amarilla. A esto habría que sumar el deceso de 16.000 jamaiquinos y 8.00 haitianos. En los años siguientes y previos a la transferencia del canal inconcluso, de manos francesas a manos norteamericanas, fallecieron otros 3.00 trabajadores antillanos. La empresa de muerte, opresión y discriminación étnico-racial parecía no tener fin.

Fracasado el proyecto francés, bajo iniciativa norteamericana durante 1903 a 1913, la monumental obra llegó a su fin. La movilización de fueraza laboral para esta segunda fase de construcción del canal de Panamá afecto a 45.107 trabajadores de diversos lugares del mundo, a los que se sumaron 15.00 mujeres que vinieron en calidad de esposas o acompañantes. Los campamentos de la compañía presentaba el más abigarrado mosaico interétnico que haya sido capaz de configurar en América Latina empresa imperialista alguna.

El total de trabajadores del canal de Panamá: 31.071 vinieron de las islas del Caribe; 11.359 fueron reclutados en España, Italia, Grecia, Francia y Armenia. Los obreros restantes procedían de Costa Rica (244); Colombia (1,493); Panamá (357), y de los diversos rincones del mundo (69).

Las líneas de color ocultaban la pluralidad intraétnica, tanto de los trabajadores negros de las Antillas como los obreros inmigrantes blancos, procedentes del viejo continente. Los Antillanos, en su mayoría analfabetos, fueron asignados a tareas propias de los zapateros, picadores y lampeadores, con salarios equivalentes a un tercio del que percibían los europeos por desempeñar oficios artesanales y técnicos de mucho mayor calificación laboral. A partir de 1907, los trabajadores de planta de la Panamá Canal Company fueron divididos en dos categorías económico-raciales: la Gold-roll y la Silver-roll, respectivamente asignadas a los norteamericanos o a los europeos blancos y a los latinoamericanos de color (mestizos, indígenas y negros antillanos). Bajo estad condiciones los actos masivos y espontáneos de resistencia obrera en la zona del canal de panamá fueron de producto del faccionalismo étnico o de oficio.

Este flujo aluvial de trabajadores extranjeros e Panamá se debió principalmente a la carencia de mano de obra en este país construido en el marco de las pugnas interregionales de Colombia y de los intereses geopolíticos y neo-coloniales de Francia y los Estados Unidos. En el Panamá de 1904 no había más de 50.00 habitantes a lo largo y ancho de sus 78.570 kilómetros cuadrados de territorio.

Al impacto demográfico de los sobrevivientes de la frustrada empresa francesa se sumó el más reciente de la empresa norteamericana, que marco de manera definitiva el perfil de la cuestión étnica-nacional del panamá contemporáneo. Si bien este caso ilustra en grado extremo los graves contornos de la cuestión étnico-nacional suscitados por la acción del capital financiero, no por ello dejó de ejercer una influencia decisiva en los demás países.

En este período, el sector industrial de América Latina, de manera espontánea, logró una cierta afirmación y estabilidad, frente a la difícil situación que presentaron los primeros proyectos empresariales en las fases precedentes. Hacia fines del siglo XIX, un buen numero de de países logró proveerse de una modesta estructura industrial. En este sentido, fue excepcional la cota experiencia del gobierno de Balmaceda en Chile (1888-1891), que intento afianzar el proceso de industrialización con el amparo estatal. La nacionalización de los yacimientos de salitre y la expropiación de los ferrocarriles del norte chico colmaron la paciencia de sectores oligárquicos y de las empresas angloamericanas que se avocaron a la abierta conspiración contra Balmaceda, a quien derrocaron en 1891.

En vísperas de la primera guerra mundial, la industria fue sostenida principalmente por tres ramas pioneras: bebidas, alimentos y textiles. Las dos primeras, representaban más de la mitad de la producción global y la rama textil fluctuaba significativamente entre el 20 y 25 por cien. La industria latinoamericana de bienes de consumo logró desarrollar a contracorriente del modelo oligárquico de crecimiento económico casado en la exportación. Tres factores coadyuvaron a favor de la industria naciente de esta continente: el progresivo deterioro de la balanza de pago, que generó la necesidad de sustituir aquellos productos de importación vinculados al consumo popular urbano y cuyos requerimientos técnicos de calificación laboral y de insumo no fueran muy costosos ni muy difícil de conseguir. El segundo fue el deterioro creciente del presupuesto estatal que llevó a los gobiernos a fijar e incrementar los aranceles aduaneros, con la siguiente repercusión en el precio de los artículos de importación y que quedaran ya fuera del alcance de las capas medias y populares. Finalmente se produjo una gradual depreciación de las monedas de los países latinoamericanos con respecto a la libra esterlina, proceso que determinó un encarecimiento suplementario de los productos de importación que reforzaron a su vez el ya estrecho círculo de la demanda y del consumo.

La nueva dinámica de desarrollo industrial en América Latina agudizó las contradicciones secundarias que había mantenido frente a la economía artesanal y manufacturera, otrora desplazadas por el agresivo papel desempeñado por la burguesía compradora nativa y las grandes firmas comerciales europeas. Algunos testimonios de artesanos propios de esta nueva fase histórica, evidencian los contornos de este antagonismo creciente. Así, por ejemplo, en 1911, en el gremio de Cigarreros de Valencia en Venezuela, de manera explícita impugnó la industria moderna desde su particular perspectiva precapitalista: «Amenazados por la codicia y la ambición engendrada por la tiranía del capital, ávido siempre de multiplicarse, aunque sea a costa de la miseria de gran parte del pueblo, nos hemos visto forzados a compactarnos para protestar enérgicamente contra la descabellada idea de una empresa particular que aspira a establecer en esta ciudad el monopolio de la fabricación de cigarrillos, valiéndose para ello del sistema de máquinas, el cual anularía por completo nuestra profesión; desde luego que no podríamos competir con los bajos precios a que esta empresa ofreciera el trabajo a los dueños de las fabricas aquí establecidas»

A lo anterior se aunó en algunos países la conflictividad urbano-industrial generada por la afluencia de mano de obra extranjera, que coincidió en al tiempo con una fuerte presión demográfica en el continente europeo, particularmente en las regiones menos industrializadas del mediterráneo y del Oriente, La contracción de los índices de mortalidad en circunstancias en que se mantuvieron positivas y estables en las tasa de natalidad generó un ajuste demográfico, incapaz de ser resuelto en materia de empleo y política social por estas sociedades en transición a la modernidad capitalista. El desembalse demográfico, en lugar de traducirse en fractura de la estructura social se orientó allende las fronteras. Así, un flujo importante de inmigrantes cruzó el atlántico con destino de las Américas. No obstante, los países del Nuevo Mundo carecían de homogéneas aptitudes y alicientes para recibir a las oleadas de anónimos pioneros que afluyeron durante medio siglo.

Las leyes inmigratorias de Ecuador (1889), Perú (1893), Venezuela (1894), Costa Rica (1896), Paraguay (1903), Bolivia (1905), Honduras (1906) y Guatemala (1909) se mostraron incapaces como factores correctivos de los flujos migratorios, los cuales prefirieron orientarse a los países capitalistas más desarrollados, y análogos a su experiencia laboral en Europa.

Los censos de población en los países andinos y mesoamericanos, evidenciaron que las exiguas cuotas de inmigrantes extranjeros tenían que ver más con sus vetustas estructuras sociales que con el tenor de las iniciativas y planes de colonización de sus respectivos gobiernos.

Los inmigrantes europeos tendieron a concentrarse en el área atlántica sud-oriental: sur de Brasil, Uruguay y en el litoral argentino. En menor medida afluyeron a Chile y Cuba. En los demás países latinoamericanos los migrantes europeos constituyeron pequeñas minorías urbanas vinculadas al comercio, la industria y la banca, asimilándose rápidamente a los estratos de la burguesía media e incluso de la propia oligárquica.

A principio del Siglo XX, las ciudades latinoamericanas habían logrado una fisonomía demográfica en el escenario de sus respectivos países. Buenos Aires creció espectacularmente al pasar de 678.000 habitantes a en 1895 a 1.576.000 habitantes en 1914. Más espectacularmente impresionante fue el despegue y salto poblaciones de Sao Paulo, que pasó de 40.00 habitantes en 1880 a 800.00 en 1920, el año en el que Río de Janeiro alcanzó el millón de pobladores urbanos. Santiago cuadruplico su población, al pasar de 130.000 habitantes en 1875 a 507.000 en 1920. Las demás ciudades latinoamericanas acusaron un crecimiento más modesto, pero no por ello menos significativo. La ciudad de México pasó de 230.00 habitantes en 1877 a 471.00 0 en 1910, y la habana, con un crecimiento similar, pasó de 247.000 habitantes en 1899 a 409.00 en 1919. Otras ciudades como Lima, que tenía 100.000 habitantes e 1876, doblo su población en 1920.

La urbanización en América Latina alcanzó su primer clímax en este periodo cuando ya algunas de sus ciudades y países precozmente acusaban los primero síntomas de macrocefalia y «sobre-urbanización». La Argentina en 1914 invierte el patrón de asentamiento continental al registrar el 58 por 100 de población urbana frente al 42 por 100 de rural.

El crecimiento y la diversificación de las capas medias y del proletariado urbano en estas ciudades, en acelerado proceso de modernización, consolidaron los roles de fuerzas perturbadoras e impugnadoras de estos sujetos sociales en los planos de la economía, la política y la cultura de sus respectivos países. No tardo el movimiento obrero y popular en hacer eclosionar las viejas estructuras políticas e ideológicas de las sociedades oligárquicas. Las presiones, demandas y expectativas de estos actores sociales urbanos habían conmocionado los diversos ámbitos de la vida citadina.

En las principales ciudades se instalaron las sedes de las grandes casas de comercio, dedicadas a los rubros del comercio exterior, las compañías de seguros, las sucursales de los importantes consorcios bancarios extranjeros, las casas matrices de las empresas agrícolas y mineras y, sobre todo, los centros productores de la industria fabril urbana. Este desarrollo de la vida económica de las ciudades latinoamericanas acrecentó el papel de las clases medias adscritas a sus diversas unidades administrativas. La propia modernización del Estado a su vez favoreció igualmente el crecimiento y la especialización relativa de la burocracia. Las profesiones liberales perdieron cierta autonomía en el curso de este proceso, subordinándose a cierto grado de demandas de servicios diversos por parte del Estado o de las empresas privadas.

Estos cambios propios de la modernización urbana tendieron paulatinamente a ir barriendo con las formas tradicionales de parroquianismo y clientelaje cotidiano. La despersonalización de las relaciones sociales marchó paralela a la definición de las relaciones de clase. Las capas medias presentaron una peculiaridad etnosocial muy relevante, por su condición de integración pluriétnica (criollos, mestizos y mulatos) y de mediación y bisagra en la estructura social urbana. Su ubicación económica en este proceso regimiento por la oligarquía y el capital extranjero no hizo más que alimentar sus expectativas por legar una cierta autonomía política anta la posibilidad de ser asimilada bajo nuevos términos por las facciones oligárquicas y la necesidad de marcar sus distancias sociales fu3e el radicalismo proletario y campesino. Al final de este período comenzaría este sujeto social ir a dar muestras de voluntad o vanguardismo político y cultural a favor de la democratización del Estado y de la búsqueda de un proyecto social.

Esta fase de transición a la modernidad capitalista afectó las propias estructuras estatales y políticas de la sociedad latinoamericana. Tres elementos renovadores que dan cuenta de la significación de este proceso, aluden necesariamente a la clase obrera como nuevo sujeto histórico. Nos referimos a la aparición de las primeras bases jurídicas de la legislación social y laboral; a la relativa permisividad política para la participación de los representantes socialistas y gremiales en el parlamento y en los municipios; finalmente, a la puesta en práctica de la novísima doctrina social de la iglesia que consideraba como una de sus opciones legítimas del catolicismo obrero.

Los primeros atisbos de legislación social y laboral en América Latina, fueron logrados a contracorriente de ala hegemonía de la oligarquía. Sus primeros tópicos fueron: la reglamentación de la jornada laboral para mujeres y niños, el descanso dominical, la cuestión de la vivienda obrera, la jubilación y los riesgos y accidentes de trabajo.

La regulación del trabajo para mujeres y niños fue uno de sus primeros avances. En la Argentina, el 14 de octubre de 1907, se fijó como edad mínima para laborar, los doce años, mientras que en el Perú se estableció el límite laboral a los catorce años. En lo que respecta a la vivienda obrera, el 20 de febrero de 1906, se decreto en Chile la inembargabilidad del hogar obrero y el 5 de octubre de 1915 se dictaminó en la Argentina acerca de la vigilancia sobre las normas ambientales y materiales de construcción de viviendas obreras, eximiendo a los trabajadores de todo cupo empresarial referido a este concepto.

El descanso dominical fue reconocido en la Argentina y Colombia en 1905, en Cuba y el Uruguay en 1910, en Paraguay en 1917 y en Perú a fines de 1918, y en lo que respecta a la jornada de las ocho horas, ésta fue promulgada por primera vez en el continente en 1915 en el Uruguay y un año más tarde en Ecuador. En 1917 se hizo extensivo este derecho a México y en 1919 a la Argentina y el Perú.

Uno de los logros más significativos del derecho laboral fue que por primera vez en el continente alcanzó reconocimiento constitucional. La Constitución Mexicana de 1917 consagró el título VI a los problemas del trabajo y de la previsión social. En lo particular, el artículo 123 sentó las bases para la legislación laboral de ese país.

Algunos aspectos medulares de la seguridad social para los trabajadores latinoamericanos como la jubilación, tuvieron un desarrollo paralelo pero sectorial. En 1915, a los trabajadores ferroviarios argentinos les fue reconocido este derecho laboral. En 1917 se hizo lo propio con los trabajadores de la Casa de la Moneda en el Brasil, y en lo que concierne a los riesgos y accidentes de trabajo, los primeros países en promulgar leyes al respecto fueron El Salvador y el Perú en 1911, luego se dieron en la Argentina en 1915 y en Cuba en 1916.

Pero estas leyes fueron promulgadas por la propia necesidad estatal de regular la alta y frecuente conflictividad laboral sobre diversos temas que enfrentaban los intereses adversos del capital y el trabajo. Las medidas disciplinarias -la sinrazón del Estado- frente a las demandas de los trabajadores, no podían seguir operando de forma espontánea. Tampoco bastaban las decisiones paternalistas o draconianas del jefe de gobierno.

Estas leyes se ubicaron así en el marco de una doble confrontación político-laboral, que oponía por un lado al capital y el trabajo; por el otro, a cada uno de éstos con el Estado según el tenor y los alcances de las leyes promulgadas. La legislación laboral en cualquier caso devino en razón estatal, pero también en instrumento normativo.

Las corrientes libertarias fueron perdiendo terreno al escapar la conflictividad laboral de los marcos de la espontaneidad y de la disposición y confrontación de fuerzas. En este contexto que se dibuja como tal afines de este período, las contradicciones en el frente laboral si bien no pudieron resolverse en términos legales sí tendieron a ser atenuadas y encauzadas, favoreciendo indirectamente el desarrollo de las variantes legales o semi-legales del sindicalismo obrero y de las acciones de los partidos obreristas o proletarios.

Las primeras representaciones municipales y parlamentarias de las corrientes obreristas y del movimiento sindical, comenzaron a manifestarse alrededor de los comienzos del siglo XX en Argentina, Chile, Perú y otros países del continente. La intolerancia oligárquica comenzó a ser cuestionada desde la estructura misma del Estado. Las representaciones socialistas de Alfredo Palacios en la Argentina y de Luis Emilio Recabarren en Chile, pronto se convirtieron en ejemplos a imitar en el resto del continente.

Veamos, por ejemplo, el caso uruguayo. En 1911 el Partido Socialista de este país, en alianza electoral con el club Liberal logró por vez primera una curul parlamentaria en favor de su líder, Emilio Frugoni. . La reactivación del movimiento obrero coincidió con la abstención electoral del Partido Nacional, abriendo un vacío político que posibilitó la sorpresiva elección del candidato socialista. Esta simbólica representación obrerista se vio favorecida por el inicio del gobierno populista de Batlle Ordóñez, quien sucedió a la administración de José Claudio Williman (1907-1911), caracterizada por su política anti-obrera y por su definida orientación conservadora y oligárquica.

El obrerismo batllista apareció desmedido ante los ojos de la turbada y escindida oligarquía uruguaya. Al desborde huelguístico de 1911, no le sucedió como en antaño una marea represiva. Muy por el contrario, el batllismo comenzó a discutir una ley del trabajo que regulaba la jornada laboral en ocho horas. La oligarquía, incapaz de comprender estas iniciativas reformistas del régimen batllista como parte de una estrategia de contención obrera, vio encima de sus atormentadas cabezas las temibles y alucinadas picas de la revolución social. La unidad de los grupos de poder fue restaurada por la iniciativa y acción concertada de las corporaciones patronales: La Unión Industrial y la Federación Rural. No obstante la reconquista del poder estatal a través de Feliciano Viera (1915-1919), éste fue ya incapaz de contener con los viejos métodos autoritarios el desborde y tenaz resistencia de las capas medias y del movimiento obrero, durante la huelga general de 1918.

Frente al avance de las ideas anticlericales, promovidas por diversas corrientes ideológicas en el seno de la clase obrera latinoamericana, la Iglesia Católica reaccionó de su letargo elitista, defensivo e inquisitorial. En el período precedente, las excomuniones no pudieron exorcizar la labor corrosiva ni de la burguesía liberal que abogaba en favor de un Estado laico, ni de la prédica anticlerical de los anarquistas y socialistas del medio siglo.

La base social que tenía la Iglesia, apoyada en las cofradías y gremios artesanales había sido profundamente erosionada por la modernización capitalista que liquidó la tradición corporativa de los gremios y luego fracturó la economía artesanal. La formación de la clase obrera en América Latina, sus clubes, sociedades y sindicatos acusaron una marcada tendencia hacia la secularización ideológica.

León XIII, con la publicación de su encíclica Rerum Novarum (1891), abrió una política diferente para la Iglesia. Pero en América Latina la Iglesia Católica, asociada a los intereses más conservadores de las oligarquías nativas, se resistía a oír el llamado papal. Todavía esta institución resentía los efectos de las reformas liberales en Colombia y México, y los diversos intentos liberales en el resto del continente por recortar sus fueros patrimoniales y políticos. El sector más intelectual izado del mediano clero urbano, acorde con los nuevos tiempos y exigencias sociales, decidió recoger por su propia cuenta el mensaje renovador de León XIII. El catolicismo podía, gracias a estos misioneros de nuevo tipo, disputar si no la hegemonía en el interior del movimiento obrero, por lo menos ganar algunos espacios que hasta ese momento le eran más ajenos que vedados.

La traducción al español y al portugués de la Rerum Novarum, así como su difusión en el continente fue temprana. A sólo un año de su promulgación eclesiástica, circulaba ya una edición mexicana. Poco después aparecía editándose y distribuyéndose en Brasil, Chile, Argentina, Cuba y otros países.

La encíclica Rerum Novarum reconoció el derecho de los trabajadores al descanso dominical, a fijar límites de tiempo al trabajo de niños y mujeres. Recomendó a los patrones ser más cristianos y practicar la caridad y el amor al prójimo; a los obreros los reconvino a formar sindicatos y sociedades católicas bajo una orientación marcadamente legalista y conciliadora frente al capital.

Esta encíclica precisaba sus distancias frente al liberalismo y el socialismo. Del primero, criticaba moralmente su individualismo, el cual era traducido como egoísmo. Del segundo, cuestionó, por un lado, su tesis contraria a la propiedad privada, sacralizándola como la forma más positiva del derecho natural, y, por el otro, impugnó la tesis socialista de la igualdad social, porque negaba la existencia de las diferencias individuales que explicarían las diferentes y desiguales ubicaciones y posiciones de clase. La única igualdad existente para la Rerum Novarum, descansaba en la relación humana ante la divinidad. Postulaba que entre las clases debería existir amor, respeto y cooperación, porque ambas se necesitan entre sí.

En la mayoría de las sociedades latinoamericanas se comenzaron a constituir núcleos de propaganda y organización, de orientación católica, en el seno de la clase obrera de sus respectivos países. La tradición religiosa de este continente mantuvo la hegemonía del catolicismo, pese a que desde fines del siglo XIX, a la acción anticlerical se sumó la evangelización competitiva de las Iglesias protestantes. El catolicismo popular arraigado en el seno de la clase obrera, predisponía a ésta a recibir el mensaje obrerista de la Rerum Novarum, de manera análoga, como a mediados del siglo XIX, los artesanos y jornaleros urbanos asumieron como suyos los mensajes y evangelios neo-saintsimonianos. En la nueva coyuntura, el catolicismo obrero ya no tenía como oponente al socialismo cristiano, sino al anticlericalismo militante de los anarquistas y socialistas. Pero la religiosidad política de estos últimos distaba mucho de poder relevar y ensamblarse con los sedimentos de la cosmovisión popular urbana.

Entre la tradición colonial de la Iglesia, nos referimos al parroquianismo urbano-popular, a las cofradías de artesanos y el mutualismo y sindicalismo promovido por León XIII, hubo en América Latina algunas iniciativas y proyectos de mediación. En Chile, por ejemplo, hacia 1870 se habían comenzado a crear mutuales católicas, como: la Sociedad Católica de Obreros de la Parroquia de Santa Ana, la Asociación Fraterna de la Unión del Progreso y la Asociación Católica de Obreros. Sin lugar a dudas, la gestión y animación de esta primera avanzada obrerista, se debió a la labor misional del .sacerdote Rafael Angel Jara. Pero ya entrado el período que nos toca abordar en este capítulo, encontramos también otros síntomas de desarrollo del mutualismo católico. Efectivamente, en 1883 se fundó la Sociedad de Obreras Católicas y la Sociedad Orden y Trabajo de Chillán, el mismo año en que Maríano Casanova, a la sazón arzobispo de Santiago, daba a la luz pública la primera pastoral anti-socialista de América Latina.

En Chile, bordeando ya el siglo XX, los sacerdotes jesuitas Ignacio Vives del Solar y Alberto Hurtado, bajo los criterios de la Rerum Novarum, le dieron un impulso más sostenido e importante al desarrollo del catolicismo obrero, que suscitó la reacción de las derechas. Estas últimas presionaron con éxito para que Vives del Solar fuese obligado por las autoridades eclesiásticas a salir del país.

En México, el catolicismo obrero logró un sesgo particular durante los años del Porfiriato. En 1905 se fundó la Asociación de Operarios Guadalupanos ya partir de entonces se comenzó a editar el periódico Restauración y Democracia Cristiana. A través de este vocero de prensa se promocionó la formación de una central obrera católica. El obrerismo guadalupano ilustra cabalmente este particular rasgo del catolicismo popular al que hemos venido aludiendo. Al obrerismo guadalupano le tocó espectar las importantes jornadas huelguísticas de Cananea y Río Blanco (1906-1907), y frente a las cuales asumió una posición de condena. La particular concepción mutualista de esta sociedad, no podía dar cabida a acciones destinadas a promover las ideologías pecaminosas del odio entre el trabajo y el capital. En 1908, se constituyó finalmente la Unión Católica Obrera Mexicana, que llegó por estos años a congregar alrededor de veinte mil afiliados. El desarrollo de esta central sindical católica se extendió a todo el país; en 1910, contaba ya con 53 filiales en diversos lugares del territorio nacional

En la Argentina este tipo de organizaciones católicas comenzaron a actuar en Buenos Aires hacia el año de 1897. Ya para 1903, el clérigo alemán Federico Grote fundó el Círculo de Obreros Católicos de Santa Fe. Bajo esta misma orientación se crearon más tarde sociedades laborales católicas, como la Federación de Asociaciones Católicas de Empleados (FACE), la Juventud Obrera Católica (JOC) y los Círculos Católicos Obreros, que tuvieron como vocero de prensa a partir de 1908 al periódico El Trabajo, de Santa Fe. En 1910, la distancia entre las autoridades eclesiásticas y los trabajadores católicos se ahondaron, abocándose las primeras a boicotear el proyecto de central obrera católica Al igual que en el ejemplo chileno, el caso argentino revela las tensiones eclesiales que Comenzó a suscitar el surgimiento y desarrollo del obrerismo católico.

En Brasil, particularmente en Sao Paulo, también se fundaron tempranamente algunas organizaciones adheridas al catolicismo obrero. Entre las sociedades paulistas podemos mencionar al Centro de Obreros Católicos (1906), el Centro Obrero Católico Metropolitano (1907) ya la Confederación Católica de los Círculos Obreros (1917) En los demás países con algunas distancias de tiempo se llevaron a cabo acciones similares, pero nunca llegaron a constituirse en un proyecto orgánico continental, e incluso en la mayoría de los casos ni siquiera de alcance nacional.

Estos síntomas de renovación del Estado y la Iglesia oligárquicos, así como de las estructuras políticas de las sociedades latinoamericanas tendieron por lo general a enclaustrarse en los marcos estrictamente urbanos. Coadyuvaron a ello los débiles lazos de cohesión del proletariado latinoamericano. Si a nivel urbano el fraccionalismo obrero asumió contornos étnicos y sindicales más o menos definidos, el panorama se hizo más complejo y contradictorio al considerar en su conjunto a los trabajadores del campo y la ciudad. El intervencionismo estatal y eclesial en los medios laborales no pudo penetrar más allá de los espacios urbanos. No por casualidad, en las zonas rurales las corrientes libertarias redescubrieron las armas perdidas de la huelga final y de los diversos métodos de la acción directa.

Entre los estratos populares del campo y de la ciudad, la segmentaridad de clase comenzó a ser superada paulatinamente por el pujante desarrollo del sindicalismo federativo o centralista, por la agitación, organización y movilización política de las corrientes de izquierda y reformistas. La segmentaridad de clase no tenía que ver únicamente con el aislamiento de las unidades productivas del campo o de la sociedad, sino principalmente con el fraccionalismo étnico y con los límites de la división del trabajo por oficios, en el interior de los centros laborales. Pero fueron las líneas de color y las identidades étnicas o de paisanaje que más complicaron el desarrollo de los mecanismos de cohesión sindical, de barrio o de clase. Las migraciones étno-campesinas a la ciudad y los heterogéneos flujos de inmigrantes Europeos, forjaron el mosaico del proletariado mixto latinoamericano en su fase constructiva y signaron al faccionalismo étnico racial como uno de los rasgos distintivos de su existencia social.

La Formación de barrios étnicos entre los obreros respondió a las presiones y medidas discriminatorias al sector empresarial y oligárquico, como a las necesidades de cohesión étnica, como estrategia de supervivencia y resistencia. En panamá al impulso de las obras de construcción y servició del canal, s formaron importantes barrios étnicos. En la zona del Canal, las viviendas de los obreros norteamericanos estaban distanciadas de las Europeas y éstas, a su vez, de las barracas o barrios de casuchas de madera donde residían los negros antillanos de la ciudad de panamá, Como el Chorrillo, Caledonia, Marañón, San –miguel, Aranillo y Malambo.

En otras ciudades latinoamericanas fue la formación de barrios en el faccionalismo. Así, por ejemplo, en Buenos Aires se hizo muy conocido el asentamiento de italianos llamado La Boca.

En general, la segmentación del proletariado latinoamericano estaba sustentada en el faccionalismo étnico y racial, el aislamiento territorial, la cosmovisión parroquial y el sindicalismo oficial. Estos obstáculos en el proceso cohesionador de la clase obrera fueron aprovechados de diversas maneras por el estado oligárquico y por los grandes inversionistas internacionales extranjeros. «En los países del plata y en algunas regiones industriales de Brasil, como Sao Paulo, el aislamiento se daba sobre todo por la nacionalidad y la lengua: Los había italianos, alemanes, servocroatas» En las empresas imperialistas que operaban en México y en otras Partes de América Latina donde había poblaciones indígenas y negra, los trabajadores calificados y permanentes eran en buen numero extranjeros. Donde quiera que hubiera diferencias raciales, éstas eran utilizadas por las clases dominantes para dividir a los trabajadores Además, los esclavos mineros y las plantaciones aislaban geográficamente a núcleos cuantiosos de trabajadores»

El proceso de urbanización generó un movimiento contradictorio entre modernidad arquitectónica y tugurización del casco colonial. A fines del siglo XX, en la mayoría de los capitales de América Latina se podía localizar en la periferia del casco colonial urbano los barrios pobres con calles estrechas y empedradas, atravesadas por una acequia de aguas negras. En ambos lados de sus aceras, contiguas o dispersas, resaltaban las casas de vecindad. Viejas viviendas de una o dos plantas, de fachada descuidada, casi lúgubre, un zaguán cuadrado o rectangular de arcadas carcomidas, piedras y mosaicos deteriorados, bancos o esquinas despiadados exhibiendo un caño inmundo y enzolvado. Un pedacito estrecho alumbrado en las noches por la tenue luz de un farolillo que desembocaba en el patio invadido por la ropa recién lavada y por colchonetas en disposición de airearse y asolearse. Una escalera de peldaños cortos de madera o mármol, con barandal sucio e inseguro culminan en in corredor desde donde se desviaban todas las habitaciones-viviendas casi siempre numeradas. Una puerta y una ventana con vidrios opacos o con visillos, con pequeños agujeros a manera de miradores para avistar a cobradores o clientes, pero también para estimular el chisme vecinal. De quien no pudieron escapar las familias obreras fue del fantasma de los alquileres, que llevaban una parte significativa de sus salarios. La respuesta obrera no tardaría en llegar a través de las huelgas inquilinarias.

