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F.1 - ¿Es el anarco-capitalismo un tipo de anarquismo?

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En una palabra, NO. Mientras que los “anarco”-capitalistas obviamente intentan asociar su tradición con la anarquista mediante el uso de la palabra “anarco” o llamándose a sí mismos “anarquistas”, sus ideas están claramente reñidas con aquellas asociadas al anarquismo. En consecuencia, cualquier proclama de que sus ideas son anarquistas o de que son parte de la tradición o el movimiento anarquista es falsa.

Los “anarco”-capitalistas dicen ser anarquistas porque afirman oponerse al gobierno. Tal y como fue indicado en la sección anterior, emplean una definición de diccionario del anarquismo. No obstante, ésta falla al no apreciar que el anarquismo es una teoría política. Dado que los diccionarios son rara vez políticamente sofisticados, esto significa que son incapaces de reconocer que el anarquismo es algo más que simple oposición al gobierno, que también es una marcada oposición al capitalismo (esto es, a la explotación y a la propiedad privada). Por lo tanto, la oposición al gobierno es condición necesaria pero no suficiente para ser anarquista – es también necesario oponerse a la explotación y a la propiedad privada capitalista. Puesto que los “anarco”-capitalistas no consideran el interés, la renta y el lucro (es decir, el capitalismo) gérmenes de explotación, ni se oponen a los derechos capitalistas, no son anarquistas.

Parte del problema es que los marxistas, como muchos académicos, también tienden a afirmar que los anarquistas están simplemente contra el Estado. Es significativo que tanto marxistas como “anarco”-capitalistas propendan a definir el anarquismo como pura oposición al gobierno. No se trata de ninguna coincidencia, puesto que ambos persiguen excluir al anarquismo de su lugar en el más amplio movimiento socialista. Esto tiene perfecta lógica desde la perspectiva marxista, puesto que les permite presentar su ideología como la única opción anticapitalista seria (por no mencionar que asociar el anarquismo con el “anarco”-capitalismo es una excelente manera de desacreditar nuestras ideas en el contexto del movimiento radical más general). No hace falta decir que esto constituye una malinterpretación obvia y seria de la posición anarquista, pues incluso un vistazo superficial sobre la teoría y la historia anarquista muestra que ningún anarquista limitó jamás su crítica social únicamente al Estado. De modo que mientras académicos y marxistas parecen estar al tanto de la oposición anarquista al Estado, generalmente no son capaces de comprender que la crítica anarquista se aplica sobre todas las demás instituciones sociales autoritarias, y cómo encaja ésta en el análisis general y la lucha anarquistas. En apariencia, piensan que la condena anarquista de la propiedad privada capitalista, del patriarcado, etcétera, son de algún modo añadiduras superfluas antes que una posición lógica reflejo de la esencia del anarquismo:

En ocasiones, los críticos han sostenido que el pensamiento anarquista, y la teoría clásica anarquista en particular, ha enfatizado la oposición al Estado hasta el punto de olvidar la hegemonía real del poder económico. Esta interpretación surge, quizás, de una distinción simplista y caricaturizada entre la inquietud anarquista por la dominación política y la atención marxista a la explotación económica... hay abundantes pruebas que desmienten semejante tesis a lo largo de toda la historia del pensamiento anarquista.
Anarchy, Geography, Modernity, John P. Clark y Camille Martin, p. 95


Así que Reclus sólo afirmó lo obvio cuando escribió que “la crítica antiautoritaria de la que es sujeto el Estado se aplica por igual a todas las instituciones sociales” [citado por Clark y Martin, Op. Cit., p. 140]. Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Goldman y otros estarían de acuerdo con esto unánimemente. Mientras que todos ellos incidieron en el hecho de que el anarquismo está contra el Estado, rápidamente pasaron a una crítica presente de la propiedad privada y otras formas de autoridad jerárquica. De manera que mientras el anarquismo obviamente se opone al Estado, “la teoría anarquista sofisticada y desarrollada va más allá. No se detiene en la crítica de la organización política, sino que prosigue, investigando la naturaleza autoritaria de la desigualdad económica y de la propiedad privada, las estructuras económicas jerárquicas, la educación tradicional, la familia patriarcal, la discriminación de clase y racial, y los papeles rígidos asociados al sexo o la edad, por mencionar sólo unos cuantos de los temas más importantes.” Puesto que la “esencia del anarquismo es, después de todo, no la oposición teórica al Estado, sino la lucha práctica y teórica contra la dominación.” [John Clark, The Anarchist Moment, p. 128 y p. 70]

