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F.3 - ¿Por qué los anarco-capitalistas generalmente dan poco o ningún valor a la "igualdad", y qué quieren decir con ese término?

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Murray Rothbard afirmó que “un libertariano derechista no se opone a la desigualdad.” [For a New Liberty, p. 47] Por contra, los libertarios se oponen a la desigualdad porque tiene efectos dañinos sobre la libertad individual. Parte de la razón por la cual el “anarco”-capitalismo asigna poco o ningún valor a la “igualdad” deriva de su definición de tal término. “A y B son 'iguales'”, arguyó Rothbard, “si son idénticos respecto a un atributo dado... Existe, entonces, un único modo por el cual dos personas cualesquiera pueden ser 'iguales' en todo el sentido de la palabra: han de ser idénticos en todos sus atributos”. Tras esto señaló el hecho obvio de que “los hombres no son uniformes... la especie, la humanidad, se caracteriza por un alto grado de variedad, diversidad, diferenciación: en otras palabras, desigualdad.” [Egalitarism as a Revolt against Nature and Other Essays,p. 4 y p. 5]

Dicho de otro modo, cada individuo es único – algo que ningún igualitario ha negado jamás. Sobre la base de esta sorprendente perspectiva, él concluye que la igualdad es imposible (excepción hecha de la “igualdad de derechos”) y que el intento de alcanzar la “igualdad” es una “revuelta contra natura”. La utilidad del sofisma de Rothbard para los ricos y poderosos habría de presentarse evidente, en la medida en que desplaza el análisis del sistema social en el que vivimos a las diferencias biológicas. Esto significa que puesto que todos somos únicos, el resultado de nuestras acciones no será nunca idéntico, y por lo tanto la desigualdad social emana de diferencias naturales y no del sistema económico imperante. La disparidad en atributos, dones y virtudes, vista de este modo, implica desigualdad de resultados y en consecuencia desigualdad social. Dado que las diferencias individuales son un hecho de la naturaleza, los intentos por crear una sociedad basada en la “igualdad” (esto es, hacer a todo el mundo idéntico en términos de posesiones y demás) es imposible y “antinatural”. No hace falta decir que esto sonaría a música en los oídos del potentado.

Antes de continuar, hemos de señalar que Rothbard agrede el lenguaje al hacer sus argumentaciones, y que no es el primero en abusar del idioma de esta forma en particular. En 1984, de George Orwell, la expresión “todos los hombres nacen iguales” podría ser traducida a la neolengua “pero sólo del mismo modo en que 'todos los hombres son pelirrojos' es una afirmación posible en la vieja lengua. No contiene ningún error gramatical, pero expresa una falacia palpable – la de que todos los hombres son iguales en altura, peso o fuerza.” [Apéndice: Los Principios de la Neolengua, 1984, p. 246] Reconforta saber que “Don Libertariano” sustrae ideas del Gran Hermano, y con la misma intención: hacer imposible el pensamiento crítico restringiendo el significado de las palabras.

La “igualdad”, en el contexto del debate político, no significa “idéntico”, significa igualdad de derechos, respeto, valía, poder y demás. No implica tratar a todo el mundo de forma idéntica (por ejemplo, esperar que un octogenario haga el mismo trabajo que un joven de dieciocho años viola el trato a ambos con igual respeto en tanto que individuos únicos). No es necesario aclarar que jamás ha defendido anarquista alguno semejante noción de igualdad entendida como identidad. Como se discute en la sección A.2.5, los anarquistas siempre hemos basado nuestra defensa de la igualdad social sobre el hecho de que, si bien las personas son diferentes, todos tenemos el mismo derecho a ser libres, y que la desigualdad en posesiones produce desigualdad de libertad. Para los anarquistas:

igualdad no significa idéntica cantidad, sino idéntica oportunidad... No cometáis el error de identificar la igualdad en libertad con la igualdad forzosa del campo de concentración. La verdadera igualdad anarquista implica libertad, no cantidad. No significa que cada uno deba comer, beber o vestir lo mismo, hacer el mismo trabajo, o vivir de igual modo. Está lejos de todo ello; en las antípodas, de hecho. Las necesidades y gustos individuales difieren, como lo hacen las apetencias. Es la igual oportunidad para satisfacerlas la que constituye la verdadera igualdad. En lugar de nivelar, tal igualdad abre la puerta a la más amplia variedad de actividad y desarrollo posible. Puesto que el carácter humano es diverso, y sólo la represión de esta libre diversidad resulta en el nivelado, la uniformidad y la identidad. La libertad de oportunidades y la expresión de vuestra individualidad significa desarrollo de las variaciones y diferencias naturales... La vida en libertad, en anarquía, hará más que liberar al hombre únicamente de sus presentes ataduras políticas y económicas. Ése será sólo el primer paso, el preámbulo a una existencia auténticamente humana.
What is Anarchism?, pp. 164-5

