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Ecología sí... pero social

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Entrevista a Murray Bookchin, anarquista, historiador, profesor universitario, investigador, ideólogo y activista ecologista estadounidense, fundador de la ecología social y el municipalismo libertario. [1]

Ecología sí... pero social

Murray Bookchin es un anarquista americano, cuyos artículos y libros han sido traducidos a numerosos Idiomas. En EE.UU. es muy conocido en los medios alternativos, ecologistas y libertarios. Leyendo sus artículos y esta entrevista, es posible que algunos de sus puntos de vista resulten chocantes, pero como él mismo se ha encargado de recordarlo, no pretende ser «la fuente de la verdad» ni «buscar discípulos». Murray Bookchin es uno de esos raros anarquistas en tener una visión global de la sociedad y de la naturaleza, entre cuyos resultados debe mencionarse la jerarquización de uno de los problemas más fundamentales de nuestra época: el de la ecología social Entre sus obras más destacadas, cabe mencionar: «La ecología de la libertad», «El anarquismo en los sociedades de consumo», «Por una sociedad ecológica» y «Sociobiología o ecología social». Falleció en junio de 2006.

  • ¿Puedes explicarnos lo más claramente posible la diferencia entre ecología y ecología social?

- Veo tres aspectos diferentes. Yo llamo ambientalismo a los movimientos, organizaciones y personas que no vinculan la estructura de la sociedad y la degradación del medio ambiente. Esas personas desean que el aire y el agua de los ríos estén limpias y para ello quieren muchas leyes nuevas. Quieren participar en la conducción del Estado y en el orden social actual; incluso querrían integrar las grandes compañías para influirlas desde el interior. Querrían, de esa manera, hacer promulgar buenas leyes y buenas tecnologías para permitir al sistema social vigente perpetuarse sin destruir el mundo natural, destrucción que nos amenaza a todos nosotros. Los llamo ambientalistas porque no describen la estrecha relación que existe entre la enfermedad social y la crisis ecológica. Esta gente es la que uno encuentra a menudo en los movimientos ecologistas europeos.

La ecología natural constituye una rama de la biología, si es que no es a la inversa. Se trata del estudio científico de la interacción entre las plantas y los animales para formar un todo coherente llamado ecosistema. La ecología natural estudia las condiciones de estabilidad de los ecosistemas y determina las posibles causas de ruptura de esa estabilidad. Se ocupa de lo que llamamos las «cadenas alimentarias». Se trata de una ciencia, pero de una ciencia que nos proporciona -aunque resulte sorprendente- una base para comprender ciertas perspectivas sociales, si la encaramos desde un punto de vista libertario. En efecto, es absurdo hablar, en relación a un ecosistema, de «animales reyes» o de «animales siervos». Todos los animales y todas las plantas de un ecosistema son indispensables para la estabilidad del conjunto. De esta forma, cuanto más complejo es un ecosistema, más estable es y más absurdo resulta ver en él un vértice y una base o elementos más importantes que otros. En la naturaleza en general se puede apreciar que la jerarquía no constituye un factor de estabilidad; y esto vale tanto para la naturaleza como para la sociedad. La jerarquía carece de sentido, tanto desde de una aproximación ecológica de la sociedad como desde una perspectiva biológica de la naturaleza.

La sensibilidad y la mentalidad jerárquicas causan así grandes daños en la sociedad y amenazan con destruir al planeta entero.

Nosotros sostenemos que el problema ecológico, la degradación del ambiente tienen un origen social. Nuestra actitud dominadora de la naturaleza proviene de nuestra organización social. Si deseamos vivir en armonía con la naturaleza, debemos armonizar las relaciones entre nosotros y eliminar la jerarquía. Esto nos lleva muy lejos, más lejos que al anarquismo clásico. Queremos abolir el Estado, las clases sociales y la explotación económica. Todo ello es necesario, pero reconocemos que desde nuestro punto de vista ecológico social el problema social es mucho más profundo. Es necesario abolir todas las formas de dominación y de jerarquía, incluso en una sociedad sin clases, sin explotación y sin Estado. Es esta perspectiva la que nos permite vincularnos al movimiento pacifista, al movimiento feminista y a los movimientos barriales, tanto como al movimiento ambientalista.

  • Pero sigo sin comprender la diferencia entre anarquismo y ecología social ¿Existe realmente una diferencia?