Éste es también el caso con los anarquistas individualistas, cuya defensa de ciertas formas de propiedad no les frenó a la hora de criticar aspectos clave de los derechos de propiedad capitalistas. Como señala Jeremy Jennings, el “hecho a recalcar es que todos los anarquistas, y no sólo los adherentes de la tendencia predominante del siglo XX del comunismo anarquista, han sido críticos con la propiedad privada en la medida en que ésta es fuente de jerarquía y privilegio.” Luego continúa, afirmando que anarquistas como Tucker y Spooner “concordaban con el presupuesto de que la propiedad es legítima sólo en la medida en que abarca nada más que el producto total del trabajo individual.” [“Anarchism”, Contemporary Political Ideologies, Roger Eatwell y Anthony Wright (eds.), p. 132] Esto es reconocido por los discípulos de Rothbard, quienes hubieron de apuntar explícitamente que su posición respecto a tales cuestiones era fundamentalmente diferente (es decir, contraria) a la del anarquismo individualista.

Como tal, sería justo afirmar que la mayoría de los “anarco”-capitalistas son capitalistas en primer y más importante lugar. Si algún aspecto del anarquismo no encaja con cierto elemento del capitalismo, rechazarán dicho aspecto del anarquismo antes que cuestionarse el capitalismo (la apropiación selectiva de la tradición anarquista individualista por parte de Rothbard es el ejemplo más obvio de esto). Esto implica que los “libertarianos” de derechas se adjudican el prefijo “anarco” para su ideología porque piensan que estar contra la intervención gubernamental equivale a ser anarquista (lo que nos devuelve a su utilización de la definición de diccionario del anarquismo). Que ignoren el grueso de la tradición anarquista debería probar que tan apenas hay nada anárquico en ellos. No están contra la autoridad, ni contra la jerarquía, ni contra el Estado – simplemente quieren privatizarlos.

Irónicamente, esta definición limitada del “anarquismo” garantiza que al “anarco”-capitalismo le sea inherente autorefutarse. Esto puede observarse en el líder “anarco”-capitalista Murray Rothbard. Él bramó contra la perniciosidad del Estado, arguyendo que “se arroga a sí mismo el monopolio de la fuerza, del poder de tomar decisiones en última instancia, sobre un área territorial dada.” Per se, esta definición es irrelevante. Que unas pocas personas (una elite de gobernantes) reclamen el derecho a regir sobre otros tiene que ser parte de cualquier definición sensata del Estado o del gobierno. Sin embargo, los problemas empiezan para Rothbard cuando indica que “[o]bviamente, en una sociedad libre, Smith tiene el poder de tomar decisiones en última instancia sobre su propiedad, Jones sobre la suya, etc.” [The Ethics of Liberty, p. 170 y p. 173] La contradicción lógica de esta posición debería resultar obvia, pero no para Rothbard. Muestra el poder de la ideología, la habilidad de las meras palabras (la expresión “propiedad privada”) para volver lo malo (“poder para tomar decisiones en última instancia sobre un área dada”) bueno (“poder para tomar decisiones en última instancia sobre un área dada”).

Ahora bien, esta contradicción sólo puede ser resuelta de una manera – los usuarios del “área dada” son también sus dueños. En otras palabras, un sistema de posesión (o de “ocupación y uso”), tal y como propugnan los anarquistas. No obstante, Rothbard es un capitalista y apoya la propiedad privada, los ingresos no derivados del propio trabajo, el trabajo asalariado, a los capitalistas y a los terratenientes. Esto significa que es partidario de una divergencia entre propiedad y uso, lo cual implica que este “poder para tomar decisiones en última instancia” se extiende sobre aquellos que usan, pero no poseen, dicha propiedad (esto es, inquilinos y trabajadores). La naturaleza estatista de la propiedad privada queda claramente indicada por las palabras de Rothbard – el dueño de la propiedad en una sociedad “anarco”-capitalista posee el “poder para tomar decisiones en última instancia” sobre un área dada, que es lo que el Estado hace actualmente. Rothbard ha demostrado, irónicamente, que el “anarco”-capitalismo no es anarquista.

Por supuesto, sería de mal gusto señalar que el nombre habitual para un sistema político en el cual el propietario de un territorio es también su regente es, de hecho, monarquía. Lo cual sugiere que mientras el “anarco”-capitalismo podría ser llamado “anarcoestatismo”, un término mucho mejor sería “anarcomonarquismo.” De hecho, algunos “anarco”-capitalistas han hecho patente esta implicación obvia del razonamiento de Rothbard. Hans-Hermann Hoppe es uno de ellos.