Así que es precisamente la diversidad de los individuos (su singularidad) la que deriva en el apoyo anarquista a la igualdad, no su negación. En consecuencia, los anarquistas rechazan la definición en neolengua rothbardiana de la igualdad en tanto que vacía de significado. No existen dos personas idénticas, de modo que imponerles una igualdad “exacta” implicaría tratarles de forma desigual, al no tener las mismas virtudes o al no darles el mismo respeto que les corresponde como seres humanos e individuos únicos.

¿Qué deberíamos concluir, entonces, de la afirmación de Rothbard? Resulta tentador citar a Rousseau cuando dijo “es... inútil inquirir si existe alguna conexión esencial entre las dos desigualdades [social y natural]; pues esto equivaldría a preguntar, en otras palabras, si quienes mandan son necesariamente mejores que quienes obedecen, y si la fuerza de cuerpo o mente, la sabiduría o la virtud, se encuentran siempre en individuos particulares, en proporción a su poder o a su fortuna: una cuestión adecuada quizás para su discusión entre esclavos en presencia de sus amos, pero completamente improcedente entre hombres libres y razonables que buscan la verdad” [The Social Contract and Discourses, p. 49]. Tal cosa parece aplicable cuando vemos a Rothbard proclamar que la disparidad de los individuos conducirá a una desigualdad en los ingresos en la medida en que “cada hombre tenderá a ganar una suma equivalente a su 'productividad marginal'”. Esto es así porque “algunos hombres” (¡y se trata siempre de hombres!) son “más inteligentes, otros más sagaces y previsores, que el resto de la población”, y el capitalismo “permitirá el auge de estas aristocracias naturales”. De hecho, para Rothbard, todo gobierno es en esencia una conspiración contra el hombre superior [The Logic of Action II, p. 29 y p. 34]. Algunos aspectos más deben ser señalados.

La unicidad de los individuos ha existido siempre, y sin embargo durante la mayor parte de la historia de la humanidad se ha vivido en sociedades muy igualitarias. Si la desigualdad social hubiese surgido, efectivamente, de desigualdades naturales, entonces todas las sociedades estarían marcadas por aquélla. No es el caso. De hecho, tomando un ejemplo relativamente reciente, muchos de quienes visitaron los Estados Unidos en sus comienzos dieron cuenta de su naturaleza igualitaria, algo que pronto cambió con el auge del capitalismo (un auge dependiente de la acción del Estado, debemos añadir). Esto implica que la sociedad en la que vivimos (el marco de su Derecho, las relaciones sociales que se generan, y demás) tiene un impacto mucho más determinante sobre la desigualdad que las diferencias individuales. Por lo tanto, ciertas estructuras del Derecho tenderán a magnificar desigualdades “naturales” (asumiendo que éste es el origen de la desigualdad inicial, en lugar de, digamos, la violencia y la fuerza). Como aduce Noam Chomsky:

Probablemente es el caso que en nuestro “mundo real” cierta combinación de atributos conduce al éxito en responder a “las demandas del sistema económico”. Permítasenos estar de acuerdo, en favor de la discusión, con que esta combinación de atributos es en parte una cuestión de dotes naturales. ¿Por qué este (supuesto) hecho plantea un “dilema intelectual” a los igualitarios? Es de señalar que tan a penas podemos pretender tener mucha información sobre cuál podría ser la combinación de atributos relevante... Uno podría suponer que una mezcla de avaricia, egoísmo, falta de consideración por los demás, agresividad, y otras características del estilo juegan su papel a la hora de “salir adelante” en una sociedad competitiva basada en principios capitalistas... Cualquiera que sea la colección correcta de atributos, no podemos menos que preguntar qué se desprende del hecho, si es un hecho, de que cierta combinación de atributos heredada tiende al éxito material. Todo lo que se desprende... es una observación sobre nuestras estructuras sociales y económicas particulares... El igualitario ha de responder, en todo estos casos, que el orden social debe cambiarse de modo que la colección de atributos tendente a propiciar el éxito ya no lo sea. Puede incluso argüír que en una sociedad más decente, los atributos que ahora conducen al éxito serían reconocidos como patológicos, y que una persuasión gentil sería el medio adecuado para ayudar a estas personas a superar su desgraciada maldad.
The Chomsky Reader, p. 190