En Buenos Aires, en fecha tan temprana como 1907, circulo un manifiesto al pueblo convocando a la primera huelga general de inquilinos. En el texto se mencionaba que la huelga ya se había iniciado en los conventillos de la calle Itugaingó y se había extendido a famosos conventillos de elocuentes nombres, como «La cueva negra» entre las calles de Cochabamba y Garay, y «Las catorce provincias» aparte de otros más. Las razones y divisas de estos precursores del parismo inquilinario fueron transparentes. Hablaba de «La imposibilidad de vivir, dado el alto precio que propietarios e intermediarios especuladores cobran por incómodas viviendas, nos impulsa a no pagar alquiler mientras no sean rebajados los precios en un 30 por 100… nuestra divisa contra la avaricia de los propietarios debe ser: No pagar alquiler» . El impacto de esta agitación inquilinaria fue registrado por un entusiasta protagonismo anarquista: «De conventillo en conventillo se extendió rápidamente la idea de no pagar, y en pocos días la población proletaria en masa se adhirió a la huelga…. Las grandes casas de inquilinato se convirtieron en clubes. Los oradores populares surgían por todas partes arengando a los inquilinos y exaltándolos a no pagar los alquileres y resistir a los desalojos tenazmente »

En el caso de Buenos Aires, los conventillos o casas de inquilinos comenzaron a generalizarse a partir de la década de los ochenta, a raíz de que los obsoletos caserones del sur iban siendo abandonados por los grupos de poder urbano, ansiosos de ubicarse en la zona residencial moderna de gusto afrancesado que comenzó a expandirse hacia el norte de la ciudad capital. Al iniciarse en 1880, los 1.770 conventillos de Buenos Aires contaban con 24.023 habitaciones que cobijaban a 51.915 personas de extracción obrera y popular. En 1892, los conventillos llegaban a 2.192, con 34.152 habitaciones ocupadas por 120.847 personas. En doce años, el deterioro de las condiciones de la vida de los conventillos bonaerenses se hizo más visible, al duplicar el índice de hacinamiento pasando a cuatro personas por habitación.

La especulación con los alquileres en los conventillos y viviendas populares fue un foco constante de conflictos obreros en las principales ciudades latinoamericanas, ya que absorbía una cuota importante de la masa salarial. De las protestas ocasionales y aisladas frente a los desalojos y alzas de alquileres, se fue pasando a la acción reivindicativa colectiva y organizada.

Uno de los fenómenos más significativos de la recomposición social que trajo consigo el proceso de modernización de América Latina, fue sin duda la creciente incorporación de la mujer a la fábrica y en menor medida a los centros académicos, artísticos y políticos. No debe, pues, extrañar que las primeras manifestaciones de sindicalismo femenino y de corrientes feministas, se configuraron en este período.

Este proceso suscitó  una posición  ambivalente  en el seno de las filas de los trabajadores varones. Ya  que desde el período anterior  se habían registrado  precoses manifestaciones de estas valoraciones  masculinas, entrampada entre las redes de la solidaridad de clase  que involucraban  por ende a las trabajadoras y las inveteradas  tradiciones machistas que confinaban a la mujer al hogar.

En el primer congreso obrero (1876), en México, hubo voces como la del anarquista Mata Rivera, que se había manifestado adversas a la presencia y participación de dos delegados, por el solo hecho de ser mujeres. La defensa que de ellas hizo el socialista Muñuzuri terminó por imponerse, luego de acalorado debate y votación.

Todavía en agosto de 1917, en una asamblea general de la unión de obreros de las fábricas de tejidos de Río de Janeiro, se pueden registrar los ecos del machismo obrero en boca de un dirigente textil, quien invocó a sus compañeros de labor: «Nosotros no debemos enseñar (el trabajo) a esa mujeres que mañana nos vendrán a sustituir, pero debemos hacerles comprender que su lugar está en la casa, en tratar de educar a los hijos… ojalá que ellas sepan comprender su papel de educadora de aquello que mañana serán nuestros sustitutos en la lucha del pan y en la conquista del bienestar de la humanidad, pues así demostrarán a la sociedad ser las verdaderas reinas del hogar»

Las ideologías que se fueron afirmando en la clase obrera latinoamericana tuvieron un tenor distinto. No sólo respondieron a las expectativas de la época sobre los diversos caminos acerca del desarrollo y del cambio social, sino también a las preocupaciones más cotidianas de sobre-vivencia de la misma clase. En este período emergió un movimiento político-sindical que comenzó a estructurar sus propias instituciones culturales de clase (cuadros artísticos, ateneos, bibliotecas, escuelas nocturnas, literatura y periodismo) y a elaborar sus propias reflexiones y programas políticos.

La convergencia de este sindicalismo obrero en expansión y de un movimiento de renovación universitaria e intelectuales en las capas medias urbanas, potenció los alcances de la significación ideológico-cultural del proletariado industrial-urbano y el naciente feminismo obrero.

Las ideologías anarquistas y socialistas fueron las que mejor y más rápidamente recogieron las demandas de las mujeres y particularmente de aquellas que se incorporaron al trabajo fabril y al movimiento político y sindical. Las emergencias de un liderazgo femenino comenzó a destacar a ciertas ramas de la industria (textil, tabaco, bebidas y alimentos, químico-farmacéuticos) y l trabajo artesanal (costureras).

En la ciudad de México aparecieron grupos feministas obreros, como la sociedad «Estrella de Anahuac» 1988, hijas de Cuahtemoc, 1902, Hijas de Anahuac, 1906. En pleno auge de la revolución Mexicana se celebró el I Congreso feminista en Yucatán (1916 y la COM (Casa del Obrero Mundial) de filiación anarcosindicalista llagó a contar con tres batallones de obreras. Entre sus militantes, destacaron: Carmen Huerta, Inés Malváez, Elisa Acuña, Lucrecia Tony, Esther Torres, las hermanas Catalina y María del Carmen Frías, etc.

El igual que en México, las demás ciudades latinoamericanas fueron sacudidas por la emergencia del sector femenino en el movimiento obrero, enarbolando las más de las veces reivindicaciones feministas al lado de sus reivindicaciones laborales (igual trabajo, igual salario, no al despido por embarazo o parto, derecho de asiento, reducción de la jornada laboral, etc.)

En Buenos Aires se comenzó a publicar La voz de la Mujer a partir del 2 de enero de 1896. Sus páginas recogían varios artículos de Soledad Bravo, los problemas y precarias condiciones de vida y trabajo de las mujeres obreras e inmigrantes. Otras editoriales fustigaron duramente a la sociedad patriarcal y a los milites anarquistas que transigían frente a ella, convirtiéndose en cómplices de la opresión femenina. Lemas como el de «No dios, no jefes, no maridos» señalaron la virulencia ideológica de este vocero del anarquismo femenino bonaerense. En el primer núcleo de feministas obreras sobresalieron Pepita Cherra, Virginia Botten, Teresa Marchisio, Irma Ciminaghi y Ana López.

Las corrientes internacionalistas dominantes en el movimiento obrero europeo comenzaron a tener cierta incidencia en el naciente movimiento obrero latinoamericano. El abanico de corrientes anarquistas, socialistas y socialcristianos, si bien impacto principalmente en el plano ideológico a las vanguardias sindicales de América latina, comenzó ya a manifestar algunos intentos organizativos de alcance intencional.

En esta dirección, incidieron principalmente los ecos del I Congreso internacional anarquista, celebrado en Ámsterdam durante el mes de agosto de 1907, que acordó impulsar la construcción de una internacional Libertaria. Dos años más tarde, la oficina de correspondencia anarquista a cargo de Enrico Malatesta, Rudolf Rocker, A Shapiro, J. Tener y J. Wilquit, público el último llamamiento a las organizaciones anarquistas del orbe para que se llevase a cabo que el primero de septiembre de dicho año del congreso fundacional de la internacional libertaria. Esta circular terminó por despertar inusitado entusiasmo en los nacientes pero activos grupos ácratas de de América Latina.

Un grupo anarquista peruano respondió a la oficina de correspondencia con una contrapropuesta. Entre otras cosas, argumento a favor de postergar para 1910 la realización del evento mencionado con la finalidad de garantizar su mayor éxito. Asimismo, los anarquistas andinos demandaron que para efectos de la elección de la sede del encuentro internacional se debería «elegir un punto más difícil, donde el anarquismo todavía está germinando; y como tal, debe ser en la capital del Perú» Finalmente concluían este mensaje diciendo: «Si los compañeros quieren honrarnos, aceptando la idea de que se realice en lima, proponemos que sea en el mes de diciembre, que coincide con la gran huelga de Iquique de 1907»

Esta iniciativa peruana cobró otra dimensión cuando la FORA le dio nueva significación a raíz de un encuentro tomado en su VIII congreso, celebrado en Buenos Aires a fines de abril de 1910, por el que se consideraba factible la realización de un congreso anarquista sudamericano. La FORA pensaba llevarlo a cabo en Montevideo y para ello contaba con la aquiescencia de los grupos anarquistas de Chile y Perú, así como con la colaboración de la FORU (Federación Obrera Regional Uruguaya), la FORP (Federación Obrera Regional Paraguaya) y finalmente de la CORB (Confederación Operativa Regional Brasileña)

Hacia 1915, la propuesta de un congreso anarquista continental cobró nuevamente actualidad a partir de la iniciativa de las organizaciones anarcosindicalistas brasileñas. En su ánimo pesaba el acuerdo del Congreso anarquista de Londres (1913), a favor de la construcción de una Internacional sindical alternativa al reformismo secretariado internacional Sindical. Sin embargo, un evento así necesitaba algo más que la voluntad e iniciativa brasileña. Al parecer, este nuevo intento también fue infructuoso. La paradójico del movimiento anarquista fue que a pesar de que su desarrollo orgánico alcanzó el mayor apogeo en este período, no fue capaz de sostener un proyecto de federalización a nivel continental, mientras que en los Estados Unidos y las oligarquías de la región habían logrado desde la reunión Panamericana de 1902-1903, coordinar esfuerzos para llevar adelante una ofensiva anti-anarquista a gran escala.

Las primeras huelgas de libraron en América Latina bajó la forma de huelgas salvajes. No siempre estas acciones de lucha del proletariado iban acompañadas de un pliego de reclamos y de un emplazamiento previo a la patronal. La espontaneidad de la acción directa emergió de la exasperación de las propias masas, aunque a veces fue estimulada por las ideas anarquistas. Los huelguistas no conocieron más límites que los de la correlación de fuerzas frente a sus oponentes del capital y el Estado. Frente a los huelguistas, los gobiernos oscilaron entre una especie de arbitraje intuitivo y la represión abierta. Excepcionalmente, las autoridades gubernamentales presionaron a los empresarios al considerar justas las demandas de los trabajadores que originaron el conflicto laboral. En todos los casos, el Estado puso como centro de su intervención: la garantía del orden social.

A lo largo de este capítulo analizaremos de las primeras acciones huelguísticas ínter gremiales en Cuba, Brasil y argentina. Debemos señalar, sin embargo, que en la memoria del proletariado latinoamericano las huelas heroicas han ocupado un mayor espacio y significación en la subjetividad histórico-política de esta clase subalterna. Las huelgas de Iquique (chile), Cananea (México) son dos de sus ejemplos relevantes. En junio de 1906, en el mineral Cananea, a la cual aludimos referencialmente en el análisis del anarco-magonismo, perdieron la vida cerca de treinta huelguistas asesinados por las fuerzas rurales del Estado de Arizona, al mando del capitán Tom Ryming, veterano de la guerra hispano-norteamericano. Las tropas estadounidenses cruzaron la frontera mexicana para imponer el orden en lo que consideraban feudo de la Cananea Consolidated Copper, en el Estado de Sonora.

Las minas de salitre de Iquique (Chile) concentraban a 24.445 obreros, de los cuales 7.047 eran extranjeros, en su mayoría de nacionalidad boliviana o peruana. Los capitales de la empresa salitrera eran de precedencia alemana y de la oligarquía chilena. La franja salitrera, principalmente botín de la guerra del pacifico (1879-1882), se convirtió en eje de las exportaciones chilenas y soporte de las rentas fiscales.

En este país, los salarios y las precarias condiciones de vida, aunadas a la intransigencia de las empresas mineras, hicieron estallar huelga tras huelga en los diversos oficios obreros. La primera fue iniciada el 4 de diciembre de 1907 por la maestreada del ferrocarril, el día 10 de propagó a los trabajadores de ribera y luego a todas las minas. Los huelguistas de San Jorge, Carmen Alto, San Donato, La Iquique, La Perla y la Esmeralda decidieron movilizarse hacia la ciudad portuaria del Iquique. Otros contingentes fueron bloqueados por las fuerzas represoras a la salida de sus campamentos.

El comité de huelga, presidido por el anarquista José Briggs estaba integrado además por Luis Olea, Manuel Altamirano, José Santos Morales, Nicolás Rodríguez y Ladislao Córdova. Su primer llamamiento consignaba los 10 puntos de la orientación anarcosindicalista que debía guiar al buen obrero salitrero: sindicalizarse, no traicionar a sus compañeros, ser activo y conciente, recurrir a asambleas y conferencias, no dejarse explotar, estudiar libros y periódicos obreros, dejar las tabernas y prostíbulos, rebelarse contra los verdugos, atraer a los indiferentes e instruir a los hijos.

Las negociaciones fueron dificultadas por la intervención del gobierno oligárquico de Pedro Montt a favor de las empresas salitreras, al demandar que los obreros retornarse a sus labores mientras corría un plazo de ocho días para gestionar una respuesta empresarial. La huelga continuó, a pesar del estado de sitio y férreo control militar impuesto por el general Silvia Renard. El 20 de diciembre, el intendente Carlos Eastman emplazó a los huelguistas a someterse voluntariamente o atenerse a las medidas disciplinarias que se pondrían en práctica al día siguiente. Horas después, en la mina Buenaventura, el ejército disparó a mansalva, dejando un saldo de seis muertos y veinte heridos de bala.

Varios miles de huelguistas chilenos, bolivianos, peruanos y argentinos, concentrados en la escuela de Santa María, fueron cercados por las tropas de Silve Renard. Infructuosamente algunos líderes obreros intentaron la mediación, diplomática. Cerca de las cuatro de la tarde Renard ordenó ametrallar la escuela. Hoy, poco importa saber se los muertos fueron 3.600 como registra la Cantata «Santa María de Iquique» o 2.000, como suponen otros historiadores. Las cifras, cualquiera que estas sean, no alteran la calidad y significación del genocidio obrero. Las masacres obreras y campesinas en este periodo se presentaron como un atributo necesario de la lógica del capital y del orden, impuesto a la clase trabajadora por el pacto neo-colonial en todos y cada uno de los países de América Latina.

Clase obrera y lucha anticolonial en Cuba[edit]

Durante los años de 1880 a 1895, con la sola excepción del incidente armado de 1885, no hubo en la isla de Cuba ningún conflicto bélico de carácter independista o revolucionario. Sin embargo, estos años de paz interna no fueron acompañados de las necesarias reformas sociales y políticas que el pueblo cubano ansiaba.

La reforma política propagandizada por la metrópoli española en 1878 postulaba formalmente el reconocimiento del derecho del pueblo de Cuba a elegir representantes ente las cortes de España, así como a la instauración de un sistema de gobierno provisional y municipal. Estas medidas, lejos de paliar las expectativas políticas de los cubanos, las acrecentó y polarizó.

Los comicios se sustentaron en un sistema elitista de sufragio, ya que sólo podían participar electores de buena casta y posición Social. La exclusión de blancos pobres y de negros fue virtualmente un hecho de discriminación colonial. La reforma electoral española de 1892 no hizo más que reforzar el régimen de opresión política en la isla, apoyándose en un típico argumento racista. Esta ley electoral marginó a Cuba, debido «exclusivamente a la gran dificultas existente allí donde la raza negra se halla en mayoría y puede ejercer una influencia decisiva en las elecciones» La política en Cuba quedaba así escindida en términos etnoclasistas, invitando a las clases subalternas a expresar sus intereses políticos por otros medios o adscribirse a los proyectos de orientación anticolonial.

Esta situación política fue aún más penosa dados los fueros especiales que mantenían el Capitán General de la isla de Cuba, que lo facultaban a disolver la Asambleas Provinciales en caso de haber desacuerdo político con su particular punto de vista. Los delegados liberales autonomista infructuosamente intentaron ser oídos en las Cortes sobre la importancia de sus tres postulados doctrinarios: Soberanía de España, representación colonial en las Cortes y gobierno representativo en Cuba. El año de 1890, el partido Autonomista enjuicio de manera categórica el fracaso de su gestión sobre la cuestión colonial de Cuba: «Tras doce años de penoso batallar contra la acción combinada de la intriga y la violencia…se encontraba el pueblo cubano en peor condición que en 1878, con el alma herida por el desengaño y la paciencia agotada por el sufrimiento»

En materia social, la cuestión de la esclavitud había agregado su cuota de malestar político. El 5 de noviembre de 1879, el gobierno español de Martínez Campos presentó a las cortes un proyecto sui genereis de abolición de la esclavitud en Cuba, por el cual 200.00 esclavos negros de la isla lograrían su libertad luego de ocho años de ejercicio de labores y servicios en beneficio de sus amos. Esta especie de «patronato» temporal fue una medida compensatoria a favor de los esclavistas, ya que quedaba excluida la indemnización gubernamental.

Hacia 1886 quedaban solamente 26.000 esclavos, ya que los amos optaron por libertaros para desligarse durante lo que ellos llamaban «tiempo muerto»; es decir, el no trabajo de niños y ancianos. Para tal fin utilizaron un abanico de formas medidas pero no siempre favorables a sus intereses. Bajo este panorama se expidió un Real Decreto aboliendo la esclavitud, dos años antes de que concluyese el «patronato». Pero la liquidación de la esclavitud no sepultó la tradición ideológica del racismo; éste siguió pautando las relaciones sociales y los conflictos que de ella emanaron.

La economía Cubana, eminentemente azucarera, sufrió por esos años una conmoción sin precedentes. Perdido el mercado europeo por el auge del azúcar de remolacha, la producción de azúcar de caña acentuó su dependencia económica con el respecto al mercado y capital norteamericano. Los precios mantuvieron una declinación constante. En Nueva York, el precio del azúcar crudo cotizado a 10 centavos de dólar la libra en 1870, se deslizo a 8.6 centavos en 1882 y para el año de 1884 cayó estrepitosamente a 3.2 centavos.

Los nexos de la industria azucarera cubana con la economía norteamericana se iniciaron a mediados del siglo XIX, a partir del tráfico ilegal de esclavos negros controlado por cuatro empresas neoyorquinas.

A éstas se sumaron un número indeterminado de empresas de navegación norteamericanas que, con sus veloces flotillas de Clippers, monopolizaron hasta el noventa por ciento del comercio negro con las islas de Cuba.

Más allá del tenor lucrativo del complejo mercantil negrero, la economía azucarera cubana en su ligazón creciente con el mercado norteamericano se vio beneficiada por la crisis azucarera de Luisiana (1871) y el advenimiento del ferrocarril, que fracturó el circuito naviero del Mississippi.

De allí en adelante, las ciudades portuarias de las costas atlánticas norteamericanas, Nueva York y Boston, cobraron inusual importancia estratégica apoyándose en la industria de refinación de azúcares crudos procedentes de los ingenios cañeros cubanos.

Cuba se convirtió así en una rueda excéntrica en la maquinaria mercantil colonial hispana de la segunda mitad del siglo XX. La balanza del comercio exterior acusó una marcada orientación en el proceso de modificación de los términos de dependencia económica. El polo de dominación neo-colonial norteamericana sobre Cuba fue haciéndose más precaria la dominación española. La crisis y la guerra de 1898, que enfrentó con distancias a norteamericanos y patriotas cubanos contra españoles, se había venido incubando durante toda la segunda mitad del siglo XIX.

De 1837 a 1873, la economía azucarera cubana vivió su fase de mayor expansión y bonaza. La construcción de vías férreas permitió la ampliación de la frontera azucarera al asimilar las tierras vírgenes del interior de la isla. Las restricciones al tráfico de esclavos forzaron a la sacarocracia cubana a buscar, con el apoyo español, formas complementarias de captación de fuerzas de trabajo.

Diversos mecanismos de enganche y contrata de mano de obra inmigrante complicaron el espectro etnoclasista de los trabajadores de los ingenios, ferrocarriles, manufacturas y servicios urbano-políticos. Llegaron así: irlandeses y canarios para la construcción y servicio de los ferrocarriles; gallegos para trabajar en los ingenios azucareros más modernos y en los talleres semifactureros urbanos; finalmente, coolíes chinos para la faena del corte de leña. Las líneas del color atravesaron así las contradicciones entre el trabajo y el capital, pero también las existencias entre jerarquías ocupacionales o de oficio.

Las principales ciudades cubanas operaban terminales de los azúcares y mieles procedentes de los ingenios contaban con un importante mercado de fuerza de trabajo eventual. Esto se incrementó grandemente a raíz del despojo de que fueron objeto los campesino de algunos valles. Como el de Mayabeque, con motivo de la violenta expansión de la frontera rural del azúcar. Antiguas ciudades coloniales, como la Habana, resistieron los efectos de esta presión migratoria, construyéndose nuevos barrios a ambos lados de sus murallas, todos ellos marcados por la pobreza y las líneas de color de las clases subalternas. La tenaz resistencia del proletariado y lumpenproletario urbano hicieron infructuosas las medidas represoras -ley de vigilancia- que pretendían utilizar la sacarocracia cubana y el régimen colonial hispano, para someterlos aun sistema laboral imperante en los ingenios y en la realización de obras públicas. Más tarde, importantes contingentes de estos sectores sociales engrosaron las filas del partido de la revolución Cubana en su lucha por la independencia.

La tendencia negativa de los precios del azúcar en el último cuarto del siglo XIX, llevó a los ingenios a una nueva fase de modernización con la finalidad de abaratar costos y mantener competitividad y mejorar sus tasas de ganancia. El régimen esclavista quedó así sepultado; la las centrales azucareras; el sistema de colonato y el trabajo asalariado se acoplaron mejor a estas nuevas exigencias y a las innovaciones tecnológicas. Pero este proceso tuvo que ser acompañado por un movimiento de concentración empresarial, de 1.400 ingenios existentes en 1885, pasaron a 400 en el año de 1894. La sacarocracia estrechó así su círculo de poder económico y político.

En las últimas décadas del siglo XIX, el movimiento obrero y artesanal comenzó a dar un viraje en sus posiciones gremiales y políticas. L cruzada reformista de Saturnino Martínez de trocar la política de huelgas por la de la formación de cooperativas de producción y consumo, sólo logró mantener su hegemonía hasta mediados de la década de los ochenta. El fracaso de los experimentos cooperativos se hizo frecuente, siendo capitalizado por el surgimiento de una corriente anarcosindicalista que tuvo como vocero el diario El productor, dirigido por Enrique Roig Martín, más tarde considerado el principal exponente del anarquismo cubano.

El grupo de Roig, conocido también el circulo de los trabajadores, asumió un lema muy claro y contundente «No queremos cooperativismo, demandamos la revolución social» La prédica corrosiva y anti-reformista de este grupo anarquista cosechó su mayor éxito en el movimiento obrero con motivo de la realización del I congreso obrero nacional en la Habana durante el mes de enero de 1892 y que había sido convocado el 1 de mayo del año anterior.

En dicho evento, Saturnino Martínez fue repudiado por los congresistas obreros cubanos y españoles. Este congreso tuvo especial significación porque implicó la derrota del cooperativismo reformista y otorgo la hegemonía ideológica-política al círculo de los trabajadores, que postulaba la lucha por las demandas de clase y de interés nacional-popular.

El desarrollo del congreso se trató de la necesidad de la lucha por la jornada de las ocho horas, de la organización de la federación regional Cubana, de la igualad de trabajadores blancos y negros, de la necesidad de la acción política y del apoyo de la independencia de Cuba Se reivindicó al socialismo revolucionario como guía de la emancipación de la clase obrera cubana y complemento de la emancipación popular. «Que si bien el congreso hace la anterior afirmación en su sentido más absoluto, también declara que la introducción de estas ideas en la masa trabajadora de Cuba no viene, no puede venir, a ser un obstáculo para el triunfo de las aspiraciones de emancipación del este pueblo, por cuanto sería absurdo que el hombre que aspira a su libertad individual se opusiera a la libertad colectiva de un pueblo, aunque la libertad a que ese pueblo aspire sea esa libertad relativa que consiste en emanciparse de la tutela de otro pueblo»

Si bien el Congreso Obrero aprobó la moción a la que aludimos en párrafo anterior, no por ello dejó de manifestarse una fuerte y agitada confrontación de ideas entre las diversas corrientes obreristas; Eduardo Gonzáles antepuso los intereses de clase a los de carácter nacional, diciendo, «Soy enemigo del integrista como del separatista, estrecho su mano cuando hay que ponerse enfrente del burgués» Más coherente y sólida de la perspectiva asumida por quienes articularon los intereses de clase y nación. Maximino Fernández, Enrique Creci, Sandalio Romaella, Ramón Villamil, Enrique Messonier y Daniel Rodríguez destacaron entre los adherentes a la moción del obrerismo nacionalista. Los obreros de nacionalidad española difícilmente podían acogerse a un planteamiento nacional que cuestionaba a su país e origen. En este sentido, la moción y acuerdo del congreso a favor de la independencia de Cuba escindió étnicamente al movimiento obrero.

La disidencia entre los congresistas de filiación anarquista se expresó también en la valoración de los medios para conseguir la jornada de las ocho horas y la emancipación obrera. Los partidarios de la huelga general y de la revolución social profundizaron sus divergencias. Ramón Villamil, poniéndose a la izquierda de la posición de Carlos Marx, dijo que esté en el congreso de Basilea (1959) había sostenido que los obreros para realizar sus bienes deberían asociarse, pero que él prefería decirles a sus hermanos de clase que era mejor asociarse y armarse para hacer la revolución. Francisco Peláez, aunque partidario también de la revolución, pensaba que esta vendría de Europa. Europeísta y cubanista pusieron en evidencia los límites del ideario anarquista. Finalmente, los intereses más generales del movimiento obrero prevalecieron sobre los fraccionalismos doctrinarios, aprobándose la huelga general como táctica para conseguir la jornada de las ocho horas, mientras que la revolución social fue reivindicativa simbólicamente como una meta o ideal.

En lo que respecta a la organización obrera, prevalecieron los puntos de vista de la corriente organizadora de los anarquistas sobre la corriente espontaneísta. Se aprobó finalmente la propuesta de Maximino Fernández de crear la federación de trabajadores de Cuba. Su estructura orgánica prescribía que en cada localidad se formasen una sociedad con sus respectivas secciones por oficio u ocupación; que cada sección contase con autonomía y libertad de acción; que todas las sociedades locales sostuvieron mediante un pacto general a la Federación de Trabajadores de Cuba.

Este primer congreso no pudo llegar a concluir sus sesiones de trabajo. Fue significativo el hecho de que el 20 de enero, el gobernador civil de la provincia de la Habana, Francisco Cassa, ordenase la suspensión del encuentro obrero y ordénese la detención de los líderes Cristóbal Fuentes, Eduardo Gonzáles, Maximino Fernández y Ramón Villamil. En la orden de aprehensión quedaba muy claro el motivo de esta acción draconiana, tal era la preocupación gubernamental rente a los acuerdos «aceptados y aclamados» el día anterior y que revestían «caracteres de delitos contra el orden social y político existente» El mismo día de la represión, el congreso iba a discutir un plan sindical contra la discriminación racial.

La vanguardia anarquista, principalmente el círculo de los trabajadores, se abocó a la preparación y realización de la defensa de agitación tuvo éxito, las autoridades se vieron forzadas a decretar la libertad de los congresistas presos. Esta acción represiva preludió las acciones anti-obreras de los años venideros.

El clima ideológico-político de convergencia de los intereses de la clase obrera y la nación no se limitó únicamente al congreso obrero de la Habana. Algo similar aconteció a los obreros tabacaleros cubanos residentes en Tampa, Cayo Hueso, Ocala y otras poblaciones norteamericanas. Papel destacado en esta orientación ideológica lo jugó José Martí, que a la sazón había llegado el 25 de diciembre de 1891 a Cayo Hueso, invitado por un grupo de obreros con la finalidad de discutir una fundación del partido revolucionario y la emancipación de Cuba. A la formación de este partido en el exilio, prestaron su valiosos concurso dos de los socialistas más activos y renombrados entre los trabajadores cubanos, Carlos Baliño y Vicente Tejera.

Las simpatías obreras de los tabacaleros inmigrantes se volcaron multitudinariamente a favor de la empresa independencia de José Martí. Fueron los tabacaleros quienes cotizaron para la compra de armas un día de su jornal a la semana, que fluctuaba de 0.25 centavos de dólar a 2 dólares 50 centavos, según sus salarios. En 1893, los obreros cubanos constituían la base social dominante de los 71 clubes revolucionarios de Cayo Hueso y de los quince de Tampa. Mientras tanto, en el interior de la isla de Cuba se había constituido la Sociedad general de trabajadores bajo orientación anarquista, que dos años más tarde, con motivo del inicio de la guerra independista, actuarían desde la clandestinidad difundiendo las ideas clasistas y nacionales de los obreros cubanos.