Hoppe prefiere la monarquía frente a la democracia, considerándola el sistema superior. Arguye que el monarca es el dueño privado del gobierno – toda la tierra y otros recursos son poseídos por él. Basándose en la economía austriaca (¿qué si no?) y en su noción de la preferencia del tiempo, concluye que el monarca trabajará, por lo tanto, para maximizar tanto los ingresos actuales como el valor capital total de su terreno. Asumiendo el propio interés, su horizonte planificativo tendrá miras lejanas y la explotación estará mucho más limitada. La democracia, por contra, es un gobierno de posesión pública, y los líderes electos disponen del uso de recursos por un corto periodo tan sólo y no de su valor capital. En otras palabras, no poseen el país, de modo que buscarán maximizar sus intereses a corto plazo (y los intereses de aquellos que piensen que los elegirán para el cargo). Al contrario, Bakunin insistió en que si el anarquismo rechaza la democracia, es “no tanto para revertirla sino para hacerla avanzar” particularmente para extenderla por la vía de “la gran revolución económica sin la cual cada derecho no es sino una frase vacía y una treta.” Él rechazó con todo su corazón “el campo de la... reacción aristocrática.” [The Basic Bakunin, p. 87]

Sin embargo, Hoppe no es un monárquico tradicional. Su sistema ideal es uno de monarquías en competencia, una sociedad liderada por una “elite 'natural' voluntariamente reconocida – una nobilitas naturalis” compuesta por “familias con largo abolengo de éxitos superiores, amplitud de miras y una conducta personal ejemplar.” Esto es así porque “unos pocos individuos rápidamente adquieren el estatus de elite” y sus cualidades consustanciales serán “probablemente transmitidas sólo en el ámbito de unas pocas – y nobles – familias.” El único “problema” de las monarquías tradicionales era “el del monopolio, no el de las elites o la nobleza”, en otras palabras, el Rey monopolizaba el papel de juez y sus asuntos no podían ser asumidos por otros miembros de la clase noble a cambio de servicios. [The Political Economy of Monarchy and Democracy and the Idea of a Natural Order, pp. 94-121, Journal of Libertarian Studies, vol. 11, no. 2, p. 118 y p. 119]

Esto simplemente confirma la crítica anarquista del “anarco”-capitalismo, en el sentido de que no es anarquista, lo cual se hace incluso más obvio cuando Hoppe se explaya, muy convenientemente, sobre la realidad del “anarco”-capitalismo:


En un pacto alcanzado entre el propietario y los inquilinos de la comunidad con el propósito de proteger su propiedad privada, no existe nada semejante a la libertad (ilimitada) de expresión, ni siquiera dentro de la propiedad alquilada de cada cual. Uno puede decir cosas innumerables y promover casi cualquier idea bajo el sol, pero naturalmente a nadie le está permitido evocar ideas contrarias al propio propósito del pacto de preservar la propiedad privada, como la democracia o el comunismo. No cabe la tolerancia hacia los demócratas y los comunistas en un orden social libertariano. Tendrán que ser separados físicamente y expulsados de la sociedad. Del mismo modo, en un pacto asumido con el propósito de proteger la familia y la descendencia, no puede haber tolerancia hacia quienes promuevan estilos de vida incompatibles con esta meta. Ellos – los partidarios de modos de vida alternativos, no centrados en la familia, como por ejemplo el hedonismo individual, el parasitismo, la adoración del entorno natural, la homosexualidad o el comunismo – tendrán que ser físicamente eliminados de la sociedad, también, si uno pretende mantener un orden libertariano.
Democracy: the God that Failed, p. 218


Por ende el propietario tiene poder/autoridad sobre sus inquilinos y puede decretar qué pueden y qué no pueden hacer, excluyendo a cualquiera a quien consideren subversivo (por el bien de los inquilinos, por supuesto). En otras palabras, los poderes autocráticos del jefe son extendidos a todos los aspectos de la sociedad – todos bajo la máscara evocadora de la libertad. Por desgracia, la preservación de los derechos de propiedad destruye la libertad de la mayoría (Hoppe establece claramente que para el “anarco”-capitalista el “resultado natural de transacciones voluntarias entre varios dueños de propiedades privadas decididamente no es igualitario, sino jerárquico y elitista.” [The Political Economy of Monarchy and Democracy and the Idea of a Natural Order, Op. Cit., p. 118]). No sorprende que Chomsky adujese que el “libertarianismo” de derechas “no tiene objeción alguna a la tiranía mientras sea una tiranía privada.” De hecho (al igual que otras ideologías contemporáneas) “se reduce a la defensa de una u otra forma de autoridad ilegítima, bastante a menudo tiranía real.” [Chomsky on Anarchism, p. 235 and p. 181] En consecuencia, se hace difícil no concluir que el “anarco”-capitalismo es poco más que un juego de palabras. No es anarquismo, sino un sustituto para el conservadurismo elitista y autocrático hábilmente diseñado y enunciado. Tampoco es demasiado difícil alcanzar la conclusión de que los auténticos anarquistas y libertarios (de todo tipo) no serían tolerados en este llamado “orden social libertariano”.