De modo que si transformamos la sociedad, entonces la desigualdad social que vemos hoy desaparece. Es más que probable que las diferencias naturales hayan sido cambiadas hace mucho tiempo por desigualdades sociales, especialmente en lo relativo a la propiedad. Y como veremos en la sección F.8, estas desigualdades de propiedad fueron en su origen resultado de la fuerza, no de diferencias de habilidad. Por consiguiente, proclamar que la desigualdad social emana de diferencias naturales es falso, en la medida en que la mayor parte de la desigualdad social tiene sus raíces en la violencia y la fuerza. Esta desigualdad inicial se ha magnificado en el marco de los derechos de propiedad capitalistas, de tal manera que la iniquidad en el capitalismo depende mucho más de, digamos, la existencia del trabajo asalariado que de las diferencias “naturales” entre individuos.

Esto puede verse en la sociedad presente: observamos que en los lugares de trabajo y en la industria muchos, si no todos, individuos únicos reciben salarios idénticos por un trabajo idéntico (aunque éste no es el caso, a menudo, entre mujeres y negros, que reciben un salario menor que el de los hombres blancos por un trabajo idéntico). De manera similar, los capitalistas han introducido deliberadamente desigualdades salariales y jerarquías con el único objeto de dividir y por lo tanto gobernar la fuerza de trabajo (ver sección D.10). En consecuencia, si asumimos que el igualitarismo es una revuelta contra natura, entonces gran parte de la vida de la economía capitalista participa de esa misma revuelta, y cuando no lo hace, las desigualdades “naturales” han sido habitualmente impuestas de manera artificial por aquellos que detentan el poder bien en el centro de trabajo o en la sociedad en su conjunto por medio de la intervención estatal, las leyes de propiedad y las estructuras sociales autoritarias. Más aún, como indicamos en la sección C.2.5, los anarquistas siempre han estado al tanto del carácter colectivo de la producción en el seno del capitalismo, desde que Proudhon escribiera ¿Qué es la Propiedad en 1840. Rothbard ignora tanto la tradición anarquista como la realidad cuando acentúa su tesis de que las diferencias individuales producen desigualdades en los beneficios. Tal como lo puso un economista con una idea más firme de cómo es el mundo real, la “noción de que los salarios dependen de la habilidad personal, expresada como valor productivo, no tiene ningún sentido en ninguna organización en la que la producción sea interdependiente – lo que equivale a decir que no tiene sentido en prácticamente ninguna organización” [James K. Galbraith, Created Unequal, p. 263].

Por lo tanto, las diferencias “naturales” no resultan necesariamente en desigualdad como tal, como tampoco tienen estas diferencias demasiado significado en una economía caracterizada por la producción común. Dado un sistema social diferente, las diferencias “naturales” se potenciarían y celebrarían mucho más de lo que se hace bajo el capitalismo (donde la jerarquía es garante del aplastamiento de la individualidad, antes que de su desarrollo), sin menoscabo de la igualdad social. En sus puntos más básicos, la supresión de la jerarquía en el centro de trabajo no sólo incrementaría la libertad, sino que también reduciría la desigualdad, puesto que los menos no serían capaces de monopolizar el proceso de toma de decisiones y el fruto de la actividad productiva conjunta. Así que la afirmación de que las diferencias “naturales” generan desigualdad social es un sofisma – da por supuesto el marco del Derecho capitalista e ignora la fuente primera de desigualdad en la propiedad y en el poder. De hecho, la desigualdad de beneficios o recompensa es más propensa a ser influenciada por las condiciones sociales que por las diferencias individuales (tal como se esperaría que ocurriese en una sociedad basada en el trabajo asalariado u otras formas de explotación).