El apoyo económico de los tabacaleros de Ocala (Florida) llevó a José Martí a dirigirles un homenaje desde el periódico Patria, órgano del partido revolucionario un 2 de julio de 1892: «Cuando se cuentan los años pasados por la migración cubana en esperanzas y caídas: cuando se recuerda el sacrificio continuo, y de fin invisible, de las emigraciones; cuando se conoce, por las penas constantes de la existencia, el valor del dinero ganado con las propias manos; cuando se sabe que el óbolo que se distrae de él es un placer menos para los hijos, una medicina menos para el enfermo, un plato menos para la mesa de la casa, No se pueden leer sin respeto estas frases de una carta de Ocola: “Desde esta fecha donaremos de nuestro pobre jornal la insignificante cuota de veinticinco centavos semanales destinados a la revolución de nuestra patria Cuba…”»

Las influencias ideológicas en el seno de la clase obrera cubana variaron de los inmigrantes residentes en los Estado Unidos a los que radicaban y trabajaban en la Isla. Los primeros se sintieron más próximos y sensibles a la corriente socialista del venezolano Daniel de León, agrupada en la organización Knigths of the Labor y más tarde en el partido obrero socialista de los Estados Unidos. En los segundos predominaba la ideología anarquista sobre la socialista, promovida principalmente por los obreros inmigrantes de nacionalidad española. Sin embargo, tanto los obreros cubanos en los Estado Unidos como los afincados en la Isla, se involucraron de manera progresiva y creciente con las preocupaciones nacionales y la lucha de liberación de su país de origen. Su blanco inicial fue la dominación colonial hispana; concluida ésta se orientó contra la dominación norteamericana. En una y otra fase de la lucha anticolonial la participación obrera se expresó a través de los sindicatos y periódicos obreros, pero también a través de formación de clubes patrióticos en barrios populares o fábricas.

En el transcurso del año de 1893 se sucedieron dos acontecimientitos que mermaron coyunturalmente al entusiasmo inicial con que los obreros inmigrantes recibieron la fundación del partido revolucionario de Cuba. El primero fue el fracaso de la rebelión de los hermanos Sartorius en la localidad de Holguín, en territorio cubano. El segundo, la recesión de la industria tabacalera sureña que condujo al cierre de numerosas empresas industriales en el marco en un gran crisis económica que afecto a los Estados Unidos.

Miles de obreros fueron despedidos, entre ellos un gran continente de trabajadores cubanos. La lucha por la sobrevivencia que emprendieron estos últimos, les restó fuerza al apoyo que antes le brindaron al partido revolucionario. Tras una breve mejoría de la economía, sobrevino una nueva fase de la crisis industrial que asumió en crítica situación a la industrial tabacalera. Los patronos de las tabaquerías de Cayo Hueso rebajaron al mínimo los salarios y 800 obreros cubano se lanzaron a la huelga. La administración colonial hispana, entrada de estos sucesos, les ofreció a los patrones un contingente de tabacaleros españoles como rompehuelgas.

En diciembre de 1893 llegaron a Cayo Hueso los rompehuelgas, produciéndose violentos enfrentamientos con los huelguistas cubanos. A la administración colonial hispana, más que quebrar la huelga, les interesaba aniquilar la base social de los clubes obreros del partido Revolucionario cubano. Este último con la finalidad de contrarrestar la medida española, optó por recurrir al gobierno norteamericano, apelando contra los rompehuelgas españoles en base a las leyes de inmigración y la legislación laboral vigente en el país. La gestión del partido de José Martí r5indió sus frutos; los rompehuelgas tuvieron que ser repatriados. Este final, relativamente feliz, volvió a consolidar la base obrera del partido independista.

En Enero de 1895 la expedición de desembarco de mil quinientos combatientes preparada por Martí, sufrió un rudo golpe. Una infidencia involuntaria llevó a que el gobierno norteamericano interviniese los barcos «Amadís», «Laconda» y «Baracoa» en vísperas de su partida rumbo a Cuba; fueron incautados los materiales de guerra que portaban. Lejos se amilanarse el partido revolucionario, consiguió redoblar las adhesiones económicas y políticas de los obreros inmigrantes. Dos meses más tarde y con posteridad al primer estallido de las acciones anticoloniales en Cuba, un pequeño contingente al mando de Antonio Maceo, desembarcó cerca de la población de Baracoa, partiendo hacia Guantánamo. Poco después. Logró unirse a las fuerzas rebeldes comandadas por el brigadier Jesús Rabí. Por su lado José Martí y cinco correligionarios después de azaroso viaje lograron desembarcar en la Playita, caleta cerca de la localidad de Cajobabo. La revolución anticolonial se había iniciado y tendería a expandirse.

La insurrección anticolonial, que se inicio el 24 de febrero de 1895, pronto devino en heroica y cruenta guerra nacional-revolucionaria, que duró hasta entrado el año de 1898, con motivo de la salida de la isla de las autoridades españolas y el ingreso de las tropas norteamericanas. Durante las primeras acciones armadas del partido revolucionario cubano, se produjo un hecho luctuoso sensible; José Martí fue abatido en una emboscada el 19 de mayo de 1895. A pesar de ello, el mando y orientación del movimiento independista no decayó.

En septiembre de 1895, en una zona liberada del interior de la isla, los patriotas convocaron a una asamblea constituyente y aprobaron una Constitución provisional, en la que se hacía constar la independencia como acto legitimo de la soberanía del pueblo cubano y a la república como la forma política que debería regir sus destinos. El curso de la guerra y la política independista erosionaron la propia cohesión y legitimidad del régimen colonial. La metrópoli española relevó de su cargo al capitán general de la isla de Cuba, Martínez Campos, por Valerio Weyler. Este inauguró una política de tierra arrasada y de formación de zonas de reconcentración poblacional con la finalidad de aislar y acercar a las guerrillas patrióticas. A fines de 1896, en una batalla cerca de la Habana, falleció el líder independista Antonio Maceo.

La guerra independista pronto repercutió en las tabaquerías cubanas gracias a que en los propios talleres y durante la jornada de trabajo se siguió practicando el régimen de lecturas de libros y periódicos. Esta práctica se había iniciado con fines educativos a mediados del siglo XIX, en la galeras de los presos que oficiaban de cigarreros en al Arsenal de la Habana. De allí se propagó a las tabacaleras de la misma ciudad. El año de 1865 el periódico obrero La Aurora promovió una orientación ideológica clasista para la selección del material de lectura. A pesar de las restricciones patronales y gubernamentales, las mesas de lectura continuaron funcionando. José Martí caracterizó certeramente esta práctica cultural de los tabacaleros al designar como «tribuna avanzada de la libertad» Pero este medio de agitación ilustrada no tardo en ser nuevamente reprimido; el 8 de junio de 1896 se expidió un bando gubernamental prohibiendo terminantemente toda práctica de lectura.

El régimen de lectura fue patrimonio exclusivo de los talleres de las tabaquerías, ya que su modalidad de trabajo así lo permitiría. El procesamiento del tabaco lo hacia individualmente y a mano los torcedores sentados unos juntos a otros en largas mesas. Las operaciones de confeccionar cigarros era una actividad silenciosa, salvo por las conversaciones y corrillo de los propios operarios. En cambio, la lectura no pudo practicarse en los ingenios azucareros, en cuya casa de calderas no se podía escuchar voces humanas. Los ruidos de la maquinaria generaban una ensordecedora gama de sonidos de rodaje, prensas, bielas, engranes, émbolos, pistones, válvulas, centrífugas y acarreos con fugas de vapor que ahogaban o distorsionaban toda voz humana.

Hacia 1898, la guerra anticolonial había cobrado más de veinte mil vidas humanas. Las bajas españolas también fueron considerables. La intervención norteamericana parecía inevitable. Los conflictos bélicos entre Estado Unidos y España habían estallado. El 1 de mayo de 1898 la flota norteamericana ocupó filipinas luego de hundir a su símil española. Una semana antes, el consejo de gobierno de las fuerzas patriotas cubanas habían reconocido a los Estado Unidos como su virtual aliado. A mediados de año, las tropas estadounidenses invadían Cuba. A fines de año el ejército colonial hispano, acosado entre dos fuegos, obligó a las autoridades españolas a preparar retiro y la firma de un tratado de paz con los Estados Unidos.

La guerra de liberación en Cuba fue motivo de fuerte represión a las organizaciones obreras. En marzo de 1898, las autoridades coloniales habían ordenado el cese a toda actividad Obrera de tipo gremial. Durante esos últimos meses que precedieron a la derrota española y su ulterior retiro, la clase obrera cubana percibió con nitidez la convergencia de sus intereses de clase con los de carácter nacional. La opresión de clase se revelaba como uno de de los rasgos distintivos de la opresión colonial. A esta escala final de la represión anti-obrera del régimen colonial sólo sobrevivieron tres gremios pertenecientes a la industria tabacalera de la Habana. Estos fueron: la sociedad de Escogedores de Tabacos, La sociedad de Fileteadores y la Unión de Rezagadotes que tenían como adherentes únicamente a obreros españoles. No obstante, este balance debe ser relativizado dado el desarrollo de clubes obreros ligados a la lucha revolucionaria, tanto en el interior como en el exterior del país, que concluida la lucha armada devinieron en poderosas palancas de reconstitución de los gremios y sindicatos disueltos.

En el año de 1899 un censo de población realizado por las fuerzas intervencionistas norteamericanas arrojó un total de 1.572.797 habitantes. De esta población, 622.330 fueron considerados trabajadores manuales: 299.197 ligados a las faenas del campo, principalmente a la de las centrales e ingenios azucareros; 141.936 dedicados a las labores domesticas o de productores independientes; 93.034 como obreros fabriles; 79.437 como empleados de comercio y como trabajadores adscritos al servicio de transportes; finalmente, 8.736 fueron considerados artesanos de oficio.

Además de señalar esta diferencia ocupacional de los trabajadores cubano, el censo de 1899 hacía constar su persistencia de raza, consignando la existencia de 403.059 trabajadores blancos y 219.271 de color. El mérito de la corriente anarquista fue el haber afirmado la cohesión de clase frente a las formas tradicionales de segmentación interna que ponía énfasis en las líneas de color, el paisaje, los oficios y las jerarquías ocupacionales.

La guerra de independencia generó un éxodo rural masivo sobre las ciudades, apresurando su crecimiento. Según datos del Censo de 1899, La Habana contaba con una población de 247.000 y Puerto Príncipe (Camagüey) con 25.000 habitantes. DE todas estas ciudades, La habana constituyo demográficamente el centro urbano por excelencia.

En la Habana, la presión migratoria generó un nuevo proceso de tugurización y de formación de barrios populares. Las casas vecindad abundaron en los barrios de la Paula, Jesús María sitios, Tacón San Lázaro, Pueblo Nuevo, Cayo Hueso. Este último fue bautizado así porque allí se afincaron la mayoría de los inmigrantes damnificados del pavoroso incendio de Key West en 1886, que fueron transportados a La Habana por gestión solidaria de los tabacaleros de esta ciudad.

La culminación de la guerra contra la administración colonial española permitió reorientar el desarrollo del movimiento obrero en función de sus reivindicaciones de clase y reconstituir sus órganos de resistencia. Las vanguardias obreras se sentían desilusionadas por la actitud claudicante de un sector importante de la burguesía criolla que hegemonizó el mando de las fuerzas independistas. Este sector, más preocupado por el orden social que por la soberanía nacional, opto por hacerse cómplice del desarme del pueblo. Las fuerzas de ocupación norteamericanas venían ofreciendo una suma de dinero a quienes individual o voluntariamente entregasen las armas de fuego. Es cierto, sin embargo, que muchos combatientes del pueblo cubano, perdida coyunturalmente la dirección revolucionaria del movimiento independistas y acosados por el desempleo y el hambre, se vieron forzados a vender sus armas.

El licenciamiento de las tropas del ejército libertador se convirtió en un problema político gremial, de la clase trabajadora del campo y la ciudad. Los licenciados reclamaban el pago de los jornales adeudados por los servicios militares prestados, así como su derecho al trabajo en la nueva coyuntura.

En este contexto, la compra de ramas por parte de las fuerzas interventoras norteamericanas tuvo una doble finalidad frente a la creciente presión de cada una de las más exaltadas tropas populares. Tal adquisición cumplió, por un lado, una función paliativa o distractiva frente a sus necesidades más apremiantes de supervivencia, y, por otro lado, asumió una función disgregadora al debilitar el movimiento de los licenciados a través de su desarme efectivo.

La dirección criolla del movimiento independista desestimó todo compromiso frente a la cuestión de los licenciados, delegando la responsabilidad política en manos de la administración norteamericana, la cual fue a su vez incapaz de ofrecer una salida alternativa. Por su lado, el movimiento obrero inició un debate en torno a la salida más viable al problema de los licenciados.

De las diversas iniciativas y proyectos obreros frente al problema en mención destacaron básicamente dos. El primero de ellos de clara orientación reformista mutual fue promovido por el club Benéfico El sol, por Francisco Cabal, que ene un manifiesto publicado el 2 de febrero de 1899 convocó a toda la clase obrera a participar en una gran colecta patriótica para saldar los haberes vencidos a los soldados patriotas. Para tal efecto, Cabal llamó a una reunión obrera con el fin de elegir un comité central que se dedicase a la tarea de recaudar los donativos. El día fijado para la reunión, luego de prolongados debates, se acordó retrasarlos hasta la llegada del general patriota Maximino Gómez, para demandarle su orientación acerca de la mejo salida a este problema social.

La otra propuesta de orientación clasista fue promovida de manera simultánea y alternativa a la auspiciada por Francisco Cabal. Lideraban esta iniciativa radical José Domingo Navarro y Francisco García, quienes prefirieron convocar a una movilización popular que partiendo de la plazoleta del Arsenal se dirigiera al palacio de gobierno a fin de exigirle al gobernador de la isla de Cuba, mayor general John R. Broocke, del ejército de ocupación norteamericano, las siguientes demandas: paga de los jornales adecuados al ejército manbí. Reapertura del arsenal que había dejado sin empleo a una gran cantidad de obreros patriotas y «trabajo para todos»

El movimiento obrero asumió la iniciativa de la lucha social y nacional, en el nuevo contexto de dominación neo-colonial que impusieron las autoridades y capitales estadounidenses. A los problemas sociales legados por la guerra, se sumaron otros que tenían más que ver con la nueva administración neo-colonial. Así, a principios de 1899, los estibadores y jornaleros de muelle y almacenes del puerto Cárdenas decidieron suspender sus labores; demandaron que en lo sucesivo den lugar del peso de oro español por jornal diario, se les abonase la suma de dos dólares norteamericanos.

La economía cubana se dolarizó muy rápidamente a raíz de la intervención norteamericana, motivando que los jornales pagados en la moneda tradicional, sostenida anteriormente por la administración hispana, se convirtiese en objeto de especulación usuaria por los cambistas particulares e incluso por los propios bancos. El desabasto de víveres y manufactura básicos generados por la guerra fue suplido por la llegada de productos norteamericanos, cotizados y vendidos en dólares a la población cubana. Con a mediación de las autoridades militares de ocupación, obreros y patronos de Cárdenas llegaron al acuerdo de que el jornal diario se comenzara a cotizar a dólar y medio. En cambio, en las centrales azucareras e ingenios bismonetarismo llevó a una solución antilaboral, al cotizarse los jornales del proletariado cañero mediante la expedición de vales que sólo podían cambiarse por mercancías en las tiendas mixtas de sus propios centros de trabajo.

A la acción huelguística de los portuarios de Cárdenas le sucedieron otras: la huelga de mecánicos y carpinteros y ferroviarios de la misma ciudad por mejoras salariales; un paro general de los jornaleros de la Habana debido al deterioro de sus condiciones de existencia; la huelga de las obreras papeleras de la cigarrería La Corona por incremento salarial. En estos casos y a diferencia de los portuarios de Cárdenas, los aumentos de jornal se pidieron en pesos españoles. La acción huelguística de estos sectores de trabajadores precedió a su reconstitución gremial. Hubo también otros actos espontáneos de protesta obrera como los de aquella muchedumbre acéfala que le demandó al gobernador de puerto príncipe, pan y trabajo, así como los mítines de protesta de los despidos del Arsenal de la Habana.

La clase obrera se sintió y se supo defraudada bajo el nuevo orden. ¿Qué importaba nutrir las filas mambisas y de expedicionarios en la lucha de independencia si seguían siendo marginados y la dirección burguesa negociaba con facilidad la soberanía frente a los yanquis? ¿Qué importancia tenía haber formado clubes obreros dentro y fuera del país para sostener una guerra con sus ya esmirriados salarios, si los únicos beneficiados económicamente eran los capitales norteamericanos y los propios de la burguesía criolla? El movimiento obrero en la lucha por sus intereses de clase y los de la nación durante los primeros años de la administración norteamericana quedó aislado en su doble confrontación.

En el año de 1899 surgieron dos organizaciones ligadas a la clase obrera: el partido socialista cubano y la liga general de trabajadores cubanos. En la primera participaron intelectuales y líderes tabacaleros procedentes de Tampa y Key West, así como algunos viejos líderes socialistas que sobrevivieron a la represión obrera y a la guerra. En la liga general, en cambio convergieron las diversas corrientes obreristas, animadas por el deseo y voluntad de reconstruir las sociedades de resistencia obrera y federales en un organismo unitario.

La cohesión del movimiento obrero a través de los proyectos de de reconstrucción sindical padecía una serie de en trabamientos sociales e ideológicos. Así sucedió con la sociedad general de trabajadores de la Habana, que fracasó en su intento de reorganización; su fracaso se debió a la postura centrista -autonomista- durante la guerra postulado por su líder anarquista, César García, que la aisló y enfrentó tanto a los obreros independistas como a los obreros españoles. Mejor suerte tuvo el círculo de trabajadores de la Habana, que logro reabrir su local y reagrupar sus fuerzas. Sin lugar a dudas, su nítida postura independista desde el congreso obrero de 1892, le permitió recuperar su papel de vanguardia. La guerra había marcado profundamente a las corrientes obreristas al punto de influir decisivamente sobre la nueva fase de reconstitución y lucha sindical.

De la vieja guardia anarcosindicalista de los años previos a la guerra anti-colonial, pocos quedaron con voluntad y posibilidades de reintegrarse al movimiento obrero cubano. Sandalio Romaelle, Adolfo Santaya y Sabino Muñiz se quedaron en Tampa vinculados al trabajo sindical cono los tabacaleros inmigrantes. Adrián del Valle de afincó a Nueva York. Otros líderes, como Eduardo Gonzáles, Maximino Fernández, José Gonzáles y Gervasio García, quienes habían tenido destacada participación en el congreso obrero 1893, en la nueva coyuntura se alejaron del movimiento obrero. No obstante, hubo quienes desde el exilio decidieron retornar a la isla y volver a bregar en las tareas de organización, propaganda y agitación libertaria, como José Acosta, Ramón Rivera, Arturo Juvenet, Ángel Cremata, Pedro Merino y el argentino Alejandro Luis Riveiro.

Los gremios tabacaleros, tipógrafos, panaderos, albañiles, jornaleros y estibadores fueron los primeros en reorganizarse e instalar sus locales sindicales. Las veladas artísticos culturales se hicieron más frecuente, exponiéndose en ellas las ideas anarquistas y socialistas, pero también los resultados del quehacer literario y teatral de la vanguardia obrera. Los actos más importantes y periódicos se celebraron en los salones de la sociedad El pilar y del centro de cocheros de La Habana. La clase obrera dispuso su tiempo libre entre las actividades gremiales, las veladas y la asistencia a las salas de juego (dominó y baraja), y la concurrencia a los bares, prostíbulos y corridas de toros.

La burguesía Cubana comenzó a ejercer una doble presión sobre la clase obrera. La primera para cooptarla a las files de sus partidos recientemente constituidos con fines electorales (El nacional cubano, la liga patriótica y la liga nacional cubana) La otra para enfrentarla empresarial y corporativamente a través del reciente constituido centro general de comerciantes e industriales, dado el repunte huelguístico y sindical del que venía haciendo gala el movimiento obrero a menos de un año de culminación de la guerra.

La administración intervencionista norteamericana al mando del mayor general Broock, preocupado por la visible convergencia y radicalización de los mambises del ejército libertador y el movimiento obrero, optó por una medida más efectiva de neutralización de los primeros: pagarles los deudos de sus haberes a condición de que retornasen a sus lugares de origen. Tres millones de dólares costó esta operación de desmovilización, aunque fue motivo de acres pero infructuosos impugnaciones por parte de las corrientes y grupos anarquistas y socialistas.

La presión de los desempleados urbanos paliada por las obras de saneamiento y de construcción civil que impulsó en la Habana el general Brooke. En el campo, paulatinamente, los capitales norteamericanos reactivaron la producción azucarera y sus centrales e ingenios pronto se convirtieron en centros de cooptación de mano de obra. Al lado de estas medidas de contención social, la administración norteamericana en convivencia con el centro gneral de comerciantes e industriales promovió una política de discriminación interétnica en el seno de la clase obrera. Favorecieron a los obreros españoles, frente a los obreros de color. Esta práctica lesionó la unidad de la clase obrera y de los propios sindicatos.

El conformarse en la ciudad de la Habana, la liga general de trabajadores Cubanos por iniciativa de los veteranos lideres obreros, como Enrique Messonier, Francisco Cabal, Ramón Rivero, y Pedro Navarro, el reformismo sindical y el nacionalismo obrero convergieron como una sola corriente sindical. Las bases de esta organización postulaban que los obreros cubanos disfrutasen de las mismas ventajas y garantías que los obreros extranjeros; que deberíase gestionar el retorno y el empleo para los obreros inmigrantes d nacionalidad cubana; que realizase una campaña cívica a favor de la mujer obrera; demandar la asistencia pública a los huérfanos pobres, sean hijos o no de libertadores; y finalmente, luchar contra todo elemento nocivo que obstaculizara la buena marcha de la república cubana. Esta plataforma fue impugnada por los anarquistas porque acentuaba la división étnica de la clase obrera entrabando su unidad y por su orientación de marcado tinte reformista.

El reformismo tuvo también una expresión política. Nos referimos al intento de Diego Vicente Tejera de formar un partido obrero. El 15 de febrero de 1899, mediante convocatoria general, se llevó a cabo una asamblea constitutiva en el teatro José Martí de la ciudad de la Habana,. El nombre definido que adoptó esta primera agrupación política de la clase obrera fue el partido Socialista Cubano. Sin embargo, la dirección de esta organización rápidamente claudicó pasándose a las filas del Partido nacional cubano.

Estos esfuerzos de la corriente reformista distaban mucho de satisfacer las expectativas del movimiento obrero, que acusaba una marcada tendencia hacia su radicalización. Con motivo de la huelga de los obreros de construcción civil se creó rápidamente una red de solidaridad de clase que llevó a la proposición de un paro general de apoyo, pero también de reivindicación de la jornada de las ocho horas.

El 20 de septiembre de 1899 estalló parcialmente la huelga, al no cumplir los acuerdos de los diversos gremios que convocaron a llevar mediante acción directa su primer pacto de solidaridad. La liga general de trabajadores cubanos de orientación reformista jugó un papel desmovilizador. Por su lado, el gobierno interventor y los patronos desplegaron medidas intimidatorias. El día 21, la capital apareció empapelada con un impreso que reproducía un manifiesto radical, rotulado a los trabajadores de la Habana, rubricado por algunos lideres anarcosindicalistas: Francisco de Armas López, Serafín Busto, José Fraga, Evaristo Antiroz, Juan Aller y Simón Camacho.

En dicho manifiesto se reivindica la unión de los obreros como clase, la jornada de las ocho horas y la vigencia de los derechos obreros en la república de Cuba de manera análoga a como regían en el país de origen de ka fuerza interventora. El mencionada texto reivindicaba también la señera figura de José Martí y declaraban inconcluso el proceso independista: «Tan pronto como finalizo la guerra de Cuba, los trabajadores de esta isla pensaron que la emancipación era una realidad, y lo creyeron así porque tenían en sus mentes y en sus corazones las palabras de aquel hombre a quienes los cubanos llamaron el apóstol de que fue maestro de la libertad; y como cada cual debe saber que los trabajadores españoles y cubano continúan siendo únicamente obreros…»

Nuevos gremios se adhirieron a la huelga, como los fogoneros del ferrocarril urbano, mientras los líderes reformistas de la liga general se personaban en la sede de la Sociedad el Pilar. Estos no buscaban das su adhesión a la huelga general, sino que los paristas adhiriesen a las filas del recién creado Partido nacional Cubano, como quería y postulaba el veterano líder obrero, Enrique Meesonier. Esta visita constituyó un acto de real provocación. Por su lado, los patronos y las fuerzas del orden redoblaron sus medidas de control represivo con el fin de drenar la extensión de la huelga.

Los periódicos obreros Tierra y Alerta se sumaron a la propaganda de la primera huelga general en demanda de la jornada de las ocho horas de t5rabajo, y realización del mitin obrero convocado por los autores del manifiesto anarcosindicalista antes aludido. En cambio, el periódico Memorandum tipográfico, órgano del gremio de los tipógrafos adherido a la liga general, se apresuró a condenar la huelga.

La realización del mitin obrero marco de la agitación laboral reinante en la ciudad de la Habana se convirtió en el primer acto multitudinario de la clase obrera cubana, en una demostración de fuerza y solidaridad de clase. Efectivamente, durante su desarrollo, nuevas sociedades obreras manifestaron su voluntad de adhesión a la huelga: La sociedad de vendedores ambulantes, el gremio de pintores, la sociedad de estibadores y la sociedad de lavanderas y planchadoras. En el mismo evento decidió constituirse un comité de huelga integrado por el grupo autor del manifiesto, al que se sumaron los líderes obreros de filiación libertaria José González y César García. Si bien el mitin logró concluir ordenadamente, grupos de agitación obrera realizaron diversos tumultos en distintos lugares de la Capital. El gobernador de la Habana, general William Ludlow, ante los evidentes síntomas de desborde obrero, precedió a ordenar la detención de los miembros del comité de huelga y reprimir toda manifestación de protesta de los trabajadores de la Habana.

El día 25, la Habana amaneció en estado de sitio, ocupada militarmente. La huelga general estimulada por las acciones concertadas el día anterior y a pesar de la represión, comprometió a nuevas fuerzas obreras como los fogoneros y maquinistas de ferrys de la rada habanera, panaderos, cocineros, jornaleros y empleados de oficinas y almacenes ferroviario etc. En la tarde hubo enfrentamientos entre los guardianes del orden y los obreros del matadero, cayendo las primeras víctimas de este primer paro ínter-gremial por la jornada de las ocho horas y en solidaridad con los obreros de construcción civil.

El general Ludow hizo del conocimiento público un agresivo y anti-popular comunicado, en donde trataba al movimiento huelguístico como un asunto de delincuencia promovido por lo que «enarbolan la bandera roja de la ANARQUÍA» y garantizaba la aplicación de fuertes y ejemplares castigos para los instigadores y responsables del movimiento.

Ante la represión abierta desplegada sobre los huelguistas, el día 26 de septiembre los tabaqueros de 45 talleres de sumaron al movimiento; las tipógrafos rebasando las posiciones claudicantes de la liga general, optaron igualmente por plegarse a la huelga general. Por su lado, la liga general seguía rodando por la pendiente de la capitulación sindical al publicar un infame manifiesto en el que, entre otras cosas, decía: «El huelguista, en momentos tan difíciles para Cuba como los actuales, es un enemigo. ¡Abajo la huelga que trae grandes disturbios! ¡Viva la independencia de Cuba, y firmaba como “Los obreros amigos del orden y de la patria”!»

Nuevamente la cuestión clase obrera y nación en los marcos de una situación neo-colonial aparecían en el centro de las grandes definiciones del movimiento obrero cubano. La apelación a los difíciles momentos que vivía la isla de Cuba en el mensaje anónimo de la liga central, invertía los términos de la responsabilidad histórica. Exculpada a quienes abandonando sus posturas patrióticas frente a la administración colonial hispana, se hincaban ante las fuerzas de ocupación norteamericanas reconociéndolas como aliadas e incluso con atributos tutelares supuestamente a favor de la independencia de Cuba. Los autores del libelo olvidaban a quienes colaboraron con las fuerzas interventoras norteamericanas en el desarme del pueblo, la desnacionalización de la economía y la abdicación de la soberanía nacional. Fue mucho más correcto y certero desde el ángulo de la clase obrera cubana el tenor del manifiesto anarcosindicalista, al cuestionar la nueva situación neo-colonial y la opresión que en ella seguían padeciendo los obreros cubanos y españoles, así como reivindicar para su clase y mediante la lucha un lugar en la formación de la república de Cuba.

El 27 de septiembre de 1899, la huelga general llegó a una situación límite. A pesar de la represión impuesta, los obreros organizaron una gran movilización de protesta. Portaban una enorme bandera blanca con un ocho pintado en el centro; marcharon así rumbo a la sede del círculo de los trabajadores. En su trayecto fueron interceptados por la policía y reprimidos; 150 manifestantes fueron apresados. Los obreros se volvieron a concentrar para nuevamente dirigirse en movilización de protesta hacia el cuartel de la policía, frente al cual hicieron un plantón colectivo en demanda de la libertad de los huelguistas y de los manifestantes detenidos.