Algunos “anarco”-capitalistas sí que parecen ser vagamente conscientes de esta contradicción flagrante y obvia. Rothbard, por ejemplo, presenta un argumento que podría ser empleado para solucionarla, pero falla amargamente en su intento. Simplemente ignora el quid de la cuestión, a saber, que el capitalismo está basado en la jerarquía y, por lo tanto, no puede ser anarquista. Hace esto explicando que la jerarquía asociada al capitalismo no es problema mientras la propiedad privada que la produjo sea adquirida de una manera “justa”. Y aún al hacer esto concentra la atención sobre las estructuras autoritarias y las relaciones sociales idénticas del Estado y la propiedad. Tal como él lo pone:


Si puede decirse que el Estado propiamente posee su territorio, entonces le es propio establecer reglas para todo el mundo que viva en ese área. Puede tomar o controlar la propiedad privada legítimamente porque no hay ninguna propiedad privada en su área, porque en verdad posee toda la superficie del terreno. Siempre y cuando el Estado permita a sus súbditos abandonar su territorio, entonces, puede decirse que actúa como lo hace cualquier otro propietario que establece reglas para quienes vivan en su propiedad.
Op. Cit., p. 170


Como es obvio, Rothbard afirma que el Estado no posee “justamente” su territorio. Dice que “nuestra teoría hogareña” sobre la creación de la propiedad privada “es suficiente para demoler semejantes pretensiones del aparato estatal”, de modo que el problema con el Estado es que “reclama y ejerce un monopolio obligatorio de defensa y toma de decisiones en última instancia sobre un área mayor que la propiedad justamente adquirida por un individuo.” [Op. Cit., p. 171 y p. 173] Existen cuatro problemas fundamentales con este razonamiento.

Primero, asume que su “teoría hogareña” es una teoría robusta y libertaria, pero no es el caso (ver sección F.4.1). Segundo, ignora la historia del capitalismo. Dado que la actual distribución de la propiedad es el resultado de la violencia y la coerción del Estado, su planteamiento tiene serios errores. Asciende a poco más que una “concepción inmaculada de la propiedad” desconectada de toda realidad. Tercero, incluso si omitimos estas cuestiones y asumimos que la propiedad privada podría haber sido obtenida legítimamente del modo que Rothbard establece, ello no justifica la jerarquía asociada con ésta, pues generaciones presente y futuras de la humanidad han sido, efectivamente, privadas de libertad por generaciones previas. Si, como Rothbard afirma, la propiedad es un derecho natural y es la base de la libertad, entonces ¿por qué debería la mayoría ser excluída de sus derechos de nacimiento por una minoría? Dicho de otra manera, Rothbard niega que la libertad debería ser universal. Elige la propiedad antes que la libertad mientras que los anarquistas eligen la libertad antes que la propiedad. En cuarto lugar, todo esto implica que el problema fundamental con el Estado no es, como los anarquistas han recalcado siempre, su naturaleza jerárquica y autoritaria, sino el hecho de que no posee de manera justa el territorio que pretende gobernar.

Lo que es aún peor, la posibilidad de que la propiedad privada puede resultar en más violaciones de la libertad individual (al menos para los no propietarios) que las que el Estado comete con sus ciudadanos, fue implícitamente reconocida por Rothbard. Él emplea como ejemplo hipotético un país cuyo Rey se ve amenazado por un creciente movimiento “libertariano”. El Rey responde “empleando una astuta estratagema”, a saber, “proclama la disolución de su gobierno, pero justo antes de hacerlo divide arbitrariamente todo su reino en parcelas de su propiedad o de la de sus parientes.” En lugar de impuestos, sus súbditos pagan ahora una renta, y él puede “regular las vidas de aquellos que pretendan vivir en su propiedad.” Llegados a este punto, Rothbard pregunta:


¿Cuál debería ser ahora la respuesta de los rebeldes libertarianos a este desafío? Si son utilitarios coherentes, deben plegarse a este subterfugio, y resignarse a vivir bajo un régimen no menos despótico que el que habían estado combatiendo durante tanto tiempo. Puede, tal vez, que incluso más despótico, puesto que ahora el rey y sus parientes pueden reclamar para sí el principio básico de los libertarianos del derecho absoluto a la propiedad privada, una absolutez que no hubieran osado reclamar anteriormente.
Op. Cit., p. 54