Rothbard se las ve y se las desea para retratar a los igualitarios como envidiosos de los ricos. Se antoja difícil dar crédito a la “envidia” como fuente de las inclinaciones de los Bakunin o los Kropotkin, que vivieron la vida del aristócrata acaudalado y sin embargo se hicieron anarquistas, que sufrieron el presidio en sus luchas por la libertad de todos antes que la de una elite. Cuando se señala esto, la respuesta típica de la derecha es decir que tal cosa demuestra que los auténticos obreros no son socialistas. En otras palabras, si eres un obrero anarquista te guía la envidia y si no, si rechazas el trasfondo de tu clase, ¡entonces demuestras que el socialismo no es parte del movimiento obrero! Así que conducido por esta asunción y por su odio hacia el socialismo, Rothbard llegó a tergiversar las palabras de Karl Marx para hacerlas encajar en su propia posición ideológica. Afirmó que “Marx concede la veracidad de los argumentos anticomunistas entonces y ahora”, de que el comunismo era la expresión de la envidia y el deseo de reducirlo todo a un nivel común. Por supuesto, Marx no dijo tal cosa, ni nada parecido. En los pasajes presentados por Rothbard como prueba de sus proclamas, Marx está criticando lo que denominó comunismo “crudo” (el “este tipo de comunismo” presente en el fragmento que Rothbard citó, pero que no comprendió), y por consiguiente no sorprende que Marx “claramente no recalcó esta cara oscura de la revolución comunista en sus escritos posteriores”, ¡puesto que él rechazaba explícitamente esta clase de comunismo! Para Rothbard, todos los tipos de socialismo parecen ser idénticos e identificados con la planificación centralizada – de aquí su estrafalario comentario de que “Stalin estableció el socialismo en la Unión Soviética” [The Logic of Action II, pp. 394-5 y p. 200].

Otra causa de la falta de preocupación del “anarco”-capitalismo por la igualdad es que piensan que (empleando la expresión de Robert Nozick) “la libertad contraviene los patrones establecidos”. Se sostiene que la igualdad (o cualquier “principio de justicia más allá del Estado”) no puede “realizarse con continuidad sin interferir ininterrumpidamente en la vida de las gentes”, esto es, que sólo puede mantenerse restringiendo la libertad individual para hacer intercambios o mediante la fiscalización de los ingresos [Anarchy, State and Utopia, pp. 160-3]. No obstante, lo que este argumento no logra explicar es que la desigualdad también limita la libertad individual y que el marco de los derechos de propiedad capitalista no es el único posible. Después de todo, el dinero es poder, y las desigualdades en términos de poder resultan fácilmente en restricciones de la libertad y en la transformación de la mayoría en ejecutores de órdenes antes que en productores libres. En otras palabras, una vez que cierto nivel de desigualdad es alcanzado, la propiedad no promueve, sino que de hecho entra en conflicto, con los fines que legitiman dicha propiedad privada. Como argüímos en la siguiente sección, la desigualdad puede conducir fácilmente al tipo de situación en que la autoposesión es empleada para justificar su propia negación, de modo que los derechos de propiedad ilimitados socavarán la significativa autodeterminación, que muchos entienden de modo intuitivo como autoposesión (esto es, lo que los anarquistas llamarían habitualmente “libertad”, antes que autoposesión). La propiedad privada por sí misma lleva, por ende, a la interferencia continua en la vida de las gentes, como lo hace el cumplimiento de la distribución “justa” de la propiedad de Nozick y el poder que emana de esta desigualdad. Lo que es más, como han señalado múltiples críticos, la tesis de Nozick asume lo que pretende demostrar. En palabras de uno de estos críticos, mientras Nozick podría “desear defender los derechos de propiedad privada capitalista insistiendo en que éstos están fundados en libertades básicas”, de hecho “ha creado... un argumento en favor de la propiedad privada irrestricta a través de la propiedad privada irrestricta, y en consecuencia se da a sí mismo la respuesta de la pregunta que pretende responder”. [Andrew Kerhohan, Capitalism and Self-Ownership, pp. 60-76, Capitalism, Ellen Frankel Paul, Fred D. Miler, Jr, Jeffrey Paul y John Ahrens (eds.), p. 71]