De pronto sucedió algo insólito que sorprendió a los obreros manifestantes. Dos de los líderes detenidos, Estenoz y Tenorio, salieron por el balcón policial y dirigiéndose a la masa manifestante allí congregada, les manifestaron su censura ante tal acto y les demandaron la suspensión de la huelga porque la cuestión de la jornada de las ocho horas se encontraba ya en vías de resolución. Los obreros se dispersaron presas de la consternación y la cólera; parecía evidente que Estenoz y Tenorio habían sido ablandados por la policía hasta lograr su claudicación.

El intento de reagrupamiento y reconstitución del comité de huelga que debía ser celebrado esa misma noche en la sede del círculo de trabajadores, fue reprimido policialmente. El 28 de septiembre, los actos de protesta todavía continuaron. En el Paseo del Prado se congregó una nueva manifestación que llevaba una pancarta donde se leía; «Sólo queremos las ocho horas» En su avance hacia el cuartel de la policía fue duramente reprimida, logrando detener, entre otros, a los últimos líderes que permanecían en libertad y que hasta el momento habían mantenido una actuación consecuente en la huelga: Francisco Armas, Serafín del Busto y Juan Aller.

El estilo disuasivo del cuartel policial no tardó en someter al comité de huelga. Este, con la sola excepción de Juan Aller firmo un documento por el cual declaraban la inmediata suspensión de la huelga general y de otras medidas de fuerza, así como su deseo de encauzar por los canales oficiales las peticiones a las que los obreros creían tener derecho.

Desactivada la huelga general, fueron liberados los huelguistas detenidos. Los esfuerzos aislados de los estibadores y albañiles por mantener el para de labores fueron infructuosos y terminaron en aislamiento y en el fracaso. Las autoridades norteamericanas remitieron por su parte una circular al sector empresarial, demandándoles en razón de las protestas obreras que considerasen la posible reducción de la jornada del trabajo.

La vanguardia obrera quedó decantada en el propio curso de su primera huelga ínter gremial. Particularmente fue afectada la liga general de trabajadores, que redujo su membresía de diez mil miembros a trescientos adherentes y su dirigente Enrique Messonier quedó lapidado domo traidor a la clase obrera. Más adelante, al movimiento obrero cubano le tocaría librar todavía otras batallas más en la defensa de sus intereses de clase-nación. Con la huelga de septiembre de 1899 se cerró un capítulo del proceso constitutivo de la clase obrera, cuyas raíces se hundían en el congreso obrero de 1892.

Corrientes libertarias y faccionalismo etnico en Brasil[edit]

Si bien los antecedentes formativos de la clase obrera brasileña tienden a remontase a las primeras décadas del siglo XIX, su proceso constitutivo cubre los años que van de fines de siglo XIX a la primera guerra mundial. Este período de reordenamiento económico y social tuvo como centro la expansión de la agricultura cafetera y en su entorno la liquidación de la esclavitud, la modernización urbana y la inmigración europea. Un nuevo tejido de contradicciones económicas, sociales y culturales moldearon a su vez las formas diversas de la resistencia y lucha de las clases sociales y minorías étnicas de este país.

La propia historia del movimiento obrero brasileño aparece asignada por los avatares y tensiones de la sociedad brasileña hundiendo sus raíces más profundas en la cultura y tradiciones ideopolíticas del régimen de esclavitud, así como en el proceso de colonización y expansión cafetera. Las corrientes positivas y social-darwinista, tan moderno en el período estudiado, no hicieron más que encubrir el paso mismo de la tradición y fuerza de costumbre, en el carácter abigarrado de la nueva problemática laboral brasileño.

La modernización y reorientación productiva de la economía agro-exportadora en este tiempo fracturó el complejo y contradictorio sistema de clientelajes concéntricos que se fueron ensanchando por su vórtice. La articulación entre el círculo de gobernadores y el círculo de «coroneles» (jefes municipales o caciques locales) estuvo mediada tanto por los particularismos regionales como por un complicado y conflictivo abanico de intercambios, alianzas, lealtades y favores.

La expansión de la frontera agrícola del café en el estado de Sao Paulo fue favorecida por la ley tierra (1850). Bajo el amparo de esta última, se instituyo un nuevo régimen latifundista que tendía a sustituir al régimen de mercedes reales de tierra (sesmarías), suspendido en juliio de 1822 y a frenar la ocupación de tierras por parte de los campesinos nativos e inmigrantes. La ley de Tierra transformó en los hechos las tierras baldías en monopolio estatal, favoreciendo su circulación a través del sistema de clientaje político regional y de las empresas de coilonización.

Sao Paulo y Minas Gerais se convirtieron en los estados cafetaleros por excelencia. Muy pronto el Brasil se erigió en el primer productor mundial de café. Entre los años de 1870 -1880, la producción brasileña fue ligeramente inferior a la del resto del mundo. A partir de la década siguiente, la producción cafetalera de brasil sobrepasó con creces la media mundial.

La expansión de la economía cafetalera en el valle de Paraiba favoreció al proceso de modernización urbano-industrial en Río de Janeiro y más tarde el boom cafetalero en Sao Paulo estimuló la acelerada afirmación urbana de la capital de dicho estado. La hacendados paulistas configuró una fracción terrateniente muy diferente a la de Paraiba o a la de los plantadores de azúcar de las costas del nordeste. Estos se distinguieron por la combinación de capital y apoyo político para ampliar la infraestructura de la economía de exportación. La red ferroviario y el fomento de la inmigración de fuerza de trabajo europea los desvinculó de los intereses y tradiciones esclavistas.

En las principales ciudades comenzó a manifestarse una fuerte corriente político-social a favor de la modernidad: la abolición de la esclavitud y la constitución de la República aparecieron como sus centros de interés y convergencia.

Oficiales militares de extracción popular, ingenieros, profesionales, burócratas, políticos liberales y asociaciones populares de tipo mutual y cultural, presionaron al gobierno imperial para la abolición de la esclavitud. La deserción creciente de fuerzas de trabajo esclava estimulada por la propaganda abolicionista, la demanda de fuerzas de trabajo en las zonas cafetaleras y la manumisión de esclavos (1886), llevaron al derrocamiento del imperio y, al año siguiente, a la proclamación de la república.

La abolición de la esclavitud y el nuevo régimen político y económico estimularon la inmigración europea. Unos tres millones de inmigrantes llegaron procedentes del viejo mundo entre 1888 y 1913, que se sumaron a los esclavos libertos, presionando demográficamente sobre las ciudades. El flujo inmigratorio al ser mayor que las propias necesidades de fuerzas de trabajo de la agricultura cafetalera, provocando un excedente de mano de obra en las ciudades, incapaz de ser absorbido por los otros sectores agro-exportadores.

Durante la última década del siglo XIX, la mayoría de las ciudades registraron una tasa de crecimiento por encima de la media nacional. Sao Paulo logró la cifra récord de 14 por 100 anual, Curitiva el 7,2 por 100, Porto Alegre creció a un ritmo del 3,6 por 100 y Río a 2,8 por 100. Las iniciativas de tipo industrial urbano no sólo se vieron favorecidas por el crecimiento demográfico y la modernización urbana, sino que a su vez se convirtieron en la palanca de su retroalimento.

En 1890, Sao Paulo, con sus 65.000 habitantes, todavía era la quinta ciudad de Brasil, detrás de Río de Janeiro, Salvador, Recife y Belem. En diez años dio el gran salto demográfico, pasando a erigirse en la segunda ciudad del país, con 239.820 habitantes. Hacia 1895 existían 121 establecimientos empresariales que utilizaban energía mecánica, de los cuales 152 eran verdaderamente unidades de producción industrial, en su mayoría vinculada con las necesidades de consumo o vinculadas al sector terciario. Dentro de las once empresas que empleaban más de cien obreros destacaban tres fábricas textiles, tres sombrererías, una fábrica de fósforo, una fundición, una cervecería y dos oficinas ferroviarias.

La ciudad de Sao Paulo, afectada por esta acelerada dinámica capitalista, pronto se vio exhibiendo una nueva fase arquitectónica. La presencia física de la fábrica con sus rígidos horarios de trabajo fue imponiendo un nuevo ritmo de vida urbana, al que se sumaron las oficinas públicas, los establecimientos comerciales y los transportes colectivos en el interior de la ciudad. EL parroquianismo de barrio y la relajada rutina de la economía artesanal fueron dejados claramente en el olvido. La inmigración europea le dio una distintiva nota cosmopolita que marcaba principalmente a los barrios obreros suburbanos de recién creación: Bras, Bom Retiro y Moocá, integrados a la ciudad por la red ferroviaria.

Por su lado, la burguesía y los terratenientes asentistas se concentraban en nuevos barrios residenciales, del sur y del este de la ciudad, como Higienópolis. Estas zonas elitistas se beneficiaron, a su vez, de la inauguración de grandes avenidas, como la Paulista.

El desarrollo inusitado de la ciudad de Sao Paulo y el puerto de Santos, fue favorecido por el boom cafetalero, pero éste a su vez le permitió aprovechar su ubicación estratégica. Desde la colonia, Sao Paulo fue el centro de un tejido caminero que lo unía a diferentes lugares del interior del país. El desarrollo ferroviario en los umbrales del siglo XX modernizó y consolidó su sistema de comunicaciones, al abrir conexiones con Río de Janeiro, el suroeste de Minas Gerais, con el lejano oeste y con todos los estados del sur. Su hinterland rural cafetalero, basado en la explotación de fuerzas de trabajo inmigrante libre, bajo las, formas de aparcería y colonato, generó un mercado interno creciente. El flujo inmigratorio procedido principalmente de Italia y estuvo controlado por las mediación monopolista comercial de los grandes floricultores. El mercado interno fue favorecido a su vez por los patrones de consumo de estos trabajadores agrícolas que habían sido consolidados por la expansión industrial de sus países de procedencia.

En el contexto rural el desarrollo del trabajo asalariado fue frenado y sustituido por otras formas contractuales. Los hacendados veían una contradicción doblemente lesiva a sus intereses: primero entre la temporal9idad laboral del régimen salarial y el correspondiente ciclo agrícola del café y luego, entre el salario y su necesidad de abaratar los costos de la producción del café.

Fue directamente el panorama laboral en el medio urbano, así, por ejemplo. La ciudad de Río de Janeiro durante las dos primeras décadas del siglo XX siguió concentrando la más importante base industrial y, por ende, el mayor volumen de proletariado fabril. Con el inicio del siglo, la fisonomía urbana de Río fue cambiado. El casco colonial fue afectado por la construcción de la avenida Río Blanco el saneamiento de los pantanos que bordean el perímetro suburbano y quem fueron focos constantes de contaminación de malaria y fiebre amarilla. En estas zonas residenciales se orientaron hacia las playas del sur. También aparecieron las favelas en las colonias de la ciudad y aumentaron los tugurios en las calles antiguas del centro.

La liberación  de mano de obra impacto de diversas maneras en la estructura laboral de las ciudades de Río de Janeiro y Sao Paulo. Según datos  censales de 1890, en Sao Paulo  los negros libertos se ubicaron  en el sector  terciario de mínima productividad; en  tanto que en  Río de Janeiro  tuvieron mayor incidencia en el sector manufacturero. La línea del color marcó profundamente la composición del proletariado fabril, alimentada por la demanda  de trabajo de los nativos libertos y de los inmigrantes europeos. LA industria manufacturera de Río de Janeiro  contaba con una fuerza  de trabajo total  de 48.661 personas, de las cuales 5.121 (10,5 por 100)  eran  blancas; 33.941 (69,8 por 100) eran de color y 9.599 (19.7 por cien) eran mestizos. De los trabajadores de raza blanca se consignó que 19.011 eran inmigrantes, es decir, un significativo  39 por 100.  Este perfil se acentuó en Sao Paulo, en donde la industria manufacturera que contaba con 3.667 trabajadores registraba la tasa récord de 2.893 obreros extranjeros, es decir, el 79 por 100 de la fuerza de trabajo.

La heterogénea composición étnica de la clase obrera tendió a generar un proceso de segmentación y fricción interclasista, según los paisajes, la línea de color y la manipulación patronal. En 1906, en Río de Janeiro fue evidente el predominio hispano-portugués sobre el italiano, al contrario de lo que sucedía en Sao Paulo desde 1890.

En general. El peso revelante y decisivo de la inmigración italiana la confirmo una dinámica particular de proceso de afirmación de clase, en la medida en que sus diversas incidencias en el sector manufacturero de Sao Paulo y Río de Janeiro fueron marcados por los particularismos culturales de la sociedad italiana. En la primera, entre la población italiana dominaba el migrante del norte ya sensibilizado por el impacto industrializador y el apostolado anarquista, en tanto que en la segunda fue más visible la presencia de italianos del sur, en su mayor parte de la región de Calabria.

En la mayoría de los obreros italianos alimentaron sin proponérselo un prejuicio oligárquico sobre su predisposición a la indisciplina y el anarquismo. A diferencia de éstos, los obreros portugueses fueron considerados por lo nativos como obra de mano dócil y leal que en ciertas ocasiones engrosó las filas de los krumiros y los rompehuelgas. Estos últimos constituían un grupo de trabajadores no calificados, tardadamente llegado a Sao Paulo y que debió competir en desventajosa situación en un mercado, laboral ya hegemonizado por los trabajadores italianos. Uno y otro estereotipo oligárquico distaba mucho corresponder a la realidad, pero favorecían las fricciones interclasistas.

Si bien del seno de los obreros italianos emergieron portavoces de las corrientes anarquistas y socialistas en favor de la unidad de clase, fue frecuente que muchos otros provocasen tumultos callejeros que los enfrentaron a sectores populares nativos por la cuestión del denominado protozoo italiano, por lo cual los propietarios italianos afectados por la secuela de la revolución federalistas serían indemnizados.

Dos años más tarde, grupos italianos, partidarios del nacionalismo burgués, como la Unión Meridional del barrio obrero del Bom Retiro, se enfrentaron a aquellos compatriotas de los grupos anarquistas y socialistas que anteponían los ideales a todo acto de ingenuo y estéril patioterismo.

Los obreros portugueses y españoles que hegemonizaban numéricamente en el puerto paulista de Santos, dieron reiteradas pruebas de su espíritu combativo en el terreno del sindicalismo de clase, contrariando en los hechos la imagen negativa que fue promovida por la oligarquía criolla. No obstante, la dinámica entre identidad de clase e identidad étnica, al igual que en el caso de los italianos, no fue de fácil solución, manifestándose tendencias contradictorias. Río de Janeiro fue escenario de un desagradable acontecimiento donde la identidad étnica jugó un rol dinamizador de contradicciones y antagonismos obrero. La sociedad de resistencia de trabajadores del Trapiche y del Café, que aglutinaban cerca de cuatro mil trabajadores, fue tradicionalmente dirigida por obreros brasileños de color hasta que en 1908 los obreros portugueses lograron asumir el control orgánico del sindicato, lo que motivó una cruenta batalla de la que resultaron muchos heridos y un muerto.

El sindicato desgastado por esta lucha fraticida vio mermada su membresía, al punto que a los pocos meses de incidente ya sólo se registraban doscientos adherentes.

En perspectiva, la identidad de clase logró afirmarse sobre los particularismos étnicos. Coadyuvaron a ello la voluntad de arraigo y asimilación de los propios migrantes europeos, la propaganda de las ideologías clasistas como el anarquismo y el socialismo, pero sobre todo el desarrollo de un sindicalismo de clase que buscó la unidad obrera por encima de las diferencias de oficio y paisaje en la lucha reivindicativa y solidaria, así como en los actos conmemorativos del primer de mayo.

El movimiento obrero brasileño cumplió su primera fase ascensional entre los años de 1905 y 1908 y un nuevo intento que repunte de 1812 y 1913. El cuadro general en que se dio esta dinámica obrera fue signado por una fase de sostenido desarrollo económico que fue afectada por la crisis comercial internacional de 1908 y la recesión de 1913, finalmente agravada por la primera guerra mundial.

Los antecedentes organizativos de los trabajadores manuales de las ciudades brasileñas, se remonta a las sociedades mutuales de mediados del siglo XIX. En la nueva coyuntura histórica, al lado de los primeros sindicatos emergieron sociedades mixtas donde se conjugaron rasgos mutuales y sindicales que según sus respectivas orientaciones pueden ser consideradas reformistas o radicales.

En 1880, los obreros del Arsenal de la Marina de la Corte fundaron un Cuerpo Colectivo de la Unión Obrera que se denominó «centro representativo de clase» que se abocó a la concretización del montepío como la primera forma del seguro social. Esta organización de tipo mixto tendió a superar la tradición mutualista al demandar el reconocimiento del montepío gubernamental, lo que logró con la expedición del decreto legislativo 9.601 del 12 de junio de 1886. Por su lado, la Junta Auxiliar de los obreros del Morro Velho fue el ejemplo típico del radicalismo de estas sociedades mixtas. El año de 1907 comandó una importante huelga obrera.

La república posibilitó la emergencia de nuevos patrones de participación política y reivindicativa de los sectores populares urbanos. Fueron instrumentos de esta renovación la formación de una nueva generación intelectual de extracción social mesocrática, así como la propaganda de ideologías obreristas que acompañaron al flujo migratorio procedente de Europa. Rápidamente la acción anarquista desplazó las iniciativas y esfuerzos propagandistas y orgánicos de los grupos socialistas.

Las formaciones ideológicas en el proceso constitutivo de la vanguardia de la clase obrera brasileña para la última década del siglo XIX, mostró una cierta hegemonía socialista que al iniciar el nuevo siglo fue desplazada por el radicalismo anarquista, particularmente por la tendencia preorganización.

El reformismo socialista fue incapaz de consolidar su precaria hegemonía, el no poder por la vialidad de su programa a favor de la clase obrera. Los cotidianos y crecientes antagonismos que suscitaban en el marco laboral, aunados a la carencia de normas jurídicas que regulasen las relaciones entre el trabajo y el capital, llevó a la confrontación de fuerzas. La organización sindical y la acción directa, a pesar de las frecuentes medidas represivas, se mostró ante los ojos de la clase obrera como una vía más terrena y factible de atenuar sus problemas salariales y de condición de trabajo.

Entre los líderes socialistas de Sao Paulo destacó la figura del intelectual italiano Antonio Piccarolo, junto a Vicencio Vacirca, animador de Avanti (1900-1905) el más importante periódico socialista de Sao Paulo y anivel sindical a Mariano García, Antonio Pinto Machado y Melchair Perreira Cardoso.

El papel de estos último en la formación de sindicatos contrastó con sus esfuerzos colaboracionistas y de electorerismo mesocrático que los hicieron pasar de uno a otro partido socialista u obrerista, montado para las sucesivas contiendas electorales.

Pocos fueron los periódicos socialistas dirigidos al movimiento obrero; destacaron entre ellos O Operario (1895) y la Gazeta Operaria (1906) fundados y dirigidos por Pinto Machado.

Las publicaciones anarquistas y anticlericales se hicieron más frecuentes en Río de Janeiro, Sao Paulo y otras ciudades. No obstante, su diversidad reflejaba la heterogeneidad de este novísimo movimiento ideológico de composición obrera. En Río de Janeiro comenzó a publicarse Novo Rumo, A guerra Social, Na Barricada y la revista Kultur, dirigida por Elisio de Carvalho en marzo de 1904 y que fracasó en el tercer número. En octubre del mismo año sale A Libertario bajo la conducción de Carlos Días y Manuel Moscoso, reconocidos líderes obreros. En el mes de noviembre apareció el primer número de Força Nova. Por las mismas fechas, en Sao Paulo ya eran revelantes los periódicos libertarios y anticlericales: Battaglia, del líder ácrata Oresti Restori; a Lenterna, de Benjamín Mota; Livre Pensador, del tipógrafo Everardo Días, y el periódico feminista Anima a Vita, de Ernestina Lésina. Tierra Livre, de Neno Vasco; o Amigo de Povo, de Luigi Damián, etc.

La prensa libertaria y anticlerical no sólo cumplió una función de agitación y propaganda, sino que además ejerció una función cultural estimulando la educación popular y la creación artístico-literaria. El movimiento anarquista promovió una empresa pedagógica relevante a través de la formación de bibliotecas obreras y en entidades como la universidad popular o centro de las clases obreras, ambos fundados en 1904. La critica al sistema educativo oligárquico y a la iglesia, así como a la familia burguesa por su marginación de la mujer, produjo el sedimento de una moral ascética y romántica. También tuvo relevante papel la formación de Cuadros Artísticos en las ciudades de Sao Paulo y Río de Janeiro.

La crítica al autoritarismo estatal y patronal por parte de las corrientes libertarias de manera abstracta aludía indirectamente al referente más correcto y terrenal del régimen laboral de la industria moderna, que dejaba fuera del control de la fuerza de trabajo los limites temporales y ritmos productivos que le correspondían. Antes de que aparecieran la legislación laboral se impuso de hecho un régimen de disciplina fabril. La voluntad patronal se adelantaba así a la razón jurídica del estado brasileño. Este régimen de disciplina fue variable según las diversas ramas productivas y en el interior de éstas, según el tamaño y modernización técnica del proceso productivo. La fuerza de costumbre y los reglamentos fabriles de los empresarios fueron el móvil de constante impugnación y luchas obreras.

La vanguardia sindical y anarquista del movimiento obrero brasileño, a principios de 1906 se abocó a llevar adelante su primer congreso obrero. Intensa labor de propaganda posibilitó la realización de dicho evento el 15 al 22 de abril de ese año, en la ciudad de Río de Janeiro. Organizaciones obreras de Sao Paulo, Río de Janeiro, Minas Gerais, Santos, Campinas, Niteroi, Rió Grande do Soul, Fortaleza y otras localidades menores, enviaron a sus respectivos representantes gremiales. Los delegados no sólo resaltaron por su diversa procedencia geográfica, sino también por sus categorías ocupacionales. Mineros, Gráficos, ferroviarios y tabaqueros se diferencian de los artesanos de oficios y de los jornaleros rurales.

Los asistentes fueron representantes de las más diversas formas orgánicas: sociedades de resistencia, unión de trabajadores, mutuales y liga de trabajadores.

El hecho de poder intercambiar puntos de vista y buscar acordarse programática y orgánicamente signaba una importante momento constitutivo del proceso de afirmación de la identidad de la clase obrera.

Los tópicos debatidos en este congreso reflejaron, más que los intereses y expectativas del proletariado brasileño, las estimativas y exigencias de definición y hegemonía de las corrientes de vanguardia del movimiento gremial. Cuatro fueron las temáticas sobre las que se centraron las ponencias y controversias: sobre la orientación, que enfrentó la tesis libertaria del apoliticismo a la socialista del partidismo; divergieron en torno a la celebración del 1 de mayo como día de combate o de día de fiesta. Sobre la organización; los puntos centrales opusieron a libertarios y socialistas sobre sindicatos de oficio y sindicatos de fábrica, sindicato o cooperativa, afiliación o no de sindicatos no obreros y sobre la conveniencia de una confederación obrera nacional. Hasta aquí se expresaron las contradicciones de las corrientes de vanguardia sobre su inserción y función en e seno de la clase obrera organizada.

El tercer punto, Sobre la acción obrera, llevó a la confrontación entre libertarios y socialistas en torno a la jerarquización de las reivindicaciones de clase y de las estrategias y medios de lograrlas. El aumento de salario; la disminución de la jornada de trabajo; la reglamentación del trabajo femenino; la abolición de las multas de oficina y fábricas y de trabajo a destajo o por hora; la educación laica autogestiva la prevención e indemnización por accidente de trabajo así como asistencia a inválidos; la lucha contra el alcoholismo; la construcción de viviendas obreras. Se planteó también la lucha contra el militarismo por su actuación represiva y patronal en los conflictos obreros. En cuanto a los medios de acción obrera, se recomendó, atendiendo a las circunstancias de lugar y tiempo: la huelga general o parcial, el boicot, el sabotaje, el mitin etc.

Al momento de votar mociones, los anarquistas derrotaron fácilmente a la minoría socialista e impusieron sus puntos de vista, aunque previamente las propias divergencias entre ellos habían suscitado acaloradas contiendas verbales.

El logro más importantes del primer congreso obrero fue la instalación de la (COB) Confederación Obrera Brasileña según el modelo de la CGT francesa. La sociedad de resistencia fue valorada como el tipo de sindicato deseable.

El anarcosindicalismo se afianzó así, como la corriente dominante del proletariado organizado. Se definieron como fines: la unión de los trabajadores asalariados para la defensa de sus intereses morales, materiales, económicos y profesionales; estrechas lazos de solidaridad ínter-gremial entre los obreros para potenciar sus demandas y luchas; estudiar y propagar los medios de emancipación del proletariado a través de su órgano periodístico a Voz do Trabalhador y los medios de propaganda conocidos y, por último, reunir y publicar datos estadísticos e informaciones objetivas sobre el movimiento obrero de todo Brasil.

La estructura confederada estuvo amoldada a las necesidades de conservar la autonomía, libertad e iniciativa obrera de carácter local, de oficio y de industria, tal como lo propuso la orientación anarcosindicalista. El núcleo dirigente de la COB tendría como residencia la ciudad de Río de Janeiro, pero se estableció estatutariamente que la función de la denominada «Comisión Confederal» en su gestión bianual, no podía ser en ningún caso «de poder o de mando», abocándose a coordinar la acción obrera contra el capital, convocar a un referéndum con agenda precisa durante el mes de febrero de cada año, elaborar informes y propagar los ideales obreros.

Las demandas centrales e inmediatas de la COB ponían como centro la lucha por el establecimiento de la jornada de las ocho horas, punto demasiado sensible en un país en el que la labor diaria promedio seguía siendo de catorce horas. El primero de mayo de 190 fue aprobado como día del combate obrero a favor de esta reivindicación básica. Las demás reivindicaciones formuladas en el Congreso fueron igualmente asumidas por la COB como suyas, pero sin perder de vista las que según ellos potenciarían la mayor cohesión de clase.

El primer núcleo dirigente de la COB estuvo integrado por Belisario Pereira do Souza; de la Asociación de Resistencia de los Trabajadores de Carbón Minel; por Luis Magrasi, de la liga de las artes gráficas; por Godio de Brito, de la Unión de Artistas Zapateros, todo de Río de Janeiro; Alfredo Vazques, de la Libra Obrera de Campiñas; Caralampio Trillas, de la Federación Obrera, de Sao Paulo y Antonio Pinto Machado, de la Unión Obrera del Ingenio del Interior.

La afirmación de la corriente anarcosindicalista sobre los socialistas no sólo de debió a las condiciones de inestabilidad, insalubridad, larga jornada laboral, bajas remuneraciones y hostigamiento disciplinario fabril que estimulaban a manera espontánea la acción directa, sino también por la indiferencia del estado ante la situación laboral y su política represiva frente al movimiento obrero. La postura reformista de los socialistas acerca del camino legalista y parlamentario que condicionarían el papel interventor y gradualmente protector del Estado hacía la clase obrera, no parecía viable en aquella época.

El Estado republicano, a manera de tomar distancia frente a la tradición intervencionistas de la política imperial, asumió una rígida aplicación de los principios de libertad de trabajo y del libre contrato de trabajo. El liberalismo estatal favorecido de esta manera el proceso de acumulación de capital y de modernización urbana. El Estado brasileño alegaba la imposibilidad de poder atender reivindicaciones obreras, así por ejemplo, en el caso de reducción de la jornada de trabajo, esgrimió al argumento de que su mediación a gestión afectaría gradualmente la independencia y autonomía de la libre empresa. Un año antes del congreso obrero, en Río de Janeiro se publicó el ensayo Apuntes del Derecho Obrero de Evaristo Moraes, el que agudamente señaló que en estas condiciones, «la libertad contractual de trabjo viene a ser la organización pura y simple del más fuerte» y de que «la libre concurrencia es tan perjudicial al hombre asalariado como favorable al capitalista»

La faz privativa de las gestiones económicas de la industria no fue sin embargo anárquica. La lógica del capital impuso sus propios límites contractuales. Las grandes tendencias fueron establecidas bajo ciertas normas de la arquitectura fabril que buscaba que las condiciones de trabajo no afectaran la productividad, sino que, por el contrario, la estimulara. No sucedía lo mismo en los pequeños y medianos establecimientos fabriles que buscaban adaptarse a locales que no fueron construidos para tales funciones y quehacer y que carecían de condiciones de salubridad ambiental. La remuneración de la mano de fue estipulada dentro de la coyuntura del mercado de trabajo, según las estimaciones de cada patrono a sector empresarial, sin que existiría una tasa reguladora del salario mínimo. La ley federal de 1871 que prohibía el empleo de menores de edad en la industria del tabaco, no fue tomada en cuenta por los empleadores. El curso agresivo del desarrollo industrial ratificó el aserto anarquista de concebir al régimen laboral como el espacio natural de la guerra entre el capital y el trabajo.

Por otro lado, la oligarquía brasileña y el Estado no tenían ningún interés en incorporar al proceso y al sistema político de la naciente república ni a los inmigrantes europeos ni a las masas nativas. En este panorama, la prédica anarquista al impugnar la brega política y acentuar el tenor economicista de sus luchas como la sancionó el Congreso Obrero y la COB, ejerció una particular atracción sobre los trabajadores inmigrantes, llegados a tierra extraña en búsqueda de mejorar su situación laboral, social y económica. Frustradas sus expectativas al experimentar las duras y opresivas condiciones de existencia y trabajo, los inmigrantes constaron en su propia experiencia la complicidad del Estado con la arbitrariedad patronal. El discurso anarquista confirió a estos sentimientos de odio y frustración social, un contenido de lucha por el camino de la organización de sociedades de resistencia y el ejercicio de la acción directa frente a la cual las ofertas del catolicismo obrero, el mutualismo y el socialismo reformista resultaron poco convincentes.