No debería ser necesario decir que Rothbard arguye que deberíamos rechazar esta “astuta estratagema”, puesto que la nueva distribución de la propiedad no sería resultado de unos medios “justos”. Sin embargo, no fue capaz de notar cómo su propio planteamiento mina su afirmación de que el capitalismo puede ser libertario. Como él mismo aduce, no sólo tiene el propietario el mismo monopolio del poder sobre un área dada que el Estado, sino que es aún más déspota que éste, ¡pues se apoya en el “derecho absoluto a la propiedad privada”! Y recordemos que Rothbard discute a favor del “anarco”-capitalismo (“una vez desatado el capitalismo, se tienen todos los tipos de autoridad: se tiene la autoridad extrema.” [Chomsky, Understanding Power, p. 200]). El problema fundamental es que la ideología de Rothbard le ciega ante lo obvio, esto es, que el Estado y la propiedad privada producen relaciones sociales idénticas (irónicamente, él opina que la teoría de que el Estado posee su territorio “convierte al Estado, al igual que al Rey en la Edad Media, en un señor feudal que, al menos en teoría, es dueño de toda la tierra que abarcan sus dominios” sin darse cuenta de que esto transforma al capitalista o al terrateniente en Rey o en señor feudal en el marco del “anarco”-capitalismo. [Op. Cit., p. 171]).

Un grupo de anarquistas chinos señaló lo obvio en 1914. Puesto que el anarquismo “hace de la oposición a la autoridad su principio esencial”, los anarquistas tratan de “eliminar todos los sistemas perniciosos de la sociedad presente que tienen una naturaleza autoritaria”, de modo que “nuestra sociedad ideal” sería una “sin terratenientes, capitalistas, líderes, oficiales, representantes ni cabezas de familia.” [citado por Arif Dirlik, Anarchism in the Chinese Revolution, p. 131] Sólo esto, la eliminación de toda forma de jerarquía (política, económica y social) llevaría al verdadero anarquismo, a una sociedad sin autoridad (an-arquía). En la práctica, la propiedad privada es una fuente importante de opresión y autoritarismo en el seno de la sociedad – hay muy poca o ninguna libertad sujeta a un terrateniente o al modo de producción capitalista (como apuntó Bakunin, “el trabajador vende su persona y su libertad durante un tiempo dado”). En crudo contraste con los anarquistas, los “anarco”-capitalistas no tienen ningún problema con los terratenientes ni con el fascismo de fábrica (esto es, el trabajo asalariado), posición ésta que se antoja altamente ilógica para una teoría que se dice libertaria. Si fuese auténticamente libertaria, se opondría a toda forma de dominación, no sólo al estatismo (“Aquellos que rechazan el autoritarismo no necesitarán el permiso de nadie para respirar. El libertario... no se siente agradecido por tener permiso para residir en cualquier parte de su propio planeta, y niega el derecho de cualquiera a tomar partes de éste para su propio uso y gobierno.” [Stuart Christie y Albert Meltzer, Floodgates of Anarchy, p. 31]). Esta posición ilógica y contradictoria emana de la definición “anarco”-capitalista de la libertad en tanto que ausencia de coerción y será examinada con mayor detalle en la sección F.2 . Lo irónico es que en los “anarco”-capitalistas está implícita ya la crítica anarquista de su propia ideología.

Desde luego, el “anarco”-capitalista tiene otras maneras de evitar lo obvio, a saber, la afirmación de que el mercado limitará los abusos de los propietarios. Si a los obreros no les gusta su jefe pueden buscarse otro. Por lo tanto la jerarquía capitalista está bien en la medida en que los trabajadores y los inquilinos la consienten. Mientras que la lógica es exactamente la misma, resulta dudoso que un “anarco”-capitalista apoyase al Estado sólo porque su súbditos pudieran irse con otro. En consecuencia, esto no apunta a la cuestión central – la naturaleza autoritaria de la propiedad capitalista (ver sección A.2.14). Más aún, este razonamiento falla porque ignora las circunstancias sociales del capitalismo, que limitan la capacidad de elegir de la mayoría.

Los anarquistas han dicho durante mucho tiempo que, como clase, los obreros tienen poca elección que hacer a la hora de “consentir” la jerarquía capitalista. La alternativa es bien la pobreza directa, o bien la inanición. Los “anarco”-capitalistas desestiman semejantes afirmaciones negando que exista tal poder económico. Antes bien, se trata simplemente de la libertad de contrato. Los anarqustas consideran estas proclamas una broma. Para mostrar por qué, sólo necesitamos citar (una vez más) a Rothbard hablando de la abolición de la esclavitud y la servidumbre en el siglo XIX. Arguye, correctamente, que los “cuerpos de los oprimidos fueron liberados, pero la propiedad que habían trabajado y merecido poseer, permaneció en manos de sus opresores anteriores. Con el poder económico permaneciendo por lo tanto en sus manos, los antiguos señores pronto se vieron amos virtuales una vez más de lo que ahora eran inquilinos libres o trabajadores de granja. Los siervos y los esclavos habían probado la libertad, pero se les había privado de sus frutos.” [Op. Cit., p. 74]