Así que en respuesta a la afirmación de que la igualdad sólo podría mantenerse interfiriendo continuamente en la vida de los individuos, los anarquistas sostienen que las desigualdades producidas por los derechos de propiedad capitalista también implican una interferencia extensiva y continua en la vida de las personas. Después de todo, como señala Bob Black, “resulta obvio que la fuente de la más intensa coacción directa experimentada por el adulto ordinario no es el Estado, sino la empresa que lo (o la) emplea. Tu capataz o supervisor te da más órdenes en una semana que la Policía en una década” [The Libertarian As Conservative, The Abolition of Work and Other Essays, p. 145]. Por ejemplo, un obrero contratado por un capitalista no puede intercambiar libremente las máquinas o las materias primas con las que se le ha provisto para que las trabaje, pero Nozick no considera que esta distribución “restringida” de los derechos de propiedad infringa la libertad (como tampoco entiende que la propia esclavitud salarial obstaculiza la libertad, por supuesto). Por lo tanto, los asertos de que la igualdad implica quebranto de la libertad ignoran que la desigualdad también infringe la libertad (por no hablar de los significativos efectos negativos de la desigualdad, tanto sobre la riqueza como sobre el poder, como vimos en la sección B.6). Una reorganización de la sociedad podría, de forma efectiva, minimizar las desigualdades eliminando la principal fuente de éstas (el trabajo asalariado), por medio de la autogestión. No tenemos ningún deseo de restringir el libre intercambio (después de todo, la mayoría de los anarquistas desean ver la “economía del regalo” hecha realidad tarde o temprano), pero argüímos que este libre intercambio no necesariamente requiere los derechos de propiedad capitalista absolutos que Nozick asume (ver sección I.5.12 para una discusión en torno a los “actos capitalistas” en una sociedad anarquista).

Irónicamente, Rothbard está al tanto del hecho de que la igualdad restringe la libertad de la mayoría. Tal como él lo expresa, “la desigualdad de control” es un “corolario inevitable de la libertad”, pues en cualquier organización “habrá siempre una minoría que se elevará a la posición de líderes y otros que permanecerán como seguidores de base” [Op. Cit., p. 30]. Volviendo a citar a Bob Black: “Personas dando órdenes y otros obedeciéndoles: ésta es la esencia de la servidumbre” [Op. Cit., p. 147]. Tal vez si Rothbard hubiese pasado algún tiempo en un lugar de trabajo antes que en la titularidad de un puesto académico se habría dado cuenta de que los jefes rara vez son la elite natural que él pensaba que eran. Igual que el propietario industrial Engels, estaba felizmente desinformado de que es la actividad de base y no elitista a nivel de fábrica (cuyo producto monopoliza el jefe) la que mantiene toda la estructura jerárquica en pie (como discutimos en la sección H.4.4, el acto de mandar – teniendo los obreros que hacer exactamente lo que el patrón les ordena – es un arma devastadora en la lucha de clases). ¡Parece, de hecho, algo irónico que el antimarxista Rothbard recurriese al mismo argumento que Engels para refutar el concepto anarquista de libertad en el seno de la asociación! Debería mencionarse también que Black se ha percatado de esto, escribiendo que el libertarianismo y el marxismo ortodoxo “son tan diferentes como Coca-Cola y Pepsi a la hora de consagrar la sociedad de clases y la fuente de su poder, el trabajo. Sólo sobre la base del fascismo de fábrica y la oligarquía de oficina se atreven los libertarianos y los leninistas a discutir las cuestiones triviales que los dividen” [Op. Cit., p. 146].

De modo que, como Rothbard admite, la desigualdad produce un sistema de clases y de relaciones sociales autoritarias que están enraizadas en la posesión y el control de la propiedad privada. Éstas generan conflictos con la libertad, un hecho que Rothbard (como otros “anarco”-capitalistas) se muestra presto a negar, como puede verse en la sección F.3.2. En consecuencia, para los anarquistas, la oposición “anarco”-capitalista a la igualdad yerra el tiro y pide a gritos que se la cuestione. Los anarquistas no desean hacer a las gentes “idénticas” (lo cual sería imposible, además de una negación total de la libertad y la igualdad) sino hacer las relaciones sociales entre individuos iguales en poder. En otras palabras, desean una situación en la que las personas interactúen juntas sin poder institucional ni jerarquía, influyendo las unas sobre las otras de manera “natural”, en proporción a cómo las diferencias (individuales) entre iguales (a nivel social) son aplicables a un contexto dado. Citando a Mikhail Bakunin, “[l]a mayor inteligencia no podría igualar la comprensión del todo. De aquí resulta... la necesidad de la división y la asociación del trabajo. Yo recibo y doy – tal es la vida humana. Cada uno dirige y es dirigido en su momento. En consecuencia no existe autoridad fija o constante, sino un intercambio continuo de autoridad y subordinación mutua, temporal y, sobre todo, voluntaria” [Dios y el Estado, p. 33].