La COB luego de su primera gran manifestación pública y de propaganda con motivo de la celebración del 1 de mayo de 1906, se abocó a promover la propaganda de hecho, es decir, a practicar la acción directa. La Liga de los ferroviarios de Sao Paulo, fracasado el intento de negociación, se lanzó el 15 de mayo a la lucha huelguística, demandando de la compañía paulista el cese de descuentos obligatorios a favor de la Sociedad de Beneficencia y la vigilancia de la semana laboral de seis días que había sido reducida a cinco, sin compensación laboral.

Se iniciaba así la principal huelga ferroviaria de la primera República. Desde octubre de 1905, la compañía paulista inició su proceso de modernización del servicio ferroviario que trajo consigo la reducción salarial al instituir tres días feriados por mes y el despido de trabajadores. Los 3.800 trabajadores de la compañía paulista se veían afectados también por la nueva forma de división de trabajo que anulaba las jerarquías ocupacionales y salariales que correspondían de mayor a menor a maquinistas, foguistas, limpiadores de maquinas, etc. El moderno y eficiente servicio de la compañía Paulista era el orgullo de la oligarquía cafetalera paulista y del gobierno estatal, el cual se sintió herido en su orgullo filo-empresarial por el desorden de los paristas, en su mayoría extranjeros.

El curso de esta huelga tradujo el espíritu de la corriente anarcosindicalista al demandar en manifiesto público a los trabajadores «La Solidaridad Obrera» porque sin ella estimaban no poder «vengar la más ligera reclamación, el más humilde pedido» La intransigencia patronal fue acompañada de hostigamiento policial contra los huelguistas. La solidaridad obrera no tardó en hacerse presente. A las cuarenta y ocho horas de iniciada la huelga ferroviaria, se sumaron los tejedores de la fábrica San Benedicto en Jundíaí y el tercer día los trabajadores de las dos empresas más importantes de Campinas.

Para la ultra-montada autoridad eclesiástica el obrero cristiano debía concentrarse con que su trabajo le fuera reconocido por Dios, mientras que en la vida terrena debía «religiosamente obedecer, sufrir y callar» Este tipo de posiciones reforzaron, a su pesar, la orientación anticlerical de la prédica libertaria.

El gobierno del estado de Sao Paulo intentó movilizar a los trabajadores ferroviarios de la Compañía Sao Paulo Railway con el fin de reinstalar los servicios, pero éstos rehusaron cumplir las funciones de rompehuelgas y amenazaron, a su vez, con irse a paro. La intención gubernamental apuntaba a hacer fracasar la huelga a como diera lugar. Entonces se apoyó en los maquinistas de la Armada Nacional que se sumaron a los ingenieros de la compañía Paulista para restablecer el servicio. Al mismo tiempo desató una cacería de brujas contra todo centro obrero que hubiera dado muestras de simpatía o solidaridad de clase con los paristas.

La policía apresó a los huelguistas privándolos del derecho de habeas corpus, asaltó la sede de la federación obrera de Sao Paulo, la más importantes base federativa de la COB en dicho estado y reprimió a los asambleístas allí congregados; allanó las redacciones de los más importantes diarios: Avanti y la Bataglia y confisco sus ediciones. En Jundiaí, la represión tomó vistos cruentos con varios obreros muertos y alto número de heridos. La compaña gubernamental y patronal a un mismo coro legitimaron las acciones de fuerza, aludiendo que se trataba únicamente de someter a unos agitadores extranjeros dirigidos desde Buenos Aires.

No obstante el clima de vigilancia gubernamental, la huelga sólo pudo ser quebrantada mediante acto de fuerza el 30 de mayo. La policía sustrajo a los trabajadores de sus hogares y los llevó contra su voluntad a trabajar. Los nuevos brotes de solidaridad obrera en Jundiaí y Sao Paulo también fueron aplastados. La protesta de los estudiantes universitarios concluyó con la clausura de la Facultad de Derecho. Frente al terrorismo desatado por el estado, la acción directa de los anarcosindicalistas parecía un juego propio de pacifistas. El vicario de Jundiaí legitimó los hechos por que la huelga no era obra del bien, sino del capricho y la pasión. Recordó que «BN hay paz social posible sin obediencia» y que los obreros debían seguir el ejemplo de Cristo, que como hombre «obedeció hasta morir»

Las campañas de solidaridad llevadas a cabo por la COB desde otras ciudades, como Río de Janeiro, Santos y otras, fueron infructuosas. Como dijo el editorial anarquistas de A. Terre Livre del 13 de junio de 1906: «se desprende de esta lección de cosas excelentes y sonoras, un poco gracias a la autoridad, que capitalismo y estado, patrón y gobierno, son aliados para la vida y para la muerte, y no se puede combatir uno sin combatir al otro, que la luz no es garantía de libertad, únicamente difundida por la unión y energía de los interesados; que el proletariado dispone de una gran fuerza, pero precisa ser unido y activo, dejando de lado el exclusivismo de los individuos y de los oficios; que hay posibilidad tanto como la necesidad, de agrupar a los trabajadores como tales, sin distinción de ideas políticas, con base segura de acuerdos en la acción, esto es el sindicalismo» Un movimiento que no ofrece tales enseñanzas no fue perdido. ¡Muy por el contrario!

La circularidad de la estructura discursiva de los anarcosindicalistas distaba mucho de haber extraído todas las lecciones de la huelga paulista. Su excesivo entusiasmo en la vigencia del sindicalismo y en la acción directa se evidenciaba más bien en los límites de la lección de un maestro que fue rebasado por la significación histórica de dicho acontecimiento. No obstante, la premisas de sus mensaje libertario sobre el combate franco y abierto del trabajo frente al capital y al estado fueron refrendados como guías necesarios en la coyuntura.

Por su lado la oligarquía brasileña se sentía distante de toda preocupación social. La abolición de la esclavitud la había dejando extenuada, siendo incapaz de descubrir alguna otra cuestión social. Los problemas de la sociedad brasileña eran, en todo caso, cuestiones de orden público, generados artificialmente por esas plantas exóticas del anarquismo y del socialismo que trajeron algunos «peligrosos inmigrantes»

Fueron aisladas las voces de quienes como el positivista Demetrio Rivero, ministro de agricultura del gobierno provisional, se referían a la incorporación del proletariado como «una cuestión capital para la república» o episódica aquellas iniciativas como el proyecto solicitado de Benjamín Constant -1899- para mejorar las condiciones de vida de la clase obrera.

El romanticismo social con respecto al resto de América Latina fue tardío. Durante el año de 1903 apareció la novela de este corte ideólogo, escrita por el doctor Fabio Luy, autor también del ensayo La tuberculosis desde el punto de vista social.

El desarrollo en extensión del gremialismo anarcosindicalista no fue detenido por la adversa situación política. De junio a diciembre de 1906 se fundaron: la liga de Resistencia de los Obreros Metalúrgicos, la Asociación de Resistencia de Constructores de Vehículos, La Liga Obrera de Chóferes, Asociación de las Costureras de Sacos, El Centro de Obreros Libres y La Laga Obrera. Este desarrollo del anarcosindicalismo en Sao Paulo tuvo su momento orgánico más importante en la realización del primer congreso obrero estatal en diciembre de 1906, ratificando la línea general de la COB.

En Río de Janeiro y otros lugares de la república, el desarrollo sindical continuó su curso ascendente. EL régimen de Antonio Pena desde hace dos años atrás venía preparando la opinión pública y la del congreso nacional para promulgar la ley de expulsión de extranjeros en 1907. Este instrumento chovinista primitivo, cristalizaba el prejuicio oligárquico de que la cuestión SOCAL era una cuestión artificial y extranjera, asunto e última instancia de los organismos tutelares del orden público. Poco importó que en materia jurídica esta ley fuera anticonstitucional. Se detenía al extranjero más de veinticuatro horas; en el análisis de las pruebas se trasfirieron al poder ejecutivo las funciones del poder judicial. Además se atribuía a la policía la facultad de valorar la peligrosidad del extranjero y la ejecución de su expulsión.

La COB impulsó una activa y enérgica campaña de protesta obrera a nivel nacional. La Comisión Federal de Protesta del Estado de Sao Paulo en manifiesto público denunció esta ley anti-obrera. Recordó que culpar a los extranjeros de todo acto de resistencia obrera era un viejo recurso del capital de todos los países. En Francia eran los agentes de Alemania. En Alemania, los francos y en el brasil los miserables extranjeros al servicio de los argentinos.

En mayo de 1907, el movimiento obrero de Sao Paulo, Santos, Campinas y Riberao Prieto volvió al escenario de la lucha de clases al demandar la jornada de ocho horas y un aumento salarial. En ella participaron los trabajaron de construcción civil, metalúrgicos y textiles, así como la industria alimentaría. La represión del año anterior había debilitado al movimiento obrero que estaba incapacitado para lanzarse a una lucha huelguística de gran envergadura.

La acción directa tendió a privilegiar la huelga como la principal forma de resistencia obrera del siglo XX. Entre 1901 y 1914 se registraron 91 paralizaciones de labores en la ciudad de Sao Paulo y 38 en varias ciudades menores del interior. La práctica huelguística se generalizó en todos los sectores ocupacionales y centros urbanos de Brasil.

Frente a la extensión de la huelga, los empresarios decidieron reunirse bajo la presidencia del conde Álvarez Penteado, para discutir la estrategia patronal a seguir frente a la demanda y acción obrera. Acordaron la imposibilidad de acceder a una reivindicación que no regía ni siquiera en los países europeos y que pondrían en desventaja a la industria nacional, propiciando la quiebra. Mientras tanto, la represión estatal se centró en la negación de permisos para realizar manifestaciones públicas de huelguistas y en la clausura temporal de la sede de la federación obrera. Los empresarios eligieron una comisión para constituir un gremio patronal y así presionar al estado para que tomara una salida disciplinaria a favor del capital, minimizando las noticias periodísticas sobre el movimiento huelguístico, pero accediendo a fijar algunas concesiones de tipo salarial y de jornada de trabajo. La estrategia patronal fue exitosa, lograron dividir al movimiento huelguístico vía la negociación directa y así amagar la huelga. Solos y aislados, los metalúrgicos fueron derrotados sin obtener concesión laboral alguna. m En 1912 se cerró el período de expansión de la economía brasileña. Un año más tarde se desplomaron en el mercado mundial los precios de los principales productos de exportación. Bajo esas circunstancias el haber mantenido la tasa de importaciones no tardó en producir una balaza deficitaria de comercio exterior para la Primera República. EL inicio de la Primera Guerra Mundial complicó la situación económica al estimular la recesión productiva. El desempleo, la reducción de salarios, la escasez de productos de primera necesidad y la inflación recayeron sobre la clase obrera y los sectores populares.

Estas situaciones de crisis económica y malestar obrero, pese a sus esfuerzos, no pudo ser capitalizada por el anarcosindicalismo. Para 1912, la COB registró 57.400 miembros en el estado de Sao Paulo; 15.00 en el estado de Río Grande do Sul y 5.000 en Río de Janeiro. La federación Obrera de Sao Paulo, filial de la COB, el 1 de mayo de 1912 asumió como lema «organización de los trabajadores y protesta contra la carestía de la vida» Días más tarde se instaló un comité de agitación contra la carestía del costo de vida que realizó profusas campañas en fábricas y barrios populares. No obstante, ya se había iniciado una fase de reflujo del movimiento obrero.

Las tensiones generadas por la Primera Guerra Mundial sobre los migrantes europeos jugaron de alguna manera un rol desmovilizador de la acción huelguística pero que fueron compensadas por un desarrollo gremial que hacia 1917 signó una nueva fase de ascenso de las luchas obreras.

Del anarcopetardismo a la primera huelga general: la FORA[edit]

El ingreso de la Argentina en el curso de la modernidad capitalista demandaba una fase de transición que permite cierta concentración de poder económico y político para llevar adelante su reordenamiento social. Este se cristalizaba en la búsqueda de resolver la cuestión indígena, lograr la definición de la capital federal y la cooptación de mano de obra inmigrante, para compensar el vació demográfico que entrañaba las iniciativas empresariales de la oligarquía porteña y de los inversionistas británicos.

Al general Julio A Roca le tocaría jugar un rol protagonista en la cristalización de un nuevo proyecto oligárquico de desarrollo dependiente y, por ende, de la resolución de los problemas arriba señalados. Con el primer gobierno de Roca (1880-1886) finalizó el período de guerras civiles ínter-regionales, salvo la campaña militar contra las poblaciones indígenas que frenaban la frontera agropecuaria de la economía exportadora, ávida de tierras. El grupo de poder que se aglutinó tras la figura de Roca y del Partido Autonomista Nacional, dio origen a la hegemonía roquista que controló el poder hasta los primeros años del siglo XIX.

Particular importancia tuvo la culminación del control estatal hacia la Patagonia al mando del general Roca, en ese entonces comandante de fronteras, que tuvo un acusado carácter mercantil y genocida. La liquidación y expulsión de los indios llevó la frontera en su primer momento hasta los márgenes de los ríos Negro y Neuquén. Se enajenaron a repartieron entre 1876 y 1903 cuarenta y un millones setecientas mil hectáreas entre 13843 personas, lo que favoreció a su vez a la expansión de la agricultura de exportación cerealera pero principalmente la crianza de ganado lanar.

La concentración de la propiedad agraria se debió en buena parte a un proceso especulativo y que la ley de financiamiento de la campaña del desierto en 1878 otorgó por cada bono de 400 pesos el derecho a 2.500 hectáreas; y la ley de premios compensó a los militares, según su grado, su derecho a la tierra. A cada general le correspondió 8.000 hectáreas, mientras que a cada soldado de le dio un bono por 100 hectáreas. El comandante en jefe Julio Roca recibió por su parte 65.000 hectáreas. Los méritos de guerra y su nuevo estatus de gran terrateniente le abrieron las puertas del gobierno. Por su lado, los soldados y oficiales de bajo rango negociaron a bajo precio sus derechos a la tierra conquistada.

Durante el gobierno de Roca se dieron una serie de medidas que coadyuvaron a modernizar y centralizar la vida económica y política del país: consolidó a Buenos Aires como capital de la república; suprimió las guardias provinciales, base militar de las élites locales; municipalizó la Capital federal; reestructuró la deuda pública; creó los bancos hipotecarios y nacional; promulgó las leyes de unificación monetaria, de educación común y registro civil. En política exterior, aproximó y selló los lazos financieros y comerciales con i9nglaterra y de inmigración con diversos países europeos.

Buenos Aires se vio beneficiado por las mejoras introducidas en su sistema portuario y por la baratura de los fletes de carga del complejo ferroviario que servía a su circuito mercantil agro exportador. A ello había que agregar el monopolio efectivo sobre la importación de manufactura extranjeras. En segundo término se benefició Rosario, población asentada sobre la ribera del río de Paraná, situada a unos 350 kilómetros de la capital federal y que apareció como puerto natural para la exportación de los excedentes cerealeros producido por Córdoba y Santa Fe, dado los alcances de su red ferroviaria y las facilidades de sus aguas profundas, así como de la instalación de montacargas de granos desde 1881.

El tejido ferroviario aceleró y amplió los espacios económicos del sector agro-exportador, y consolido, por ende, los hinterlands portuarios. Si en 1880 había 2.500 kilómetros de vías férreas, una década más tarde el tendido ferroviario llegaba a los 9.400 kilómetros y en 1903, doblando esta suma, alcanzaba los 18.400 kilómetros. EL nuevo puerto de la capital federal en el año de su inauguración (1889), recibió a 6.300 embarcaciones, triplicando el movimiento naviero del inicio de la década de los ochenta. Las exportaciones laneras lograron un promedio récord para los años 1893-1902 de 196.000 toneladas, y la venta de carne de bovino al exterior logró cifras récord. No obstante, en la economía de exportación fue variado la significación de los saladeros y del ganado en pie den favor de los frigoríficos que estaban bajo el control del capita británico. En lo que respecta a la producción de granos para la exportación, las cifras para los años 1900-1901 bordeaban ya los dos millones de toneladas. Hacia 1909, la Argentina llegó a convertirse en el principal exportador de cereales en el mundo; debe recordarse que todavía en 1874, este país tenía que recurrir a la importancia de granos y harinas para satisfacer las demandas de consumo interno.

El estado oligárquico en materia empresarial tuvo una política dual. Por un lado jugó un rol muy activo en la promoción de la empresa privada, principalmente extranjera, como sucedió en los casos de los ferrocarriles y frigoríficos. Por otro lado, mantuvo una política de laissez faire frente a la industria local. En general, la producción industrial argentina se diferenció en torno a dos grandes renglones; la de artículos de consumo para el mercado interno y la directamente articulada con el sector agropecuario, cuya producción estaba principalmente orientada hacia el mercado internacional.

La industria local pudo competir con las importaciones extranjeras gracias a la baja composición orgánica del capital necesitado, al carácter limitado de la conversación de los bienes productivos y afectados para el consumo nacional y a los reducidos costos de la fuerza de trabajo. La industria vinculada al sector agropecuario; saladeros, frigoríficos, ingenieros y molinos harineros demandaron una relativa concentración del capital y una propensión tendencial de corte monopólico.

Las condiciones de trabajo, de diferente manera fueron determinadas por el carácter de estos renglones industriales. A fines del siglo XIX la jornada de trabajo fluctuaba entre diez y dieciséis horas de labor. Las escalas salariales fueron afectadas dentro de una misma fábrica por las tradicionales jerarquías ocupacionales, aunque el proceso de modernización técnica tendió a hegemonizarlas, al mismo tiempo que generaba otras nuevas ocupaciones y jerarquías de mayos calificación laboral. Hacia 1904 todavía fue frecuente el empleo de menores de edad (ocho a doce años) en los talleres mecánicos, cervecerías, fábricas de fideos, molinos, tabacaleras. Las diferencias salariales también tuvieron que ver con el sexo del trabajador, así, por ejemplo, en la refinería argentina de Rosario, pertenecía al grupo financiero Tornquist, donde las mujeres ganaban un jornal diario inferior a la mitad del que percibían los varones adultos.

En las huelgas obreras comenzaron a salir a la luz demandas referidas a las penosas condiciones de trabajo fabril. Fuera de la recurrente demanda de reducción de la jornada de laboral, en 1888 los obreros panaderos de Buenos Aires exigieron el derecho a comer fuera de los establecimientos de trabajo; los trabajadores domésticos y de restaurantes pidieron la abolición de la libreta de conchabo; en 1889, los peluqueros reivindicaron el derecho de una hora y media de tiempo para comer fuera de las peluquerías, y los tipógrafos exigieron el retiro de las plaquetas de metal numeradas con que les quiso identificar y controlar a la manera de los presidios. Entre 1901 y 1902, la Federación Obrera Argentina (FOA) demandó la abolición del trabajo nocturno, del sistema de vales y régimen de destajo, la responsabilidad patronal en los accidentes de trabajo y la prohibición del trabajo a menores de catorce años.

El año de 1895, los datos del segundo Censo Nacional registraron una población total de tres millones novecientos cincuenta y cinco mil habitantes. Todavía se mantenía un predominio relativo del campo (58 por cien) sobre la ciudad (42 por 100), aunque esta situación traducía el modo de incorporación de la economía argentina al mercado mundial a través de la exportación de granos, carnes y cueros. El eje más dinámico del desarrollo capitalista de dichos país se afincaba en el sector agropecuario, a pesar de que contaba con una base industrial de 23.204 unidades productivas que, disgregaban en ramas de actividad, daban 5.000 del sector alimentario, 5.700 del ramo textil y confección, 4.000 del ramo de construcción, 3.000 del sector mecánico, las restantes se repartían en muy diversos renglones productivos. Del total del parque industrial, un 1 por 100 se concentraba en el litoral del Plata, aunque hacia 1914 se notó una relativa descentralización al disminuir en doce puntos esta privilegiada región. Sumadas las empresas dedicada a los rubros de alimentación, vestido y tocador, muebles y anexos, y de la construcción, constituía el 64 por 100 del total, concentrando el 73.5 por 100 de la fuerza de trabajo y el 65 por 100 del capital industrial.

De un total de 145.650 trabajadores fabriles en 1895, pasaron a ser 410.204 hacia 1914. el hecho de que entre estas fechas el 55 por 100 de los trabajadores industriales fueron inmigrantes europeos, y del 45 por 100 restante la mayoría procediese de la migración rural urbana, indicó la abigarrada concurrencia étnica al proceso de formación de la clase obrera argentina. No obstante, hay que señalar que el importante flujo de inmigración europea distó mucho de ser homogéneo en el terreno étnico y ocupacional, incidiendo de manera diversa sobre la composición del proletariado de este país. La migración italiana, que se mantuvo hegemónica de los años cincuenta hasta la década del diez del siglo pasado, fue coyunturalmente desplazada por la inmigración española. En cuanto a la actividad laboral de los inmigrantes, se produce en el mismo período una variación significativa: de ser predominantemente campesina, pasa a ser mayoritariamente de jornaleros rurales y urbanos.

La migración italiana hacia la Argentina sufrió una modificación relevante. Si entre 1876 y 190, de los 707.000 inmigrantes italianos el 63 por 100 provenía del norte y el 37 por 100 del sur; para el período de 1901 a 1913, de los 644.000 inmigrantes provenían un 53 por 100 del norte industrial y un 47 por 100 del sur campesino. La distribución de los inmigrantes y los nativos procedentes de las zonas rurales fue tendencialmente selectiva según las ramas industriales. Los italianos y europeos en general fueron la base social dominante entre los trabajadores metalúrgicos, los textiles, los mecánicos y los ferrocarrileros. En cambio los migrantes nativos tendieron a engrosar las filas de los obreros de los frigoríferos, portando buena cantidad de ellos cierta experiencia laboral emprendida durante su trabajo anterior en estancias, graserías y saladeros.

Este acelerado proceso de desarrollo capitalista en la ciudad y el campo, aunado a la reconstrucción étnico-nacional de la poblacional, modificó la estructura social y el tejido de relaciones y prácticas sociales. Los estancieros criollos y extranjeros de Buenos Aires ganaron mayor significación económica y social gracias a su vínculo creciente con los comerciantes monopolistas de la capital federal, que a su vez se beneficiaron de la modernización portuaria y del servicio ferroviario. Estos dos sectores, base natural de la oligarquía argentina, mantuvieron ligas financieras y mercantiles con los poderosos y hegemónicos intereses británicos.

Hacia fines de siglo XIX, la oligarquía y el capital financiero inglés extendieron sus intereses monopólicos a la industria de manera directa o asociada, así como a través de entidades mercantiles como el Banco Tornquist. Entre 1895 y 1914 el desarrollo industrial se duplicó; si bien las unidades productivas aumentaron a 48.700, ya comenzaron a observarse síntomas evidentes de concentración en algunas ramas fabriles, como bebidas y alimentos, ingenios y frigoríficos. En este lapso también se desarrolló la composición orgánica del capital; así tenemos que el potencial de las maquinarias usadas en la industria se triplicó y el monto de capital se incremento en un 446 por 100; t6ambién la fuerza de trabajo creció en volumen en un 139 por 100. La composición etnoclasista de esta última tendió a equilibrase entre nativos e inmigrantes europeos. En las unidades de producción se observó un incremento en la media de trabajadores adscritos, lo que indicaba una tendencia a dejar atrás los viejos patrones de transición fabril industrial hegemonizaron los pequeños talleres.

Los partidos tradicionales tendieron a colapsarse durante esta fase de modernización e institucionalización política abriéndose paso a organizaciones de mediación, como el partido Autonomista Nacional del Roquismo, pero fundamentalmente a aquellas más modernas como la Unión Cívica Radical. Y El Partido Socialista. La formación de organismos patronales de tipo corporativo, como la sociedad rural Argentina, la Unión Industrial Argentina (UIA), y poco después, del centro azucarero argentino añadieron nuevos elementos al escenario político nacional. Los obreros y artesanos, a su vez se aglutinaron sindicales y federativamente a través de la Federación Obrera Argentina, de filiación libertaria, a la unión general de trabajadores, de filiación socialista o a la minoritaria corporación de círculos obreros católicos.

La gran masa de inmigrantes fue marginada y excluida de la participación política tradicional por parte de la oligarquía porteña, que siguió los pasos símiles de Brasil. EL no conferirles la ciudadanía a los inmigrantes constituyó un mecanismo de preservación política del gastado modelo de clientilismo oligárquico. En 1895 solo el 0,16 por 100 de los extranjeros logró su naturalización; todavía en 1914 solo el 1.4 por 1000 de estos había logrado con mucho esfuerzo obtener la carta de ciudadanía. Las reservas oficiales de los grupos de poder se debían a su ambigüedad y contradictoria postura en política migratoria. Por otro lado, fue estimulada, mientras por el otro se acentuaba la desconfianza, el chovinismo y el control oligárquico sobre la masa laboral extranjera caracterizada por los estereotipos de su indocilidad frente a las condiciones de trabajo existentes, y de las ideologías perversas de las que se suponían eran portadores, y que atentaba contra el orden oligárquico.

Debe tomarse en cuenta que partidos minoritarios y de oposición, como el socialista y la liga del Sur, que buscaban captar la adhesión política de los inmigrantes, se hubiese beneficiado del voto de estos pudiendo afectar la tradicional correlación de fuerzas por el tradicional sistema electoral. Sin embargo, no está de más recordar que las opiniones de divergencia de los socialistas criollos y partidarios de la ciudadanización de los extranjeros y de los opositores socialistas a esta medida, en su mayoría inmigrantes españoles e italianos del Comité de Barracas Norte de la ciudad de Buenos Aires, los llevó a una decisión orgánica en 1902.

El papel de los partidos entre la poblacional inmigrante trabajadora lo cumplieron las organizaciones de defensa de intereses económicos y profesionales, como los sindicatos y las sociedades voluntarias de composición y fin social diversos: mutuales, clubes, logias y cooperativas. La importancia de este segundo tipo de organizaciones se explicitaba al tomar en cuenta los registros censales de 1914. Para este año existían 1.030 asociaciones voluntarias de extranjeros, el 82,5 por 100 estaban integrados por socios de una sola nacionalidad, como las de tipo cosmopolita sólo representaban 17,5 por 100. En la mayoría de los casos las sociedades de extranjeros cumplieron funciones múltiples; actividades recreativas y culturales, asistenciales y sociales. Algunas veces estas asociaciones contaron con el apoyo de los gobiernos de sus países de procedencia. En general, además de suplir las carencias de servicios asistenciales que no les otorgaba ni el estado ni los patrones, Las sociedades Voluntarias cumplieron un papel clave como institución de mediación cultural para la captación gradual de los inmigrantes. En esta misma dirección actuaron igualmente como mediadores culturales los sindicatos y periódicos obreros.

Los títulos de los periódicos, boletines y hojas informativas eventuales de los diferentes núcleos ácratas, tendieron a subrayar la voluntad heroica y violenta de su policitidad subalterna y extralegal, es decir, de batalla antioligáquica: El Combate, El Oprimido, La agitación, Escalpelo, Látigo del obrero, La voz de Rovachol, II Pugnale, Gli Incendiari, Vendeta, Ni diue ni maitre, Los Dinamiteros, El perseguido,la Protesta Humana. Etc.

Algunas de las afirmaciones de las editoriales o de artículos centrales de este periodismo subalterno y violento pueden expresar mejor los alcances de su radicalismo verbal: Los Dinamiteros, en una circular, A los obreros de Sudamérica (1893) afirmaba: «Es preciso que conquistemos la libertad y para eso es necesario la dinamita, pues la fuerza de está contrarrestara la fuerza que emplean nuestros opresores (…) Viva la dinamita, Viva la revolución Social, Viva la ANARQUÍA» Los editores de II Pugnale, técnicamente más sofisticados que sus predecesores señalaban que, «con objeto de cambiar el estado social, hay que usar bombas explosivas de nitroglicerina y clorato de potasio» No fue distinto el lenguaje periodístico de El Perseguido, que el 11 de noviembre de 1893, al enterarse de un atentado anarquista en Barcelona, rotuló el titular del periódico «La dinamita en la acción, la gran noticia» El perseguido (1890-1897) fue el órgano más relevante de esta orientación anarcoterrorista, que sin reparos morales o legales justificaban la propaganda del hecho forma prístina de la acción directa, en los términos más descarnados: «Nuestra divisa es la de los malhechores; nuestros medios, todos los que la ley condena; nuestro grito: ¡Muera la autoridad! Por esos somos anarquistas»

Durante los años de 1880 y 1897, la inestabilidad laboral en el interior de la clase obrera y fundamentalmente de los sectores de inmigrantes propició y el desarrollo de las corrientes anarcocomunistas, reacias a la organización obrera porque la consideraban autoritaria, una especie de distracción en la lucha por alcanzar la meta final. Además se dijo que los que los medios mutuales y huelguísticos carecían de efectividad en la mejora de las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera. Los anarcocomunistas deberían más bien volcarse a combatir de manera directa y propagandística al régimen opresivo existente, mediante la acción individual o de grupos unidos por afinidades ideológicas. A la larga, estas opciones tácticas llevaron a una escisión doctrinaria a los anarquistas que se manifestó en una doble dirección: en la oposición entre anarcoterroristas o anarco revolucionarios, por un lado, y el antagonismo entre anarco individualistas y anarcocolectivistas. En un plano más profundo revelaban su correspondencia con los cambios suscitados por el desarrollo industrial y la propia recomposición de la fuerza laboral.