A decir verdad, los anarquistas no le ven ninguna lógica a esta posición. Contrástese esto con la típica afirmación “anarco”-capitalista de que si las fuerzas del mercado (“intercambios voluntarios”) resultan en la creación de “inquilinos o trabajadores de granja”, entonces son libres. Sin embargo, los trabajadores desposeídos por las fuerzas del mercado se encuentran exactamente en la misma situación social y económica que los antiguos esclavos y siervos. Si los últimos no obtienen los frutos de la libertad, tampoco lo hacen los primeros. Rothbard ve el “poder económico” obvio en el segundo caso, pero lo niega en el primero (irónicamente, Rothbard desestima el poder económico bajo el capitalismo en el mismo trabajo. [Op. Cit., pp. 221-2]). Es tan sólo la ideología de Rothbard la que evita que saque la conclusión evidente – condiciones económicas idénticas generan relaciones sociales idénticas y por lo tanto el capitalismo está caracterizado por el “poder económico” y los “amos virtuales.” La única solución para el “anarco”-capitalista es decir simplemente que los antiguos siervos y esclavos eran de hecho libres para elegir y, en consecuencia, Rothbard estaba equivocado. Puede que fuese inhumano, ¡pero al menos sería coherente!

El punto de vista de Rothbard es ajeno al anarquismo. Por ejemplo, como denotó el anarquista individualista William Bailie, bajo el capitalismo hay un sistema de clases marcado por “una clase industrial de obreros asalariados dependientes” y “una clase privilegiada de monopolizadores de la riqueza, cada una diferenciándose más de la otra conforme avanza el capitalismo.” Esto ha convertido a la propiedad en “un poder social, una fuerza económica destructora de derechos, un germen fértil de injusticia, un medio para esclavizar a los desposeídos.” Y concluye: “Bajo este sistema no puede obtenerse igual libertad.” Bailie afirma que el moderno “mundo industrial de condiciones capitalistas” se ha “levantado bajo el regimen de estatus” (y por lo tanto de “privilegios por ley”). No obstante, parece improbable que hubiera podido llegar a la conclusión de que semejante sistema de clases sería fantástico si se desarrollase naturalmente o si el Estado actual fuese abolido manteniendo la estructura de clases intacta. [The Individualist Anarchists, p. 121] Como veremos en la sección G.4, los anarquistas individualistas como Tucker y Yarrows acabaron por reconocer que incluso la competencia más libre se torna impotente ante las enormes concentraciones de riqueza asociadas al capitalismo corporativo.

En consecuencia, los anarquistas reconocen que el “intercambio libre” o el “consentimiento” dados en circunstancias desiguales reducirán la libertad además de aumentar la desigualdad entre individuos y clases. Tal como se afirma en la sección F.3, la desigualdad produce relaciones sociales basadas en la jerarquía y la dominación, no en la libertad. En la pluma de Noam Chomsky:

El anarcocapitalismo, en mi opinión, es un sistema doctrinal que, si alguna vez se implantase, llevaría a formas de tiranía y opresión sin apenas parangón en la historia de la humanidad. No existe la más mínima posibilidad de que sus (en mi opinión, horrendas) ideas sean implementadas, porque destruirían rápidamente cualquier sociedad que cometiese este error colosal. La idea del “contrato libre” entre el potentado y su súbdito hambriento es una broma de mal gusto, tal vez valedera de algún espacio en un seminario académico que explore las consecuencias de estas (desde mi punto de vista, absurdas) ideas, pero nada más.
Noam Chomsky on Anarchism, entrevista con Tom Lane, 23 de diciembre de 1996


Claramente entonces, y por sus propios razonamientos, el “anarco”-capitalismo no es anarquista. Esto no debería sorprender a los anarquistas. El anarquismo, como teoría política, nació cuando Proudhon escribió ¿Qué es la Propiedad? específicamente para refutar la noción de que los obreros son libres, cuando la propiedad capitalista los fuerza a buscar ser empleados por terratenientes y capitalistas. Él se dio buena cuenta de que en semejantes circunstancias, la propiedad “viola la igualdad mediante los derechos de exclusión y crecimiento, y la libertad a través del despotismo... [y tiene] perfecta identidad con el robo.” No sorprende que hable del “propietario, a quien [el obrero] ha vendido y rendido su libertad.” Para Proudhon la anarquía es “la ausencia de amos, de soberanos”, mientras que “propietario” es “sinónimo” de “soberano”, puesto que “impone su voluntad y su ley, y no sufre ni contravención ni control.” Esto significa que “la propiedad engendra el despotismo,” pues “cada propietario es amo soberano dentro del ámbito de su propiedad.” [¿Qué es la Propiedad?, p. 251, p. 130, p. 264 y pp. 266-7] Debe señalarse asimismo que la obra clásica de Proudhon constituye una extensa crítica del tipo de apología de la propiedad privada que Rothbard hace para salvar su ideología de sus contradicciones evidentes.