-Se le puede atribuir a la expresión ecología social significaciones bien diferentes. No existe realmente una diferencia entre el anarquismo y la ecología social. Considero a esta última como una tentativa de ampliar el horizonte del anarquismo. No veo una oposición entre ambos; pienso que la ecología social es una extensión del anarquismo hacia una esfera más amplia de intereses humanos, en este período de descomposición de las clases sociales. Todo el mundo sabe que el capitalismo nació en un período de descomposición de las clases feudales, de la clase de los señores y de la clase de los siervos. Antes que el proletariado hubiera nacido como clase, la burguesía había comenzado a roer el orden social y a subvertirlo. El capitalismo destruye hoy sus formas tradicionales. Los miembros de la clase obrera no saben qué les puede deparar el futuro. ¿Las máquinas los desposeerán de sus empleos? ¿Para qué tipo de empleos deben prepararse? No lo saben. La pequeña burguesía ignora si va a seguir subsistiendo, a pesar de que representa una gran porción de nuestra sociedad actual. Los agricultores no saben si perderán sus tierras. Las secretarias y empleados, que no se consideran obreros, y los cuadros superiores -que sí se consideran miembros de la burguesía o que, al menos, tienen una mentalidad de ese tipo- ignoran todo sobre el futuro próximo. Un interés general por las cuestiones humanas puede desarrollarse así entre millones de personas que, en tiempos normales, no se identifican con la clase obrera. Este interés puede oponerse a las grandes compañías y al Estado centralizado. En el período de descomposición en el que vivimos, el anarquismo debe reconocer que el capitalismo produjo nuevas transformaciones. Las nuevas preocupaciones que generan esos cambios no se corresponden más con la división entre clases tradicionales. Se trata de preocupaciones relativas a la guerra, la paz, el medio ambiente, las nuevas tecnologías, nuevas instituciones, la reducción del poder de las personas frente al crecimiento del poder del Estado y de los monopolios transnacionales. La ecología social trata de expresar ese nuevo horizonte y desarrollar esos intereses por las cuestiones generales y darles una coherencia teórica y una significación programática, práctica y política.

  • ¿Crees que existe todavía una «tecnología liberadora» como parecías indicarlo en un artículo del mismo título?

-Sí. Irónicamente, todo lo que había escrito en ese artículo, hace veinte años -ordenadores que eliminarían puestos de trabajo, etc.- se está realizando en la actualidad. Ya existen tractores capaces de trabajar sin operarios, controlados a distancia por ordenador. Por otro lado, ya hemos desarrollado nuestros conocimientos en materia de tecnología solar, eólica, etc. También tenemos, entonces, maravillosas tecnologías alternativas capaces de reemplazar a la tecnología industrial de los dos últimos siglos. No me arrepiento en absoluto de haber escrito ese artículo que anticipó los cambios que se están produciendo en la actualidad y en el que traté de explicar cómo esa tecnología podía servir para emancipar a los seres humanos del trabajo penoso para permitirles consagrarse al trabajo creativo.

El problema al que me enfrento es que nuestra sociedad hace una utilización destructiva de cada avance tecnológico. Sólo marginalmente, o de manera accidental, estos avances se ponen al servicio de las personas. Incluso los antibióticos, por ejemplo no sirven sólo para el uso médico, sino también para acelerar el crecimiento de animales y frecuentemente desembocan en la creación de bacterias peligrosas para los seres humanos y resistentes a los propios antibióticos. Siempre se debe encarar el problema de la tecnología liberadora en un contexto ético. La tecnología no es neutra: una misma tecnología puede liberar u oprimir. No es el uso que se haga de «Hacia una tecnología liberadora» el que puede hacerme arrepentir de haberlo escrito, aunque el artículo bien puede haber sido empleado para oprimir a la gente; me gustaría contemplar el nacimiento de un movimiento antitecnológico que se oponga a esos desarrollos, esperando que se hagan las transformaciones sociales necesarias para que los avances tecnológicos puedan ser puestos al servicio del mejoramiento de la naturaleza y de la condición humana en lugar de degradarlas.

  • Pero la ecología social ¿no es acaso una sensibilidad que se puede desarrollar únicamente en los países desarrollados ?

- Esto es verdad sólo en parte, aunque no tanto como se suele creer en Occidente. He tratado con muchos individuos provenientes del Tercer Mundo y en particular con los indios de los EE.UU. Y ernpecé a descubrir algunas cosas nuevas: lo que desean los indios que he conocido no es precisamente el lujo y los objetos de consumo de supermercado. Al contrario, vuelven la mirada hacia atrás, hacia sus propias tradiciones y se formulan una pregunta muy importante: ¿es justo continuar la vía de Occidente? Y empiezo a constatar que quieren recuperar, en una perspectiva nueva, las mitologías, las leyendas, la lengua, la cultura, los modos de vida, la sensibilidad e incluso ciertos métodos artesanales de producción que fueron prácticamente eliminados por los colonizadores blancos de América del Norte.

Lo mismo me ha sucedido con alguien que ha estado en Brasil, viviendo entre los indígenas y que quedó muy sorprendido al ver que después de los intentos de convertir a ese país en una economía industrial, la polución era vista como un signo de progreso, puesto que ella indicaba que había muchas fábricas funcionando. Entre los brasileños existe hoy un impulso a detener ese andamiaje. La gente comienza a preguntarse si es buena esa forma de avanzar, si es necesario pasar por una revolución industrial, por la destrucción de nuestros bosques, la marginación de las poblaciones indígenas, etc.