Empero, no a todos los grupos libertarios de la Argentina de fines de siglo XIX se les puede catalogar de espontaneístas e inorgánicos frente a la clase obrera. La prédica organizativa del conocido anarquista italiano Errico Malatesta dejó honda huella en la tradición anarquista argentina. En perspectiva corriente pro-organizativa tendió a afirmase por las propias exigencias de su ligazón con la clase obrera y por su disputa sindical con los socialistas. Publicaciones de estas últimas corrientes fueron los periódicos El Obrero panadero, L`Avvennire, La Questione Social y El oprimido. La protesta humana, si bien fue el periódico de mayor trascendencia ácrata en relación a la organización del movimiento obrero argentino, durante sus primeros años mantuvo una posición conciliadora frente a las divergencias entre los que propugnaban círculos afines y los que abogaban por la constitución de sociedades de resistencia obrera.

Los comienzos de la última década del siglo XIX, las relaciones entre socialistas y anarquistas dividieron en conflictividades: la lucha por la hegemonía en el movimiento obrero a partir de sus diferentes tradiciones ideológicas, estilos de propaganda, tácticas y objetivos de lucha hacía inevitable desacuerdo y la pugna. Mientras los socialistas se esmeraron por formar sindicatos, la mayoría de los anarquistas persistieron en su defensa de la espontaneidad de la clase obrera opuesta a todo sistema orgánico, considerado por ellos como autoritario por definición. Esta confrontación eludía también a los límites reales que la nueva coyuntura económica había asignado a una clase obrera más estable en el empleo, con mayor disposición y posibilidades de renegociar la venta de su fuerza de trabajo.

La crisis económica de los años 1890-1891 fue acompañada de una grave crisis política que culminó con la salida del presidente Juárez Celman, acusado de practicar políticas y financieras arbitrarias y corruptas por sus propias correligionarios roquistas. La gestión gubernamental de Carlos Pellegrini a través de nuevos empréstitos concertados con la banca europea y el reclutamiento de figuras de oposición, le permitió estabilizar la situación financiera y política del país.

Los artesanos y los obreros que venían gradualmente adscribiéndose a los patrones de organizaciones del sindicalismo de oficio, dados los alcances de la crisis gubernamental, vinieron temporalmente postergados los esfuerzos de gestación de su primera organización federativa ínter gremial. Esta iniciativa, sin lugar a dudas socialista, venia siendo respaldada por las siguientes sociedades de oficio de Buenos Aires, carpinteros, cigarreros de hojas, zapateros y tipógrafos alemanes; del interior participaron algunos gremios de Santa Fe y Chascomus. En diciembre de 1890 salió publicado el primer número de El Obrero, vocero de este primer proyecto federativo. Al año siguiente se libró una campaña de infundíos más que de polémica entre socialistas y libertarios a través de las páginas de El Obrero y El Perseguido.

La Federación de Trabajadores de la Región de Argentina, promovida por el club Vorwaerts (Socialista), acentuó una política faccional y pro-partidaria en los sindicatos bajo su influencia, frenando su desarrollo y preparando el camino propio de la liquidación. En su primer congreso de agosto de 1891, esta entidad acordó formar una comisión para formular «un programa análogo al de los partidos obreros europeos» pro-pugnar por la jornada de ocho horas y un descanso dominical de treinta y seis horas seguidas. Postuló también por la «abolición completa de la propiedad individual en conformidad con los partidos de todos los países» Poco después de su segundo congreso en octubre de 1892, esta federación se disolvió. Bajo esta orientación socialista no fue difícil que la hegemonía en el interior del naciente sindicalismo obrero pasase a manos de la corriente anarquista pro-organizativa.

La exclusión política de los inmigrantes y clases populares en general, hacía poco atractiva esta orientación socialista de pugnar por politizar y partidizar a los sindicatos. La propia bandera de la jornada de las ocho horas fue caricaturizada por la lógica del capital industrial en el marco de la crisis económica que vivía el país. La lucha cotidiana de los obreros se centró en el pago de los salarios adeudados por sus empresarios: ferroviarios, peones de la municipalidad de Buenos Aires, y faroleros de la misma ciudad; en Santa Fe, esta misma lucha era librada por los yeseros, sombrereros, tipógrafos, peluqueros, carboneros, tabacaleros, cigarreros, zapateros y hasta por los músicos de la policía. La lucha contra los despidos masivos y contra la reducción a la mitad de la jornada remunerada, llevó a la huelga a ferroviarios, albañiles y otros gremios. El programa y la propaganda socialista entes estos contenidos de la lucha obrera evidentemente se hallaba fuera de la coyuntura, por no decir de la realidad.

Los militantes libertarios comprendieron intuitivamente las expectativas de los diversos sectores del proletariado urbano, que venían siendo hostigados económicamente y políticamente por la patronal y el Estado. Durante varios meses fueron prohibidas y reprimidas las asambleas sindicales y sociedades de voluntarias. El énfasis puesto en la propaganda libertaria en los aspectos dramáticos y emocionales de la situación cotidiana en que las familias proletarias sobrevivían a la crisis, más que expresión del resurgimiento de un tipo de romanticismo social radicalizado, expresar el tenor apocalíptico del régimen capitalista que solventaba por contraste moral la tipicidad de su ideología radical. El líder socialista Jacinto Odonne no se equivoco cuando sostuvo que la acción anarquista fue un obstáculo para ellos, toda vez que la prédica y acción libertaria era «más primaria, más simple y más en concordancia con la mentalidad sencilla del pueblo»

Hubo otro elemento discursivo de las corrientes libertarias que permitió su rápida propagación entre los obreros inmigrantes y su convergencia con los trabajadores nativos; nos referimos al contenido del internacionalismo y universalidad de clase y a las acciones de solidaridad obrera internacional. El proyecto libertario atenuó el dilema de conciencia desdichada del obrero inmigrante que le hizo sentir su doble condición de explotado y desarraigado. El propio proceso de diferenciación social llevó a importantes sectores de los obreros y chacareros inmigrantes a someter a un régimen de extrema austeridad y ahorro con el fin de retornar a sus países de origen. Pero el sector que se quedo en la Argentina adscrito al régimen fabril tuvo limitadas posibilidades de ascenso social. La mayoría obrera osciló entre el enclaustramiento cultural de algunos círculos de paisanaje de neto color chovinista y su concurrencia la proceso de definición de la clase obrera nacional. En este último sector caló el internacionalismo anarquista y e menor medida el del ala radical socialista, que legitimaba su inserción en el proceso constitutivo de una clase subalterna, sin necesidad de olvidar la renovación de sus lealtades de origen a través de las campañas de solidaridad o de ritualización de las fechas símbolo del obrerismo mundial: el primero de mayo, La comuna de Paris, la revolución rusa de 1905, etc. Fuera de las fábricas, la Boca, un típico barrio de obreros italianos, adoptaba paulatinamente uno de los característicos rostros urbano-nacional del Buenos Aires contemporáneo.

Las fuertes controversias y contiendas públicas entre socialistas y anarquistas no impidieron su convergencia en ciertas movilizaciones y campañas anticlericales y antimilitaristas. También unos y otros concurrieron en la lucha por afianzar y extender los sindicatos obreros, así como en la brega contra el desempleo y por la consecución de la jornada de las ocho horas.

Entre los años de 1891 y 1896 se desarrollaron cincuenta y ocho jornadas huelguísticas. Se fue ampliando así la participación y experiencia de la lucha sindical de la clase obrera y de sus grupos de vanguardia. En 1896, los ferroviarios llevaron adelante la primera huelga general por rama empresarial. En el 50 por 100 de las huelgas, las motivaciones fueron del corte salarial; en un 30 por 100 de los casos la lucha se libró a favor de la reducción de la jornada laboral, lo que indicaba la revaloración de que fue objeto esta importante bandera de la lucha reivindicativa. Sobre el total de las 58 huelgas del sexenio aludido, los obreros triunfaron en 26, llegaron a concesiones parciales mediante negociación de ocho casos y fueron derrotados en 24 oportunidades. Este balance signa las dificultades inherentes al propio desarrollo del movimiento sindical, al mismo tiempo que los rasgos tendencialmente positivos de los que vendría a ser la más típica forma de resistencia obrera del siglo XX; la constitución de 33 nuevas sociedades de resistencias a nivel nacional así lo refrendan.

Sin embargo, la situación más critica la atravesaban los inmigrantes obreros que engrosaron mayoritariamente las filas de los desocupados y subempleados. Su penosa situación los orillaba a los caminos de la violencia extralegal, la delincuencia social y del anarcopetardismo. El diario la protesta, alarmado por esta creciente problemática de marginalidad urbana, editorializó a favor del traslado de la fuerza de trabajo excedente a la colonización del agreste y lejano Chaco. El primero de agosto de 1897, más de cinco mil obreros desocupados, reunidos bajo iniciativa anarquista en el teatro Doria (luego Marconi) de Buenos Aires, protestaron por su lamentable situación. Empero, se resistían a inmolarse como pioneros de la colonización de una región semi-tropical plagada de peligros y enfermedades, así se lo hicieron saber a La Protesta mediante ruidosa y enervada manifestación de repudio.

Este contingente de desocupados, por primera vez intentó cohesionarse en torno a las primarias demandas del derecho al trabajo y al de supervivencia. El excedente de fuerzas de trabajo que generó principalmente la inmigración y el limitado desarrollo del capitalismo dependiente en Argentina operó no solamente como factor de perturbación social, sino también a favor del capital industrial al presionar negativamente sobre la estabilidad laboral y las tasa salariales. Esta situación tendió a agravarse hacia 1899, en que se registraron aproximadamente unos 40.000 desocupados.

La pauperización y tugurización se acentuó en los propios barrios obreros de la capital: La Boca, Los Corrales, Villa Catalina, Constitución, Retiro, Palermo y Barracas. Sólo en la Boca y Barracas se concentraban 6.500 trabajadores eventuales, de los cuales sólo conseguían el contrato al día un promedio de 1.000 a 1.5000. La sobre oferta de trabajo facilitó la discriminación étnica, generalización y política de la fuerza de trabajo por parte de la patronal. En un importante depósito de madera de la Boca, el capataz elegía para la faena laboral del día a unos 65 jornaleros de un total de 350 aspirantes.

Las reivindicaciones cotidianas de la clase obrera hacia fines del siglo XIX y principios del XX, jugaron un papel predominante cohesionador. La movilidad ocupacional, dada la precaria estabilidad laboral, facilitó indirectamente el desarrollo de lealtades ínter-gremiales. Sin embargo, el paro forzoso y la inestabilidad del empleo favorecieron también la manipulación patronal de un sector de desocupados rompehuelgas o krumiros. A partir de 1899 se agravaron las relaciones laborales a raíz de una reforma monetaria que generó una contracción del salario real del orden del 30 al 40 por 100 en el lapso de dos años. El salario en la industria, servicios públicos y comercio tuvo como medida 59 pesos, cuatro menos que el salario mínimo estimado por el diario La Protesta para el año de 1901. Un 30 por 100 del salario obrero se destinó al pago de alquiler de vivienda. En esa año se registraron unos 1.300 conventillos que alquilaban 35.000 habitaciones para la morada de 140.000 inquilinos, es decir, el 17 por 100 de la población total de la ciudad de Buenos Aires. EL hacinamiento, insalubridad y promiscuidad de los conventillos hizo más duro aún el modo de vida de la clase obrera. En este contexto, las nuevas iniciativas socialistas de federalización sindical de 1896-1900, a pesar de las exigencias obreras, resultaron infructuosas. El reformismo legalista seguía careciendo de autoridad frente al beligerante discurso y práctica de los grupos libertarios más acordes con las exigencias de la coyuntura. El primero de enero de 1901 apareció el periódico ínter-gremial La Organización, con el fin de promover la federalización obrera. Lo importante de este nuevo proyecto radicó en la concurrencia de socialistas y anarquistas. El 25 de mayo de reunieron en la ciudad de Buenos Aires delegados de quince sociedades de resistencia de la localidad y de doce sociedades obreras de poblaciones del interior.

Este tipo de sociedades de oficio aglutinó a artesanos y obreros de las veintitrés categorías ocupacionales representadas a adheridas, catorce habían participado en uno o más frustrados encuentros pro-federales obreras de, los socialistas: albañiles, panaderos, zapateros, talabarteros y alfombreros. En cuanto a experiencia de huelga, poco más de la mitad de las sociedades participantes, trece exactamente, habían ejercido con desigual éxito dicha práctica de resistencia.

La mayoría anarquista en el congreso fue relativa. Reforzó se espacio privilegiado la presencia del conocido libertario italiano Pietro Gori como delegado ferroviario; la acompañaban dirigentes conectados como Inglán Lagarta, redactor de la protesta humana; Luis Magrasi, Héctor Mattei, Torrens Ros, José Basalo y Adrián Trotiño. Pese a ello, la delegación socialista logró ocupar cinco de los doce cargos del comité de organización de dicho evento. La convergencia libertaria y socialista fue posible gracias a la moción pluralista y gremialista que presentaron los anarquistas Ros y Magrasi, a la sazón delegados de la sociedad de Artes Gráficas, por lo que el declaro unitariamente: «Que no tienen compromisos de ninguna clase con el partido socialista ni anarquista, ni tampoco con partido político alguno, y que su organización desarrollo y esfera de acción es completamente independiente y autónomo, y que la organización que este congreso acuerde es pura y exclusivamente la lucha y resistencia»

La iniciativa correspondió a este evento a los anarquistas; la moción de Terros Ros y Luis Magrasi fue clave para el éxito del primer congreso obrero y de la fundación de la Federación obrera Argentina (FAO). El espíritu de transacción de los anarquistas fue puesto a prueba en el debate y votación sobre el juicio arbitral en el conflicto entre el capital y trabajo; punto polémico y tradicional con los socialistas. El libertario Pietro Gori presentó una moción contemporizadora en la cual reivindicaba la necesidad de una lucha de los propios obreros para lograr la «conquista integral» de sus derechos, al mismo tiempo que reconocía que algunos conflictos económicos y tomando las debidas previsiones se podía recurrir al juicio arbitral como medio de resolución. El resultado de la votación fue ligeramente favorable a la postura heterodoxa pero unitaria de Gori: 21 puntos a favor, 17 en contra y 4 abstenciones.

No obstante, los socialistas, abandonado la tradición faccional de sus anteriores participaciones, hicieron igualmente gala de voluntad transaccional. En este juego de mutuas concesiones se impuso tendencialmente la orientación anarcosindicalista. Para los socialistas fue a la larga más penosos y contradictorio acogerse a la tesis de la huelga general, boicot y sabotaje, como medios de lucha obrera contra el capital, moción aprobada por unanimidad. La distinción formal y poco convincente que hicieron los socialistas argentinos sobra la huelga general, fue que ellos la concebían como «Lucha económica»y no a la manera libertaria como palanca de la Revolución Social. En los hechos, la huelga general estuvo muy distante de la voluntad y tradición de los socialistas revolucionarios.

El congreso constitutivo de la FAO signo otros dos elementos constitutivos del movimiento obrero argentino al precisar los límites de la ideología y político del sindicalismo obrero. La lucha por la hegemonía faccional de socialistas y anarquistas término escindiendo orgánicamente a la FAO en abril de 1902 con motivo del segundo congreso.

Este evento se realizó en el local del club Vorwaerts de Buenos Aires, lo que le dio cierta ventaja a la corriente del socialismo obrero. Concurrieron 86 delegados en representación de cuarenta y siete sociedades obreras, veinticinco de las cuales eran de la capital federal y el resto precedentes del interior del interior. De las sociedades bonaerenses asistentes al primer congreso sólo estuvieron presentes la mitad. Las nuevas delegaciones sindicales en su mayor parte fueron de filiación socialista, lo que se evidencio durante el cisma orgánico que aconteció a continuación.

El incidente que precipitó la ruptura fue el otorgamiento de una credencial a un prte4ndido delegado obrero del interior militante socialista en la capital federal. El conflicto reveló el celo puesto por una y por otra facción en la lucha de la hegemonía orgánica. La representatividad como botín faccional se incorpora roba así a la vida orgánica de4l sindicalismo obrero argentino.

Los delegados socialistas promovieron como primer paso escisioncita el desconocimiento de la FAO y del congreso en su reunión del 19 de mayo de 1902. Luego los socialitas pasaron z la constitución de un comité de propaganda gremial el 22 de junio, que se encargo finalmente de organizar el congreso fundacional de la UGT (unión general de trabajadores) para el mes de marzo de 1903.

La celebración del 1 de mayo de 1902 devino en prueba de de fuerza obrera entre socialistas y anarquistas. La constitución socialista fluctuó entre 4.000 y 5.000 manifestantes, mientras que los anarquistas tendieron a triplicar el número. Independientemente del faccionalismo obrero, cabe considerar que sumados los asistentes a ambas manifestaciones en la ciudad de Buenos Aires, bordearon los veinte mil, cifra elevada para un todavía naciente sindicalismo obrero.

Mientras tanto, el movimiento obrero argentino venía siendo preparado subjetivamente por la FOA para llevar adelante la primera huelga general. Tal prédica se circunscribía al marco de loa que podríamos llamar el primer auge huelguístico espontáneo. Se durante el sexenio de 1891 a 1896 hubo un índice de nueve huelgas anuales, en breve lapso de mayo de 1901 a agosto de 1902 se registraron a 29 huelgas parciales. Esta oleada de lucha sindicalista coincidió con el inicio de ciclo de reactivación y expansión de la economía agro-exportadora que se prolongo hasta 1910, y que favorecía a una relativa recuperación del salario real, empujada por las acciones de resistencia del movimiento obrero.

La huelga parcial podía ser tolerada por el estado, siempre y cuando no afectase las arterias estratégicas de la economía agro-exportadora; en cambio no podía tolerar en ningún caso las prácticas de boicot y sabotaje, aprobadas como forma de lucha en l primer congreso de la FAO. Efectivamente, la represión, la cárcel cayeron sobre los activistas que lanzaron el boicot contra una confitería en Chilcoy y contra la fábrica de cigarros La Popular y la panadería La Princesa, en buenos Aires.

Por estos años el movimiento obrero convergió con la presión política creciente de las capas medias aglutinadas en torno a la unión cívica Radical, pero manteniendo sus respectivas autonomías. El gobierno conservador del roquismo recurrió a una trilogía represiva para restaurar su autoridad y los intereses de los grupos empresariales; esta consistió en la frecuente represión policial de las huelgas y boicots obreros, la promulgación de la ley de residencia para expulsar del país a los agitadores extranjeros; por último, la declaración del estado de Sitio. A partir de 1902, en ocho años, el gobierno declaro el Estado de Sitio hasta en cinco oportunidades, con la finalidad de conjurar los movimientos de disensión y protesta económica y política de las clases subalterna.

La represión gubernamental tendió a acentuar a mediados de 1902. La sustitución de huelguistas por soldados conscriptos, marineros y empleados municipales, les dio un nuevo sesgo a la significación de los rompehuelgas. Los círculos anarcoterroristas procedieron a manera de escarmiento a liquidar físicamente a dos rompehuelgas durante el paro de labores decretado por la Sociedad de Panaderos; pero esta acción, lejos de jugar un papel disuasivo, acrecentó la oleada represiva y es que el estado, en esa coyuntura fue el principal rompehuelgas. Los locales sindicales de la FAO fueron allanados y sus archivos confiscados, particularmente las relaciones adherentes.

La movilización obrera en contra de la represión policial aglutino a anarquistas y socialistas. Estas corrientes, a pesar de mantener sus proyectos faccionales de federalización obrera, supieron entenderse nuevamente. Cuarenta y dos sociedades de resistencia pertenecientes a la FOA y el comité pro-UGT participaron el 17 de agosto de 1902 en importante mitin de repudio antigubernamental. Líderes socialistas como Dickman y Repetto, conocidos anarquistas, como Guaglianone, Montesano y Baterra, en su calidad de oradores prefirieron marcara los puntos de unidad coyuntural antes que los de su antiguo disenso.

El mismo mes, con motivo de la realización de la segunda concentración de protesta de los desocupados y subempleados, socialistas y anarquistas volvieron a converger a pesar de los reparos de los segundos para sumarse a la convocatoria socialistas. El mitin de masas con fines de protesta logró así su incorporación a la tradición de resistencia del movimiento obrero de dicho país.

La oleada de huelgas en la primera quincena de noviembre de 1902, devino en huelga general para los días 22 y 24 del mismo mes. Empezó con la lucha reivindicativa de la Federación de Estibadores de reducir el peso de costal de carga (cereal, tasajo y carbón), a un promedio de 65 a 70 kilos. A esta demanda se sumaron igualmente en acción huelguística los obreros d los depósitos del Mercado Central de Frutos de la capital federal. El eje de la confrontación puso enfrente a los trabajadores y a la Cámara de Comercio, representante esta última de los exportadores y dueños de depósito. Los grupos anarquistas de la FOA de pronto se vieron envueltos en un proceso de radicalización espontánea de ritmo acelerado y creciente. Cocheros, panaderos, zapateros, albañiles, sombrereros, fideeros, fosforeros, tejedores, mecánicos y fundidores habían logrado la más grande paralización huelguística que hubiese habido en Buenos Aires, pero también en el país. A esta huelga general se adhirieron los obreros de otros puertos: Rosario, bahía Blanca, La Plata y Villa Constitución.

La Boca y Barracas, barrios de obreros inmigrantes, vivieron un clima de agitación sin precedentes. Las movilizaciones y actos de protestas laboral involucraron a las familias obreras; hombres y mujeres a los gritos de ¡Viva la ANARQUÍA! Y ¡Viva la Revolución Social! Se enfrentaron a la policía y a los rompehuelgas. El temor invadió a los barrios residenciales del norte de Buenos Aires; se había expandido el rumor de que treinta mil obreros armados se aprestaban a tomar casas la Casa de Gobierno. La autorización gubernamental de permitir que los obreros rompehuelgas fuesen armados a los centros de trabajo, así como el registro de algunos hechos cruentos, estimularon de manera desbordante la imaginación de quienes gustaba vivir bajo un sistema político basado en un orden elitista y autoritario solventado a la exclusión de masas y el consenso pasivo.

Los socialistas intentaron infructuosamente frenar un movimiento huelguístico que tomaba claros ribetes políticos al intervenir el ejército y la municipalidad en las fábricas en conflicto con el objeto de quebrar la huelga general. En un manifiesto del 24 de noviembre, los socialistas, al mismo tiempo que señalaron como justas las demandas de los estibadores huelguistas, peones del Mercado de Frutos y conductores de carros, condenaron al gobierno por militarizar las fábricas, y a los gremios de la FAO por sumarse solidariamente a la huelga, en lugar de seguir laborando para apoyar económicamente a los primeros. Fue evidentemente el miedo de los socialistas de salir del curso legal y de las reformas, para involucrarse en movimientos son potencialidad revolucionaria. No obstante, su pronunciamiento llegó tarde para inmunizarlos contra la escuela de terror estatal que se avecinaba sobre el movimiento obrero en su conjunto.

Al día siguiente el gobierno procedió a instaurara el estado de sitio e implementar la primera y más vasta ofensiva represiva contra la clase obrera, las sociedades de resistencia, las asociaciones culturales populares y la prensa sindical y obrerista. Cerca de un centenar de líderes libertarios fueron deportados de manera inmediata a sus países de origen. Sin embargo, los arrestos, deportaciones, allanamientos, censuras y arbitrariedades gubernamental y patronal se prolongaron hasta el mes de febrero de 1903.

La propaganda libertaria se vio mermada como resultado de esta rigurosa campaña de profilaxis antisindical y antianarquista emprendida por el gobierno oligárquico del general Roca. Ya no volvieron a publicarse más los periódicos libertarios: Ciencia Social, El rebelde, L’avvenire, Solidaridad y Nuova Civilitá. Otros voceros de prensa que volvieron a salir, como la Protesta Humana, gracias a una hábil política editorial, aprovechó la diversidad de la coyuntura y pronto subió su tiraje a ocho mil ejemplares. El anarquismo lejos de estar abatido, mostró una sorprendente capacidad de recuperación, la cual fue refrendada por el exitoso tercer congreso de la FOA (junio de 1903) y la huelga general del puerto de Buenos Aires en diciembre del mismo año, que si bien sufrió un importante revés, la voluntad de lucha y las solidaridades obreras lograron sostener dos meses la acción huelguística bajo un clima política hostil.

El 1 de mayo de 1904 las manifestaciones de anarquistas y socialistas evidenciaron un crecimiento notable en su capacidad de convocatoria. La vanguardia obrera, gracias a la horizontalidad federalista de las sociedades de resistencia, pudo rápidamente reconstruirse. Sumados los cincuenta mil manifestantes de la FOA y los veinte mil de la UGT, arrojaron una cifra que triplicaba la gran manifestación del 1 de Mayo de 1903.

El IV congreso de la FOA, celebrado del 30 de junio al 2 de agosto de 1904, contó con la asistencia de representantes de 56 sindicatos. La federación anarquista había logrado un crecimiento orgánico importante, probando más que por el aumento de 42 a 66 sindicatos, por el número de cotizantes que pasó de 15.212 en su III congreso a los 32.893 del IV.

Entre uno y otro evento, los tópicos debatidos pasaron de las cuestiones orgánicas y propagandistas de la Federación a temas de más vinculados a la situación de la clase obrera en la nueva coyuntura, como las condiciones de trabajo, el boicot a la policía, la abolición de la ley de residencia y del proyecto de ley de trabajo, la propaganda antimilitarista, la huelga general y la moralización y emancipación de la mujer. Este congreso, en lo orgánico, resolvió modificar el nombre de la agrupación ínter-gremial por el de Federación Obrera Regional Anarquista (FORA).

Esta orientación del movimiento obrero en un contexto político adverso exasperó los ánimos de los grupos anarquistas más radicales. El Estado además de asfixiar la vida gremial y propagandística bajo el régimen del estado de sitio, perseguía a los líderes extranjeros. Ello motivó que el 11 de agosto de 1905 el tipógrafo y anarquista Catalán Salvador Planas atentase fallidamente contra el presidente Manuel Quintana. El tiranicidio fue el método más individualista de abolir al estado que propugnó el anarcopetardismo, pero no el más efectivo.

La visión abstracta del estado de los libertarios, cedió terreno a favor de una comprensión más concreta de su función social a partir de su participación en el curso de la huelga general y de las ulteriores iniciativas del control obrero. El proyecto de Ley del Trabajo, luego de acalorados debates fue impugnado por la FORA y a UGT, así como por la entidad patrona, la Unión Industrial Argentina. La creciente confrontación de fuerzas entre el capital y el trabajo demandaba la formulación de una legislación laboral y de canales institucionales de mediación, pero los sectores protagonistas distaban mucho de querer ajustarse a leyes de contemporización de sus diverso y opuestos. Todo o nada parecía ser la consigna dominante entre trabajadores y empresarios. Mientras tanto el régimen del general Roca fue reemplazado por el de Manuel Quintana.

El nuevo gobierno se instaló en medio de un repunte huelguístico a fines de 1904. El Estado de sitio volvió a ser declarado entre febrero y mayo de 1905, borrando toda diferencia entre uno y otro régimen de gobierno frente a la clase obrera. La atmósfera reinante en el seno de los sindicatos de la UGT y de la FORA tendían a la unidad de la clase obrera fragmentada por los intereses faccionales de anarquistas y socialistas, favoreciendo el desarrollo de una corriente sindical clasista y unitaria. Esta situación parecía tender a clausurar un largo capítulo de segmentación del movimiento sindical. La unidad de la clase obrera emergía como tema obligado de la nueva coyuntura y de su experiencia de lucha.

Los debates en el congreso de la UGT de agosto de 1905 se orientaron en esta dirección, aprobándose una resolución favorable a la celebración de un pacto de solidaridad «tendente a unificar fuerzas y acción de la clase obrera organizada en las siguientes circunstancias: 1) En la oposición a la proyectada Ley Nacional del Trabajo; 2) En la lucha contra la proclamación del estado de sitio; 3) En la campaña de la ley de residencia El congreso de la FORA, llevado a cabo pocos días después que el de la UGT, recusó la necesidad de un pacto ínter-federacional y centró el problema de la unidad obrera sólo en el interior de la FORA, ya que está «no tiene absolutamente nada que ver con idealismo que pudieran dividir al obrero, acogerá en su seno a todo obrero o grupo de obreros que deseen ingresar en sus filas… la solidaridad no se decreta, es inherente a la especie»

El V congreso de la FORA generó un sindicalismo anárquico diferente al anarcosindicalismo, en la medida que incorporo a la base misma de los sindicatos, la adhesión filosófica y moral de su credo. El núcleo anarco-comunista de La Protesta se difundió en el seno de la FORA y de la lucha obrera, pero su orientación no satisfizo las expectativas de la unidad de los militantes de base. Efectivamente, el IV congreso de la FORA (septiembre de 1906) accedió a la aprobación de una resolución votada a favor de un Congreso de Unificación.