Un entorno semejante sólo puede existir en el seno de asociaciones autogestionarias, pues el capitalismo (esto es, el trabajo asalariado) crea relaciones e instituciones autoritarias muy específicas. Es por esta razón que los anarquistas son socialistas. Dicho de otra manera, los anarquistas apoyan la igualdad precisamente porque reconocemos que cada cual es único. Si somos serios respecto a la “igualdad de derechos” o a la “igual libertad”, entonces las condiciones deben ser de tal manera que las gentes puedan disfrutar estos derechos y libertades. Si asumimos el derecho a desarrollar las propias capacidades al máximo, por ejemplo, entonces la desigualdad de recursos y por ende de poder destruye este derecho simplemente porque la mayoría de las gentes no tienen los medios para ejercitar libremente sus aptitudes (están sujetos a la autoridad del patrón, por ejemplo, en horas de trabajo).

Así que, en contraste directo con el anarquismo, el libertarianismo carece de preocupación alguna por toda igualdad que no sea “igualdad de derechos”. Esto los ciega ante las realidades de la vida; en particular, ante el impacto del poder económico y social sobre los individuos en la sociedad y las relaciones de dominación que se generan. Los individuos podrán ser “iguales” ante la ley y en derechos, pero no serán libres debido a la influencia de la desigualdad social, las relaciones que crea y cómo afecta a la ley y a la capacidad de los oprimidos para usarla. Debido a esto, todos los anarquistas insisten en que la igualdad es esencial para la libertad, incluídos quienes pertenecen a la tradición del Anarquismo Individualista que el “anarco”-capitalismo pretende cooptar (“Spooner y Godwin insisten en que la desigualdad corrompe la libertad. Su anarquismo está dirigido tanto contra la iniquidad como contra la tiranía” y pues “[m]ientras que simpatizan con el anarquismo individualista de Spooner, ellos [Rothbard y David Friedman] fallan al no darse cuenta o al obviar convenientemente sus implicaciones igualitarias” [Stephen L. Newman, Liberalism at Wit's End, p. 74 y p. 76]). Sin igualdad social, la libertad individual queda tan restringida que se convierte en una burla (esencialmente limitando la libertad de la mayoría a elegir qué amo los gobernará, en lugar de ser libres).

Por supuesto, definiendo “igualdad” de un modo tan limitado, la propia ideología de Rothbard demuestra no tener sentido como evidencia L. A. Rollins, “El anarquismo, la defensa de una “sociedad libre” en la que las personas disfruten “igual libertad” e “iguales derechos”, es de hecho una forma específica de igualitarismo. Como tal, el anarquismo es una revuelta contra natura. Si las personas, por su naturaleza biológica, son desiguales en todos los atributos necesarios para alcanzar y preservar “libertad” y “derechos”... entonces no existe manera en la que las personas puedan disfrutar “igual libertad” o “iguales derechos”. Si una sociedad libre se concibe como una sociedad de “igual libertad”, entonces no existe tal “sociedad libre”.” [The Myth of Natural Law, p. 36]. Bajo el capitalismo, la libertad es una comodidad como todo lo demás. A más dinero, mayor libertad. “Igual” libertad, en el sentido de la neolengua rothbardiana, ¡no puede existir! Respecto a la “igualdad ante la ley”, está claro que semejante esperanza se estrella siempre contra las rocas de la riqueza y el poder del mercado. En lo tocante a los derechos, por supuesto, tanto el rico como el pobre tienen “igual derecho” a dormir bajo un puente (asumiendo que el dueño del puente consienta, ¡por supuesto!); pero el dueño del puente y el indigente tienen derechos diferentes, por lo que no puede hablarse de “igualdad de derechos” en el sentido de la neolengua rothbardiana tampoco. No hace falta decir que pobres y ricos no emplearán “igualmente” el “derecho” a dormir debajo de un puente, tampoco.

Como observó Bob Black: “Tu tiempo vital es una comodidad que puedes vender pero que no podrás recomprar nunca. Murray Rothbard piensa que el igualitarismo es una revuelta antinatural, pero sus días duran veinticuatro horas, como los de todos los demás” [Op. Cit., p. 147].

Tergiversando el lenguaje del debate político, puede “culpabilizarse” por las vastas diferencias de poder en la sociedad capitalista no sólo a un sistema injusto y autoritario, sino también a la “biología” (después de todo, somos todos individuos únicos). A diferencia de los genes (¡aunque las corporaciones de biotecnología están trabajando en esto, también!), la sociedad humana puede cambiarse, a través de los individuos que la componen, para reflejar las caracterísitcas básicas que todos tenemos en común – nuestra humanidad, nuestra habilidad de pensar y sentir, y nuestra necesidad de libertad.

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