Por supuesto que ellos saben que en esas sociedades preindustriales había muchas cosas malas. No se trata de una vuelta al pasado. No desean regresar a la vida tribal, feudal. Esto lo sabemos bien. Nadie quiere renunciar a las ventajas de los antibióticos y de la medicina moderna, ni a los beneficios de las máquinas; pero se preguntan, no obstante, si necesariamente tenemos que renunciar a las cosas buenas que tenían las tradiciones y sus modos anteriores de vida. Por eso creo que cuando hablo de ecología social, a veces me entienden mejor algunos indígenas de América que muchos hippies.

No estoy seguro que la mayor parte de la gente de Asia y Africa que conozco, así como los indígenas americanos estén deseosos de tener su TV color, Cadillacs, Mercedes Benz, grandes residencias, etc.


  • En tu libro La Ecología de la Libertad, haces algunas referencias a la importancia de la ética. Efectivamente, para mí los criterios éticos que nos empujan a elegir otro tipo de sociedad son fundamentales. ¿Qué piensas tú al respecto?

-No nos podemos dar más un sistema ético relativista; sería ridículo. Por ejemplo, si digo que la ética es simplemente lo que es bueno para mí, estaría hablando de mi propia ética aquello que es bueno para tí, constituiría tu propia ética. Y entonces todo podría aceptarse, todo podría justificarse. En esas condiciones, un mero sondeo de opinión podría bastar para determinar lo que está bien y lo que está mal. Si el 51% de los habitantes de un país están a favor de la pena de muerte, ¡ello bastaría para justificar que el Estado cuelgue, electrocute o guillotine a seres humanos! Es absurdo. Ese tipo de ética puede conducir al fascismo y puede justificar la eliminación por Hitler de millones de personas, bajo el pretexto de que así está bien para el pueblo alemán. Una ética relativista de ese tipo es muy peligrosa. Se trata, pues, de encontrar una ética objetiva, para la cual las cosas son buenas o malas independientemente de lo que la gente piense. Existe, naturalmente, un riesgo de autoritarismo en este género de ética. El peligro es siempre real, pero me pregunto si no es posible tener una ética libertaria. Esta ética puede ser, en mi opinión, desarrollada a partir de un punto de vista ecológico.

No quiero decir que la naturaleza misma sea portadora de una ética, Seria un absurdo afirmarlo. La naturaleza no es ni cruel ni bondadosa. No hay nada de sanguinario, cruel o salvaje en la naturaleza que no esté en la gente o, más exactamente, en la sociedad en la que viven. La naturaleza no crea instituciones que permitan a individuos débiles, como Nicolás III o Luis XVI, liquidar a millones de personas. Estos soberanos no eran ni fuertes ni inteligentes: no fue su fuerza de voluntad la que los llevó al poder. Al contrario ¡eran una nulidad! Fueron las instituciones las que los condujeron a vértice del poder y las que le permitieron realizar tantos desastres. Las instituciones no existen en la naturaleza.

Y aunque la naturaleza no sea ética en sí misma -no e posible determinar qué está bien y qué está mal observando la naturaleza-, ella proporciona un fundamento al desarrollo de la ética. Esta última no puede ser más que una ética humana, a la que yo llamo ética ecológica, porque se funda en ideas de la ecología natural. Pero no sostengo en ningún caso que la ecología misma posea un carácter ético.

  • ¿Cuál es pues esta ética?

-Creo que la historia natural, la historia de la vida, tiene para nosotros un mensaje que podemos aprovechar. En particular la noción de jerarquía no tiene el menor sentido dentro de la historia natural: la historia natural puede enseñarnos una ética basada en la riqueza resultante de la diversidad Y las diferencias. No digo que la naturaleza nos imponga esta ética, sino que podemos aprender esta ética a partir de la naturaleza.

Otra cosa que podemos aprender de la naturaleza es que ella obliga, por la creciente diferenciación, a realizar opciones cada vez más grandes, conduciendo así al desarrollo de un germen de libertad. Cuando se habla de la evolución de las especies o del origen de las especies, por retomar el título de la obra de Darwin, se tiene tendencia a pensar cada especie como a un individuo burgués: se percibe a la especie como separada de su ambiente, de su contexto, tal como se describe al individuo de la sociedad burguesa, es decir, como entidad independiente destinada a enfrentar al mundo para hacer carrera en él y alcanzar el éxito o perecer. Pero los ecologistas se dan cuenta hoy que cada especie existe en el seno de un ecosistema, tal como todo ser humano existe sólo al interior de una comunidad.

La evolución no puede ocurrir a nivel de una especie independiente; la aptitud para la sobrevivencia no consiste en la aptitud para mostrarse más fuerte que el resto de las especies: al contrario, son los ecosistemas los que evolucionan, y las especies evolucionan con los ecosistemas, de la misma forma que cada individuo evoluciona en el seno de una comunidad, con la evolución de esa comunidad.

Notas

  1. Artículo original: [1]