En diciembre de 1906 el IV congreso de la UGT ratificó igualmente su voluntad unitaria. El camino aparentemente estaba allanado, pero no era así, la voluntad hegemonista de las facciones anarquistas y socialistas, aunada a la incomprensión e indefinición de un sindicalismo clasista y unitario, frustrado el pretendido evento de fusión de 1907. Hubo otro intento que se vio bloqueado igualmente en septiembre de 1909 por la intransigencia doctrinal de los anarco-comunistas que lideraban en la FORA. Más adelante, en junio de 1914, se logró celebrar un congreso unitario gracias a que la FORA pasó a manos de la corriente anarcosindicalista. Se cerraba así una etapa de la historia del movimiento obrero argentino.

Amarcomagonismo en los origenes de la Revolucon Mexicana[edit]

La historia de las clases subalternas durante la revolución mexicana tiende a reivindicar a 1906 como el año de su estallido, mientras que la historia oficial de la nación centra sus comienzos en el año de 1910.

A una y otra fecha le subyacen dos proyectos ideológicos claramente escindidos y enfrentados: el anarquismo popular regional de Ricardo Flores Magón y el antirreleccionismo nacionalista de Francisco I Madero. En la historia concreta de la revolución mexicana, una y potra fecha aparecen entrelazadas por diversos y múltiples acontecimientos y protagonistas, aunque lo medular de una y otra es que marcan los primeros cambios de signo de clase de la más grande tempestad histórica de la América Latina en este periodo.

A partir de 1880 se percibe un proceso de consolidación de los gripos dominantes como un bloque social relativamente homogéneo; habían quedado atrás los años de luchas intestinas que acompañaron al proceso de acumulación originaria de la sociedad mexicana, durante los años de la Reforma y de los procesos de desamortización de bienes comunales y eclesiásticos.

La constitución de un sistema concéntrico de clientelaje políticos y de un poder federal eficiente y con injerencia en una economía nacional pautada por el crecimiento capitalista dependiente atenuó temporalmente las contradicciones y entre tradicionalidad y modernidad que ella misma descarnó. Coadyuvó a la consolidación económica de los grupos de poder agro-mineros, la inserción y modo de articulación con la creciente inversión de capitales extranjeros y el mercado mundial. La relativa ampliación del mercado interior fue además estimulada por el desarrollo del complejo ferroviario que pasó de 660 kilómetros en 1876 a 19.205 en 1910. La orientación de las líneas férreas bajo impulso del capital extranjero, articularon más sólidamente la economía del centro y del norte de la republica, consolidando las relaciones mercantiles con los Estados Unidos. Más subterráneamente, éstas jugaron un papel importante en la ampliación de la movilidad horizontal de la fuerza de trabajo en la región norte de México y la región suroeste de los Estados Unidos, así como en el curso de la propaganda de los corrosivos mensajes antigubernamentales de los grupos libertarios y liberales.

El crecimiento demográfico se mantuvo en ascenso al pasar de nueve millones e 1877 a unos, aproximadamente, catorce millones de habitantes en 1906. No obstante, México seguía siendo un país predominantemente agrario. Los pobladores urbanos sumaban alrededor de un treinta por ciento de la población nacional; la mayoría de los habitantes estaban confinados ruralmente a un ritmo más lento y diferente de desarrollo económico y cultural. La tecnificación de las actividades mineras del Norte y de los ingenios azucareros de Morelos, así como la industrialización fabril urbana y el uso de nuevas fuentes de energía, le iban dando perfil moderno y de progreso a una sociedad que acentuaba nuevamente los contrastes y contradicciones económicas y sociales entres sus diversas regiones y el interior de las mismas.

Los años de la reforma en México abrieron el camino para la expansión agro-minera exportadora. Las leyes de desamortización de bienes de las comunidades de indígenas y de la iglesia católica, aunadas a las leyes de represión de la vagancia y de la formación de la guardia rural, posibilitaron un complejo proceso de reestructuración de la tenencia de la tierra al abrir los causes legales para la exposición neo-latifundismo liberal y la emergencia de la pequeña burguesía rural. Estas y potras medidas posibilitaron la reasignación de la fuerza de trabajo rural bajo las modalidades de peones acasillados, jornaleros o medieros adscritos a las grandes haciendas recién constituidas, so riesgo de ser penalizados por la ley de vagancia o reprimidos por la guardia rural por engrosar las filas del bandolerismo agrario o de los descontentos sociales.

Una nueva medida liberal del Estado, como la ley de Colonización (1875), permitió la constitución de las llamadas compañías deslindadoras. De 1881 a 1889 se deslindaron poco más de treinta y dos millones de hectáreas. Catorce de ellas fueron rematadas a bajo precio y cerca de trece millones de hectáreas fueron donadas a los voraces «pioneros». De 1890 a 1906, años en que las empresas deslindadoras fueron disueltas, éstas todavía lograron parcelar y repartir cerca de diecisiete millones de hectáreas más. Los casi cincuenta millones de hectáreas con que se benefició la economía agro-minera exportadora no vinieron precisamente de terrenos baldíos, sino de tierras habidas a través de4 los más variados mecanismos expropiatorios (jurídicos, económicos y militares), que afectaron principalmente a las comunidades étnicas. Las expansión de las fronteras agropecuaria (café, henequén, ganado vacuno) y minera (plata, cobre, carbón y petróleo), asumió9 a su manera un carácter mercantil y etnocida. La producción agrícola para la exportación en el lapso de 1877 a 1810 mostró un crecimiento espectacular del 750 por 100.

No obstante, visto el panorama del México prerrevolucionario en sus aristas económicas, políticas y culturales, los antagonismos agrarios tuvieron desigual modo, incidencia y desarrollo en el estallido de un complejo y heterogéneo proceso revolucionario. Los orígenes de la revolución tienen que ver con la región norte del país. El papel diferencial de las regiones en el curso de los procesos revolucionarios han sido largamente documentados en las últimas décadas por la nueva historiografía social. Hablar del norte de México (estados de Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, Sonora, Sinaloa, Baja California) implica tomar en cuenta a nivel económico el lugar privilegiado de la producción minera en la economía del profiriato.

Las leyes mineras promulgada entre 1884 y 1892 y la red ferroviaria Sur-Norte, le abrieron las puertas a las inversiones masivas de capital extranjero, generando en el norte del país un proceso acelerada modernización capitalista. La explotación del mineral en el sector de extracción como en el de beneficio de minerales fue tecnificado rápidamente. La fuerza animal y humana fue sucesivamente reemplazada por la hidráulica, la máquina de vapor y la energía hidroeléctrica, en cuya aplicación las minas fueron pioneras. Entre 1903 y 1907 la fuerza motriz por trabajador minero subió de 0.51 a 1.37 caballos fuerzas. En el sector metalúrgico la amalgamación decayó frente a la creciente utilización de la cianurización, la fundición y la concentración.

El antiguo sistema minero de buscones, gambusinos y minas de baja composición orgánica de capital, en donde el trabajador minero mantenía vínculos estacionales con la economía campesina, sufrió un proceso de contracción a favor de la gran y moderna minería norteña. El cobre comenzó a ser explotado por la compañía francesa El Boleo, en Baja California, y por una compañía norteamericana en Cannanea, estado de Sonora. El carbón empezó a ser extraído de las minas de Coahuila (Piedras Negras, Salinas, Barroterán y Las Esperanzas) Se inauguraron centros metalúrgicos en Torreón, San Luis Potosí y Monterrey. Las antiguas minas de plata en Chihuahua y otros estados norteños también se modernizaron, presionadas por la baja de los precios en el mercado mundial que demandaba una reducción de costos de producción y un incremento significativo en la productividad. La expansión minera fomentó el surgimiento de nuevos centros urbanos en el norte, así como una fuerte presión migratoria de otras regiones y países.

La presencia de un importante y heterogéneo sector de extranjeros vinculados a la minería le dio un perfil particular no sólo a las relaciones entre trabajo y capital, sino a las más cotidianas que ligaban a las distintas categorías ocupacionales entre sí. Ingleses, franceses, norteamericanos sino ocupaban cargos directivos en las empresas mineras, aparecían ocupando las plazas de los trabajos de mayor calificación técnica en las minas, ferrocarriles, frenando la movilidad ocupacional interna a la que aspiraban los obreros mexicanos.

En las ciudades y pueblos mineros, los extranjeros sobresalieron de manera visible en el manejo de ciertos renglones importantes del ramo de servicios y comercio: franceses en la hotelería; japoneses y chinos en el pequeño comercio. Estos últimos también aparecieron como trabajadores mineros pero en constante fricción con los mexicanos. Finalmente, los españoles ejercieron cierta influencia en los sectores agrícola y comercial. El crecimiento flujo de extranjeros durante el porfiriato y su ubicación en el desempeño de roles de alta conflictividad y competitividad económica, condicionaron el mercado acento nacionalista de la Revolución Mexicana. En ocasiones, estas contradicciones ínter-étnicas agudizadas por la crisis, asumieron formas xenofóbicas (antichina, antiespañola, antinorteamericana) distorsionando los ideales nacionales o antiimperialistas de las élites políticas y sindicales. Otras veces el nacionalismo enmarcó las expectativas e intereses de clase de mineros y ferrocarrileros.

El boom minero metalúrgico del porfiriato se expresó en sostenidos índices de crecimiento, hasta la grave crisis de 1907. A pesar de ella la producción de plata pasó de 607 toneladas en 1877-1878 a 2.305 en los años de 1910-1911; el oro ascendió de 1.105 kilos para los años de 1877-1878 a 37.112 kilos en 1910-1911. El grueso de la producción minera se orientó a partir de la última década del siglo XIX a privilegiar la producción de metales industriales y combustibles en detrimento de la otrora absorbente producción de metales preciosos. Al inicio del siglo, las minas del Norte aportaron el 75 por 100 de la producción minera nacional.

Durante el porfiriato el crecimiento urbano fue condicionado por el ritmo expansivo de la economía agro-minera La capital federal logró bordear el medio millón de habitantes en 1910. Otras ciudades menores doblaron en el lapso de tres décadas y media su población; en vísperas de la revolución maderistas, Guadalajara contaba con 120.000 pobladores y Monterrey con 80.000. La arquitectura y los servicios urbanos materializaban los trazos de la modernidad y el progreso. Nuevos actores sociales aparecieron en escena, entre ellos una vasta y heterogénea legión del proletariado urbano fabril.

La industria nacional tendió a desarrollarse en los ramos textiles, de calzado, bebidas y alimentos y tabaco. La producción de telas de algodón se triplicó entre 1877-1911 y la de tabaco se duplicó. El desarrollo urbano y de las vías de comunicación favoreció con su demanda de insumos la apertura de nuevos ramos fabriles, como los del cemento y la metalúrgica. Este último aparece en 19041 con la instalación de una planta siderúrgica en Monterrey para la producción de durmientes para ferrocarriles y tranvías, así como para la fabricación de diversos productos demandados por mineros y constructores de viviendas y puentes.

La inversión del capital extranjero en la minera, petróleo, agricultura e industria confirió una particular connotación a la contradicción que enfrentó en lucha huelguística y política al trabajo contra el capital. El monto de inversión de capital foráneo pasó de 100 millones de pesos en 1884 a 3.400 millones de pesos en 1911. La patronal extranjera fue básicamente de procedencia angloamericana. Empresas como la American Smelting and Refining Company, que tenía plantas en los estados de Aguascalientes, Nuevo León, Chihuahua y San Luis Potosí; la Cananea Green Cooper, que se instaló en el Estado de Sonora; la Mexican Eagle Oil y la Pearson and Son Ltd., que se abocaron a la explotación de los mantos petrolíferos del Golfo de México, estuvieron muy presentes en la vida y conciencia de los miles de trabajadores mexicanos que trabajaron para ellas. Las dos primeras compañías fueron de bandera norteamericana, las dos restantes representaban a los capitales británicos. Como estas empresas hubo muchas otras grandes y medianas en los diferente ramos de la producción controladas por el capital extranjero.

La distancia social entre los trabajadores rurales y urbanos y las posiciones sociales del bloque oligárquico, al que se integraban en cierta medida los representantes de las compañías extranjeras, se hizo más profunda a partir de 1895. La concentración de ka gran propiedad territorial, la pauperización de la masa laboral, la emergencia de algunos sectores sociales y la estagnación y la marginación política y social de las capas medias, fue configurando un clima de ascendente polarización social, aunque marcado por las particularidades regionales.

La geografía urbana traducía a su modo las distancias sociales que oponía en el campo a la misérrimas rancherías y las afrancesadas casas haciendas; a los sombríos campamentos mineros y petroleros a las instalaciones muy modernas y cómodas que se alojaban los miembros del staff empresarial extranjero. En la ciudad de México, los espaciosos y elegantes barrios residenciales con sus grandes avenidas y parques y edificios públicos monumentales, contrarrestaban abismalmente con los barrios de obreros, artesanos, y léperos, que vivían sumidos en los límites ruinosos o precarios de viviendas alquiladas, la insalubridad y el hacinamiento demográfico.

La oligarquía sentía asegurado su dispendiosos modus vivendi gracias a la estabilización de un régimen fuertemente presidencial y autoritario que yacía en manos del general Porfirio Díaz y que se había mostrado eficaz en amargar todo intento de disenso en sus filas y en eliminar toda respuesta alternativa que emergiese de las comunidades étnicas y clases subalternas. Don Porfirio Díaz monopolizó el poder casi interrumpidamente entre los años de 1976 y 1910.

Las élites y grupos de poder adormilados por los beneficios de la modernidad se desplazaban asiduamente de sus privativos fueros urbanos y empresariales locales a sus fincas en Europa, y viceversa. El cosmopolitismo oligárquico reforzó su creencia en la viabilidad de la sociedad mexicana para ascender por el camino del progreso material y la ilustración. El darwinismo social y el positivismo sin perder su opción crítica, fundamentaron y legitimaron esta orientación societaria y la convirtieron en razón estatal y convicción ilustrada del bloque oligárquico y de las categorías estamentales a su servicio. Este orden acentuó su régimen disciplinario para con las «incultas y remolonas masas trabajadoras» matizándola episódicamente con gestos y poses paternalistas y filantrópicas.

Para los terratenientes, empresarios, burócratas y militares de alto nivel ir al club, la iglesia, la logia, el hipódromo o asistir a la fiesta campestre o jugar al polo, se combinaban con sus otros quehaceres de la modernidad: viajar en automóvil, ir a los bancos, participar en reuniones de negocios o de gestión política. La vida muelle de esos tiempos pronto se vería profundamente consternada. La arcadia oligarquía del porfirismo fue románticamente idealizada por Eduardo Iturbide, así: «No puede haber una vida más agradable y sencilla que la que pasábamos en esa época de mi juventud, luchando con un trabajo muy suave y llevadero, contando con garantías y ayuda del gobierno para todos, crédito en los bancos y buen entendimiento entre todas las clases de la sociedad. (…) invitados constantemente a las haciendas de amigos a fiestas campestres y cacerías, pensábamos más en divertirnos que en ninguna otra cosa seria, y las penas naturales de la vida se nos resbalaban de las espaldas con enorme facilidad»

La emergente intelectualidad mesocrática que surgió y se engrosó duramente los primeros años del Porfiriato, después de la crisis de 1895, que deterioró los mitos positivistas sobre el curso ascendente del progreso y orden social, se sintió más afín y sensible al romanticismo social y a las ideologías liberal-democráticas y nacionalistas. Esta generación de nuevos intelectuales, polarizó aún más su actitud a raíz de la marginación social y política de que fue objeto por parte del bloque del poder.

El único sector intelectual que no engrosó sus filas durante los últimos once años del porfiriato fue el de los maestros. Las matriculas en las escuelas normales descendieron de 3.689 en 1900 a 2.522 en 1907, aunque las necesidades educacionales siguieron creciendo a ritmo ascendente en el país. Olvidando su interés inicial por la misión civilizadora de la instrucción pública a causa de la crisis, poco le importaran al régimen de Díaz las recomendaciones de la Comisión de Enseñanza Elemental obligatoria acerca de la necesidad de establecer un Sistema Nacional de Educación popular bajo orientación positiva y nacionalista. El censo de 1910 registró un 78.5 por 100 de analfabetos concentrados en los sectores populares urbanos y rurales de la sociedad mexicana.

Este crítico panorama educativo, si bien reforzaba por un lado el sistema político concéntrico y piramidal de la republica oligárquica, por el otro abriría nuevas y diferentes demandas y expectativas de educación y politización informal de las masas urbanas.

La constitución de clubes liberales no se redujo exclusivamente a fines de oposición gubernamental, sino que se convirtieron en auténticos núcleos de renovación ideológica y cultural, irradiando a diversos sectores de las mutualidades y sociedades obreras y artesanales. Entre las funciones de estos clubes se encontraban las de fundar bibliotecas públicas locales, dar conferencias cobre instrucción cívica, establecer escuelas primarias para adultos «que sirvan de base a la educación que por medio de la prensa habrá de difundirse» Los clubes liberales asumieron, pues, una doble función en el terreno de la política y la cultura popular y urbana. Entre los periódicos de estas entidades político-culturales merecen citarse, regeneración, Diario del Hogar, el Monitor, El universal, El hijo del Ahuizote, etc.

El 30 de agosto de 1900, Camilo Aririaga lanzó una proclama pública con el fin de reagrupar a los liberales en defensa del legado laico y anticlerical de la Reforma, frente a los más recientes intentos restauradores del clero católico. Esto llamamiento dio resultado, en pocos meses se organizaron 50 clubes liberales en la capital federal y ciudades de trece estados de la República.

En febrero de 1901, aprovechando los estrechos márgenes de permisibilidad política del porfiriato, se llevó a cabo el Primer Congreso Liberal en el teatro de la Paz de la ciudad de San Luis Potosí. De los ataques al gobierno de Díaz y al clero, se pasó a probar algunas mociones que buscaban fortalecer el mutualismo obrero y la formación de sociedades obreras «en que se instruya a los asociados sobre sus derechos naturales y deberes cívicos y políticos» la defensa de la libertad de prensa y sufragio, así como un mensaje de solidaridad con el movimiento de los boers liderando por Paul Kruger en su lucha independentista frente al anexionismo británico.

La represión constante de que fueron objeto de los clubes liberales y sus órganos de prensa, fueron acelerando el proceso de radicalización ideológica y política de estos sectores hasta hacerlos converger con un movimiento obrero que se desarrollaba de manera espontánea y autónoma y que igualmente ara objeto de represión gubernamental. Un sector importante de estos liberales, entre ellos Ricardo Flores Magón, más tarde destacado ideólogo Anarquista, aportaron por exiliarse en las ciudades fronterizas de los Estados Unidos para desde allí volver a relanzar su campaña antiporfirista hacia el norte de México y el resto de la república. En 1904, vuelve a editarse Regeneración en territorio norteamericano, proyectándose su circulación clandestinamente hacia el interior de la patria prohibida.

Uno de los móviles de la represión porfirista hacia los clubes liberales fue una corrosiva campaña nacionalista, Estos hicieron cada vez más frecuentes las acusaciones de extranjerismos al régimen de Díaz, por haber vendido 50 millones de tierras baldías a inversionistas foráneos; de haber transferido a Louis Huller la mitad del estado de Baja California; otorgado la explotación de los yacimientos cupríferos de Cananea al coronel Green, a los Rockefeller la región del hule y a Lord Cowdray la región del oro negro.

El movimiento obrero, concluida la experiencia de la Social y del Gran Círculo de Obreros, atravesó por una larga década de dispersión ideológica, favorecida por la represión y el inicio de una nueva fase de desarrollo internacional que aditó nuevos elementos socio-culturales y demográficos al conjunto de la fuerza laboral industrial existente, así como a los modos de expresar su resistencia de clase frente a los sucesos económicos y mecanismos patronales que deterioraban su ya precaria existencia.

El Estado oligárquico en materia laboral mantuvo una aparente neutralidad frente a las relaciones conflictivas entre trabajo y capital, justificada bajo los ideales del liberalismo conservador. En 1892 una organización de mutualismo obrero capitalino que abogaba públicamente a favor del arbitraje y proteccionismo estatal, recibió la contundente respuesta de Matías Romero, a la sazón ministro porfirista «Dadas las instituciones que nos rigen, lo es imposible limitar la libre contratación, ni intervenir de manera directa en el mejoramiento de3 la condición del obrero respecto de su principal. No hay texto legal que lo autorice, ni conveniencia alguna que lo obligue, a decretar los salarios, ni precios, ni horas de trabajo: nuestras instituciones, basadas en los altos principios de la libertad humana y el respeto a la propiedad, vedad al gobierno toda ingerencia directa en las relaciones de patrón obrero»

Lejos estaba la realidad de sostener esta supuesta neutralidad estatal en materia laboral. El código penal del DF dictaminaba la sanción penal de quien «procurara el aumento o la disminución de salarios o que obstaculizara el libre ejercicio del trabajo y la industria por medio la violencia moral o física» La huelga como forma de resistencia obrera quedaba así prohibida y sancionada y las más de las veces reprimidas. El supuesto gubernamental acerca del libre juego de la oferta y la demanda entre el trabajo y el capital, demandaba la participación disciplinada de las primeras. En el campo la situación laboral era aún más aguda, al punto de que la ficción demo liberal de la constitución de 1857 quedaba ritualmente excluida de la cultura política de las clases subalternas rurales.

En 1910, las ramas industriales concentraban a 746.559 trabajadores que se descomponían en las siguientes categorías fabriles: 613.913 operarios de las industrias manufactureras; 104.093 de las industrias extractivas; 18.000 del trasporte ferroviario y 10.533 adscritos a los trabajos diversos de las empresas de electricidad, gas y combustibles. Su distribución regional asignada tendencialmente a los mineros en la región norte del país, los petroleros a la región del Golfo y los manufactureros al centro del país (México, Puebla y Veracruz). Dentro de estos últimos, los obreros textiles, los tabacaleros y los operarios de la industria de bebidas y alimentos concentraban el mayor número de trabajadores fabriles.

A pesar de las restricciones gubernamentales, las huelgas durante el porfiriato llegaron a las 250, logrando sus cifras más altas en los años 1881, 1884,1889, 1890-91 y 1895 para disminuir drásticamente durante los años de 1896-1904. El último repunte se dio en los años de 1905 a 1908, asociado al clima de agitación revolucionaria de los clubes liberales cada vez más influidos por la corriente anarquista. Fueron los sectores obreros más afectados por la modernización (mineros, ferrocarriles, tabacaleros y textiles) los que llevaron adelante las más importantes y frecuentes acciones huelguísticas.

El análisis de los motivos de huelga nos presenta un cuadro general de los problemas más relevantes que atravesaban los obreros sindicalizados. La mitad de las huelgas fue resultado directo de la reducción salarial o de las demandas de incremento para equilibrar el salario real deprimido por la espiral inflacionaria, que acompaño a las coyunturas de crisis. En el segundo lugar en orden de importancia de las motivaciones huelguísticas, aparecen como centro las quejas por maltratos patronales y por una excesiva jornada laboral (doce a dieciséis horas) En tercer lugar, las acciones huelguísticas fueron suscitadas por actos de discriminación étnica contra los trabajadores mexicanos, así como despidos laborales masivos e injustificados.

Durante los años de 1906 a 1907, la economía mexicana sufrió una aguda crisis recesiva. Fue el lapso en que se registraron grandes y graves rupturas en los ritmos y volúmenes de producción; en el que se produjeron fuertes caídas en los montos y valores de productos de exportación alzas y escasez de los productos de primera necesidad; desempleo y polarización social creciente. Estas crisis afectaron principalmente al sector minero. La Plata y el Cobre, que representaban el 65 por 100 de la producción minera, fueron rudamente golpeados por la drástica caída de los precios en el mercado mundial. Los mineros mexicanos que trabajaban en las minas del sur de los Estados Unidos, unos cien mil aproximadamente, fueron parcialmente afectados por la reducción de personal, sumándole un nuevo contingente a los que ya se encontraban en paro forzoso en el norte del país.

Por estos años los intentos de organización sindical y de lucha huelguística fueron objetos de represión constante; las escasas organizaciones sindicales tenían como uno de sus destacamentos de vanguardia a la Gran Liga de Trabajadores Ferrocarrileros. Otras sociedades de resistencia de menor significación se referían a ciertas categorías de oficio en las ramas ferroviarias, minero, metalúrgico y textil. No todas ellas asumieron la clara fisonomía de un órgano sindical, sino más bien de aquellas que corresponden al tipo de sociedades mixtas que acostumbraban a entrelazar de manera indiferenciada funciones mutuales y sindicales; se trataba más que de un «sindicalismo disfrazado» de un sindicalismo de transición.

Un sector importante del movimiento liberal-radical, progresivamente se fue aproximado a las ideas anarquistas de la corriente pro-organizadora de Enrique Malatesta, Mijail Bakunin, Eliseo Reclus, Charles Malato y Emma Goldman. La oleada represiva de que fueron objeto estos jóvenes intelectuales entre 1901 y 1904, los hizo más receptivos a las ideas antiautoritarias, libertarias e igualitarias de los anarquistas, así como a la aceptación de sus métodos violentos para llevar a cabo el reordenamiento social.

El periódico Regeneración, dirigido por la facción radical liderada por Ricardo Flores Magón, fue el termómetro para medir la conversión de las ideas liberales en pasiones libertarias. El periódico Regeneración, editado desde el exilio, se convierte, a partir de 1904, en un vínculo tal de agitación y de organización de círculos cerrados y secretos entre los ferroviarios, mineros, textiles, pequeños empresarios agrícolas y mineros, así como de las capas intelectuales socialmente intermedias. Tal fue el papel propagandístico y organizativo de Regeneración que un historiador, forzando la comparación, la registra como un pro-modelo de lo que sería muy poco después la Iskrea de los bolchevisques en la lejana Rusia. Las estructuras federativas de los círculos liberales de Regeneración, distaban mucho de adscribirse a un sistema orgánico de alta centralización orgánica como el de los comunistas rusos, aparte de que la estructura discursiva del mensaje magonista fue lo suficientemente laxa como para poder mantener a sus flancos, un ala liberal y otro socialista hasta 1906.

Regeneración portaba un mensaje de neto tinte anti-oligárquico y anti-gubernamental, expresado en lenguaje directo y agitativo accesible a las masas semi-analfabetas en que pretendían arraigarse. Los magonistas emplearon una eficiente red de distribución clandestina de su órgano de prensa, apoyándose en los pequeños comerciantes ubicados a lo largo de la frontera mexicano-norteamericana y en los trabajadores ferrocarrileros mexicanos. Su otro público lector se situaba entre los mineros mexicanos que laboraban en las minas del sur de los Estados Unidos y recibían la influencia de la Western Federation of Miner, y la IWW, importantes fuerzas aliadas de la causa magonistas. La circulación de Regeneració0n aumentó de once a veinte mil ejemplares en septiembre de 1905, tal crecimiento en tan corto tiempo indicaba de alguna manera su fuerza propagandística creciente. Esta difusión periodística cobra especial significación política, en la medida en que siendo previa a la rebelión magonista y a la grave crisis económica y social de 1907, debe haber dejado honda huella ideológica, politizando las hasta entonces difusas expectativas de amplios sectores populares, bajo consignas anti-patronales, anti-gubernamentales y anti-yanquis, todas ellas recurrentes.

En septiembre de 1905 se constituyó en el exilio la Junta organizadora del Partido Liberal Mexicano, integrada con los siguientes miembros: Ricardo Flores Magón y su hermano Enrique, Antonio Villareal, Librado Rivera, Manuel Sarabia y Rosalío Bustamante. En julio de 1906 se publicó un programa político de dicha agrupación. De los cincuenta puntos programáticos referidos a capítulos diversos, como las reformas constitucionales, el mejoramiento y fomento de la instrucción, los extranjeros, las restricciones a los abusos del clero católico, el capital y el trabajo, los impuestos y puntos generales, destacaron por su contenido social los referentes al capital y al trabajo, la educación y la propiedad de tierra.

En dichos puntos se consideraba la reducción de la jornada de trabajo, la reglamentación de los servicios domésticos y del trabajo a domicilio, la fijación del salario mínimo, la prohibición del trabajo a los menores de catorce años, la indemnización por accidentes del trabajo, la supresión de las tiendas de raya. En materia de educación, el PLM, postulaba la enseñanza laica y obligatoria. Y en lo que concierne a la propiedad, demandaba la liquidación de los grandes latifundistas y el reparto de las tierras y la confiscación de los bienes a los funcionarios enriquecidos por robo a la nación.

El PLM postuló también en su programa la aplicación de medidas para reprimir o restringir el agio, el pauperismo y la carestía de los artículos de primera necesidad, así como la reorganización de los municipios y el robustecimiento de su poder local. Todas estas medias y reformas tuvieron que ver más con la tradición moderna pero avanzada políticamente de los socialistas, que con los postulados revolucionarios del utopismo anarquista.

En lo que respecta a ciertos aspectos de la cuestión étnico-nacional el PLM evidenció cierta antinomia programática. Por un lado reivindicaba la protección de los indígenas, mientras por el otro facultaba a los propietarios inmigrantes a obtener la carta de ciudadanía, al mismo tiempo que demandaba la prohibición de trabajadores inmigrantes de procedencia asiática. El propietario europeo o norteamericano fue privilegiado y contra puesto al trabajador asiático. En el fondo, las categorías ideológicas sobre las relaciones ínter-étnicas empañaban, sin lugar a dudas, la comprensión de los adherentes al PLM sobre la contradicción y antagonismo de clases o de capital y trabajo.