Así que, irónicamente, Rothbard repite el análisis de Proudhon pero extrae conclusiones opuestas ¡y aún espera ser considerado anarquista! Más aún, se antoja igualmente irónico que el “anarco”-capitalismo se diga “anarquista” estando basado en los planteamientos en oposición a los cuales nació el anarquismo. Como se ha demostrado, el “anarco”-capitalismo tiene más sentido como “anarcoestatismo” -- un oxímoron, una contradicción en los términos. La idea de que el “anarco”-capitalismo merece el calificativo de “anarquista” es sencillamente falaz. Sólo alguien ignorante de qué es el anarquismo podría mantener semejante afirmación. Mientras es propio esperar que la teoría anarquista evidencie esto, lo maravilloso es que el “anarco”-capitalismo per se hace lo mismo.

Poco sorprende que Bob Black diga que “demonizar el autoritarismo del Estado mientras se ignoran idénticas condiciones serviles solo que circunscritas a un contrato en las grandes corporaciones que controlan la economía mundial es fetichismo en su peor expresión.” [The Libertarian As Conservative, The Abolition of Work and Other Essays, pp. 142] El izquierdista liberal Stephen L. Newman apunta lo mismo:

El énfasis que los libertarianos ponen en la oposición entre libertad y poder político tiende a oscurecer el papel de la autoridad en su visión del mundo... la autoridad ejercida en las relaciones privadas, sin embargo – en la relación entre empleador y empleado, por ejemplo – no encuentra ninguna objeción... [Esto] revela una curiosa insensibilidad hacia el uso de la autoridad privada como medio de control social. Al comparar la autoridad pública y privada, bien podemos preguntar a los libertarianos: Cuando el precio de ejercer la propia libertad es terriblemente alto, ¿qué diferencia práctica hay entre los mandatos del Estado y aquellos que vienen del empleador de uno?... Si bien decididamente las circunstancias no son idénticas, decir a los empleados descontentos que siempre son libres de dejar su trabajo parece no diferir del hecho de decir a los disidentes políticos que son libres de emigrar.
Liberalism at Wit's End, pp. 45-46


Como Bob Black indicó, los libertarianos de derechas aducen que “'al menos uno puede cambiar de trabajo.' Pero no puedes evitar tener un trabajo – de igual modo que bajo el estatismo puede uno al menos cambiar de nacionalidad, pero no puede evitarse el sometimiento a una nación-Estado u otra. Pero la libertad significa más que el derecho a cambiar de amo.” [Op. Cit., p. 147] Las similitudes entre el capitalismo y el estatismo están claras – y por lo tanto por qué el “anarco”-capitalismo no puede ser anarquista. Rechazar la autoridad (“el poder de tomar decisiones en última instancia”) del Estado y abrazar la del propietario denota no sólo un estado altamente ilógico sino también una contradicción con los principios básicos del anarquismo. Este apoyo encarecido al trabajo asalariado y a los derechos de propiedad capitalista indica que los “anarco”-capitalistas no son anarquistas porque no rechazan toda forma de arquía. Evidentemente, son partidarios de la jerarquía entre patrón y obrero (trabajo asalariado), y entre terrateniente e inquilino. El anarquismo, por definición, está contra toda forma de arquía, incluyendo la jerarquía generada por la propiedad capitalista. Ignorar la arquía obvia asociada a la propiedad capitalista es altamente ilógico, e intentar legitimar una forma de dominación porque emana de una propiedad “justa” mientras se ataca la otra porque proviene de una propiedad “injusta” es no ver el bosque por culpa de los árboles.

Además, debemos señalar que semejantes desigualdades en poder y riqueza necesitarán “ ser defendidas” de aquellos subyugados a ellas (los “anarco”-capitalistas reconocen la necesidad de policías y juzgados privados para defender la propiedad del robo – y, añaden los anarquistas, ¡para defender el robo y el despotismo consustanciales a la propiedad!). Debido a este apoyo a la propiedad privada (y por lo tanto a la autoridad), el “anarco”-capitalismo acaba por mantener un Estado en su “anarquía”: esto es, un Estado privado cuya existencia intentan negar quienes lo proponen simplemente negándose a llamarlo Estado, como un avestruz que esconde su cabeza bajo la tierra. Como apuntó muy acertadamente un anarquista, los “anarco”-capitalistas “simplemente sustituyen al Estado por empresas de seguridad privada, y a duras penas pueden ser descritos como anarquistas en el sentido en que se entiende el término normalmente.” [Brian Morris, Global Anti-Capitalism, pp. 170-6, Anarchist Studies, vol. 14, número 2, p. 175] Como analizaremos en mayor profundidad en la sección F.6, es por esto que el “anarco”-capitalismo sería mejor descrito como capitalismo “de Estado privado”, pues habría un equivalente funcional del Estado y sería tan asimétrico en favor de la elite propietaria como el existente (si no más). Tal como lo pone Albert Meltzer:


El sentido común muestra que cualquier sociedad capitalista puede pasarse con un “Estado”... pero no podría pasarse sin un gobierno organizado, o una forma privatizada de éste, si hubiera gente amasando dinero y otros trabajando para que lo amasaran. La filosofía del “anarcocapitalismo” soñada por la Nueva Derecha libertariana, no tiene nada que ver con el Anarquismo tal como éste se concibe por el propio movimiento Anarquista. Es una falacia... El capitalismo claramente desenfrenado... necesita alguna fuerza a su disposición para mantener los privilegios de clase, bien del Estado mismo o de ejércitos privados. Lo que propugnan es de hecho un Estado limitado – esto es, uno en el que el Estado tenga una función; proteger a la clase dominante, no interfiera en la explotación, y salga tan barato como sea posible para dicha clase dominante. La idea también sirve a otro propósito... una justificación moral para conciencias burguesas que permita abolir los impuestos sin sentirse culpable.
Anarchism: Arguments For and Against, p. 50


Para los anarquistas, esta necesidad que tiene el capitalismo de alguna suerte de Estado no es sorprendente, puesto que “La anarquía sin socialismo nos parece igualmente imposible [que el socialismo sin anarquía], ya que en tal caso no podría haber otra cosa que el dominio del más fuerte, y por lo tanto pondría inmediatamente en marcha la organización y consolidación de esta dominación; es decir la constitución de un gobierno.” (Errico Malatesta, Errico Malatesta: His Life and Ideas, p. 148) Por este motivo, por el rechazo “anarco”-capitalista hacia la crítica anarquista del capitalismo y hacia nuestros posicionamientos acerca de la necesidad de la igualdad, no pueden ser considerados anarquistas o parte de la tradición anarquista. A los anarquistas se les hace raro que los “anarco”-capitalistas quieran deshacerse del Estado pero a la vez mantener el sistema que contribuyó a crear, y su función como defensor de la propiedad de la clase capitalista y sus derechos. En otras palabras, reducir al Estado a su mera función de (utilizando la acertada palabra de Malatesta) gendarme de la clase capitalista no es un objetivo anarquista.

Por lo tanto el anarquismo es mucho más que la típica definición de diccionario de “no gobierno” -- también implica estar en contra de toda forma de arquía, incluída aquella generada por la propiedad capitalista. Esto queda claro a partir de la raíz de la palabra “anarquía”. Como indicamos en la sección A.1, la palabra anarquía significa “sin amos” o “contrario a la autoridad.” Como el propio Rothbard reconoce, el propietario es el gobernante de su propiedad y, en consecuencia, de quienes la utilizan. Por esta razón el “anarco”-capitalismo no puede ser considerado una forma de anarquismo – un auténtico anarquista debe oponerse, en buena lógica, a la autoridad del propietario así como a la del Estado. Dado que el “anarco”-capitalismo no propugna explícitamente (ni implícitamente) cambios económicos que acaben con el trabajo asalariado y la usura, no puede tomársele por anarquista ni por parte de la tradición anarquista. Mientras que los anarquistas siempre se han opuesto al capitalismo, los “anarco”-capitalistas lo defienden y debido a esta defensa su “anarquía” vendrá marcada por relaciones basadas en la subordinación y la jerarquía (por ejemplo el trabajo asalariado), y no en la libertad (poco sorprende que Proudhon afirmase que “la propiedad es el despotismo” -- engendra relaciones autoritarias y jerárquicas entre personas de un modo similar al estatismo). Su apoyo al capitalismo “de libre mercado” ignora el impacto de la riqueza y el poder sobre la naturaleza y el resultado de las decisiones individuales dentro del mercado (ver secciones F.2 y F.3 para mayor profundización). Más aún, semejante sistema de poder (económico y social) requerirá gran cantidad de fuerza para mantenerlo, y el sistema “anarco”-capitalista de competencia de “empresas de defensa” será sencillamente un nuevo Estado, reforzando el poder capitalista, los derechos de propiedad y la ley.

Por todo ello el “anarco”-capitalista y el anarquista tienen diferentes puntos de partida y finalidades contrarias en mente. Su autoproclamación de anarquistas es falsa simplemente porque rechazan gran parte de la tradición anarquista para poner lo poco que aceptan al servicio de una teoría y una práctica no anarquistas. No sorprende que Peter Marshall dijera que “pocos anarquistas aceptarían a los “anarcocapitalistas” en el campo anarquista puesto que no comparten su preocupación por la igualdad económica y la justicia social.” Como tales, los “anarco”-capitalistas, “incluso si rechazan el Estado, deben ser llamados más acertadamente libertarianos de derechas antes que anarquistas.” [Demanding the Impossible, p. 565]

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