La prédica y organización de los clubes liberales del PLM fuera de su labor cultural, se orientó en la perspectiva de un trabajo nacionalista y revolucionario, afincado en la cooptación de núcleos de trabajadores obreros (mineros, ferrocarrileros, textiles y tabacaleros) así como miembros de las comunidades étnicas (Yaquis de Sonora y Nahuas y Popolucas del Istmo veracruzano) El programa de 1906 dista mucho de establecer las líneas ideológicas que pautaron su trabajo de masas entre los obreros y los indígenas. Las mejoras obreras y la protección indígena, disfrazaron las motivaciones y orientaciones con que los magonistas propiciaron huelgas y rebeliones entre estos sectores. La unidad orgánica y programática evidentemente ocultó los faccionalismos prácticos del PLM.

El desplazamiento de cuadros magonistas a las minas mexicanas fue facilitado por su experiencia laboral en las minas estadounidenses de Colorado, la amplia movilidad de la fuerza laboral entre los propios centros mineros y el apoyo de los simpatizantes ferroviarios. Esta doble condición de mineros y magonistas itinerantes precisa los contornos de este tipo peculiar de propagandistas y organizadores revolucionarios en esta región.

A pesar de que sigue siendo ignorado el destacado papel de los obreros ferrocarrileros en la ampliación de la base obrerista del PLM y en el desarrollo de sus planes conspirativos (distribución de Regeneración) se han registrado evidencias de su vinculación con los núcleos mineros a los cuales se sentían ligados por su propio quehacer laboral, ya que minas y ferrocarriles estaban articulados umbilicalmente , siendo las estaciones de ferrocarriles y los pequeños comercios adyacentes a zonas de concurrencia y convivencia ínter-laboral. Por esta última circunstancia, y por el hecho de haberse registrado en la composición de algunos clubes del PLM en poblaciones mineras, la presencia activa y destacada de pequeños comerciantes, puede suponerse que jugaron el papel bisagra para articular local y exteriormente el trabajo propagandístico y federativo de los magonistas.

El caso de los mineros presentaba agudos problemas en su proceso de cohesión y afirmación de clase, provenientes principalmente de la segmentación semi-artesanal de los oficios y de los mecanismos imperantes de discriminación étnico-labora. En la compañía minera del Boleo, que se dedicaba a la explotación cuprífera en el Estado de Sonora, fueron frecuentes las fracciones entre obreros yaquis y mestizos, y de ambos con los obreros franceses que monopolizaban los trabajos de mayor calificación técnica y por ende de mayor remuneración. La compañía la Esperanza, dedicada a la explotación carbonífera en las minas de Coahuila, recurrió al sistema de enganche de trabajadores inmigrantes de nacionalidad japonesa. En otras minas importantes del norte de México, como en Cananea, se recurrió igualmente al sistema de enganche de trabajadores inmigrantes de nacionalidad china. Los mineros asiáticos, a veces fueron utilizados como personas de relevo de los huelguistas mexicanos friccionando aún más sus relaciones.

La movilidad laboral de los mineros mestizos mexicanos y chicanos fue facilitada por la precaria relación contractual y la escasez de fuerza de trabajo para cubrir las crecientes demandas de los diferentes y numerosos proyectos empresariales mineros de uno y otro lado de la frontera. Los elevados salarios de los mineros en esta región binacional, no bastaron para fijar a la fuerza de trabajo en los campamentos y pueblos mineros. Entre este sector fue configurándose una visión político-cultural heterogénea en la que se superpusieron de manera desigual contenidos ocupacionales, clasistas, nacionalistas y xenófobos. Estos mineros, que coyunturalmente abandonaban el trabajo para las empresas extranjeras para trabajar por su cuenta en los espacios cada vez más reducidos de lo que a fines del siglo XIX seguía siendo considerado el paraíso de los productores libres o gambusinos, siguieron resistiendo el cerco especial y comercial al que los sometió la expansión de la frontera minero-mercantil de las grandes compañías foráneas.

Las contradicciones que emergían de la desigualdad étnica en el acceso a las jerarquías ocupacionales y a los mejores niveles salariales, fueron reselladas por las contradicciones propias del modo de vida y formas de producción social en los centros y pueblos mineros. La organización del espacio urbano, los tipos de vivienda, los servicios de salud y educación, los patrones de consumo y las formas de ocio o descanso, reproducían el criterio discriminatorio etnoclasista del capital extranjero y oligárquico. La única mediación de estos ejes de polarización fue la cristalización de cierto paternalismo empresarial, representado por las figuras de los ingenieros de minas, jefes de taller o planta.

El éxito del anarquismo entre esta heterogénea y segmentada composición etnoclasista de los trabajadores mineros, carente de tradición e identidad obrera, radicó en su capacidad ideológica, organizativa programática y de orientación táctica (huelga y rebelión obrera) para afirmar los nexos de clase y de reivindicación nacional, frente al capital opresor y extranjero. La crisis económica por la que atravesó la economía minera entre 1906 y 1910 facilitó el arraigamiento del mensaje anarco-magonista, frente a la agudización de las condiciones de la desigualdad, discriminación, explotación, desempleo y pauperización que padecía los mineros y otras capas populares.

El mensaje del PLM en 1906 estuvo guiado por una particular convicción ideológica sobre la inminente convergencia de los intereses obreros en el seno del movimiento popular-nacional revolucionario en gestación. Ricardo flores Magón condena esta visión cuando proclamó como «irreversible un choque entre los que queremos la libertad, derechos políticos, mejores condiciones de trabajo, independencia dentro de nuestra patria, instrucción, moralidad… y los que quieren despotismo, miseria, vergonzosa sumisión al extranjero, ignorancia popular, empréstitos ruinosos y otras infamias que sólo benefician a unos cuantos pillos encumbrados, mientras que la nación desfallece agobiada por las explotaciones, triturada por la opresión y gangrenada por el oprobio de su esclavitud»

Más concretamente, hablando en el lenguaje magonista, los enemigos de la nación y del pueblo son representados por Porfirio Díaz y sus esbirros (terratenientes, capitalistas, policías y krumiros) y por los capitalistas extranjeros. Fue más elocuente la traducción del ideario magonista en las minas; así lo refrenda la arenga del líder del PLM, Estaban Roca, a los huelguistas de Cananea en mayo de 1906, al invocarles a demostrarle: «Al capitalista que no sois bestias de carga; a ese capitalista que en todo y para todos nos ha postergado con su legión de hombres blondos y de ojos azules. ¡Que vergüenza!»

La orientación ideológica y organizativa de los adherentes del PLM, al mismo tiempo que promovió la formación de uniones de mineros y ferroviarios, textiles y tabacaleros, subrayó el rol prominente de los clubes liberales locales como entidades aglutinantes de los diversos sectores populares que deberían sostener el proceso revolucionario. La identidad de clase y de pueblo convergió con la identidad nacional en el desarrollo de las rebeliones y de las huelgas locales promovidas por los núcleos sindicalistas de los Estados Unidos. A partir de 1905, la convergencia de los mineros y de los ferroviarios norteamericanos en la formación de la Industrial Workers of the World (IWW) le facilitaron con el tiempo a los magonistas su trabajo de articulación de los obreros mexicanos adscritos a estos dos importantes frentes laborales a ambos lados de la frontera. Pronto las secciones de la IWW en las minas y ferrovías fueron al mismo tiempo entidades influidas por el Play viceversa.

Hay que señalar que la discriminación étnica en las jerarquías ocupacionales de las empresas mineras y ferroviarias no fue una práctica exclusiva de la sociedad mexicana. En la región fronteriza del suroeste de los Estados Unidos, unos cien mil mineros mexicanos y un número indeterminado de ferroviarios y peones agrícolas conoció y padeció al régimen de discriminación étnica y fascista imperante que afectaba inclusive al desarrollo del sindicalismo obrero estadounidense. La American Federation of Labor, la más grande central obrera, por lo general negaba el derecho de sindicalización de los trabajadores inmigrantes mexicanos o los relegaba a organizaciones marginales del tipo paraguas, como la Unión Obrera Federal núm. 11.953 de Laredo (1905-1907) Los mexicanos y demás inmigrantes de color fueron aglutinados en La Federal Unión y la Western Federation of Miner. Pero aun estas organizaciones sindicales no fueron tan democráticas como parecieron. Habría que recordar que la primera huelga en las minas de cobre de Arizona, ocurrida en 1896 en Old Dominion, fue convocado por la Western Federation of Labor en protesta por la contratación de mano de obra mexicana. En cambio, en las minas texanas de Thurber y Bridgeport, assí como en otras de Colorado, mineros mexicanos y estadounidenses, sobreponiéndose a sus fricciones interétnicas, participaron conjuntamente en diversas acciones de resistencia entre 1900 y 1904.

Los trabajadores mexicanos, ante la discriminación sindical y en el trabajo de que fueron objeto en el sureste norteamericano, optaron por constituir sus propios organismos d defensa y alegar sus particulares estrategias y acciones de lucha o, en su defecto, tendieron a vincularse a las corrientes más radicales del movimiento obrero en dicho país. Así, por ejemplo, durante los años de 1897 y 1902 constatamos que los trabajadores ferroviarios mexicanos recibieron la influencia de la IWW a través de la orientación ideológica desarrollada por el sacerdote católico Thomas Hegerty, rector de los templos texanos de Cleburne y París, quien directamente traducía e imprimía diversas publicaciones socialistas para luego hacerlas distribuir entre sus feligresía mexicana. Más tarde, los ferroviarios mexicanos realizaron importantes acciones huelguísticas en Raymond Ville, Cotulla y Artesia Wels entre 1904 y 1909.

Esta tradición de lucha sindical de los inmigrantes mexicanos, así como el legado político antiporfirista dejado por el líder Catarino Garza en las mutuales obreras texanas de Brownsville, Laredo y Corpus Christi, fue aprovechado sin desperdicio el PLM. El apoyo prestado al magonismo por entidades reformistas como la Sociedad de obreros Igualdad y Progreso, La agrupación protectora Mexicana y La Unión Obrera Federal, parece remitirnos a un mismo código cultural de la política, antes que una entidad de tipo doctrinario u orgánico. En este proceso de realineamiento revolucionario pesaron mucho las apelaciones al paisanaje y a la raza, pero más aún la definición política de algunos obreros. Estos últimos jugaron el papel de verdaderos agentes mediadores en el transitó del gremialismo defensivo al magonismo insurreccional; pensamos, por ejemplo en Miguel Pavia y Sara Estela Ramírez, entre muchos otros.

El trabajo del PLM entre los mineros mexicanos en los Estados Unidos se hizo cada vez más importante. La formación de clubes liberales entre los mineros mexicanos de Arizona y Nuevo México fue privilegiado. Destacados propagandistas del anarco-magonismo, como Práxedes G Guerrero, Manuel Sarabia, Lázaro Gutiérrez de Lara, Enrique Bermúdez, Antonio Araujo y Fernando Palomares, se abocaron a este trabajo de propaganda y organización con la finalidad de conseguir el concurso de estos obreros para llevar adelante sus iniciativas y planes revolucionarios. La presencia de Bermúdez y palomares durante la huelga de Cananea en junio de 1906, habla no sólo de sus relaciones con el núcleo de dirección del PLM, sino también con la Western Federation of Miner.

En junio de 1906, luego de un período de propaganda y organización en al campamento minero de Cananea, Sonora, abortó el primer plan conspirativo de los magonistas para convertir la huelga minera en rebelión armada y fuente de aprovisionamiento de armas para extenderla a otras localidades. La represión marcial y cruenta de que fue objeto tuvo diversas repercusiones en la política interna y externa del régimen de Porfirio Díaz e incluso en el de los Estados Unidos. La represión y vigilancia de las sociedades obreras y clubes liberales tendió a acentuarse de uno y otro lado de la frontera mexicana.

Es probable que el proyecto insurreccional magonista programado para mediados se septiembre de 1906, buscase aprovisionarse de armas para armar núcleos selectos de los cuarenta y tres adheridos al PLM. La labor de infiltración y control de la correspondencia permitió que los gobiernos mexicano y norteamericano tomasen mayores medidas de control fronterizo y de represión interna en las zonas de influencia magonista. Los primeros días de septiembre, desarticulado el club Libertad en el campamento minero de Patagonia, en la localidad de Douglas, estado de Arizona, decidió a los guerrilleros del Club Amantes de la libertad a precipitar acciones; el 26 de septiembre cruzaron la frontera mexicana y tomaron por asalto la aduana de Jiménez, estado de Coahuila. Sin embargo, poco más tarde fueron derrotados por las tropas federales que salieron a su paso. Cuatro Díaz más tarde, en Acayucan, Veracruz, el magonista Hilario Salas se rebeló al mando de un numeroso contingente de indígenas popolucas, nahuas y yaquis mal armados, pero fueron igualmente derrotados por las fuerzas gubernamentales y perseguidos los sobrevivientes. Los yaquis que participaron en la rebelión de Acayucan procedían de una hacienda cañera de la región, que al ser liberados optaron por plegarse a la rebelión magonista.

A partir del fracaso de estas primeras experiencias insurrecciónales de 1906, las acciones conspirativas y violentísimas se desarrollaban de manera dispersa pero continua hasta se convergencia en 1911 con la insurrección liberal de Francisco I Madero. Las vías preferidas del PLM contra el gobierno de Porfirio Díaz, el capital extranjero y las autoridades locales fueron sin lugar a dudas el sindicalismo de revuelta, los asaltos guerrilleros, sabotajes e incendios; es decir; todas las formas de acción directa de la corriente anarquista.

La situación de crisis económica y social que comenzó a vivir el país permitió que los magonistas intentasen capitalizar ciertas formas espontáneas de resistencia obrera como aconteció en enero de 1907 con la rebelión obrera de Río Blanco en Orizaba, Estado de Veracruz, que al ser reprimido por el ejército dejó un saldo entre muertos y heridos y presos, de mil quinientos trabajadores del ramo textil. Fuera de las acciones de Acayucán y Río Blanco en Veracruz, el escenario y los protagonistas de la lucha revolucionaria magonista siguió siendo el norte, y en él, los mineros. No obstante, el caso de los ferroviarios merece una revisión particular.

En la región minera del norte de México operaba dos grandes compañías ferroviarias, que partiendo del centro del país llegaban, pasando por los diferentes campamentos mineros, hasta las ciudades norteamericanas de El Paso y Laredo (Texas) Estas fueron la Nacional Railroad of Mexico y la Mexican Central Railway Co. Limited, que tenía a su servicios a mediados de 1906 a 20.201 trabajadores mexicanos y 2.480 trabajadores extranjeros en su mayoría norteamericanos. Los demás fueron registrados como negros antillanos, chinos, alemanes y japoneses.

Estas dos empresas enfrentaban una fuerte tradición de resistencia gremial por parte de los trabajadores mexicanos. No obstante que la discriminación étnica y el «nacionalismo» de los ferrocarrileros mexicanos tendían a reforzar la segmentaridad de clase, el segundo de los nombrados se orientaba hacia el ataque del capital extranjero en el manejo de las condiciones y proceso de trabajo. Esta situación conflictiva no impidió la aproximación de clase entre la vanguardia ferrocarrilera nativa y la norteamericana. Entre estos últimos destacaron los Knigths of Labor, que se propusieron aglutinar en su seno a trabajadores de todas las razas y quebrar las separaciones de oficio a través de los sindicatos industriales. También fue importante el apoyo de la American Railway Union, que fundase el conocido socialista norteamericano Eugen V Debs. Efectivamente, estas organizaciones cooperaban en México para la constitución de la organización de los ferrocarriles de Nuevo Laredo en 1887, de Monterrey y puebla en 1898 y de Aguascalientes y la Ciudad de México en 1900.

El desarrollo huelguístico de los ferroviarios cruzó las demandas de clase (salarios, reposición de los despedidos, etc.) con las de carácter nacional (contra la discriminación, por la nacionalización de las empresas) En 1901 estalló una huelga maquinistas en el norte por demandas salariales; en 1902 los fogoneros del Nacional Railroad of Mexico hicieron lo mismo en demanda de salarios iguales para mexicanos y extranjeros. En 1905 estalló una hu8elga de de guardagujas y cargadores de Mexican Central Railway a causa de despidos de personal; los huelguistas, reunidos en convención gremial, acordaron luchar por la abolición del uso obligatorio del idioma inglés. En 1906 se formaron nuevo gremio ferrocarrilero a la par que se libraron nuevas jornadas huelguísticas en Chihuahua, Monterrey, Guadalajara, Tampico, Cárdenas, Silao y Ciudad de México. En la mayoría de los casos los móviles huelguísticos radicaron en la protesta frente al desigual salario para mexicanos y extranjeros y los obstáculos puestos a los primeros para su promoción en el trabajo.

La huelga de la Unión Mexicana de Mecánicos de 1906 tuvo como centro de agitación y movilización a su sede de Chihuahua; fue denunciada por supuestos vínculos con el movimiento magonista, no obstante que los huelguistas manifestaron oposición al uso de métodos radicales, como el sabotaje que propugnaba algún núcleo de filiación anarcosindicalistas probablemente ligado al PLM. La Unión Mexicana de Mecánicos, fundada por Teodoro Larray, en agosto de 1900 aparece ligada a una logia Masónica, es probable que haya recibido la influencia del PLM. Durante la lucha huelguística, los mecánicos lograron la adhesión de los fogoneros y otras categorías, recibiendo incluso el apoyo de algunos trabajadores mineros, como los de Santa Eulalia. El interrogatorio de que fue objeto el líder sindical Silvino Rodríguez por parte del propio Porfirio Díaz acerca de las probables influencias magonistas para hacer estallar la huelga como arma política, si bien son descartadas por el propio Rodríguez, y por la lógica de los acontecimientos, no niega su participación bajo otra forma de injerencia. En la perspectiva de hacerla converger con la insurrección magonista que preparaba para mediados de septiembre de 1906.

En Santa Eulalia, donde los mineros manifestaron su solidaridad con los ferroviarios, se encontraba uno de los principales núcleos conspirativos del PLM, liderado por Rafael Valle. En Parral, antiguo pueblo minero de Chihuahua, los mecánicos Antonio Balboa y José Torres preparaban el estallido de otro foco revolucionario, contando para ello con la participación de los ferroviarios mediante acción huelguística. El control gubernamental ejercido sobre la correspondencia permitió incautar un valioso material epistolario de los magonistas, que permitió detectar los centros conspirativos de parral y Santa Eulalia y proceder a su represión y desarticulación.

En 1908 el PLM decía tener comprometidos a 67 clubes liberales en el desarrollo de una nueva ofensiva militar. No obstante, la cohesión del PLM se vio resentida por pugnas en su interior. Discrepancias tácticas y programáticas terminaron por enfrentar al ala anarquista y militarista de los hermanos Flores Magón y Práxedes Guerrero, con el ala socialista de Antonio Villareal y Manuel Sarabia, al punto de quedar excluidas estos últimos de la campaña militar que se venía preparando bajo iniciativa y responsabilidad anarquista.

A partir de 1905 las divergencias en el interior del PLM se desarrollaron al ritmo del proceso de su expansión y lucha contra el régimen porfirista. Al primer disenso con el sector liberal moderado de Camilo Arriaga en torno al programa de 190, le siguió una controversia mucho más corrosiva entre socialistas y anarquistas por la actividad conspirativa en que ya se hallaban envueltos. Ciertas acciones discordantes durante la huelga minera de Cananea, la rebelión obrera en Río Blanco y las huelgas ferrocarrileras de 1906 y 1908 aportan evidencias de un disenso práctico que no sólo conmovía la unidad de la Junta Central del PLM, sino que alcanzaba al conjunto federativo de sus clubes locales.

La ubicación itinerante de la Junta organizadora del PLM en territorio norteamericano (San Louis Missouri, El Paso, Arizona, Los Ángeles) fue afectada por las detenciones periódicas de sus cuadros, pero también por las presiones e influencias diversas de los moderados socialistas norteamericanos liderados por E. Debs y los radicales miembros de la IWW, ello coadyuvó a la escisión práctica, orgánica y política del PLM frente a la nueva coyuntura.

La captura de un grupo conspirativo en la localidad de Casas Grandes, Estado de Chihuahua, puso en alerta a los Gobiernos de México y de los Estados Unidos sobre los alcances de un plan magonista para tomar por asalto Ciudad Juárez, importante población mexicana de la franja fronteriza, así como algunas otras poblaciones.

Ante la inminente represión gubernamental, los magonistas decidieron de manera improvisada proceder al ataque de las localidades de Palomas en Chihuahua, Biseca y las vacas en Coahuila. Luego de golpear fuere y sorpresivamente a las fuerzas gubernamentales, los guerrilleros magonistas se replegaron dándole una nueva faz a la revolución en ciernes.

La nueva coyuntura estaba signada también por los alcaldes políticos indirectos de unas declaraciones de Porfirio Díaz al corresponsal norteamericano Creeman, en mayo de 1908, sobre su deseo de ya no reelegirse en los próximos comicios electorales y de permitir el acceso al gobierno a aquel partido de oposición que se formase e inclinase a su favor el voto ciudadano. Esta declaración de Díaz influyó de manera polar en las filas del PLM ahondando sus diferencias.

La escisión del ala moderada del PLM tuvo que ver no sólo con la manera de apreciar la perspectiva de la nueva coyuntura política en la sociedad mexicana, sino también con la manera de evaluar los éxitos electorales logrados recientemente por los socialistas norteamericanos. El ala moderada, liberada orgánicamente de responsabilidad político-militar en el curso de las acciones del PLM, no podía permanecer al margen de la lucha que habían emprendido y sostenido por años; optó por coadyuvar a la construcción de otro polo de dirección y práctica anti-gubernamental. Carecía, sin embargo, de líderes carismáticos y capacidad organizativa, lo que los llevó a una más rápida subordinación al núcleo político-militar antirreleccionista de Francisco I Madero.

El año de 1909 la campaña antirreleccionista cobró inusual fuerza propagandista con la publicación de la Sucesión presidencial en 1910, de Francisco I Madero. El general Reyes había iniciado también su campaña preelectoral como aspirante a la sucesión de don Porfirio, respaldado por el mutualismo obrero y artesanal. El reyismo se convirtió no sólo en el factor principal de «la crisis en las alturas», sino que a su manera tradujo con su naciente clientelismo obrero la crisis de vanguardia que atravesaba el proletariado mexicano.

En el transcurso de este año el PLM ya no pudo contrarrestar la atmósfera ideológica prevaleciente en el país, carecía de prensa propia e influyente al dejar de publicarse Regeneración. La edición de Revolución como vocero alternativo fracasó tras haber sido circunstancial y quedó confinada al público mexicano residente en los Estados Unidos. Finalmente, no registro en ese lapso ninguna acción política o militar sobresaliente. El PLM había terreno político.

Muy pronto tuvo el PLM un competidor en el terreno militar en el grupo maderista que respondía así al intolerante régimen porfirista, que censuraba toda campaña de oposición política y encarcelaba a desterraba a sus líderes y autores.

El PLM había perdido base social entre los mineros y otros sectores obreros y populares; había limitado además los alcances de su proyecto revolucionario al no ampliar su trabajo de propaganda, organización y combate al medio campesino y de las comunidades indígenas. Si bien Ricardo Flores Magón venia revalorando las experiencias de Acayucan y de los yaquis en el plano discursivo, distaba mucho de tener capacidad para reorientar en términos prácticos al PLM.

Flores Magón estaba mucho más preocupado por deslindar las contradicciones que separaron al PLM del movimiento antireeleccionista de Madero,; así, afirmó: «La revuelta de Madero no puede llamarse revolución. ¿Por qué? Es fácil decirlo. Las masas inconscientes que han tomado el fusil para luchar en las filas maderistas han sido empujados por la desesperación. Los compañeros que combaten en las filas liberales han ido a la lucha convencida de que es un acto de justicia el expropiar la tierra a los ricos para entregárselas a los pobres. La desesperación podrá formar caudillos y futuros tiranos, pero la convicción ilustrada, la conciencia de una finalidad social de la lucha, la certeza de que la lucha contra la clase capitalista no puede formar tiranos, no puede encumbrar caciques porque no es para eso que los compañeros liberales empuñan las armas, sino para liberar a un pueblo de la cadena capitalista»

Esa práctica de golpes guerrilleros episódicos distaba mucho de poder ser entendida por los campesinos como una lucha a favor de sus intereses; se trataba de una práctica revolucionaria sin traducción de masas. Pero esta valoración de Flores Magón acerca de la oposición maniquea entre los móviles pasionales y los racionales que supuestamente escindían al pueblo mexicano en las direcciones opuestas de antireeleccionistas y liberales, fue más subjetiva que certera.

La cultura política del movimiento popular urbano de la región norteña –mineros, ferroviarios, capas medias- se cohesionaba evidentemente en torno a la lucha contra las formas autoritarias y represivas que sostenían las formas diversas de su opresión económica, pero también las de su marginación político-cultural local: prohibición de clubes liberales, negación de la representación y autogobierno municipal democrático, censura y confiscación de periódicos y literatura de oposición, etc. El otro eje político-cultural traducía a nivel popular la contradicción nacional/extranjero de su expresión abstracta y general a la más visible y pasional de enfrentar a extranjeras con nombre y apellido que real y supuestamente les conculcaba sus derechos y aspiraciones. El ejercicio de la violencia magonista en los poblados mineros y fabriles distó por si forma de ataque y los blancos seleccionados de sujetarse a principios doctrinarios ilustrados antes que a este código cultural de la política popular y regional.

La traducción y aplicación de los métodos de rebelión, sabotaje, boicot, manifestación de protesta y huelga propugnados por los magonistas, revelaron un comportamiento conductual de masas de corte transicional, en el que se entrelazaban patrones pre-políticos rurales y políticos urbanos, así como móviles pasionales y de conciencia coherentes con el perfil cultural de un proletariado mixto.

Este comportamiento violento de los obreros mineros en los centros mineros (Sierra Mojada, Cananea, Santa Bárbara, Santa Eulalia, Parral) en sus momentos de desenfreno no apuntaban a la destrucciones de las instalaciones de trabajo, sino de todo tipo de institución o persona que representase en su forma más visible y descarnada su opresión y su odio (tiendas de crédito, extranjeros represivos y racistas) No obstante, el motín y la revuelta, así como el bandolerismo minero, fueron también frecuentes en la región pequeña y mediana minera situada en las faldas y laderas de la Sierra Madre occidental.

La desarticulación de clubes del PLM entre los años de 1906 a 1909 en los principales centros mineros, a consecuencia de la represión gubernamental y patronal, trasladó hacia otro frente de eje social de la resistencia anti-gubernamental. Este último se ubicó en las zonas de contacto entre las minas pequeñas, los ranchos y las ciudades fronterizas con las grandes empresas mineras y el latifundio, en donde pasaron más que los clubes liberales los liderazgos locales de orientación popular y nacionalistas, así como las excesivas presiones mercantiles para adquirir los excedentes mineros y la fuerza de trabajo a viles precios. El reclutamiento de los mineros siguió siendo importante según lo demuestra la campaña de alistamiento maderista emprendida por José Agustín Castro en la zona minera del Estado de Durango (Mapimí, Villa Hidalgo, Indé y Nazos) durante los meses de marzo y abril de 1911.

Durante los años de 1910 y 1911, el PLM libró sus últimas grandes acciones en un esfuerzo por recuperar la hegemonía político-militar. En esas perspectivas volvió a reeditar en septiembre de 1910 regeneración que meses más tarde asume el nuevo lema de Tierra y Libertad. No obstante, sus esfuerzos heroicos y audaces fueron infructuosos para sacar adelante su proyecto revolucionario, abonando por el contrario el terreno en favor de otros actores sociales.

Francisco I Madero y su núcleo carecían de la iniciativa y capacidad militar del PLM. Pero supieron compensar e incluso subvertir esta debilidad, politizando los espacios militares de esta fuerza competidora y radical de la lucha contra Díaz. La campaña maderista en los pueblos mineros, apoyada por los socialistas y liberales moderados que abandonaron el PLM, fue a todas luces exitosa.

Al llegar Madero al mando de sus tropas a la población de Guadalupe, ocupada militarmente por la guerrilla magonista de Prisciliano Silva, le mando a este último su subordinación política. Al negarse Silva al reconocer a Madero como presidente provisional, lo hizo aprehender sin mayor oposición popular. En los meses siguientes, los maderistas siguen copando las tradicionales zonas de influencia magonista; persuasión y represión selectiva terminan por minar al PLM.

El 10 de mayo de 1911 Madero toma Ciudad Juárez y precipita la firma de un acuerdo de paz con Porfirio Díaz y su ulterior dimisión como presidente. El 7 de julio llego triunfante a la ciudad de México. Mientras tanto el PLM se agotaba políticamente con sus propias disidencias en su lejano bastión de Baja California, atenazado por el cerco maderista y norteamericano, que lo hostigaban, provocaban y mellaban más políticamente que militarmente. El PLM, en la fase siguiente de la revolución mexicana, de tenor agrarista, sólo será recordado simbólicamente a través del lema siguiente de Tierra y Libertad, que guió a Emiliano Zapata y su ejército campesino.Categoría:Anarquismo en América Latina